Los sarapes de Don Pedro llevan la bendición de Dios
Don Pedro Mendoza Navarro es un maestro del tejido en lana.
Por Maria del Refugio Reynozo Medina.- Allá, cuadras arriba de la plaza; cerca de las faldas del Cerro de los Agraciados en Jocotepec, está el barrio de los obrajeros, las familias que han dedicado la vida a tejer hilos de lana y hacer con ellos gabanes, sarapes, morrales, cobijas y tapetes.
La finca con el número 59 de la calle de Hidalgo, alberga el telar de Don Pedro Mendoza Navarro. La entrada de la casa ha quedado convertida en una tienda donde se exponen algunos sarapes, rebozos, pulseras y piezas de otros artesanos de Tonalá. Me recibe con una sonrisa y con la noticia de que justo hoy, abrió la tienda por iniciativa de su hija, la maestra Lucia. Viste una camisa luminosa, estampada de hojas azules y café y una sobria expresión, el pelo se nota suave y plateado, tiene ligeras líneas del tiempo sobre su rostro y unos ojos que miran profundo. Lleva colgada al cuello una cruz de madera sujetada por un cordón.
En la entrada, también está el altar cuya figura principal es la escultura de una virgen de Guadalupe color crema, flanqueada por otra figura de San Judas Tadeo y San Martin Caballero.
Llegar a la casa de Don Pedro, es entrar en un museo vivo, treinta y dos metros de historia desde el ingreso con la pared de piedras lajas barnizadas. Después del primer pasillo, hay un patio con macetas floridas techado por el verde follaje de una magnolia; las escaleras llevan a una habitación, ahí guarda una de sus joyas más preciadas, un nicho de madera que encierra una pequeña escultura del Sagrado Corazón. Hay también una figura de la Virgen de Fátima, de la Sagrada Familia y un crucifijo ataviado con al menos cinco rosarios al cuello.
En los pasillos cuelgan fotografías, en uno de los muros, también un documento en un cuadro expedido por la Comisión Estatal de Agua y Saneamiento (CEAS) fechado en 2002, es su nombramiento como Técnico en Tratamiento de Aguas Residuales. Están ahí, al lado de su retrato de bodas, una fotografía de sus suegros y de Calixto un hermano de su suegro que anduvo en la guerra cristera.
Sobre una mesa descansa la figura de un niño dios con su ceja poblada y las pestañas de negro espesor; sonríe con la cara brillante sobre una canasta envuelto en una cobija de gancho. Don Pedro tiene entre sus posesiones preciadas un libro; “Tejedores de corazón, arte textil de Jocotepec en Jalisco” de Adriana Paulina Jiménez Ruiz, editado por la Universidad de Guadalajara en el 2015.
En esta casa abundan las imágenes religiosas, están sembradas en cada paso que damos, hay un cuadro del Sagrado Corazón de Jesús a quien guarda un fervor especial, aunque “el de arriba” dice, es el principal.
En su habitación hay dos camas que no usa porque le gusta dormir sobre una colchoneta en el piso llevando como manta una cobija que tejió con la imagen de la virgen de Guadalupe.
Mientras recorremos los pasillos, Don Pedro me sigue contando y aparece en su memoria su compañera de vida, Mercedes Camarena Olmedo y la cara se le ilumina.
-En veinte años, no tuvimos una pelea-
Recuerda una tarde que se fue al fútbol, su esposa tomó el telar; así sin una clase previa y se puso a tejer dos tapetes decorados con unos patos. Luego un norteamericano vino a buscar tapetes, Don Pedro le mostró sus mejores piezas y su mujer le dijo –También tenemos estos- (los tapetes con los patos). Ese fue el día que su esposa le quitó los clientes y también cuando se convirtió en su gran colaboradora.
Don Pedro no solo lleva setenta años tejiendo, ha tenido otros trabajos, dio clases de Educación Física durante 17 años en el Colegio Jocotepec sin cobrar, con la única satisfacción de trabajar con los muchachos, el Presidente Municipal José Miguel Gómez López fue su alumno.
También trabajó en la planta tratadora de aguas residuales en Jocotepec, había sido diagnosticado con cáncer, así enfermo tomó el trabajo. Una ocasión cayó de una barda de metro y medio, ahí estuvo inconsciente no supo por cuánto tiempo hasta que unos perros callejeros que tenía de compañía lo despertaron y se incorporó para seguir laborando, después se dio cuenta que se había roto tres costillas y tenía un daño severo en la columna. Ese día lloró, incluso se quiso suicidar porque los médicos le dijeron que era muy posible que se quedara en cama o en una silla de ruedas. Gracias a la rehabilitación que le dieron sus hijas y gracias a dios, dice él, salió adelante. Ahí comprendió que la clave de todo es no darse por vencido.
-Yo voy a durar 130 años- dice risueño mientras recarga su brazo en el tallo de un mandarino y seguimos platicando en el patio de la magnolia.
A sus 75 años tiene la energía para subir a la pirámide del sol, despierta temprano, ayuda en las actividades de la casa, no pasa un día sin tejer. Los domingos se va al malecón a vender en su puesto de artesanías y está comenzando el proyecto de la Escuela de Telar en apoyo a la Dirección de turismo del Ayuntamiento, en un acto de generosidad impartirá las clases gratuitas junto con el material; por el solo gusto de compartir lo que sabe.
Le ha confeccionado tres cendales al Señor del Huaje, de los que solamente cobró el material.
-Para el patrón mi trabajo no tiene precio-
Cada que va a comenzar una pieza, se encomienda a dios. Y entonces las imágenes aparecen.
-Las tengo aquí- me dice señalando con el dedo índice la sien.
Al final de la casa junto a los árboles de arrayanes y aguacates que él mismo sembró está el taller, también hay una jaula con palomas que a veces le regalan su canto. Tiene tres telares, en uno realiza una pieza para su hija, es la imagen de un indio con un penacho multicolor que sostiene una ofrenda en las manos. Esa y dos piezas más que cuelgan en la entrada del taller son las más valiosas para él y están dedicadas a sus hijas para que las conservan de recuerdo.
Sube al telar y comienza a contar hilos. Mientras conversamos toma una pausa y se recarga en la estructura de madera, respira y me mira a los ojos muy profundo.
-¿Quiere que le diga una cosa?, ya estoy cansado-
Le pide a Dios nunca llegar a quedar postrado en una cama porque su vida es trabajar, ha amado todos los trabajos que ha tenido.
Cuando se trabaja, dice. –Hay que hacerlo pensando en lo que estamos entregando, no en lo que se va a recibir-
Desde muy pequeño ayudó a su padre en el oficio de tejer. Las primeras piezas que se hicieron fueron las cobijas negras y capotes para los campesinos.
Cuando tenía ocho años, ya hacía sus propios gabanes, esa fue su escuela; recibir la lana proveniente de Tlaxcala o de Tapalpa, sentirla con las manos, cardarla; hilar y montar en los telares para contar los hilos indefinidamente.
-Estos me han acompañado siempre- y señala las Cardas, dos piezas de madera en forma de rectángulo, las toma del mango y las separa, en su interior tienen puntas de alambre para cardar la lana. Sigue platicando mientras frota un trozo como de nube hasta formar rollos uniformes que va colocando en el borde de un bote.
Luego, los acomoda en el torno que es una rueda de bicicleta, sostenida por una base rústica de madera. En una punta de metal va colocando el material mientras da vuelta a la manivela que hace girar la llanta y da la forma al hilo.
La rueda sigue girando mientras don Pedro observa el delgado hilo que se desliza por la punta plateada.
Antes, la tarea de hilar era de las, mientras él cardaba la lana. Para cardar un kilo tardaban un día completo.
Sobre una enorme bola de lana hilada, descansan un montón de lanzaderas, unas cajitas de madera como sarcófagos de forma rectangular puntiagudas en los extremos, en cuyo interior se guarda el ovillo de lana hilada. En uno de sus lados, tiene una perforación por donde sale el extremo del hilo.
-A estos les falta vida- Me dice.
Las lanzaderas están nuevas con la madera blanquísima, mientras que la que está usando es oscura, brillante por el uso, por el constante ir y venir entre sus manos.
Me sigue contando mientras ordena los hilos y la lanza de un extremo a otro. Acciona el peine y recorre los hilos apretados, muy juntitos, en un abrazo de colores.
Por ahí anda la Michi, una gata blanca esponjada que parece de lana con un lunar negro en la frente que le cubre hasta las orejas y la cola también. Trepa sobre los telares y los recorre mirando, bosteza, se estira y se vuelve escondidiza ante mis ojos. Las palomas y la gata de suave pelaje junto con un pequeño radio rojo que cuelga de un poste de madera componen la compañía para tejer las tardes.
Don Pedro además de la lana en los tonos naturales que son grises, negro, blanco y café, utiliza estambres de vivos colores que organiza en pequeñas madejas enredadas en un popote de plástico. Recuerda que antes la gente teñía la lana con tonos rojos, tintos, rosa y negro de manera natural.
Cada pieza de este generoso artista, está compuesta no solo de madejas de lana entrelazadas sino de la bendición de dios.
El hombre que le ha realizado cendales al Señor del Huaje y cuyas piezas han dado la vuelta al mundo, que ha sido entrevistado por Televisa, Tv Azteca, Canal 44, por la radio y la prensa escrita y que ha sido motivo de un libro, recibe al desconocido con la sencillez y generosidad del tamaño de su trayectoria.
-Quien viene aquí se va con algo- Me dice.
Y yo lo que me llevo es el corazón lleno de su generosidad, de la sencillez que lo caracteriza, como si no fuera el personaje que lleva setenta años convirtiendo la lana en verdaderos mosaicos coloridos que llevan hasta la bendición de dios.
Jocotepec, Jalisco 2 de agosto 2021
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