Una mexicana en Tierra de Loas
Por: Ili (México de Lejos).- Como ya lo sabrá, México de Lejos es un artículo cuatrimestral enfocado a la entrevista de gente mexicana radicando fuera del país. Sin embargo, para esta ocasión, me tomé la libertad de escribir y compartir algo diferente.
Hace un par de meses, siendo yo originaria de Ajijic, y viviendo por azares del destino lejos de ahí. Decidí embarcarme por iniciativa propia en una misión de salud que me cambiaría por completo la perspectiva en todos los sentidos.
Fui a dar a una parte del mundo que desconocía y de la cual no tenía ni la mínima concepción de lo que implicaba llegar hasta allá y mucho menos de las condiciones en las que están.
Haití, llamándola yo, la tierra de las Loas, esa enigmática isla, donde la tierra abraza al sol con estupor y donde los sonidos de caracoles se escuchan por las noches. Bufa hoy con gritos de ayuda.
Las carencias son extremas tanto en vivienda, comida, vestimenta, educación, salud… Las comunidades son segregadas y existe una marcada diferencia entre el que tiene y el que subsiste con tan poco.
La contaminación abunda en las calles y carreteras: miles de botellas de plástico, contenedores de hielo seco, y basura forran y rellenan lo que algunas ves fueron ríos que pasan entre carreteras.
En los mercados, por así decirlo, se encuentra a la venta lo que la misma gente cosecha como cebolla, zanahoria, chirimoya (una especie de tubérculo parecido al poro o la batata), papas…
Las casas son una especie de choza, que se levanta primero con una especie de armazón de palos y se recubre con una mezcla como de adobe. A falta de una cama, se duerme en el suelo. La cocina (leña) y el baño (letrina) se construyen por separado.
Para mi buena suerte, ahí viven mexicanos, que como yo, fueron con las ganas de ayudar y hoy algunos permanecen haciéndolo a diario. La Comunidad de Hermanos Maristas me extendió la invitación, me abrió las puertas, me tendió la mano, me dio refugio, me alimentó y, bueno, hasta de asistente dental, secretario e intérprete (el idioma que se habla es francés y créole), me apoyaron.
Cuatrocientos ochenta y tantos diagnósticos sólo en la comunidad de La Tibolière, realizados mayormente en niños desde el punto de vista dental, y alrededor de 750 pendientes (Dame Marie) y que no pude ir a ver, fueron más que suficientes para comprobar que la necesidad de servicios de salud en general es escasa, urgente y extremadamente limitada.
Pude hacer esto en una escuela aprovechando que los niños asistían a clases, donde algunos caminan hasta tres horas sólo para asistir, por caminos de un cerro que cuando llueve se deslava, fango resbaloso, maleza o el camino se bloquea porque se inunda; pasaron a revisión dental.
Usando una silla prestada reclinable y una mini lámpara solar, fungieron como mi consultorio oficial, en un patio al aire libre en el segundo piso que sirve de casa para los Hermanos.
Gracias a las donaciones privadas de material de cinco de mis amigos, entre guantes, cubrebocas, gasas, batas quirúrgicas desechables, cepillos dentales, muestras de champú, crema, jabón, juegos de exploración, curetas y escariodontos prestados, entre otras cosas. Fue todo mi material.
Así empecé. Sabía que debía comenzar lo más temprano posible, puesto que no me podía permitir hacerlos esperar después de clases, ya que la mayoría trabaja la tierra y a fuerza, porque o lo que se siembra es lo que se come o es lo que se vende.
Unos sólo comen una vez al día, siendo éstos los que asisten de suerte a la escuela, ya que los Hermanos les ofrecen los alimentos.
Además, tenía los días contados, y dentro de mis metas era cuantificar exactamente las condiciones, lo requerido, la cantidad del tipo de material necesario para poder tratar caries, saber cuántas extracciones, detartrajes, topicaciones de flúor…Debía obtener un consenso general.
La meta se logró, al menos en una comunidad, e incluso pude hacer varios detartrajes y el material se agotó. Ahora debía emprender el largo viaje de regreso.
Pienso volver y voy a hacerlo, porque lo dije y quiero. No importa si soy el único proveedor de salud en esta misión de nuevo. Si mis recursos son limitados y si no puedo ver a todos en cada viaje.
Haití me dejó con el alma preocupada, el corazón tenso y una urgente necesidad de saber que puedo hacer algo. El compromiso que sola me he impuesto será el comienzo de un largo, difícil y contencioso trayecto, que sé que por más mínimo que el resultado sea, el impacto será positivo.
México, siendo un país pobre, es un imperio comparado con lo que vi.
Agradezco a quienes formaron parte de esto, directa o indirectamente, porque sin ustedes nada de esto hubiera sido posible. Ustedes al ayudarme a mí, ayudaron a cientos.
A mis amigos: Cindy Yee, Paola Rey, María Soto, Eddie Chong, Michelle Negreros y a toda su Familia.
Al Provicial Miguel Ángel Santos Villareal, a los Hermanos Maristas: H. Alfredo Alba, en especial por invitarme, confiar y creer en mí; H. Joseph Jean Pierre, H. Rafael Álvarez, H. Antonio Cavazos, H. Jean Claude, H. Sergio Cáceres, H. Luis Enrique Rodríguez, H. Gustavo Cerda, H. Wilguins, H. Parnel Cesar, H. Bricely Joseph, los Maestros…
Extiendo abiertamente la invitación para su participación a todo el profesional de salud y a todo aquel que quiera ayudar; la Oficina del Semanario Laguna sabe cómo puede contactarme.
Por alguna desconocida razón, el destino presenta la oportunidad. A veces no todo tiene sentido; el poder ayudar y hacerlo, es una decisión y una opción para todos.
El apunte:
Los lugares visitados fueron: Le Caye, Jeremie y La Tibolière, a unas de ocho horas de camino por carretera después de Puerto Príncipe.
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