Las piedritas abrió sus puertas en 1978 y nunca las ha cerrado. Tiene 37 años ininterrumpidos en servicio, convirtiéndose en el primer restaurante-bar de Jocotepec
Miguel Cerna (Jocotepec, Jal.) Huesos petrificados, vasijas antiguas, un Cristo manco… piedras: artesanías, mujeres dibujadas, cazuelas… piedras: billetes, troncos que figuran animales, lámparas de cántaros… piedras: plantas, letreros, fósiles… piedras: intimidad, historia, encanto y piedras.
Antes de entrar ya sabes su nombre. Aun sin haber leído su letrero de luces led incompleto desde lejos, su fachada resalta su identidad: el restaurante-bar Las piedritas.
Las piedritas abrió sus puertas en 1978 y nunca las ha cerrado. Tiene 37 años ininterrumpidos en servicio, convirtiéndose en el primer restaurante-bar de Jocotepec, el primero en ofrecer un ambiente familiar diferente al de las cantinas.
Entrar a Las Piedritas es entrar en la historia del municipio. Empezando por su puerta principal, que tiene alrededor de 400 años de antigüedad y que perteneció a la parroquia del Señor del Monte, santo patrono de Jocotepec.
En su interior, la luz es ámbar y tenue, dando la impresión de estar dentro de una cueva, porque por todos lados hay piedras. La vista se vuelve loca entre tantos objetos exhibidos en vitrinas, colgando, en el piso, sostenidos, clavados, dibujados y más.
Este lugar no le costó “nada” a su propietario, don Chava, pues él mismo hizo todo. Nunca empleo a un albañil, diseñador o arquitecto. En sus ratos libres, acompañado de su sobrino, construyó Las Piedritas, un lugar “feo y salvaje” en el que se siente cómodo, un lugar que, para él, lo es todo.
A don Chava se le iluminan los ojos cuando recuerda el origen de cada pieza, cómo lo consiguió o dónde la compró. Se tardó 15 años en reunir la mayor parte de esta colección, a la que aún le sigue sumando piezas, y asegura que “por nada del mundo”, vendería algún objeto. Todo comenzó cuando a bordo de su troca vendía materiales para la construcción como arena y grava, lo que le permitió conocer muchos lugares y encontrar muchos objetos que la gente tiraba sin darle valor.
Su colección es variada. La integran desde utilería antigua de cocina como vasijas, ollas y platos, pasando por las artesanías prehispánicas como mujeres con los pechos descubiertos, cuentas para collares, animales tallados, puntas de lanza de obsidiana, anillos, además de piedras con figuras naturales humanas o de animales, armaduras de guerra, fósiles de hojas y animales, y muchos objetos más. Uno de sus pasatiempos es buscarlos. El favorito de don Chava es una pequeña cabeza de barro de apenas 10 centímetros que parece un “alien” o extraterrestre. Don chava no se puede explicar cómo en “aquellos tiempos”, los indios pudieron tener una imagen de los “marcianos” tan parecida a la de nosotros.
Sentarse en una de sus 24 mesas de madera pura es un deleite. Cuando menos lo piensas, ya estás navegando en un mar de objetos y detalles. En el techo hay decenas de nidos de calandrias y panales de abejas colgando, algunos de ellos todavía habitados. Precisamente eso quería su propietario, que la gente que visitara Las Piedritas se olvidara de sus problemas y se entretuvieran viendo su colección, “un lugar para el desamor”.
Aunque prácticamente todo el día está obscuro, cuando llega la noche, Las Piedritas te vuele a sorprender: sus lámparas únicas captan la atención. Asegura don Chava que él las inventó, son cántaros de barro con cientos de agujeros ocupados por canicas. Al encender la bombilla, la luz sale por cada una de ellas con su color propio. Dominar la técnica para que no se rompa el cántaro con tantas perforaciones le llevó buen tiempo. Ese secreto, dice, se lo llevará a la tumba, al igual que todos sus objetos.
Este restaurante-bar ha sido cómplice de la unión de muchas parejas, de festejos como cumpleaños, aniversarios, o fechas especiales como el día de los enamorados. Ha visto pasar a dos o tres generaciones de la misma familia. Un lugar con historia e identidad propia.
Foto: Miguel Cerna.
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