A él nadie le enseñó el oficio de la pesca. Viendo a otros pescadores fue como se convirtió en pescador.
Por: Miguel Cerna
En la oscuridad, el lago de Chapala es lo único que se escucha. Las olas rompen el silencio. El aire sopla. Los pájaros cantan por momentos, rebelando su presencia. Son las cinco de la madrugada, y don José ya va lago adentro, cansado, pero con la esperanza de que sea un buen día, a bordo de Belén, su vieja canoa que tiene el mismo nombre que su nieta.
José es un hombre de piel morena, sonrisa amable, de estatura baja y regordete, con manos fuertes aunque temblorosas. Vive en Jocotepec, tiene 73 años de edad y 35 años de su vida los ha dedicado a la captura de tilapia, carpa, bagre, popocha, pescado blanco y mojarra, aunque dice que recientemente su actividad se ha reducido, pues sólo hay tilapia y carpa.
La pesca para don José era una actividad extra que desempeñaba a la par de su oficio, la albañilería. Hoy, por su edad, pescar se ha vuelto su trabajo de tiempo completo. Así sacó a sus ocho hijos adelante, ahora todos casados y le han dado 28 nietos.
A él nadie le enseñó el oficio de la pesca. Viendo a otros pescadores fue como se convirtió en pescador. Cuando era joven, le gustaba ver cómo pescaban, hasta que un día, armado con sus redes y necesidades, se metió al lago a pescar su estabilidad económica. Su historia puede ser paralela a la de los otros más de 3 mil pescadores que hay en el lago; mil 956 en Jalisco y mil 318 en Michoacán, según el estudio de la Comisión Nacional de Acuacultura y Pesca (CONAPESCA) en el 2010.
Aunque la luz del amanecer es escasa, no impide que el pescador recolecte los peces de la red. La experiencia le ha dado la habilidad de hacerlo “a tanteo”, como él dice. Su rutina es estricta: revisa el chinchorro a las cinco de la madrugada, termina al salir la luz del sol, a las siete, y posteriormente saca el producto para empezar a venderlo.
A las 12 del mediodía regresa, de ahí hasta que anochezca. Los peces que logra capturar los encierra en una bolsa tejida, amarrada a su canoa y bajo el agua, así ya tiene asegurado el sustento del día siguiente. Para este pescador, no hay descanso los domingos ni los días festivos. Sólo necesidades que cubrir.
En un buen día, puede pescar entre 30 y 70 kilos. En temporada de escasez, que va de mayo a septiembre, su esfuerzo sólo le alcanza para obtener 15 kilos.
Capturar los pescados no es lo más difícil. Venderlo se ha convertido en un reto, más para alguien que no tiene un vehículo para distribuirlo.
Esta situación obliga a los pescadores a buscar otras alternativas para vender su producto, aunque esto implique malbaratarlo, como don José, que lo vende a un comprador que viene de Petatán, una comunidad en el municipio de Cojumatlán de Régules en el vecino estado de Michoacán, también colindante con el lago de Chapala. Don José le vende el kilo a 6 pesos, cuando en el mercado se cotiza arriba de los 20 pesos.
En las pescaderías también se siente una baja en el consumo. “Ya no se vende como antes”, dice Leticia, una locataria del mercado Juárez de Jocotepec. Su local luce vacío, entre la variedad que ofrece, sólo figuran las tilapias y el filete de las mismas. Su familia vende en este mismo lugar desde hace más de 30 años. Han logrado subsistir gracias a que toda la familia colabora en el negocio. Su padre es quien pesca el producto.
Leticia vende de las ocho de la mañana a dos de la tarde, y en un buen día la ganancia oscila entre los 300 pesos y los 500 pesos. Otras veces sólo gana 100 pesos.
Por el contrario, don José necesita 200 pesos para sustentar a su familia día a día, aunque esta cantidad no siempre la obtiene. A veces su esfuerzo le da para más, y otras veces le queda a deber.
Poco a poco, el pescador siente cómo en 35 años la pesca le ha afectado los ojos por tanto madrugar. Se siente cansado pero no piensa en una fecha de retiro. Él seguirá pescando “hasta donde se pueda”.
Fotos: Domingo Márquez.
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