¿Cuál es el origen de esta Guadalupana? ¿Cuándo llegó esta hermosa imagen al pueblo?
Por: Eduardo Ramos Cordero
Si son ciertos los datos que se dan de Ella, supuestamente localizados en uno de los sobrantes de tela detrás del marco de madera, tendríamos una de las pinturas más antiguas de la Virgen de Guadalupe inspirada en la original que está en el Tepeyac (en el extremo de la serranía).
Tendríamos una gran reliquia. Se está investigando, ojalá que el Señor Cura nos permita corroborarlo, pero a simple vista sin ser para nada un experto, los trazos de esta obra revelan que estamos ante una verdadera reliquia de alrededor de 1586. Sólo 55 años de distancia de las apariciones en 1531 (Coincidencia con el inicio de la construcción del Templo de Axixique).
Escudriñado en su origen, sólo pudimos llegar hasta el Obispo de Guadalajara, el doctor don Juan Cruz Ruiz de Cabañas y Crespo quien fue uno de sus propietarios. Pasaba largas horas nocturnas reflexionando y meditando profundamente frente a nuestra imagen colocada en su oratorio particular. Si el nombre de este obispo no nos dice nada, debemos saber que tuvo muchísimo que ver en el alcance de la Independencia de México.
Mientras que la mayoría del alto clero católico mexicano y el Papa Pio VII (Gregorio Luis Chiaramonti), se opusieron rotundamente a nuestra separación de España, este importante prelado envió cartas al Rey Fernando VII, haciéndole ver la sensatez de aceptar la Independencia de México. Así de sencillo, ¿para qué meternos soberbiamente en camisa de once varas si ni es el caso ni somos expertos?
Dejémoslo a quienes dominan este tema. Sólo añadiremos que este pastor estuvo al frente de la diócesis desde el 19 de julio de 1796 hasta el 24 de noviembre de 1824, fecha en que falleció. A su muerte, “nuestra” imagen se trasladó a la parroquia del Sagrario Metropolitano de Guadalajara en donde estuvo expuesto a la veneración pública en uno de los altares laterales de dicho templo, hasta que fue retirada para colocar otra en su lugar.
Fue recogida por el excelentísimo doctor don Francisco Orozco y Jiménez, arzobispo de Guadalajara.
—¡Cuántos nombrecitos pa’ una simple cristiana como yo!, ¡cuánta titulación siendo mi Dios el mero mero petatero! Por vía de Dios. La verdad que no entiendo —decía una viejecita cuando leía y encontraba tantos títulos honoríficos.
Este Arzobispo se hizo cargo de “nuestra” Guadalupana y poco más tarde la donó al señor presbítero don Víctor Rodríguez, Vicario en Ajijic desde 1940, para que la colocara en el templo, en ese entonces todavía Iglesia Vicarial.
Ésta es a grandes líneas la reseña de nuestra imagen de la Virgen de Guadalupe entronizada en el Templo de San Andrés de Ajijic.
Esta Imagen se está deteriorando a gran prisa. Aprovecho este medio para hacer un llamado y emprender algo para recuperar esta hermosísima imagen de la Virgen de Guadalupe. Si no hacemos algo unidos como pueblo, desaparecerá.
Hablemos con el señor cura, y con el Instituto Jalisciense de Antropología e Historia, porque no puede ser tocada por nadie más. Aprovechemos la presencia entre nosotros del padre Everardo, trabajador de este instituto, escritor e investigador.
Quienes estén en sintonía con nosotros hagan el favor de comunicarse.
El Lienzo de la Virgen de Guadalupe de Ajijic
Es un lienzo sobre otro lienzo, y juntos forman un tercer lienzo. Y aunque parezca a adivinanza, fíjese bien y verá que es cierto. Tiene más o menos dos metros de altura por más de un metro de ancho.
En el lienzo del fondo, dos o tres querubines asoman por entre las alas que les cubren el cuerpo sus rostros infantiles. Arriba, en el centro, a la misma altura de los querubes, el Espíritu Santo en forma “como de una paloma” indica el milagro del tercer lienzo del frente sostenido por dos querubines semidesnudos, apenas cubiertos por un paño rojo. Extasiados, miran con embeleso a Santa María de Guadalupe, impresa en la tela que sus pequeñas manos extienden. Es la virgen María de la Biblia, adoptando la fisonomía y el hermoso color moreno de los mexicanos. Es el lienzo que trata de explicar la atracción inmediata y mutua entre la Madre de Dios* y los habitantes del continente americano, especialmente los mexicanos.
(*María no es madre del Padre ni del Espíritu Santo. Decimos “Madre de Dios” en cuanto a que es madre de la segunda persona de la Trinidad, el hijo, que se hizo hombre como nosotros y al cual llamamos Jesús o Jesucristo. Es un misterio. Dios escapa a nuestra comprensión humana.)
Por los pliegues del manto que sostienen los Ángeles, caen algunas rosas de Castilla (España), símbolo del nacimiento de la raza mestiza abrazada al cristianismo católico predicado en nuestro entorno por los padres Franciscanos, como ya hemos dicho.
El primer lienzo es el lienzo que contiene a los otros dos juntos, que hacen tres lienzos. ¡Qué profundidad, por Dios! Ni yo me la creo. Véalo y vera que es cierto.
Muchas veces a fuerza de pasar diariamente por los mismos lugares los objetos decorativos, construcciones, personas, paisajes y ruidos cotidianos que nos ofrece el entorno pierden interés para nosotros. Cuando un acto es repetitivo se nos hace costumbre y nos atrapa volviéndonos seres mecánicos hundidos en la rutina, en la indiferencia. Esa rutina que lo mismo mata el amor que antes hubo, que anula por completo la maravillosa capacidad de asombrarnos ante los portentos de la naturaleza y el impresionante logro del ser humano en toda su competencia.
Algo similar sucedió con el bellísimo óleo de la Virgen de Guadalupe, empotrado en el altarcillo que está cerca del presbiterio por el lado sur. Posteriormente dada la seguridad de que no se moverá del sitio donde se encuentra desde hace aproximadamente 75 años, ha hecho que contemplarla en detalle ya no nos interese. Seguiremos santiguándonos de prisa frente a Ella, mirándola sin mirar, porque la realidad espiritual que esa pintura representa para el alma devota del mexicano vale y dice más que mil detalles.
Inmediato a la derecha, si la estamos contemplando de frente, estaba el púlpito pegado a la pared con su escalera volante inclinada que daba acceso a la tribuna, cubículo o canastilla desde donde el sacerdote decía el sermón, predicaba o arengaba.
Como anécdota curiosa, los ancianos contaban que el famoso padre Eligio Gutiérrez una vez se cayó desde este púlpito “dando con su humanidad contra el suelo. Tomaba muchito el padre Ligio. No quiso que las viejitas lo ayudaran a levantarse, se levantó como pudo y se trepó otra vez a seguir predicando”.
¡Qué cosas tan divertidas! El púlpito era blanco con molduras y bajorrelieves dorados. Su altura era más o menos de medio metro sobre las cabezas de los fieles. Por encima a una altura muy bien calculada tenía su tornavoz circular o techito con los mismos techitos como adornos, que atrapaba la voz del predicador y la repercutía clara y nítida hasta el último de los asistentes. ¿Qué tal? No existían los micrófonos, amplificadores. Vaya, ni siquiera llegaba la electricidad al pueblo todavía. Viéndolo bien, ahora somos menos ingeniosos que antes.
Muchas Gracias.
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