Recuerdo perfectamente el día en que comencé a sentir los síntomas del dengue. Fue justo en aquella época en que se dio a conocer el virus H1N1. En ese entonces nombrado con el elegante término de “virus porcino”. Era una época de mucha paranoia y escasísima información.
En ese tiempo, yo tenía un cubículo estrecho en el área de asesores de la Secretaría de Educación de Jalisco. A media mañana sentí cómo mi cuerpo entró de pronto en una especie de crisis de debilidad, al grado de que en un momento creí que terminaría por desvanecerme. A duras penas logré salir de mi entorno burocrático, subir a mi automóvil y dirigirme a mi hogar.
Las siguientes dos semanas las pasé recostado. Mi ingesta de paracetamol, para sobrellevar los incómodos dolores en distintas partes del cuerpo, era tal que mi aliento y mis eructos también sabían a paracetamol. Adelgacé tanto en tan poco tiempo que a una amiga que fue a visitarme se le rozaron los ojos cuando me vio. Luego me confesó con algo de pena que aquella vez creyó que me iba a morir.
No suelo ser muy enfermizo y mis visitas al hospital han sido contadas con los dedos de una mano de carpintero (suelen faltarles uno o dos dedos) y siempre de entrada por salida. Aunque fumo cerca de una cajetilla al día, ni siquiera soy propenso a las gripes. Por eso quizá es que en mi caso es el dengue mi peor experiencia en términos de salud.
Por eso me parece preocupante la reciente escalada de casos relacionados con este virus en la ribera de Chapala. Según nuestras autoridades, la cifra es de doscientos cuarenta casos. La realidad es mucho más sombría, pues yo personalmente conozco casos que no están contabilizados e incluso hay médicos particulares que han visto muchos otros casos sin que se hayan reportado. Es decir, el número de casos es superior, pero no existe la forma de corroborar los datos con exactitud.
Si bien en Ajijic y gracias a las nuevas tecnologías hemos sido testigos virtuales de las acciones concretas de la delegación al respecto (Chuni tiene la habilidad de vaciar depósitos de agua estancada con una mano mientras hace “streamings” desde su celular con la otra mano), la preocupación sigue vigente entre no pocos pobladores ante la escasa o nula información en otras comunidades, como lo es la de San Antonio Tlayacapan.
Resulta que en San Antonio algunas mujeres madres de familia han comenzado a alzar la voz y a solicitar más información y acciones concretas por parte del municipio, pues consideran (y tienen razón), que existe la necesidad de revisar el margen del lago en esa zona, ya que por ser un humedal, existen mayores posibilidades de que haya agua estancada en los márgenes del lago, con lo cual se podría fomentar la incubación de huevos y larvas del móndrigo aedes aegypti.
Pero no todas las acciones son responsabilidad de la autoridad. Cada uno como vecinos y potenciales víctimas del virus podemos hacer mucho al respecto. Nos corresponde vigilar que en nuestra vivienda no haya posibles focos de propagación, evitando la existencia de recipientes que tras las lluvias puedan tener agua estancada. También es muy importante que nos protejamos y reduzcamos las posibilidades de cualquier piquete de mosco. Para tal efecto existen infinidad de opciones: pantalón y manga larga para reducir la piel expuesta; repelentes químicos y orgánicos; mosquiteros en el hogar; e incluso para los ociosos está la raqueta eléctrica que les permite la experiencia sádica de electrocutar al insecto.
Lo que sí es muy importante, es que todos nos tomemos con seriedad esta situación, que a su vez es un problema creado por nosotros los humanos, pues nuestra irresponsable influencia en el aumento de la temperatura global es la causa de la migración del mosco. Nos toca desde revertir las causas, hasta propiciar entornos saludables para evitar la propagación, no sólo del dengue, sino de otras posibles enfermedades que se suman a la lista y de las que ese mismo zancudo es posible portador.
Los comentarios están cerrados.
© 2016. Todos los derechos reservados. Semanario de la Ribera de Chapala