Opinión: AL DÍA SIGUIENTE
Foto: cortesía.
Por: José A. Blum
Al salir de esta cuarentena encontraremos otro mundo. El que forjamos en tantos años, el que conocíamos quedó atrás. Nuestra historia, la de descubrimientos, inventos, guerras, conquistas, progresos, ideologías, creencias, religiones, sistemas de gobierno, todo llegó a una pausa. Se detuvo el mundo, se volvió banal lo hasta ayer “necesario” y se convirtió en esencial lo olvidado, lo relegado, lo hasta ahora despreciado. La carrera tecnológica, que llenaba aspiraciones y se convertía en casi una obsesión para tantos, se desdibujó. Un ser minúsculo, invisible sin la ayuda de microscopios, nos hizo caer en la cuenta de lo inútil de los afanes que nos trajeron hasta aquí desde las cavernas y nos hizo darnos cuenta de que no somos tan poderosos ni tan sabios, ni tan inteligentes como creíamos. Ni superhombres, ni dioses, simples humanos vulnerables, frágiles, ahora amedrentados y prisioneros en nuestros propios hogares por temor a un diminuto virus.
Habíamos venido buscando en la comodidad, en los placeres, en los múltiples teneres y haceres la felicidad. Nuestro ideal de vida llegó a ser la obsesión de destacar en lo personal, en lo social, abrazando modas, aparatos, tecnologías… Y ahora vemos que de muy poco sirven.
Nuestros gobiernos, enfrascados en inútiles carreras armamenticias que nos han costado miles de millones de dólares han logrado acumular armas capaces de acabar con naciones enteras y con la vida sobre el planeta, pero no han logrado poder apagar los incendios que destruyen los pocos bosques que hemos dejado en le amazonas o en california… Ni han logrado un sistema que garantice la salud de sus ciudadanos. En la trayectoria que hemos seguido se nos olvidó que nuestra salud es frágil, que necesitamos hospitales, médicos, medicinas, no tanto armas y baratijas.
Y en esta interminable carrera de la humanidad hasta aquí, quedaron atrás millones de seres humanos hundidos en la miseria, al lado de un puñado de personajes que se ingeniaron para llegar a TENER mucho más de lo que podrían gastar durante su vida. Oportunidades, trucos, tranzas, corrupción, colusión entre gobiernos, religiones y empresarios han generado una desigualdad injusta entre los hombres. Muchísimos deben trabajar en demasía para comer lo mínimo para no morir de hambre, mientras que poquísimos se pueden dar lujos inmorales despilfarrando en un día lo que otros obtendrían en años de arduo trabajo.
Llegamos a transformar al mundo en algo muy moderno, avanzadísimo. Nos llegamos a mover a velocidades vertiginosas; a comunicarnos en tiempo real a distancias enormes. Podemos consultar todo el saber humano en la palma de la mano. Sentimos el vértigo del poder y la sensación de éxito de lograr metas y de tener lo inimaginable. Y en el camino hemos casi destruido el planeta. Y como que no nos importaba. Seguíamos talando árboles, extrayendo un puñado de minerales y dejando atrás montañas de escoria y de materiales inertes cubriendo lo que fuera tierra fértil. El codiciado petróleo se volvió innecesario, ¡porque no podíamos usar nuestros autos durante la pandemia! Hemos generado tantos contaminantes que estamos a punto de modificar o acabar con las condiciones de vida en la Tierra.
El sueño americano compartido por muchos otros países: el capitalismo, mostró ser una pesadilla: nos embarró en la obsesión por tener y nos deshumanizó.
Y de repente, en marzo de 2020 todo se detuvo. Parecía que Dios también se puso en cuarentena. Nos dejó solos a ver de qué éramos capaces. Sus representantes lo consultaban en privado: misas y ceremonias sin audiencia. Parecería que el sábado Santo, el día sin Dios, se prolongara, o que cayéramos en la cuenta de que habíamos estado viviendo así, sin Dios. La dimensión trascendental que nos define como seres humanos, la relación con ese ser supremo, la dimensión espiritual propia de la humanidad como que quedó sepultada, perdida entre tanta materia.
¡Pero si nos educaron…! ¡Sí estamos muy preparados! ¿Preparados para qué? La educación que hemos recibido, sobre todo después de la revolución industrial, como que está polarizada a generar seres robóticos productivos para empresas que fabrican cosas, cacharros que otra rama de la educación, la mercadotecnia, nos convence que debemos adquirir, acumular y desechar por la siguiente novedad. Y así pasamos una buena parte de nuestra vida desperdiciando nuestro tiempo afanándonos por adquirir y para pagar las facturas de lo que inútilmente compramos. Los valores que nos harían verdaderamente humanos, la paternidad, la maternidad, la filiación, la hermandad, la amistad, el amor, la honestidad, la autenticidad, la solidaridad, la justicia, entre otros, quedaron en el olvido o desechados por improductivos, por estorbar a lo que la corriente social que nos envuelve ha puesto en el pedestal de lo importante: la carrera universitaria de moda, el celular android de última generación, el auto inteligente, las baratijas electrónicas que facilitan la vida, generan confort, no importando el daño colateral de la obesidad, la flojera y el bloqueo de la inteligencia práctica que provocan. El sistema educativo vigente nos ha hecho creer que el modelo a seguir es el del político exitoso que ha llegado arriba sin escrúpulos; el del empresario ahogado en dinero, acumulado muchas veces explotando a sus empleados, contaminando el medio ambiente con desechos líquidos, gaseosos o sólidos; con fertilizantes que arruinan la tierra, con hormonas que dañan la salud de quien consume sus productos alimenticios; con la duración controlada de los productos que nos hace consumir una y otra vez la misma cosa, sea computadora, auto o aparatos domésticos. La familia, los hijos, la esposa no caben en la educación. Estorban. No hay que comprometernos en matrimonio. Hay que convivir. ¿Hijos? ¿Para qué? Salen caros y estorban a mis planes de crecimiento profesional, de enriquecimiento personal, de belleza tipo barby. Y en caso de tener hijos, exijo a las escuelas que me los eduquen y en casa los entretengo con Smart tvs, nintendos o con cuanto invento tecnológico aparece; me empeño en heredarles fortunas para que tengan lo que quieran, lo que yo no tuve y se sigan embarrando en la civilización del TENER.
La pandemia, que también parece ser una invención moderna que se salió de control, nos ha dado tiempo para reflexionar, para retomar el timón de la barca de nuestra vida que parece navegar a la deriva en un mar artificial creado para distraernos. El otro, el verdadero mar que nos asegura un destino humano, la felicidad anhelada, está allí, y lo hemos podido experimentar durante este encierro: en la convivencia con nuestra esposa y nuestros hijos, realizando actividades juntos, platicando, compartiendo nuestro tiempo y nuestros conocimientos. Conocernos, comprendernos, ayudarnos, remar hacia la felicidad JUNTOS, levantar la mirada hacia el olvidado Dios y abrazar sus designios. Amarlo. No temerlo. Descubrirlo en la creación, en el vecino, en quien triunfó y en quien necesita mi ayuda para triunfar. El virus de moda, el coronavirus nos ha puesto en el camino del AMOR. ¿Lo seguiremos? O seguiremos las directrices de quienes con la mentalidad del miedo y del consumismo nos están llenando de máscaras, de encierros, de ideas contrarias a nuestra naturaleza humana, entrenada para convivir con bacterias y virus gracias al sistema inmune que poseemos y que estamos debilitando con el estrés, el miedo y la alimentación llena de químicos que dañan.
Creo que es tiempo de repensar la vida, de reordenar nuestras prioridades, de reestructurar la educación. De AMARNOS, convencidos de ser una comunidad que necesita el apoyo mutuo.
Los comentarios están cerrados.
© 2016. Todos los derechos reservados. Semanario de la Ribera de Chapala