Las brujas de mi pueblo II
Cronista: Mtro. Gabriel Chávez Rameño.
A petición de los lectores, publiqué las semanas pasadas dos historias que ya había contado, y ahora, para darle seguimiento les comparto este nuevo cuento. Advierto a los lectores que esta vez pondré nombres falsos (omitiré el nombre original para no herir susceptibilidades), sólo para darle un buen sabor a la lectura. Los nombres originales me los guardo, como todo un caballero y les prometo que en alguna reunión tampoco se los diré. Aprovecho para saludar a mis lectores de Mazamitla y de Guadalajara, que siguen semana a semana este espacio de Crónicas en la Laguna, así como a los estadounidenses y canadienses que gustan ya de esta sección, y al señor Fred Schultz y su familia.
***
Eran como las dos de la mañana, por los días del novenario de la fiesta de San Juan, cuando iba con mi esposa de vuelta a casa de mis papás allá por el barrio de Fátima. Ese día nos habíamos quedado en la plaza, disfrutando de la música, cuando decidimos retirarnos. No nos quisimos ir por la calle principal, así que mejor subimos por la carretera. Llegábamos ya al barrio de Fátima, cuando en lo que antes era el bar Kikos notamos algo raro por las casas que están enfrente, pasando la calle Vicente Guerrero, cerca de las farmacias. Mi esposa volteó a mirarme y le pregunté:
—¿Ves lo mismo que yo?
Me respondió que sí.
Era algo muy raro, como un animal que se retorcía, de color negro. Como cuando un perro se está enyerbando. Al principio, en efecto creí que era un perro, y me quedé viéndolo fijamente para ver si le encontraba forma. Seguimos caminando, y nos fuimos acercando más. El bulto o cosa que estábamos viendo estaba afuera de una puerta, entre la banqueta y la carretera, y era toda negra, y ahí estaba retorciéndose. La carretera estaba completamente sola; ni un alma se veía.
De pronto, el bulto se puso de pie y cuál fue mi sorpresa al ver a doña Conchita, de espaldas. Nunca volteó a verme, pero me dijo:
—Adiós, Toño. Vayan con cuidado. ¡Buenas noches!
Mi piel se puso chinita, y no supe qué contestar. Solamente sentí que mi esposa me apretó y se volteó a la carrera y no me dijo nada…
Seguimos caminando, y cuando llegamos a la farmacia del doctor Adán, volteé y vi a la señora en la misma posición, de pie y volteando a ver a la casa, con su rebozo puesto. Al llegar a la esquina de la calle Hidalgo, miré nuevamente, y vi que la señora seguía ahí.
—¿Ahí sigue? —preguntó mi esposa.
—Sí —respondí.
Más adelante volví a mirar, pero ya no estaba. Se lo comuniqué a mi esposa. Apresuramos el paso y cuando íbamos llegando al crucero, nos la volvimos a encontrar. Esta vez por la acera donde íbamos y nomás sentí que mi señora se me pegó y me apretó la mano. Yo sentí mucho escalofrío, ni quería voltear a verla. Vi que la señora Conchita caminaba con la cabeza. Aproveché que no venían carros y caminé junto a mi esposa por el centro de la carretera, y al pasar al lado de la señora, nos volvió a saludar. Nos dijo:
—Ya mero llegan, buenas noches.
—Buenas noches, doña Conchita —me limité a respnder.
Así, llegamos a la casa. Ni mi esposa ni yo comentamos nada.
A los dos días, cuando desayunábamos, lo platicamos y compartimos lo que vimos y sentimos cada quien. Como a los dos meses, encontré a doña Conchita y me habló. La verdad, me dio miedo. Fui a ver qué se le ofrecía, y sólo me dijo:
—No andes tan noche. A veces el diablo anda suelto. Por eso los fui a cuidar.
Me dijo otras cosas que no quiero decir. Le platiqué a mi esposa, y cuando son las fiestas de San Juan, ya nos recogemos más temprano o tratamos de acompañarnos con otras personas. Esto pasó hace como unos doce o trece años.
***
Verdad o ficción, las brujas de mi pueblo existen de acuerdo a lo que platican las personas. Y de esta señora que platico en esta ocasión, hay personas que aseguran haberla visto por las madrugadas o la han encontrado haciendo travesuras o dentro de remolinos de polvo y la ven como si nada. Hay quienes aseguran haberla visto volar. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia.
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