Orgullo y desconfianza
Santiago Baeza.
No quiero ser aguafiestas, pero soy de los que creen que el nombramiento de “Pueblo Mágico” a Ajijic le queda chico.
Este programa federal fue creado en el año de 2001 durante el sexenio de Vicente Fox Quezada y tenía como objetivo fomentar el turismo y por lo tanto una mayor derrama económica, así como proteger el patrimonio cultural tangible e intangible en poblados rurales que en ese entonces estaban olvidados.
Casi dos décadas después, tras la llegada de Andrés Manuel López Obrador y MORENA al poder, los pueblos inscritos, como por arte de magia, vieron desaparecer los recursos económicos y la promoción que el gobierno federal les tenía comprometidos. Así, de un plumazo, las dos ventajas más importantes que tenía dicho programa desaparecieron.
Ante este panorama, el gobierno de Jalisco anunció que hará propio el programa y asumirá el compromiso de proveer a los Pueblos Mágicos de este estado con recursos y promoción, para subsanar el desprecio del gobierno federal, para que Tequila, Mazamitla, Mascota, Lagos de Moreno, Tapalpa, Tlaquepaque, San Sebastián del Oeste, Talpa y ahora también Ajijic, mantengan su estatus.
La realidad es que Ajijic no necesita bules para nadar. La tradición turística de este pueblo es evidente, ya que desde la primera mitad del siglo pasado se convirtió en un importante destino de descanso internacional y su oferta de servicios está consolidada. Y aunque no solo es posible sino necesario el aumento del turismo nacional, sobre todo durante la temporada baja, que va de abril a noviembre, surgen aquí algunas preguntas: ¿Qué tipo de turismo requerimos? El programa de Pueblos Mágicos, ¿es la única alternativa que tenemos para promover el turismo nacional? ¿Estamos conscientes de los riesgos y compromisos que implica recibir dicho nombramiento?
Investigadores y expertos han tomado nota de las desventajas y riesgos que implica el programa. De entrada, una pérdida de la autonomía municipal, puesto que la normatividad y reglamentos que hoy son responsabilidad del ayuntamiento, quedarán supeditados a comités e instancias estatales y federales. Por otra parte, también existe el riesgo de que las tradiciones propias de la comunidad terminen convirtiéndose en productos mercantiles folclorizados, lo cual conllevaría a la pérdida de la identidad comunitaria.
Otro aspecto negativo que debemos tomar en cuenta, que de hecho ya sucede en Ajijic, pero que incluso se puede exacerbar aún más, es la invasión de inversionistas y capitales externos a la comunidad, quienes verán en el nombramiento la oportunidad de hacer negocios tomando en cuenta exclusivamente al turismo. Cada vez habrá menos espacios y oportunidades para las comunidades originarias y con ello su expulsión del pueblo se acelerará.
¿Debemos rechazar el nombramiento? Definitivamente no. Todo esfuerzo por promover el desarrollo de Ajijic tiene que ser aceptado, pero también tenemos que entender y atender los riesgos que ello implica, así como sus verdaderos alcances. No estamos aceptando a la gallina de los huevos de oro y sí en cambio, estamos asumiendo compromisos y riesgos hasta el momento no tan claros. Aprender de otras experiencias nos servirá muchísimo para no repetir los mismos errores que ya se han cometido en esos pueblos.
Se sabe que la población originaria de Ajijic es por naturaleza orgullosa y desconfiada. Ese orgullo y esa desconfianza que les caracteriza será la llave para lograr un nombramiento ajeno a imposiciones y exclusión. Por eso es de vital importancia que en el comité técnico haya una importante representación de la comunidad. Por su parte, el ayuntamiento deberá evitar cualquier imposición que atente contra su autonomía, consagrada en el artículo 115 de nuestra Constitución.
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