Comparte Amancio Ramos Ortizoga la importancia que tiene la Chupinaya en su vida
Don Amancio sosteniendo el poema que le dedicó a la Chupinaya.
Miguel Cerna (Ajijic, Jal.).- Con 76 años de edad, la vida y la experiencia han convertido a don Amancio Ramos Ortigoza en un poeta. “Chupinaya” se llama el poema que resume su relación de más de 60 años con el cerro del mismo nombre de Ajijic, que tanto ama.
Moreno es todo un personaje: de estatura media baja, con los parpados caídos, paciente y modesto, con voz firme y un amplio repertorio de palabras, asiduo lector de libros y periódicos, conocedor de música y pintura, albañil general y artesano. Así es don Amancio.
Nació el 14 de septiembre de 1939. Su encuentro con la naturaleza fue desde temprana edad. “Siempre ha sido mi atracción”, dice con voz enfática. A los 11 años ya ayudaba a su familia a sembrar cuamil (autoproducción agrícola de baja escala según define Manuel Espinoza), y a recolectar leña, que a veces vendían a los “gringos”, pero que regularmente era para su consumo. Así se mantenían. Amancio cuenta que en ese tiempo no se conocía la estufa de petróleo, mucho menos la de gas; los charales, los frijoles y las tortillas torteadas se cocinaban a puro fogón, con leña.
“Amo la naturaleza”, grita Amancio, quien no se olvida del sabor del agua que tomó, agua que sabía a pura “raicita” del destiladero. También probó el agua de unos “quiotitos” que mochaban para que brotara agua de la planta, con sabor a caña.
Orgulloso, asegura Amancio que conoce todas las especies árboles que hay en el cerro. Identifica más de 50 diferentes, entre los cuales destaca la ceiba, el tepehuaje, encino, palo dulce y la rosa panal. Con los ojos brillosos y lleno de emoción, recuerda el canto de los pájaros, asegura que los escuchó todos: cenzontles, huitlacoches, conguitas, jilgueros, mulatos, mirlos y más.
Le tocó el tiempo en que las orquídeas abundaban en el cerro de Ajijic, sin saber cómo se llamaban ni qué tipo de flor eran. Él y sus hermanos las recolectaban y las vendían “por un veinte a los ‘gringos’”. Había orquídea de vara chiquita de abril de color morado, la de vara de tiempos de agua y las orquídeas blancas, Amancio ha visto cómo aún algunas personas las siguen cultivando en sus casas.
Después de la sequía del ’48, que se extendió hasta el ‘55, cuando la laguna se secó, al igual que árboles “grandísimos” en el cerro, relata Amancio con tristeza que las pencas de orquídea se secaron. “Yo llegué a ir al filo del cerro, bajito cortaba las orquídeas. Ya no hay en esa encinera (sic) donde había las de vara chiquita, ya no existe.”
En una noche que le dolía la cabeza escribió “Chupinaya”. Era 29 de mayo de 2015. La inspiración llegó de repente, no sabe exactamente cómo fue pero ya lo traía en la “run run” (cabeza). Nunca se había dedicado a escribir, “pero sabe, me salió y me salió”, dice Amancio.
Este Ajijiteco ha trabajado desde los 15 años en la construcción, fue alcohólico por 20 años, y recientemente ha incursionado en la artesanía. Hace animales y máscaras de madera y piedra, es poeta espontáneo, esposo, padre de 5 hijos y abuelo de 12 nietos. Aunque se siente satisfecho, le pide al poder superior que le dé 5 años más de vida.
Con 76 años, Amancio Ramos Ortigoza todavía le suspira al cerro. Siente nostalgia por los recuerdos, y aprovecha cada oportunidad para perderse dos o tres horas en el cerro.
“Nunca me caí, fuimos tan ágiles que corríamos en el cerro a campo travieso, casi como los changos”.
Busca el poema que le dedicó a la Chupinaya en la edición impresa de esta semana. Laguna 183.
Foto: Miguel Cerna.
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