El Tecolotito
Por: Santiago Baeza.
A los catorce años sepulté la formación católica que me habían impuesto mi padres para abrazar el ateísmo materialista. Agobiado por mis incongruencias y dudas, casi a mis cuarenta años de edad decidí abrirme a una vida espiritual íntima, ajena a las normas, reglas y mitos que ofrece la religión.
Acudí a filósofos orientales, a místicos, brujos y hierberos. Participé en ceremonias de muy diversos ritos y creencias. Aprendí a meditar durante horas y horas, e incluso en algún tiempo hasta hice yoga.
En parte por eso decidí regresar a la ribera de Chapala. Encontré que la ciudad, ese seductor monstruo de asfalto, ruido y distracciones, no era el mejor lugar para encontrarme conmigo mismo.
Recibir el amanecer a la orilla del agua, escuchar el graznido de las aves que anuncian la salida del sol y el oleaje al mismo tiempo; subir a la montaña y desde arriba redescubrir la inmensidad del lago; y por supuesto, el temazcal.
Aquí hay una comunidad relativamente grande de usuarios de baños de vapor prehispánicos, divididos en tres vertientes: los que practican el ritual mesoamericano (temazcal), los que se rigen bajo el ritual de los sioux lakotas (inipi) y a los que les vale madre y hacen una mezcla de los dos.
Desde que me mudé por primera vez a la ribera tuve acceso al temazcal. No fue mi primera experiencia, pues antes, en Guadalajara ya había participado en una ceremonia de danza que concluyó al alba, con uno de estos baños rituales.
Pero en Ajijic sí tuve acceso a una versión lo más apegada posible a las costumbres originales de Mesoamérica, defendida y propagada por el guardián de esa tradición en el municipio. Siempre Katuza ha estado presente en mis ceremonias, ya sea de forma física, dirigiendo las puertas, o ya bien en nuestras peticiones, pues invariablemente se le agradecen su labor y sus enseñanzas.
Hace algunos meses, a mí y a un puñado de gente que como yo ha emprendido su propia búsqueda, el destino nos entregó la responsabilidad de crear nuestro temazcal, usarlo, cuidarlo y difundirlo, ya sea a través de su lado espiritual, o ya bien desde su parte medicinal y curativa (de esto hay mucha información), e incluso como una pintoresca experiencia cultural antropológica
En mi caso, además de las tres opciones anteriores, el temazcal me ha dado disciplina. Además, cuando no hay visitas, le subimos un poquito más al termostato para que el vapor ardiendo y luego el baño de agua helada al salir de cada puerta para que nos de templanza y resistencia.
En las faldas del cerro del Tecolote, arriba del poblado de Chapala, estamos creando una pequeña comunidad. De alguna manera giramos en torno al temazcal, pero además nos une la creatividad, el gusto por el arte y por supuesto, la amistad. Incluso me atrevo a asegurar que con el tiempo de ahí vendrán otro tipo de proyectos, ya sean culturales o sociales.
A mí la misa no me funcionó. Desde la adolescencia me parecía ridículo tener que ir todos los domingos y heme aquí, cada domingo acudiendo al temazcal. Lo bueno es que nadie me lo impuso, pues lo hago por gusto.
Los comentarios están cerrados.
© 2016. Todos los derechos reservados. Semanario de la Ribera de Chapala