Aunque antes le tenían que “cuidar las manos”, ahora ya no pasa lo mismo. Puede pasar seis horas, ocho o el día completo disfrutando lo que ellas ahora pueden hacer: bolsas bordadas
Héctor Alejandro Jiménez Zermeño realizando uno de sus bolsos. Foto: Manuel Jacobo.
Manuel Jacobo (Ajijic, Jal).- Sus manos le dieron todo: antes la posibilidad de robar; ahora la posibilidad de tejer bolsas, su vida, su presente y su futuro. Héctor Alejandro Jiménez Zermeño nació en San Luis Potosí, y a los siete años fue traído a Ajijic, pueblo natal de su madre Enriqueta Zermeño.
“El chango”, como es conocido por el barrio de las Seis Esquinas, en el poblado de Ajijic, tiene la tez blanca de su piel, sobre su mano izquierda porta un reloj negro y sobre la izquierda una cadena plateada. Ahí, a un costado, se encuentra un pequeño tatuaje que describe su pasado: tres puntos de la vida loca.
Después de visitar cinco centros de rehabilitación y no ver progreso, finalmente, fue sorprendido robando en una casa y recluido en el Centro de Reinserción Social. El robo a casa habitación en Chapala es un delito que ha mantenido en alerta al municipio, pues en 2013, se presentaron 93 casos y hasta agosto del 2016 van 64 casos.
Aunque antes le tenían que “cuidar las manos”, ahora ya no pasa lo mismo. Puede pasar seis horas, ocho o el día completo disfrutando lo que ellas ahora pueden hacer: bolsas bordadas.
Sus manos se abren paso desde la mañana, sentado sobre un pequeño banco, coloca una base de madera (molde) y una tabla pequeña para que sus manos comiencen a tejer las bolsas que le ofrecen libertad y el escape de la realidad que él vivió.
Se gana la vida con lo que sus manos transforman. Sus bolsas, que van desde los 80 hasta los 450 pesos, le dejan una ganancia de 100 ó hasta de 200 pesos. Eso considerando que le invierte casi todo el día para hacerlo, y que también depende del tamaño, eso sin contar que tiene los costos más bajos de Ajijic, aseguró.
Aprendió a hacer bolsas en prisión, lugar que le enseñó a valorar la vida y más que nada la libertad: “Extrañaba la comida, la libertad y a mi hijo”, así se la pasó cinco años, desde que tenía 27 años.
Ahí, en la prisión, valoró lo que su madre le decía y se hizo fuerte. Conoció que sobre una celda no existen los amigos. “Nadie de mi barrio, de con los que me juntaba, nadie, me fueron a ver” (sic). Su madre en un principio lo visitaba cada 15 días, y le dejaba desde 250 a 300 pesos, lo que ascendía a un gasto mensual de mil 200 pesos.
Después comenzó a laborar, su madre lo visitaba cada mes. En prisión la vida es costosa, pues para sobrevivir se necesita trabajar y el comer es costoso; un refresco, por ejemplo, puede costar casi 50 por ciento más que su costo original.
Algunos de los bolsos que realiza Héctor
El consumo de cristal lo llevó a cometer estos delitos en repetidas ocasiones, por lo que le dictaron siete años y nueve meses de prisión. Ahora, después de cinco años, obtuvo la posibilidad de regresar a casa bajo la condición de que si la familia lo reportaba, él regresaría a su celda. Por ahora seguirá visitando la presidencia municipal para firmar durante dos años y nueve meses más.
Su comportamiento y dedicación al trabajo fue lo que lo hizo obtener su libertad, pues en prisión terminó su secundaria, estudió electricidad y aprendió a bordar fajos piteados y bolsas para dama. Ahora quiere concluir su preparatoria por lo que ya fue al DIF a pedir informes para que en un futuro pueda tener un empleo en caso de ser necesario.
En Ajijic existen cuatro barrios de cholos que han marcado a la población. La mayoría defiende su barrio pese a que actualmente ya no son tan numerosas como antes. Cuando Héctor formaba parte, había 150 adeptos; ahora los jóvenes siguen ahí y sobre todo siguen consumiendo drogas como el cristal, droga que destruyó a los “compas” del “Chango”.
El cristal ha sido considerado como la tercera droga de más alto impacto por el Sistema de Vigilancia Epidemiológica de las Adicciones (SISVEA) en 2015. Esta droga destruyó al Chango; cuando ingresó al Centro, pesaba menos de 54 kilos y él ve que varios jóvenes están igual. Los distingue por su apariencia, su olor, los granos sobre su piel y las manchas que en su momento él tuvo.
La droga llamada cristal hizo que Héctor cometiera delitos y mientras él estaba en prisión, en 2015 en el Estado de Jalisco aumentó hasta el 30 por ciento su consumo en los jóvenes.
Pese que ya no quiere saber de barrios porque considera que “el barrio se cuida limpiándolo” y no como él creía, cuando se juntaba para pelear contra los de la montaña y robar.
El cristal lo hizo tener delirium tremens, los delirios de persecución lo hicieron perder todo. Perdió las ilusiones, no quería saber de nada que no fuera robar y drogarse. Así perdió su vida, su pareja y su libertad.
Ahora su familia está contenta y le tienen confianza. “Ya no me cuidan las manos”, ahora su madre puede dejar su bolso de dinero que consigue como terapeuta física sin la preocupación de que él lo va a tomar.
Pese que disfruta hacer bolsas porque lo considera un trabajo independiente, no descarta la posibilidad de trabajar en alguna empresa ya terminada la preparatoria o trabajar como mesero en algún restaurant.
“El Chango” no descarta tampoco la posibilidad de dar talleres para tejer; mientras tanto, él seguirá tejiendo su futuro sobre la carretera Chapala-Jocotepec (oriente) número 17 a un costado de pinturas prisa.
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