IX
Lago de Chapala.
Una Historia de Fernando Davalos
Una vez que acordamos de vernos con Don Antonio en máximo una hora en su lancha, Krista aceleró el paso por una de las calles de la bella población que conducían a la plaza principal. Con 9,000 habitantes, la antigua población de Mezcala de la Asunción o “lugar de mezcales” había sido fundada en el año 1280. Las altas y escarpadas montañas que le protegían al norte le daban ciertamente un aire peculiar y misterioso.
Lleno de curiosidad y un poco sorprendido por los inagotables recursos que siempre mostraba nuestra indomable anciana quien ya se encaminaba hacia una de las calles del pueblo y alcanzándole a grandes zancadas le pregunte a quemarropa:
– ¿ Que usted también conoce a los guardianes de este pueblo ? –
– Claro que no Agustín, rió complacida, pero conozco los símbolos sagrados que son objeto de su veneración y creo que lo menos que podemos hacer es visitarlos y orar un poco ante los mismos tratando de conectarnos grupalmente con su energía. Estoy segura de que seremos observados por sus representantes y si su reporte sobre nosotros es bueno, nos dejarán partir sin contratiempos. –
– ¿ Y cómo sabremos si su reporte fue bueno ? – insistí
– No lo sabremos hasta que estemos de nuevo en el agua, rió –
Al ver mi cara de desconcierto, Rosana comento con una amplia sonrisa:
– Ay Agustín, tú piensas demasiado y ahorita pensar no sirve de nada –
El comentario de Rosana me ayudó a entender que el silencio sería el arma con la cual intentaríamos como grupo establecer una conexión consciente con la energía característica del lugar en donde nos encontrábamos, para ser de alguna manera “bautizados” por la misma. Si lo lográbamos, todo iría bien el resto de nuestra jornada.
Consciente de mi responsabilidad para con el grupo, guardé a partir de entonces un respetuoso silencio. Krista nos guió con rapidez a la plaza central del pueblo en la que sobresalía en uno de sus costados una bella y totalmente blanca construcción religiosa, la iglesia de la Asunción. En el mismo momento en que Nuevo Camino ingresó a la plaza central del pueblo de los guardianes, un intenso y súbito ventarrón se dejó sentir por un breve lapso.
Acto seguido, todo el grupo dio varias vueltas en torno a la pequeña plaza y no pude evitar pensar que Krista, nuestra siempre previsora anciana, intentaba con ello darnos “la cuerda” necesaria para la consecución del mínimo grado de silencio interno que necesitábamos para nuestro trabajo ritual.
El darme cuenta que en todo el pueblo no había señales de lluvia reciente y que el temporal que se abatió sobre nosotros era con dedicatoria, fue el último pensamiento que fugaz cruzó mi mente después de unos veinte minutos de discreta caminata alrededor de la plaza y antes de ingresar a la iglesia.
La frescura que podía percibirse en interior de la Iglesia de la Asunción que alberga uno de los más bellos altares que he tenido en suerte presenciar fue como un inesperado y bien recibido bálsamo para todo el grupo; ello y la diferente sintonía silenciosa adquirida gracias a la caminata preparatoria, nos ayudó a sincronizar con rapidez nuestras oraciones, las cuales fueron guiadas con gran devoción por Rosana que nunca dejaba de impresionarnos por su elevada espiritualidad.
Una vez terminaron nuestras oraciones, los tres pequeños integrantes de Nuevo Camino iniciaron con toda espontaneidad una serie de peticiones por la recuperación de La Laguna sagrada, así como emotivas expresiones de agradecimiento por todos los beneficios adquiridos pero sobre todo por las aventuras por ellos disfrutadas, las cuales pedían ingenuamente continuaran sin cesar.
Una vez salimos de la iglesia y después de unos breves momentos durante los cuales permanecimos unidos en silencio y respetuosa observación de símbolos sagrados en uno de los costados de la bella construcción religiosa, emprendimos llenos de vigor y paz interna el regreso a donde ya nos esperaban listos Don Antonio y su hijo en el pequeño muelle ribereño.
En cuanto nos vio llegar y un poco sorprendido Don Antonio bromeó:
– ¿ pos adonde fueron ? Parecen camarones, ¿ qué les pego mucho el sol ?
Su comentario fue la respuesta que necesitábamos para continuar con tranquilidad el resto de nuestra jornada, pues al parecer habíamos sido “bautizados” con la energía necesaria y el contacto con los guardianes había sido establecido.
La Ciudad Industrial Ribereña
El resto de nuestra acuática jornada transcurrió sin eventualidad alguna por espacio de unas dos horas, durante las cuales la Santa María y sus ocupantes dejando atrás pueblo e Isla, surcamos el límpido y claro espejo en que se había convertido ahora La Laguna Sagrada, la cual con un sinfín de reflejos multicolores parecía querer mostrarnos toda la belleza que albergaban sus más apartados rincones.
Atardecía y nuestra animada conversación fue menguando poco a poco al percatarnos que Don Antonio realizaba varias e infructuosas maniobras de acercamiento tendientes a encontrar el único canal que permitía en aquella apartada región del oriente del Vaso Sagrado, el acceso a los muelles de la Ciudad Industrial de Ocotlán por entre kilómetros y kilómetros de pantano. Lo único que aparecía ante nuestra vista era una inmensa extensión de carrizales y arbustos pantanosos.
Para colmo, los últimos rayos del sol estaban desapareciendo en el horizonte detrás de las lejanas montañas ribereñas del occidente y ya podía percibirse un rápido descenso en la temperatura ambiente. Don Antonio, que ya se encontraba bastante nervioso anunció:
– Si no encontramos pronto el canal, vamos a tener que buscar un lugar alternativo para desembarcar cerca de aquí porque no tenemos suficiente gasolina para regresar –
– Oiga Don Antonio, perdone la pregunta, – intervino Alicia un poco desconcertada –
¿ pero que no se supone que conoce usted la manera de entrar a la ciudad industrial ? –
– pos si me informé con algunos pescadores de por acá cómo entrar por el canal, pero yo nunca he venido por estos lares trayendo gente, es mi primera vez –
La perspectiva de desembarcar en un lugar desconocido y pantanoso, para a continuación buscar por entre la tupida vegetación algún camino que pudiera conducirnos a la ciudad industrial ya entrada la noche no era muy alentadora que digamos. Apenas si podía verse ya el espejo de agua con claridad y las primeras luces de los pueblos ribereños estaban haciendo su gradual aparición.
Rápidamente, verifiqué con la vista y en silencio el que todos los ocupantes de la lancha, incluyendo a Don Antonio, trajéramos puesto nuestro salvavidas ante cualquier eventualidad que pudiera presentarse, ya que por momentos, la pequeña embarcación parecía atorarse en la tupida vegetación acuática que afloraba por doquier cerca de la ribera.
El expectante y tenso silencio que todos guardábamos impotentes ante la rápida desaparición de la claridad del día, fue rápidamente disipado por Alicia quien con toda naturalidad organizó un rosario de oraciones en honor de nuestra dulce y poderosa madre del Tepeyac, Virgen reina y deidad tutelar de nuestro México. Muy pronto, el ronroneo del motor era acompañado por el rumor de la oración grupal de los integrantes de Nuevo Camino.
Este nuevo hecho, devolvió a Don Antonio la presencia de ánimo perdida por instantes, renovando de inmediato su búsqueda del escapadizo canal de ingreso por una nueva ruta.
Después de unos siete minutos de constante y fervorosa oración, un nuevo y lejano ronroneo se dejó escuchar en la lejanía. Don Antonio, que para entonces era la pura imagen de la concentración, de inmediato detectó el sonido con una jubilosa exclamación:
– ¡ Miren, ya lo encontramos ¡ –
A unos quinientos metros hacia la izquierda y con los últimos fulgores del sol vespertino, era apenas perceptible una lancha de motor que haciendo su aparición por el canal de ingreso se dirigía Laguna adentro. De inmediato, y entre la gritería jubilosa de Nuevo Camino, Don Antonio puso rumbo a toda velocidad en dirección a la lancha que había hecho su oportuna aparición.
Cuando al fin pasamos junto a la providencial lancha, los pescadores que la ocupaban no entendían del todo nuestras efusivas muestras de afecto y agradecimiento enviadas a la distancia por los alegres ocupantes de la Santa María. Don Antonio simplemente siguió la estela que aquella lancha había dejado en su camino para encontrar con gran habilidad el canal que al fin nos llevaría al final de la jornada.
Entre vivas y cantos en honor a la Virgen de Guadalupe y una que otra porra a Don Antonio y su hijo, la Santa María atracó finalmente en los muelles de la ciudad industrial. Ya esperaban a Don Antonio algunos de sus familiares que allí vivían y con los que habría de pasar la noche, los cuales mostraron de inmediato un gran alivio al vernos llegar tarde pero con bien a nuestro destino.
Después de agradecer y pagar a Don Antonio y su hijo por sus excelentes servicios y despedirnos, nos encaminamos al lugar donde Félix había dejado su auto estacionado el día anterior y en unos cuantos minutos nos encontrábamos de camino apretujados pero contentos y con rumbo a la pequeña casa enclavada en las montañas que circundaban la laguna sagrada y que constituía nuestro centro de operaciones.
Los cantos espontáneos, las risas y constantes anécdotas que los integrantes de Nuevo Camino venían saboreando en el camino de regreso fueron los últimos recuerdos que conservo de esa memorable jornada; instantes después, dormía profundamente.
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