Sabina Escoto Díaz es de las pocas artesanas de la vieja escuela que quedan, y pese a que no le dé para mucho, le encanta y seguirá tejiendo canastas porque le encanta
Miguel Cerna (Jocotepec, Jal.).- Sentada en una sillita en medio de la sala de su casa, con su colorido mandil rosa con azul, sus brillantes coquetas de oro y la mirada perdida en el movimiento de sus manos, doña Sabina teje las hojas de la palma habilidosamente, haciendo un nudo tras otro. Aunque su cara cubierta de arrugas anuncia cansancio, sus manos fuertes dicen lo contrario. A sus 80 años, Sabina Escoto Díaz es una de las pocas artesanas que quedan de la vieja escuela.
Doña Sabina vive en San Cristóbal Zapotitlán, una delegación del municipio de Jocotepec. La comunidad en la que vive doña Sabina es conocida por la gran cantidad de artesanas que trabajan tanto con la hoja de maíz como el tejido de canastas de palma, alrededor de 200.
Doña Sabina fue de la primera generación de artesanos de San Cristóbal. Aprendió gracias a una persona que fue a su comunidad a enseñarles. Sin pensarlo y con el deseo de sacar a su familia adelante, doña Sabina se lanzó al aprendizaje. Tejer una canasta de palma no es fácil. Dice doña Sabina que lo más difícil es darle la figura; puede ser redonda, cuadrada, ovalada, rectangular y de muchas otras formas.
Recuerda esta artesana que sus primeras canastas estaban “mal hechitas”, pero afortunadamente un grupo de religiosas se las compraban igual. Después, Elenita Aguilar —como la llama doña Sabina— y otras personas de Guadalajara venían a comprarles y a encargarles canastas. Eso las ayudó mucho.
Poco a poco, con la práctica fue dominando el arte del tejido, hasta hacerlo suyo. Sus manos se volvieron incansables. 40 años haciendo canastas le han servido “para vivir”, y aunque no gana mucho, si le permite “irla pasando”.
Dice doña Sabina que en sus tiempos no había opciones de trabajo. “Nos la vimos bien apretada”, recuerda melancólica, pero gracias a su trabajo y a que su esposo se iba a pescar a la laguna, pudieron sacar adelante a sus diez hijos. Aunque ahora sus hijos ya tienen “su mundo aparte”, doña Sabina sigue tejiendo, ahora para ayudarse a sí misma y por gusto. “¡Me encanta!”, dice entre risas de alegría.
Aunque Doña Sabina enseñó a sus hijas y nietas el arte del tejido de palma, ninguna de ellas se dedica de lleno a la artesanía. Dice doña sabina que se fueron a donde está el dinero, a trabajar a la mora, porque las canastas no dejan mucho y quitan mucho tiempo.
Si se levanta temprano y le dedica la mayor parte del tiempo, en dos días puede tejer una canasta; si no madruga, en tres días. Actualmente, doña Sabina trabaja en una cooperativa de artesanas en San Cristóbal, en la que se limita a hacer el trabajo que le piden.
Doña Sabina se siente contenta de seguir trabajando y orgullosa de lo que ha logrado. “Todavía tengo fuerzas, veo bien, y así sola me voy ayudando.” Doña Sabina no piensa en una fecha de retiro, ella seguirá tejiendo canastas de palma “hasta que ya no pueda más”.
Foto: Miguel Cerna.
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