Así es la vida de un hombre que llegó a Chapala buscando el calor de sus padres, y que lo único que ha encontrado es la migración, marginación y problemas legales
“Se llevaron las cosas de ella; las mías no. Yo hasta azoté de la impresión. Yo la herramienta fue la que se llevaron: la escalera y así herramientita pues de trabajo, pero de ella sí se le echaron a perder todas sus cosas” (sic) Foto: Manuel Jacobo.
Manuel Jacobo (San Antonio Tlayacapan).- Aunque muchos oriundos de Chapala no conocen El Jagüey, ahí, muy cerca de la represa, vive don Fidel Ledezma Suárez. Su humilde hogar se encuentra dentro del polígono de la comunidad indígena de San Antonio Tlayacapan.
Desde su hogar, el paisaje se impone. En los atardeceres, los amaneceres y durante todo el día parece tener una postal de Chapala. Desde ahí, la mancha urbana se ve. Las casas que contrastan con la suya le recuerdan lo cruel que es la sociedad. Ahora bien, gracias a su trabajo, él no forma parte de las estadísticas de Jalisco (más de 104 mil adultos mayores solos o abandonados).
Don Fidel apareció en Chapala por primera vez hace 50 años. Venía buscando a su madre, quien trabajaba en el hotel Nido —que ahora alberga la presidencia municipal de Chapala—. La necesidad lo hizo emigrar porque en El Tepehuaje, una comunidad de Tuxcueca no había oportunidades.
Emigró hace 50 años a Chapala. Después de vivir 20 años en la mancha urbana, decidió irse a vivir al cerro para cuidar sus chivas y sembrar. Fidel tiene 30 años viviendo sobre los cerros que forman parte del Área Natural Protegida. Tiene dos hijas: la menor —que vive bajo la sombra de su casa— la conocen como “Blanquita”, tiene 30 años y tiene problemas de discapacidad.
Eloísa Sosa Barragán contrajo matrimonio con Fidel hace 42 años. Desde entonces lo ha acompañado en su travesía. Consiguieron un lote en la parte ejidal de Chapala. Tiempo después llegaron a un acuerdo con la comunidad de San Antonio Tlayacapan, en el que se le dotó de una hectárea de tierra con la condición de que cuidara y mantuviera la cerca del lindero que divide al ejido de la comunidad. Desde entonces, él miró cómo unos ejidatarios se llevaron parte de la cerca en sus camionetas y el resto le ha dado mantenimiento.
Sobre ese pedazo de una hectárea, Fidel y Eloisa tienen chivas, las cuales cuidan para obtener leche. Con la leche que obtienen hacen queso y venden pajaretes a varias personas que los visitan. Es su única entrada de ingresos económicos para sobrevivir.
Eloísa dice que “a nuestra edad ya nadie nos contrata”, por eso han decidido vivir en la parte del cerro. Su situación es grave, la joven con discapacidad dejó de recibir terapia porque le resultaba muy costoso y pesado tener que cargar a Blanca María hasta la ciudad de Guadalajara, pese que ahora una persona les ha regalado su silla de ruedas.
Fidel tiene dificultad para mover su pie. Casi no se mueve del lugar donde se encuentra sentado. Para mostrar el daño y la poca movilidad de su pie, nos muestra las botas nuevas que ahora le han regalado, porque sus zapatos viejos ya no servían. Su rostro, que apenas se asoma de entre su cachucha azul, muestra cansancio y dolor.
Su hogar está construido con algunos muebles viejos. Hay dos sillones al ingreso de su casa. Al llegar los casi diez perros que tiene, te reciben con ladridos, te mueven la cola y te rodean; son sus guardianes. El área para dormir no tiene muros completos. Su techo es de láminas. Es un pequeño sitio que sirve de dormitorio, cocina y sala.
Por cruda que parezca la realidad y pocas las pertenencias que él tiene, hace algunos años le fueron despojadas de su espacio. “Venía Óscar Anaya, Joaquín Huerta y Miguel Martínez”, llegaron con 14 estatales, la mayoría de pertenencias que se llevaron eran de Eloísa. “Se le echaron a perder todas sus cosas”.
Primero hicieron una demanda, la audiencia —de la que nunca fue avisado Fidel— se llevó a cabo sin su presencia. Por tal motivo las autoridades procedieron al desalojo. No había motivos para hacerlo, porque las tierras por las cuales le amputaron el delito de despojo, son parte de las tierras ancestrales de la comunidad indígena de San Antonio Tlayacapan, avaladas y sustentadas desde título primordial de 1797 —que por cierto se realizó un estudio que acreditó su autenticidad.
“Se llevaron las cosas de ella, las mías no. Yo hasta azoté de la impresión. Yo la herramienta fue la que se llevaron: la escalera y así herramientita pues de trabajo, pero de ella si se le echaron a perder todas sus cosas” (sic). Entre las cosas que dejaron fueron sus animales y las “monas” de rastrojo que tenía dejar 22 y dos las tiraron.
Cabe señalar que los documentos que se realizan bajo algún notario y que son de pertenencia de una comunidad indígena, no tienen validez alguna. Sin embargo, hay muchos documentos que se han realizado en la zona y que han servido para crear conflictos.
Para detener la atrocidad, la comunidad de San Antonio interpuso un recurso legal que debió ser atendido antes de hacer cualquier desalojo y no fue así. A todo esto debemos sumar el aprovechamiento de los abogados que se aprovechan de la falta de estudios de la gente para sacar provecho de ello, o algunos otros que prometen ayudar y no lo hace, como lo hizo Sergio Gutiérrez que le dijo lo ayudaría y le dejó a la deriva.
Derivado de esta situación legal, don Fidel obtuvo su libertad condicional, por lo que debe ir a firmar cada mes. Cabe señalar que por su condición de salud tiene que apoyarse de un taxi para que le lleve hasta el CEINJURE, el cual le cobra 200 pesos para poder ir a firmar.
Mientras don Fidel nos cuenta su travesía para llegar al penal, Eloísa brota unas lágrimas y nos cuenta que esos 200 pesos los puede usar para comer, Blanquita pide más sopa para comer y su madre retira el rostro mojado.
La situación actual es dura. Fidel no puede sembrar como otros años lo ha realizado. No tiene semilla para hacerlo, todo en comida y gastos se ha ido. Eloísa no ha podido dejar su casa y su hija para salir a vender sus quesos de 50 pesos a Chapala, por lo que cuatro de sus preciados productos esta semana se quedarán en casa y la posibilidad de obtener 200 pesos para comer se reducen.
Pese que han intentado obtener ayuda gubernamental como el programa 60 y más, no les han podido dar. El único programa social que tiene don Fidel es una ayuda de 900 pesos bimestral para una despensa.
Don Fidel y Eloísa se ven cansados, piden que se acabe el juicio porque no tienen a dónde ir, y de irse a Chapala, no tendrán casa ni comida. El predio que tienen sobre el ejido de Chapala parece ser que lo quiere como pago uno de sus abogados.
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