Dominga Larios, la mujer que comunicó a San Cristóbal con el ‘mundo exterior’
A sus 89 años, Dominga Larios, la operadora de la primera línea de teléfono de San Cristóbal Zapotitlán, mantiene vivos los recuerdos de su gran desafío.
Por María del Refugio Reynozo Medina.
Las mujeres de sus tiempos se dedicaban a lavar y planchar la ropa de los hombres de la casa; también a cocinar. “A veces me acababa una carga de leña en una planchada de mi papá y de mis hermanos”. En aquel tiempo de ausencia de energía eléctrica en San Cristóbal Zapotitlán, las planchas eran de hierro y se calentaban al fuego.
Dominga Larios Díaz no solamente se enfrentó a las cargas de ropa que lavar y que planchar; sino que además desafió sus miedos y se convirtió en la primera mujer que operó la también primera línea telefónica en el pueblo, para establecer una comunicación con el mundo exterior.
Fue el sacerdote Pedro Rivera Chávez quien le encargó esa responsabilidad y le dijo:
-Ya hablé con las personas de México y sí nos van a traer el teléfono –
Dominga sintió miedo; pero sabía que había que atender la voluntad del padre.
-Tu no vas a tener oídos- sentenció el párroco. Refiriéndose a la necesaria discreción, al tener acceso a las conversaciones ajenas.
“Las cartas vienen cerradas, los telegramas también, pero el teléfono es algo vivo, mucho cuidado con la boca”.
El padre Pedro le contó que le habían ofrecido colocarlo en la tienda de Carmen Mosqueda, pero no quiso porque a la tienda iban y venían muchas personas, que difícilmente, permitirían mantener la comunicación en el resguardo de la privacidad necesaria.
Minga como cariñosamente la llamaban, fue la elegida para resguardar la cabina que comunicaría a San Cristóbal con el mundo. La llegada de esa red de comunicación colocaba al pueblo en el escenario junto con muchas localidades de Jalisco.
Su responsabilidad, además de enviar y recibir los mensajes, consistía en acudir a los domicilios a avisarles que tenían llamada y viajar cada mes a Tizapán para entregar en una oficina los reportes y el dinero de las operaciones realizadas.
-Yo nunca había salido, me iba caminando al crucero para esperar el camión que me llevaba a Tizapán-
Todo era nuevo para ella; la operación de la red, la redacción de los reportes y los necesarios viajes fuera de la comunidad en la que siempre había permanecido. En la oficina se encontraba con los operarios de otras cabinas de comunicación, eran sólo hombres.
Recuerda que hubo una inauguración; ese día, vinieron a San Cristóbal muchas personas importantes de Guadalajara y de la Ciudad de México, había mucho júbilo en el pueblo.
Aunque Dominga no tenía un sueldo fijo, sino solo lo que se le podía dar mensualmente, siempre tuvo presente la encomienda del padre Rivera, boca cerrada y oídos ausentes. Incluso, cuando en una ocasión un novio desde Estados Unidos se comunicó con la novia de San Cristóbal y en pleno momento de enlace apareció el otro novio de San Cristóbal en escena. Minga tuvo que resguardar a la novia en la cabina.
En lo profundo de sus memorias, Dominga recuerda la caseta, era una estructura de madera en donde cabía una persona, dentro estaba el aparato con teclas y una manivela para realizar las marcaciones.
Algunas personas recuerdan que le daba como cuerda, mientras decía -bueno, bueno-. Llamaba como a una central para que de ahí la comunicaran al número que solicitaba. El teléfono era de metal, grande y pesado. El ring ring del aparato era tan fuerte que se escuchaba hasta la escuela que estaba a casi una cuadra de su casa.
La habitación donde estaba la cabina estaba siempre limpia, había una banca de madera grande y alrededor macetas de hojas verdes.
-Jocotepec-
Pronunciaba reiteradamente, para llamar a los destinatarios.
-San Miguel Cuyutlán-
-Guadalajara-
La casa de Dominga no sólo albergó el primer sistema de comunicación; también fue cuna de músicos. Su padre Justino Larios, músico del pueblo que aprendió a tocar más de tres instrumentos, gracias a un sacerdote de San Juan Cosalá; fundó una banda de más de veinte integrantes. Los alumnos eran muy jóvenes, algunos niños y adolescentes, llegaron incluso a dormirse casi al finalizar la clase, de noche y así dormidos, Justino los llevaba a entregar a su domicilio. La habitación más grande de la casa de los Larios se convertía cada noche de ensayo en una fiesta, donde el escenario era musicalizado por valses y pasodobles. Los músicos Silviano Reynoso y Martín Reynoso fueron sus discípulos.
Justino también fue el maestro de sus hijos Fermín y Heriberto Larios. Heriberto, era casi un niño cuando a Justino le solicitaron un trombonero, a la edad de unos once años, Heriberto ya tocaba el trombón y el clarinete. Su padre lo mandó con los músicos para el novenario de Tala, Jalisco.
-Se llevan a mi niño- exclamaría su madre preparando sus ropas para la estancia; y con el paso de los días, se preguntaba, -¿cómo andará mi niño?
A su retorno, recuerda Dominga que Heriberto llegó trayéndole a su madre un birote de la central.
-¡Qué mi hijo tan bonito!- dijo Petra con emoción. Con el recuerdo de aquella escena Minga derrama una lágrima.
En medio de un mar de emociones Dominga sigue contando su historia.
-¿Me invita a sentarme a su lado?,- le digo para despedirnos.
¿Me invitas una copa o te invito?- me dice sonriendo antes de sentarme a su lado al filo de la cama.
A sus 89 años, Minga vive de sus recuerdos en su pulcro dormitorio acompañada de libros de oraciones; la discreta operadora que aprendió a olvidar nombres, pero a recordar las historias que tejieron sus tiempos de juventud.
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