Lodo y nada más
El ingreso tenía un costo de 100 pesos por persona.
Por: Maria del Refugio Reynozo Medina.- Cuando éramos niños, mis primos y yo desafiando las restricciones de los adultos jugábamos con lodo, hacíamos pasteles de “chocolate”. Este día, hombres y mujeres se reúnen en busca de enlodarse.
El letrero fluorescente colocado en los cruces de la calle Cristóbal Colón y Vicente Guerrero Oriente de Jocotepec, anuncia “Evento de lodo 4X4”, que desde las once de la mañana comienza a convocar a los primeros asistentes y la fila de autos, motos y remolques cargados de cuatrimotos que se encaminan hacia la orilla de la laguna sigue creciendo.
En la pista coinciden hasta diez que quieren demostrar sus habilidades.
Se llega por una vereda angosta en medio de solares y sembradíos de maíz. En un tramo, alcanzan dos vehículos y más delante ya casi para llegar al sitio, sólo cabe un auto, y uno de ellos debe esperar.
El ingreso (que está delimitado sólo por el muchacho que carga el block de boletos y una mesa desarmable de metal ocupada por tres señores bajo un guamúchil), está custodiado por una patrulla municipal y una pareja de oficiales que vigilan el paso de los automotores.
Cien pesos por persona es el costo para llegar al lugar; ahí hay al menos un centenar de vehículos estacionados a unos doscientos metros del escenario que es la orilla de la laguna; mientras que en la pista de lodo hay ya una decena de autos (carros raiser, cuatrimotos, motocicletas, camionetas)
Un camión de bomberos y personal de protección civil están presentes.
Las muchas veces solitaria orilla de la laguna, está hoy a su máximo nivel, hay más de quinientas almas presenciando el espectáculo, que consiste en acelerar en exceso los motores y avanzar serpenteando sobre el piso lodoso para quedar forrados de lodo; vehículo y conductor cuál esculturas de bronce. El recorrido incluye frenadas intempestivas y zigzagueos frecuentes para esquivar a los otros choferes, como los carritos chocones de las ferias.
En la pista coinciden hasta diez que quieren demostrar sus habilidades y la potencia de su motor en un vaivén de sálvese quien pueda, pues la línea que delimita la pista es imaginaria.
Unos muchachos de un raiser pasan acelerando el motor mientras se escucha un reguetón al interior y beben cerveza.
En el lugar hay puestos de comida y prendas de ropa, además de accesorios para automóviles.
-¡Ah puto!- Les grita un hombre a un grupo de cinco chavos que pasan a toda velocidad mientras su moto se va de lado y los tripulantes están a punto de caer al piso, pero se incorporan y continúan “rápidos y furiosos”.
Una Chevrolet blanca que ya no se muestra tan blanca, pasa a gran velocidad y entra y sale del agua mientras sus tripulantes cantan una canción de banda y tres muchachas con lentes oscuros van sentadas atrás la caja del vehículo.
-Me la pelan- , dice un letrero trazado con los dedos sobre la gruesa capa de lodo en la puerta derecha de una camioneta, mientras los tripulantes escuchan música con volumen fuerte.
Dos chicas morenas con diminutos shorts dejan volar su melena subidas en la caja de una camioneta que a su paso avienta una lluvia de lodo a los mirones. Una moto conducida por un hombre avanza y un pequeño de unos cuatro años viaja en medio del hombre y la mujer.
Hay un niño y una niña que tienen preocupada a la señora de al lado.
-Ay esos niños- dice. Los pequeños de unos ocho años, están a la orilla amasando bolas de lodo y solo se retiran y corren cuando escuchan el ruido del motor cercano.
-¿A qué hora termina esto- pregunta alguien. –Hasta que ya no se ve-.
El boleto de ingreso a la laguna exhibe un folio y una advertencia:
“Los organizadores del festival 4X4 en lodo no se hacen responsables por daños que se generen dentro del evento, ya que cada conductor es responsable de su vehículo y su integridad física. No nos hacemos responsables por lesiones causadas por algún vehículo u otra contrariedad, ya que es responsabilidad propia de los asistentes a este evento”.
Las muchas veces solitaria orilla de la laguna, está hoy a su máximo nivel, hay más de quinientas almas presenciando el espectáculo.
Hay un bloque de cuatro baños portátiles azules. Cada vez que se necesita entrar hay que pagar diez pesos.
-Te dije que mejor hicieras en la orilla, yo te tapaba, además quien te va a volver a ver-, le dice una mujer joven a su acompañante que luego de recibir sus respectivos cuadros de papel higiénico, entra.
El terreno está cubierto de toldos y sombrillas de playa que los mismos asistentes traen cargando en sus camionetas. En el lugar también hay puestos de tostadas de ceviche, tacos de barbacoa, cantaritos y bebidas alcohólicas; una michelada cuesta noventa pesos. Un señor bebe un tequila y en su mesa plegable que trajo consigo, reposan otras botellas.
-Por dejarnos pasar el 24 de ampolletas pagamos cien pesos-, dice otro hombre, mientras da un trago a la botella.
Un grupo de personas, trajo un asador, dos hombres vigilan la carne mientras “echan” un ojo a las carreras de los motores a metros de distancia. Otra familia trajo un disco y en medio de abundante aceite se fríen unas alitas de pollo. Comienza a pintarse el suelo con el verde de las botellas vacías y de plateado con las latas de cerveza arrojadas al piso. Los platos blancos de unicel con restos de comida también comienzan a aparecer tirados.
Uno de los toldos más grandes, blanco, sin insignias alberga una torre de electrodomésticos, que “se rifan” mediante un sofisticado juego de canicas que se lanzan en un tablero de madera perforado y numerado para sumar puntos que lleguen al cien, las primeras dos “tiradas” son de cortesía y si no se llega a los puntos para conseguir un premio, las “tiradas” adicionales cuestan veinticinco pesos cada una. Hay unos muchachos que lanzan el puño de canicas y cuentan, cuando agotan las oportunidades de cortesía pagan el siguiente, pero en el juego, también la suerte lleva a retroceder, y a veces cuando se está cerca de la meta, el “tiro” cuesta el doble.
-Esto es pura robadera-, les dice un hombre, y se lleva a los muchachos a regañadientes.
Hay también un puesto de playeras, las más pequeñas para niños cuestan doscientos cincuenta pesos y las de adulto trescientos cincuenta pesos.
Un muchacho acompañado de un niño camina vendiendo donas a veinte pesos cada una. Una mujer dice –, Pues de qué están hechas-
Entre toldo y toldo, se mezcla la música salida de alguna bocina o de los estéreos de los autos y la voz de “El Gallo” Elizalde se mezcla con la del vocalista de un conjunto sierreño. La gente sigue tomando, a las cinco de la tarde, los ánimos se calientan y los motores también. El humo invade la atmósfera y el incesante ruido de los acelerones se mezcla con la conversación y las risas de los observadores que resisten la jornada bebiendo de sus vasos.
Los comentarios están cerrados.
© 2016. Todos los derechos reservados. Semanario de la Ribera de Chapala