Por: Berónica Palacios Rojas
Un siete noviembre llegué con las manos vacías y lacerada el alma. Mi esposo cargaba una tristeza y una acuosa verdad temblaba en casa. Tu primer regazo, corazón fue un escaparate de luz que te iluminaba toda, ciega luciérnaga de alas libres.
Brotaste del mar de mis adentros, cicatriz primera. Eras un sueño antiguo, sonido de caracol y niña de ojos limpios germinaste en nuestras vidas como el maíz y el cactus. Al salir de la vitrina, con tu piel y ojos ocres, conociste sonidos de ciudad, claxon, pasos, múltiples voces, entonces reconociste las nuestras que a diario escuchabas y el amor en casa te envolvió.
Mi chupa dedo, herida de luz, manantial de amor, tú que en mi vientre platicabas con tus pies hasta el cansancio, dulce cascabel, presencia mágica que iluminaste este hogar. Niña ojos de endrina llegaste y adoptamos un rosa que antes nos era indiferente, con el pintaste todo: versos, vestidos, sonrisas, libros, encajes, collares, desvelos, libretas y la sinfonía de casa.
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