Crónica:
Cada año San Sebastián visita el barrio que lleva su nombre.
Domingo Márquez /Jocelyn Cantón (Ajijic, Jal.).- Pasaban las cuatro de la tarde del 20 de enero. Todo estaba listo para acompañar a San Sebastián de regreso a su capilla. Danzantes y dos niños disfrazados del santo, uno en un carro alegórico y otro arriba de un burro, éste encabezando el recorrido, esperaban ansiosos que diera comienzo la procesión.
También esperaban las tres reinas en la parte trasera de una camioneta, sayacas, hombres vestidos de mujer y señoras vestidas con atuendos mexicanos, quienes llevaban en el brazo cascarones de huevo rellenos con confeti.
Poco a poco y de manera natural, los contingentes se fueron agrupando para comenzar el recorrido. Doña Irene, la encargada de la organización de la fiesta, pedía a señores su ayuda para cargar la imagen del venerado santo, que ya iba de regreso a su capilla, ubicada en el centro de Ajijic, después de haber visitado como cada año el barrio que lleva su nombre.
Los contingentes comenzaron a tomar su lugar. Encabezaban el recorrido las sayacas, que llevaban puestos sombreros, pelucas, máscaras de papel mache y vestidos multicolor, y a lo largo del camino arrojaban a la gente harina y confeti.
Detrás de los coloridos personajes, le seguía el niño Israel Martínez, que, representado a San Sebastián, iba montado en su burro, como se acostumbraba en los tiempos del santo, quien fuera un soldado del ejército romano.
Detrás de “Israelito”, le seguía el grupo de danzantes que llevaban penachos de plumas multicolores y taparrabos, además de un sahumerio que dejaba en la calle el olor a copal. El retumbar de su tambor, cada vez más insistente, daba ánimos a las más de cien personas que iban en la procesión.
Doña Irene, la encargada de la fiesta de San Sebastián, y el catequista del pueblo, Manuel España, se veían pasar con una canasta con huevos pintados de colores, colaciones y dulces de anís de diferentes colores que entregaban a los espectadores.
En la calle Emiliano Zapata, se incorporaron tres hombres que llevaban sobre sus hombros ollas con comida. Cerca de ellos, otros tres hombres iban cargando una madera horizontal sobre sus hombros, en la que llevaban el tradicional pan Tachi-hual embetunado, ese que sólo se embetuna para las ocasiones especiales.
Cuatro hombres cargaban la imagen de San Sebastián, acompañada del tronido de los cuetes que anunciaban a los pobladores que la procesión ya estaba recorriendo algunas calles del pueblo.
Las risas de los niños que iban delante de la procesión tratando de huir de la harina que les arrojan las sayacas, avisaban en lo inmediato que la procesión “ya venía”. Las sayacas no bailaron como acostumbran debido a que la banda de música “La Nueva Banda” llegó tarde al recorrido, puesto que tenían otro compromiso.
Durante el recorrido, numerosas personas se integraron a la procesión del santo que llevaba su tradicional atuendo rojo. Para sorpresa de muchos, al arribo del santo la capilla se encontraba cerrada, y como los grandes personajes, tuvo que ser ingresado por la puerta de un costado, no sin su comitiva, integrada por los danzantes, la banda de música y más de cien feligreses. El último en entrar a la pequeña capilla fue un danzante que en su espalda llevaba tatuada a la virgen de Guadalupe, y en su pecho un águila devorando una serpiente. Llevaba, además, puesto un peculiar taparrabo hecho de corcholatas.
Ya en la capilla, sonaban los tambores y los cascabeles que los danzantes llevaban en sus pies. Con gritos de “¡Viva San Sebastián!”, y “¡Viva Cristo Rey!” se anunciaba que San Sebastián había llegado a su casa.
Ver a los danzantes arrodilladlos ante un santo español, me recordó la conquista y la aceptación de la religión por parte del pueblo indígena.
Al dejar a San Sebastián, la procesión cada vez más numerosa, llena de mexicanos y extranjeros, continúo su camino rumbo al barrio de San Sebastián, donde se iba a realizar el baile amenizado por “Parritas Musical”, pero no sin antes hacer el “papaqui”, que consiste en quebrarse los cascarones llenos de confeti en la cabeza.
La música y el baile se prolongaron hasta las once de la noche.
Fue también la despedida de doña Irene, encargada de la fiesta por más de 35 años. Hoy, está buscando quién la cupla.
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