CIRCULA POR DONDE TE AGRADE
En México, la democracia instaurada como su forma de gobierno propicia una libertad abundante, completa y total en comparación con naciones en las que su gobierno restringe a sus habitantes de poder opinar, actuar, exigir e incluso las mantiene dentro de su límite territorial haciendo casi imposible el poder salir.
La libertad que se nos ha otorgado y a la que tenemos derecho como individuos dentro de una sociedad democrática únicamente se limita al cumplimiento de una serie de reglas que mantienen en cordialidad la convivencia entre seres humanos y son de producto de las costumbres que las sociedades imponen a sus integrantes para vivir en paz.
En los últimos años, hemos llegado al punto crítico en el que esta libertad social parece ser demasiada y sin ningún tipo de obstáculo que la frene. Un claro ejemplo, es el descontrol vehicular al que debemos enfrentarnos todos los días a cualquier hora y que ha aumentado en la última década.
En teoría, todas las calles del pueblo son marcadas con una flecha cuya función es indicar la dirección en la que debe dirigirse cualquier vehículo con el fin de agilizar el tránsito. El gobierno al mando realiza el acomodo de la vialidad y éste debe ser respetado y cumplido por los habitantes (quienes en caso de estar en desacuerdo, tienen el derecho de proponer un cambio), además de otorgar a un grupo de personas, con el título de Policía Vial, el poder de reprender a quienes no cumplan con el reglamento. Sin embargo, los últimos días me he cuestionado la existencia de esta policía encargada, pues cada vez es menos frecuente encontrarla llevando a cabo su función.
Como consecuencia de esta ausencia, hacemos uso sin medida de nuestra libertad de manera que elegimos cumplir o ignorar las leyes. Nos encargamos de asumir el puesto, las funciones y beneficios de dicha autoridad por lo que nos otorgamos el permiso de quebrantar las reglas o el poder de reprender a quienes lo hacen.
Es sencillo suponer que nada pasa mientras nadie nos ve convertir una calle de sentido único en una de doble, especialmente si la prisa o la desvergüenza son las que conducen y llevan el control del vehículo. Lo importante es llegar a nuestro destino y lo que poco o nada importa es encontrarnos con otro conductor al que le podríamos bloquear el paso, especialmente cuando se trata de una calle angosta que conduce directamente a la plaza o al mercado.
Somos perfectamente capaces de exigir nuestros derechos y el cumplimiento de las leyes en tanto éstas nos beneficien, pero olvidamos nuestros deberemos como parte de la sociedad, dejamos a un lado nuestra participación activa y responsable, especialmente si demanda algún tipo de esfuerzo.
Es decepcionante saber que éste es el entorno en el que un pueblo que gozaba de cierta tranquilidad se desenvuelve ahora de forma cotidiana y su percepción del orden esté perdida.
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