En vacaciones la raza de bronce saturó Ajijic y Chapala
Por: Santiago Baeza
Entre el mexicano promedio existe la creencia de que además del territorio nacional que perdimos en el siglo XIX por culpa de Antonio López de Santa Anna, hay que sumar también la pérdida de Ajijic en manos de los estadounidenses. Así es. Para muchos, Ajijic es un reducto gringo en el que se mira con ojos de “forastero” a todo aquel que no habla el idioma inglés.
Por eso da gusto que los mexicanos se hayan lanzado a la reconquista de su territorio perdido durante el pasado período vacacional de semana santa. Al grito de “viva México cabrones”, la raza de bronce saturó hoteles, inundó calles, consumió en restaurantes y ocupó cada centímetro libre del malecón. Durante una semana completa el español volvió a ser el idioma oficial de este pintoresco pueblito ribereño.
La carretera panorámica fue por unos días un émulo de la capitalina avenida Insurgentes, colapsada por una inmensa, permanente y lenta fila de turistas (los que somos de aquí sabemos que en esos días es mejor utilizar nuestras más fluidas calles empedradas). Las calles de Ajijic fueron unos acaudalados ríos de gente, la plaza y el malecón fueron transformados en recintos feriales con oferta para chicos y grandes.
Con el fin de garantizar una semana atractiva y ordenada, a pesar del tremendo riesgo que implica juntar a más de tres mexicanos en una fiesta típica, la autoridad municipal montó un operativo que consistió, además de la de la conducción de tránsito, en aumentar y ordenar espacialmente la oferta de entretenimiento y en cerrar algunas calles a los vehículos, para peatonalizarlas y extender la oferta de los negocios turísticos al espacio público.
Hay que decirlo: las medidas aplicadas fueron un éxito. Y aunque uno en momentos ya no sabía si estaba en Ajijic o en las Fiestas de Octubre, la sensación de apropiación del espacio público no sólo fue una experiencia que vivió el turismo, sino también el local. Yo personalmente disfruté mi aguamiel reposando en el sofá “vinage” de La Mezca, en medio de la calle Colón. Y los atardeceres desde el ágora del malecón los disfruté escuchando la variedad musical que animó este espacio.
El recuento final fue contrastante. La sonrisa marcada en el rostro de muchos propietarios de establecimientos al ver sus negocios saturados; la carita triste del turista que no encontró habitaciones para pasar un día más; el sentido de comunidad que involucró a los creadores y los conminó a llenar de arte las calles del pueblo, contrastan con el análisis final que el alcalde Javier Degollado soltó a la prensa: “fuimos rebasados”.
Supongo que el comentario del alcalde obedece más a un acto de humildad y mesura que a una disculpa, pues me consta que el señor y su equipo de colaboradores, por lo menos los de Cultura, Turismo, Grandes Eventos y Seguridad Pública, trabajaron durante esos días sin descansar, promoviendo una sana convivencia, derrama económica y orden durante esos agitados días ribereños.
Esperemos que esa energía y esa creatividad que este ayuntamiento imprimió a la semana santa sean constantes y repetitivos, pues no solo ponen orden al ingreso masivo del turismo, sino que también aumentan la derrama económica en la población, fomentan la apropiación y el arraigo al espacio público y entre la comunidad, pero también fortalecen la confianza del ciudadano con su gobierno. Bien por eso.
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