Adolfo Díaz Rodríguez, uno de los muchos guardianes de la tierra
Adolfo Díaz Rodríguez, aprendió desde niño a conocer el comportamiento de la naturaleza en su trabajo como labrador del campo. Foto: María del Refugio Reynozo Medina.
Por: María del Refugio Reynozo Medina
Adolfo Díaz Rodríguez, es uno de los guardianes de la tierra que aprendió de sus antecesores las bases de la agricultura; en los tiempos donde no existían abonos ni pesticidas. Originario de San Cristóbal Zapotitlán, tiene 75 años y desde los 13, participaba con su padre en las actividades de siembra y cosecha de cada temporal.
Desde pequeño aprendió de su padre el ciclo de las plantas. Recuerda que desde la tercera semana de mayo iniciaban los preparativos para la siembra. Hacían el desmonte, limpiaban el terreno de la maleza; luego seguía la tarea de ahoyar. Con una coa removía la tierra. También participaba en el barbecho, a veces con arado jalado por una yunta de bueyes. Una vez sembrado conocía los cuidados de la planta, la escarda era la principal tarea para proteger al cultivo de la maleza que junto con ella pretendía crecer. Para combatir las plagas como la gallina ciega usaban simplemente cal.
Era durante los meses de diciembre y enero el tiempo de la cosecha. Maíz, sorgo, calabazas y frijol, eran los principales frutos que cada año se recolectaban. No solamente se producía para el consumo familiar; el maíz se vendía en medida, hectolitro, almud, nega, cuartillos. Los recipientes para las medidas consistían en cajas de madera remachada en las uniones con cintas de metal y clavos.
El proceso de la siembra era una actividad en ciclo que daba la vuelta al año, en el que Adolfo aprendió a conocer perfectamente el comportamiento de la naturaleza.
-Ahora ya no se sabe- dice, cuando piensa en lo cambiante del tiempo.
Recuerda que los antiguos leían mucho el calendario Rodríguez de la casa Azpeitia y el Calendario Galván para buscar datos como la entrada del temporal de lluvias, aunque había fechas en las que decían llovía de seguro, como el 13 de junio día de san Antonio y el 24 de junio día de San Juan.
Los hombres y mujeres de antes eran observadores, contemplaban mucho el cielo y cuando era luna nueva decían que iba a llover:
-La luna trae mucha agua porque viene ladeada-
La aparición de los lagartos rayados también anunciaba la lluvia, así como el canto de las cigarras.
El día de Corpus Christi (La fiesta del cuerpo y la sangre de Cristo) siempre llovía. Adolfo se ríe al recordar una escena cuando era niño. En la plaza se celebraba la procesión del Corpus Christi y se instalan altares alrededor en los que los fieles iban rezando. No recuerda cómo ni porqué, pero en un año, durante esa celebración, llevaban al padre Pedro cargando entre muchos como santo en procesión. La gente cantaba y de pronto el cielo se tornó negro, comenzó el ventarrón y se soltó una lluvia que empañó toda la escena, sólo recuerda la gente corriendo y del padre quién sabe.
En los temporales de lluvia llegaban a suceder estruendosos ventarrones “Es culebra” decían los mayores y llegaba una enorme carga de agua que formaba un torbellino que muchas ocasiones se impactaba en medio de las aguas del lago y a veces con los cerros dejando sus marcas rayadas.
Los hombres antiguos decían que el mes de enero encerraba el destino de todo el año. En el primer día del año estaba encerrado el comportamiento de la naturaleza de todo enero, el día 2 de enero indicaba cómo iba a ser el mes de febrero, el 3 de enero era marzo y así recíprocamente.
-“Se concentraba uno mucho en el tiempo y la naturaleza obedecía”- dice.
La naturaleza también traía con ella oportunidades para el ocio, recuerda el trabuco.
Era un juego principalmente de niños, los muchachos cortaban ramas de tasiste gruesas y luego con un instrumento como clavo o alambre le retiraban el centro para dejar una oquedad. Ahí le metían un par de bolitas de copal (el fruto del copal), con una rama de frutilla o de otra especie silvestre; empujaban las bolitas con fuerza para conseguir el estallido más estruendoso.
También con las hojas de vástago se hacía el papayul que estaba formado por capas de hojas amarradas que formaban como un tamal con un solo extremo amarrado y decorado con plumas de gallina. Se lanzaba al aire por el gusto de verlo descender en movimientos circulares.
Las distintas temporadas del año traían también los frutos silvestres como guamuchiles, mezquites, guásimas, zapotes, aguilotes, verdolagas y los hongos del cazahuate, que les decían orejas.
La naturaleza estaba fielmente programada, los ciclos de la siembra y de la tierra estaban aliados al quehacer de los hombres que resguardaban el campo; y Adolfo es uno de esos hombres.
Los comentarios están cerrados.
© 2016. Todos los derechos reservados. Semanario de la Ribera de Chapala