Lo de Talpa
Cronista: Gabriel Chávez Rameño
Cuántas historias y anécdotas se han escuchado en torno a las visitas a Talpa de Allende a ver a la Virgen del Rosario. En especial, de aquéllas en las que los vivos hablan con los muertos o viceversa, se dice que son almas en pena que no pagaron su manda, o que murieron en el camino. Sin embargo, se aseguran que son verídicas y que han sucedido. Para muestra, este fragmento que a continuación presente y que queda al análisis de usted, querido lector, y que es probable que usted mismo haya escuchado algo parecido. Se cambian algunos nombres de los protagonistas por así solicitarlo.
“…Se me hizo un ratito la dormida, pero en realidad eran ya las once cuando me despertaron y me quedé sorprendido al ver la cantidad de gente que pasaba a nuestro alrededor. Viejos, niños, mujeres, hombres, señoras con bebes en brazos y nadie se rajaba. Algunos pasaban rezando, otros en silencio y meditabundos, algunos caminaban aprisa y otros lenta pero constante…
Embobado por el descubrimiento que había hecho, se me olvidaron mis compañeros de viaje. Al recordar volteé a verlos, pero no los vi. Me puse un poco nervioso y apreté el paso para tratar de alcanzarlos. No muy lejos los divisé y me sentí aliviado. Al ver la cantidad de personas perdí la noción del tiempo y no supe qué hora era, y ni me importó en fijarme. Ya próximo a alcanzar a Camilo y Juan, sentí la mano de alguien sobre mi espalda. Al voltear, me di cuenta que era un anciano con cara de felicidad y alegría. Me saludó y yo le contesté:
—Me llamo Anselmo —me dijo—. Voy rumbo a Talpa, pa’ ver a la virgencita. Sabe que estoy enfermo y no me puedo curar. Ya vi muchos médicos y ninguno le atina. Tengo fe de que la Virgen de Talpa me curará, pero ya me ve; voy solo. Ni quién me acompañe. Ya tiene rato que mis familiares me dejaron, y todavía no los veo.
Yo solamente lo escuchaba y seguíamos caminando.
Don Anselmo me contó que venía de un pueblo que se llama San Luis, cerca del pueblo donde vivo, y me preguntó que cuándo me devolvería de Talpa. Le contesté que nomás llegábamos a ver a la Virgencita y nos devolvíamos. Conforme caminábamos, me platicó un poco de su vida. De la misma forma, yo le conté de la mía. Me pidió de favor que cuando regresara a mi pueblo, pasara a su casa a decirle a su familia que los iba esperar en Talpa, para que se fueran y le pidieran al padre que oficiara una misa el día de su cumpleaños, el 20 de marzo, y que ahí iba estar con ellos, para después regresar en paz y estar sin pendiente. En ese momento, no me di cuenta de lo que me dijo, hasta ahora.
—Pregunta por la casa de don Anselmo González —me dijo—. Soy muy conocido en el pueblo y rápido dará con mi casa. ¿De dónde me dijiste que eras muchacho?
—De San Juan —le respondí, y me preguntó:
—¿Conoces a don Feliciano Vergara?
—Es mi abuelo —le respondí.
—Le dices que pronto nos veremos.
—Qué pequeño es el mundo —le dije.
—No tienes idea muchacho —me respondió—. Aquí me quedo.
Cuando volteé para despedirme, ya no lo vi.
Por fin, alcance a los muchachos y entramos juntos a Talpa. Cuando llegamos a la iglesia, me impresioné al ver la cantidad de gente: unos caminaban de rodillas, otros con penitencias, pero todos con mucha fe, incluyendo a Camilo y Juan. De regreso, durante el camino, les platiqué a mis compañeros del viejo Don Anselmo y les pedí que me acompañaran a San Luis a llevar la razón que el señor me había encomendado. Definitivamente, cuando pregunté por él, rápido me dijeron dónde era su casa. Al tocar la puerta, una señora ya desgastada por los años abrió y me preguntó que a quién buscaba, y le dije:
—Traigo una razón de Don Anselmo González.
La señora me vio de una forma que nunca olvidaré. Parecía como si hubiera visto a la misma muerte. Quedé sorprendido y continué:
—Que se fueran a Talpa, que allá los iba a esperar para pasar con ustedes su cumpleaños, para que le ofrezcan una misa y…
No pude continuar, porque la señora empezó a llorar. Camilo y Juan voltearon a verme y, al igual que ellos, yo también quedé sorprendido cuando la señora me dijo:
—Mi viejito te dijo eso, el ya tiene más de doce años de muerto y precisamente murió un día antes de su cumpleaños. Había prometido celebrarse una misa en Talpa, pa’ su cumpleaños, pero, pero…
Y soltó su llanto. Esto, al parecer, se vive en el camino de Talpa en la visita a la Virgen del Rosario, hacedora de muchos milagros.
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