El Panteón de Chapala es su segunda casa, escuchar historias de muertos y ver osamentas es parte de su cotidianidad.
Francisco sobre la lápida en la que encontró al señor que «todavía tenía carnita» o en una lápida realizada por él. Foto: Manuel Jacobo.
Manuel Jacobo (Chapala, Jal.). – Granito, mármol, florero, libro, placas, lápidas, osamentas, tumbas, son palabras de herencia familiar. Francisco Javier Barajas es lapidero, su abuelo es el referente más cercano que él tiene “desde que se hacía las lápidas de cantera” y actualmente les da forma a las piedras en la ribera de Chapala.
Barajas es oriundo de Michoacán, de un pueblo que ha cambiado en tres ocasiones de nombre y que es más conocido como Venustiano Carranza. Llegó a Chapala cuando tenía un año de edad y desde entonces ha vivido al lado del lago más grande de México.
Francisco es de estatura baja, moreno, sonriente y de entre su cabello brota una que otra cana, mismas que muestran haber vivido su medio siglo. Lleva trabajando el arte de labrar piedra casi 18 años y éste lo ha combinado con su trabajo de albañil. Hace 22 años le fue a hacer una casa a su tía en Sahuayo, y ahí su tía lo motivó para seguir con el trabajo que realizan sus familiares en Michoacán en sus distintos negocios: Lápidas Sahuayo, Monumentos Sahuayo, Monumentos la Piedad.
El arte de labrar piedra lo empezó haciendo lavaderos. “Pero a los lavaderos no le sacas mucho dinero, le inviertes mucho material y mucho trabajo y son baratos en las ferreterías”, por lo que decidió seguir con la tradición familiar.
Realizar una lápida, un florero o un libro lleva por lo menos 3 días de “sacarle brillo a la piedra”, por lo que él trabaja cuando puede, y asegura no tener tiempo de ocio. “En mis días de descanso me pongo a hacer diseños de nuevas lápidas, para que el próximo año pueden estar en el catálogo”.
Pese que sólo estudió hasta el tercer grado de primaria, sus habilidades para trabajar las matemáticas y el uso de las medidas exactas han hecho que sus trabajos sean requeridos por los americanos, realizando para ellos trabajos en chimeneas u otros.
Una tuba del cementerio de Chapala. Foto: Manuel Jacobo.
En el mes de agosto comienza a trabajar duro porque se acerca noviembre y él debe tener lo necesario para los pobladores, aunque en realidad vende todo el año o días festivos, por ejemplo: el día de la madre “vienen a comprar un florero o una plaquita”, pero hay ocasiones en los que no se vende nada en tres meses y debe tener un “guardadito” para poder sobrevivir en esos días, o en el peor de los casos combina su oficio de albañil para solventar los gastos familiares.
Actualmente no tiene complicaciones porque trabaja como director de Cementerios en el municipio de Chapala. Disfruta de su trabajo porque está en lo que más le gusta y desde ahí se siente feliz.
Francisco tuvo 19 hermanos, siete de ellos ya murieron, por lo que ahora ha decidido tener sólo dos hijas y sus nietos serán los encargados de seguir con el arte de labrar la piedra. Para sus nietos ya es normal correr sobre las tumbas y convivir con lápidas pese que nos le ha tocado aún convivir con osamentas como lo ha realizado él.
Entre sus recuerdos mantiene muy presente uno de ellos, cuando realizó una lápida y tuvo que sacar los cuerpos de una pareja: uno con 35 años de muerto y el otro con 38. “El de 38 años todavía tenía carnita y la mujer ya estaban los puros huesitos”.
Francisco tiene 35 años de casado y entre los recuerdos de su niñez se encuentra está presente cuando se iba a nadar en el lago. Sus padres vendían por el malecón de Chapala cuando llegaron a la ribera, vendían pico de gallo y fruta picada.
Pese que no tiene miedo por la labor que realiza, él tiene respeto. Lo que más le ha sorprendido de su trabajo, es que tres personas que ya han fallecido le han ido a comprar productos y hasta el momento de querer entregar y preguntar por las personas, es cuando se da cuenta que las personas ya han muerto.
Las lápidas que Francisco realiza son muy conocidas y su trabajo ha recorrido varios países en los que se incluyen distintos lugares de Estados Unidos, Francia e Inglaterra. El costo de una lápida es de 15 mil hasta 70 mil pesos de granito, o 120 mil pesos por un mármol y de éstas es muy baja la producción. En Chapala no ha colocado ninguna y mientras que en la ribera ha colocado cuatro.
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