Con dificultades que le puso la vida, su esposo y hasta sus colegas, hoy estudia la Licenciatura en Enfermería
Amalia ha sido ama de casa, afanadora, partera y enfermera.
Manuel Jacobo (Chapala, Jal). – No hay oriundo de la cabecera municipal que no la conozca y la salude al pasar. Se trata de la enfermera y partera Amalia Morales Gutiérrez, quien tiene 65 años, pero su corazón parece más joven. Y aunque se considera una mujer común, su lucha y entrega la ha hecho sobresalir.
Amalia no sólo ha ayudado a parir a decenas de mujeres chapalenses, también ha trabajado de enfermera por 20 años en el Centro de Salud Chapala. Su entrada a la enfermería fue por puro gusto, pues su marido Feliciano Antolín Beltrán, con quien procreó ocho hijos, la sentenció diciéndole que si no cumplía con las labores del hogar no la dejaría trabajar.
Sin embargo, en aquellos años, la precariedad era su pan de cada día. Ella estaba embarazada y sus suegros le brindaban maíz para que sus hijos tuvieran un taco que llevar a la boca. Ella iba al Rancho de los Perales para conseguir “muñiga” (estiércol de toro) para cocinar, ya que a veces no tenía ni petróleo o leña para hacerlo.
Cuando tenía apenas 20 años, decidió dejar las coquetas enormes que colgaban de sus orejas por unos aretes apenas visibles que actualmente porta justo al corte de cabello discreto. Ese cambio marcó su vida por completo: incursionó en el mundo de la partería y de la enfermería.
Cruz Roja Delegación Chapala le abrió las puertas gracias al médico Ángel Orozco, donde se desempeñaría como afanadora con un sueldo de 150 pesos a la quincena; sin embargo, las limitaciones académicas de su esposo le dificultaban a él conseguir trabajo, aunado a que perdió la vista de uno de sus ojos.
La enfermera Guadalupe Casillas Torres la instruyó en la noble labor: le enseñó a aplicar inyecciones, a canalizar, a colocar sondas y lo básico del oficio. Fueron cómplices y colegas.
Aprender era fácil, lo que no fue tan fácil era levantarse temprano, cocinar y llevar de comer a su marido con su bebé cargando antes de llegar a Cruz Roja.
Su segundo cómplice fue la doctora Josefina, quien le enseñó el trabajo de partería. Ahí aprendió por las noches mientras que en las mañanas iba a casa a cumplir con sus labores del hogar.
Al concluir su trabajo en Cruz Roja, decidió trabajar con el médico Sergio Ibarra, donde le hicieron firmar una carta de renuncia laboral para no pagarle su despido después de haber trabajado con él por varios años.
Su entrada el Centro de Salud vino después de ese proceso. Ahí por más de 20 años ha conocido generaciones completas, algunos de ellos llegaron al mundo gracias a sus conocimientos y destrezas.
La emoción brota de su cuerpo cuando narra su trabajo, pese a que es la encargada de poner vacunas a los menores y las lágrimas son comunes, ella sonríe. Aunque todos la tienen referencia de ella, pocos la conocen, no saben que es una amante de la música ranchera.
Amalia Morales Gutiérrez recuerda el sufrimiento y sonríe a la vez. El aprendizaje obtenido lo supera todo. Su sonrisa parece ya marcada en su rostro, los pliegues no son por el paso de los años, son los guiños que no se quitan.
A sus 65 años sigue estudiando. Al principio su aprendizaje fue adquirido de forma empírica, ahora en la Universidad de Guadalajara lleva dos años estudiando la Licenciatura en enfermería, pero asegura que la práctica le ha brindado más herramientas en la profesión.
Sentada a las afueras de la capilla del Carmen donde siempre llega después de culminar su jornada laboral menciona que “Si ese Centro de Salud supiera hablar, muchas cosas que te contaría”.
Pero no omite contar que de una maleta negra saca unos documentos, una radiografía, una copia de una cartilla de vacunación y empieza a contar que el hostigamiento laboral que no cesa.
El 19 de julio fue acusada falsamente por sus superiores, entre ellos su director, José de Jesús González Rodríguez, de haber colocado mal una vacuna, lo que le costaría un cambio de área.
“No quiero que me quiten de vacunas”, por eso no quería hacer nada ante las acusaciones falsas, sin embargo, una compañera de trabajo la motivó y el pasado 3 de agosto de 2018 comprobó ante la Región 4 La Barca que no se trataba de una mala aplicación de vacuna.
Sus compañeros de trabajo indicaban que la menor tenía un brazo hinchado por la mala aplicación, pero no. La radiografía comprobó que ese día la niña tenía una fractura en su brazo y la mamá apoyó a Amalia. Pudo haber perdido su trabajo pero no fue así.
Pese a que no es la única vez que pasa por esta situación donde le adjudican la mala aplicación de vacunas, ella sonríe porque la gente cuando sale a las campañas sigue acudiendo a su llamado.
Ahora también acusa a su director, José de Jesús González Rodríguez, de no apoyarla y de obstaculizar sus labores. Durante 20 años tuvo las llaves del Centro de Salud para permitir el paso de la gente por las mañanas. Ahora le retiraron y la gente debe quedarse afuera hasta el horario de entrada.
Ella pide que la dejen laborar, y, como siempre hará su trabajo sin importar si el resto del equipo lo hace, para ella es importante hacerlo bien pues responde por su trabajo propio.
Aunque tiene dos reconocimientos: uno el 6 de marzo de 2015 por su trayectoria de 27 años en su labor, y otro el 27 de octubre con 20 años de labor y el Galardón al Mérito Chapalense (dice que en ambos casos no le reconocieron todos sus años exactos de labor), el mayor reconocimiento es el de la gente.
Su sonrisa no parece apagarse, pero se dice deprimida por la situación laboral y por la muerte de su familiar, el comunicador Felipe Antonio Morales “el Chapalense” y otros percances con su familia.
Por ahora espera el momento para poderse jubilar y disfrutar de sus seis hijos, 15 nietos y sus bisnietos.
Los comentarios están cerrados.
© 2016. Todos los derechos reservados. Semanario de la Ribera de Chapala