LOS PASOS QUE LLEVARON AL CENTRO CULTURAL AJIJIC
Una Mujer bailando en el CCA Ajijic.
Al subir las escaleras del Centro Cultural Ajijic (CCA), en este sábado vespertino y nublado, donde el centro de la población está lleno de nacionales y extranjeros, que verbalizan altisonantes voces –unas carraspientas, otras más claras-, al subir las escaleras –decía-, una música de acordeón y teclado evocan nostalgias francesas (Edith Piaf, Aznavour, Gilbert Becaud), da la bienvenida entre el desenfado de los movimientos alegres de varias femeninas que ondulan sus cuerpos al compás de los sonidos.
El ambiente es festivo, alegre y disipado; risas y voces fluidas por doquier se escuchan, pasos que vienen y van entre el ondear de los vestidos elegantes. En los muros de las dos salas y los dos corredores de exhibición, cuelgan las obras plásticas, las fotografías y las esculturas en bronce. Óleos, dibujos a lápiz y carboncillo, acuarelas y fotografías, cubren las paredes en una diversidad de formas y colores, e incluso de estilos.
Llama la atención el dibujo a lápiz de Frida Kahlo: toda negra la figura, estéticas las onduladas formas de su cuerpo que lo cubre un oscuro vestido y un rebozo difuminado; pero la vista se detiene en su rostro, donde su eterna queja se cristaliza en el blanco de sus ojos y pómulos que encienden la ira de su inconforme alma.
La decoración del primer piso desborda la lluvia de un multicolor arreglo de papel picado que le da un aire de festividad y de fiestas patrias. Los radiantes rojos, amarillos, azules, naranjas y demás, se mueven frenéticos por el fuerte viento que leve deja los ramalazos del ciclón Grace, que azota las costas del Golfo de México. Algunas chicas ofrecen tequila, mezcal y unos raquíticos bocadillos que muy pocos les hacen aprecio.
Un cartel anuncia una interminable lista de expositores y, algunos de ellos, comparten con los presentes. Allí está Jesús López Vega, con un soberbio óleo sobre mazonite, titulado “El Mictlán. Paraíso de los muertos”. Las escenas del cuadro muestran una explícita denuncia y crítica social a las estructuras dominantes, que con su vertical hegemonía reproducen el poder. Angelitos obesos, la capilla y los templos, perros en actitud de alerta, figuras zoomorfas prehispánicas, diablos y brujas, calaveras y catrinas, esqueletos famélicos, embriaguez y goce del cuerpo; al centro, los representes del poder simbólico y, alrededor, los despojos de seres humanos sin valor alguno.
Por allí deambula Isidro Xilotl, El Chivo, artista de San Juan Cosalá, por allá conversa Mario Ramos, excelente artista del hiperrealismo; más allá, las significativas fotografías de Xill Fessenden. Una de ellas, muy especial, donde una venerable anciana, cabizbaja y de perfil, carga en su hombro izquierdo y sujeta con la misma mano, una larga y curva rama gruesa de guamúchil, que contrasta con las oscuras rayas de su rebozo. Dice una voz que la modelo es doña Lupe, originaria de San Cris.
El director del CCA comparte con algunos invitados, entre breves sorbos de tequila del cóctel de bienvenida, ríen y se ponen serios. Platican de no sé qué y adoptan poses de actuación. Viste saco formal entre café y verde, pantalón de mezclilla nuevo que se arruga de la parte posterior de las rodillas y, luce unos impecables zapatos cafés que a todas luces se ven nuevos.
-Aquí es otra cosa, no es como en Jocotepec-, dice una voz cercana que le resulta singularmente significativo este ambiente cultural. Una mujer se desplaza al ritmo de la música en un espacio corto, entre sensuales movimientos y voluptuosa demostración; baila sola y sus anchas caderas evidencian su abundancia a través del vestido que se unta a sus carnes.
-Ni modo que no nos echemos este taco de ojo-, dijo otra voz que intentó en vano ser inaudible.
Entre el público asistente irrumpe una sayaca, provocando con su especial vestuario, risas disimuladas entre los que desconocen esta tradición de carnaval. Luce un sombrero plateado adornado con tres flores, dispuestas al frente; la máscara lleva pintorreteada las mejillas y pómulos, una alargada y puntiaguda nariz, cejas curvas embarradas de negro, dientes azabaches y una ancha boca que muestra descarada una soberana dentadura. Su vestido y enagua son blancos, y encima lleva una cortina rosa arrugada y enredada del cuello a las rodillas; un cordel blanco ciñe su ancha cintura de donde penden un colguije de muñecos despatarrados. Al final, sobresalen las negras y puntiagudas botas y, la mano derecha, toca levemente su collar de bolas rojas y hojas verdes de cerámica.
Muchos no ven las obras, sólo dialogan en parejas o en grupos de tres dando pequeños sorbos a las bebidas preparadas; otros van desfilando por los espacios de la galería y se detienen para observar las obras artísticas.
-¿Y eso qué es? Salta una voz que pregunta intrigada por no entender el contenido abstracto de una pintura. Otro intenta explicar sin ir más allá de sus evidentes limitaciones.
Al subir las escaleras está una extranjera de alta estatura, cuerpo delgado y estético, ataviada con un vestido largo de encajes negros y blancos. Su voz es clara en las palabras sajonas que habla, pero su rostro atrae más la atención porque es delicada y tierna su mirada. Bien podría ser una modelo para un Modigliani contemporáneo.
La inauguración de la exposición continúa, muchos siguen departiendo medias verdades y verdades completas. Llegan las siete de la tarde de este sábado 21 de agosto de 2021, y se evocan las dos imágenes que se ven desde el balcón del CCA: a la derecha, la capilla de la Virgen del Rosario y, a la izquierda, el templo parroquial de San Andrés de Ajijic, patrimonios edificados de larga historia, cuyas páginas registraron los testigos del pasado.
Por el lado norte, el exuberante y frondoso paisaje de la montaña que absorbe los últimos rayos de sol que bañan de luz el agonizar de esta tarde.
Nota del editor:
“Los pasos que llevaron al Centro Cultural Ajijic”, es uno de los textos elegidos por el equipo de redacción de este medio de comunicación, como parte del taller de crónica impartido por María del Refugio Reynoso Medina, con motivo del décimo aniversario de Semanario Laguna.
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