Antonio, Antonio… La historia detrás de una pequeña imagen
Benita Lomelí Hernández platica cómo llegó la imagen de San Antonio de Padua, venerada ahora por toda su familia. Foto: María del Refugio Reynozo.
Por: María del Refugio Reynozo Medina
Dicen que San Antonio de Padua te ayuda a encontrar lo perdido y recordar lo olvidado. Benita Lomelí Hernández creció envuelta en el fervor hacia la figura de rostro afilado de 15 centímetros de altura, que ha pertenecido a su familia desde antes que ella viniera al mundo.
El origen de esa pequeña escultura se remonta a más de cien años. Fue en la localidad de El Sauz, municipio de Jocotepec. Doña Feliciana Carrillo, abuela de Benita, estaba en el patio tomando el último sol de la tarde, desde donde veía el camino que atravesaba el pueblo. A lo lejos pudo ver la silueta de una mujer que se aproximaba.
Cuando la tuvo cerca, la mujer luego de pronunciar el saludo; sin más, le pidió si le guardaba un paquete que llevaba. Le dijo que se dirigía a San Luis Soyatlán, pero que pronto volvería por el encargo. Doña Feliciana, no pudo ver con claridad el rostro de la mujer, llevaba un rebozo cubriéndose la cabeza y caminaba lento. Cuando salió su hija, le contó sobre lo sucedido. Aunque ya nadie logró ver a la misteriosa señora, ni los hombres que caminaban por la vereda, ni quienes se acercaron a ver el horizonte.
El paquete era pequeño, le cabía en las dos manos y estaba envuelto en gastados retazos de tela manchados por el tiempo.
-Súbelo al tapanco – le pidió a su hija, con el tono de respeto por las cosas ajenas.
Pasaron unos meses y todos se olvidaron del envoltorio, por el que la mujer no regresó.
La vivienda de doña Feliciana era el punto de encuentro para las visitas de personalidades que esporádicamente pasaban por el poblado. Era una casa muy notable porque ya no era de piso de tierra por dentro, tenía empedrado, tejas y un fogón. En una ocasión que llegó un sacerdote en busca de hacer labores de evangelización, doña Feliciana recordó el paquete que aquella mujer le dio a guardar y que nunca se había atrevido a abrir. Con el sacerdote de testigo bajaron el envoltorio.
El párroco iba retirando una a una las capas de tela maltratada hasta descubrir una fina figura.
-Es San Antonio de Padua – les dijo azorado.
-Lo perdido y olvidado volverá cuando se lo imploren-.
Doña Feliciana estaba impresionada, para ella la imagen era ajena.
-Cuídenla, es de ustedes- les pidió el padre. También les pidió celebrarlo cada 13 de junio.
-Esa mujer no volverá- les dijo con seguridad.
Algunos decían que ese personaje que entregó en las manos de Feliciana la ya preciada imagen no era de este mundo.
Nunca apareció, nunca nadie más; además de Feliciana la pudo ver. Su presencia fue un espejismo, pero la fina figura de San Antonio de Padua es real; desde el instante que lo descubrieron entre las piltrafas de tela, la abuela de Benita encargó la imagen a su hijo menor que entonces tenía tres años.
Cuando ese niño de tres años fue mayor de edad y se casó, luego de los tres días de boda, acudieron sus hermanos a hacerle entrega de las yuntas de bueyes, chivas y anegas de maíz.
-Tú sabrás si cuidas tu capital –
Junto con ello entregaron también al padre de Benita la escultura de San Antonio como fue la voluntad de su madre. Así creció Benita, con la veneración al santo profesada por sus padres que custodiaron la imagen llegada de quién sabe dónde.
Esa fe se extendió hacia los vecinos que comenzaron a visitar la casa de Benita para rogar por sus causas pérdidas y luego para llevar veladoras en gratitud por todo lo encontrado.
Benita recuerda una oración pronunciada por su madre:
Antonio, Antonio, en Padua naciste, en Padua te criaste,
a la escuela entraste, tu breviario se te tiró, tú padre se lo encontró.
Antonio, Antonio, lo perdido hallado y lo lejos recordado.
Antonio, Antonio por siempre. AMÉN.
La imagen de San Antonio que ahora custodia Benita está hecha de madera, no se sabe qué manos lo labraron, es de una sola pieza, los rasgos del rostro son finos, en la cintura sobre su hábito franciscano, lleva un cordón ceñido y en los brazos carga un niño de apenas cuatro centímetros de longitud. Ese pequeño niño lo compró su madre quien perdió la cuenta de los niños adquiridos porque el original alguien se lo llevó.
-Otra vez me robaron a mi niño- les decía a las dependientas de la casa de artículos religiosos cuando iba a comprarlo.
-Piensan que les traerá un novio, pero San Antonio no regala novios – decía.
-Los buenos esposos pídanselos al Señor San José-
Cada 13 de junio, en la casa de Benita se encienden las velas y se colocan frescas flores en honor de la pequeña imagen llena de historia que hace llegar lo perdido y recordar lo olvidado. Y los labios de Benita con los de los fieles vecinos invocan al Santo de Padua:
Antonio, Antonio, Antonio…
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