El Pana vive en el Barrio del Tepehua, junto a su madre y su hermano menor, desde ahí prepara su libro de poesía que lleva por nombre “Una noche con la luna”
Manuel Jacobo (Chapala, Jal).- Vendiendo tacos, pulque, tepache, pozol, elotes, libros, fotografías o dibujos, así ha pasado sus días el Pana desde que dejó las pandillas y el mundo de la violencia en el municipio de Chapala.
Luis Mauricio Rodríguez Zaragoza, el Pana, muestra una mueca de alegría al nombrar el libro que más le gusta: Rayuela, de Julio Cortázar, o como él la llama: la historia fragmentada. Postrado sobre el malecón de Chapala, entre las olas y los sonidos de aves, con sus ojos semicerrados, echa al viento una de las frases célebres de Julio Cortázar: “andábamos sin buscarnos, pero sabiendo que andábamos para encontrarnos”.
Su amor por la literatura lo heredó de su padre, José Luis Rodríguez; de su madre, Apolonia Zaragoza, aprendió el gusto culinario, fue ella quien le enseñó a cocinar y a preparar bebidas, pero sobre todo la honradez de trabajar para vivir bien.
Mauricio Rodríguez es de estatura mediana, tez morena y cabello lacio; desde los 18 años se ha dedicado junto a su madre vender comida, pero dice tener un gusto enorme por las artes. Estudió la primaria y secundaria, pero por falta de recursos económicos no logró continuar con la preparatoria, a pesar de ello, no descarta la posibilidad de continuar sus estudios, solo por el gusto de estudiar, pues él disfruta de su vida sin tener un patrón y con su autonomía.
Dedica gran parte de su tiempo al dibujo, a la lectura, pero sobre todo a la fotografía. Su gusto por inmortalizar momentos lo pulió tomando cursos por internet “los pendejos se acabaron desde que existe esa madre, es un arma de doble filo: o te chinga o te pone riata”.
El Pana vive en el Barrio del Tepehua, junto a su madre y su hermano menor, desde ahí prepara su libro de poesía que lleva por nombre “Una noche con la luna”. Su escritura está basada en la melancolía porque cree que ahí se encuentra la sinceridad de las personas: “no sé, me gusta mucho la melancolía, siento que es la felicidad de la tristeza”. Una de sus fuentes de inspiración es su hija de dos años, quien representa ese dolor que tanto lo mueve a crear, pues actualmente se encuentra separado de su pareja y la niña vive con su madre.
Desde muy temprana edad formó parte del pandillerismo, aunque no se arrepiente porque dice que de los errores se aprende: “yo he hecho tanto ahora que me alejé de las pandillas, he logrado tanto que no sé dónde estuviera ahorita”. El Pana dejó las pandillas a los 18 años, después de ver el asesinato de un amigo a manos del crimen organizado.
Considera que algunos que se decían sus amigos terminaron dañándolo, dándose cuenta de que sólo puede contar con dos personas: el Cepillo y Macolo, quienes le han enseñado a disfrutar la vida: “yo siempre los veo que a pesar de sus problemas mantienen una alegría, es bonito ver cómo las personas son felices”.
Entre las cosas que más le molesta a “El Pana”, tanto de Chapala como de México, es la violencia, pues desde su barrio ha sido testigo del despliegue de la delincuencia en las calles del municipio, hecho que asegura se puede revertir.
Desde los diez años conoció una vida alejada de Dios pero cercana a la lectura, por eso fueron importantes los libros de Friedrich Nietzsche, y aunque en Chapala exista una población mayoritariamente católica, considera que eso está cambiando y que debe prevalecer el respeto.
Hace cinco años que no visita alguna prisión, hecho que lo hace sentir orgulloso, aunque actualmente conserva dos vicios: los tatuajes y la marihuana, que le acompañarán a lo largo de su vida, pues ni cree en el trabajo de los centros de rehabilitación ni piensa dejar de tatuar su cuerpo.
Sueña con la idea de poder moldear una mente con su trabajo artístico, que puedan, algún día, leer su obra, apreciar sus fotografías o deleitarse el paladar con su comida. Aunque actualmente quiere emprender e innovar con la venta del pulque, el tepache y el pozol embotellado, conjugará el arte y la gastronomía, pues considera que esa sería su meta, a pesar de que no descarta vivir de su trabajado fotográfico.
A los jóvenes de Chapala les pide no olvidar sus sueños ni dejar de hacer lo que más aman, pues considera que no hay límites cuando se trata de lograr lo que se desea, y a los habitantes en general les pide vivir sus vidas, ser conscientes de la fugacidad del tiempo: “estamos destinados a ser olvidados o a ser un amor de verano, y uno no se da cuenta de eso y solo quiere trabar, trabajar, ahorrar, ahorrar y ya cuando menos acuerdas te mueres ¿qué viviste? Nada”.
De ahora en adelante, presten atención al muchacho con dibujos en su piel, que escucharán en el malecón diciendo: “¿de qué vas a querer mi hermanito? tengo de chicharrón, chile relleno, de pollo, hígado encebollado, papa con chorizo, huevito en salsa”, pues ahora saben que dentro de él hay un alma que vibra con el arte.
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