Juan de Dios, danzante de corazón
Para Juan de Dios Martínez Vargas, fundador de la danza “Quetzalli del Señor de la Salud”, la presencia envuelta en trajes majestuosos era muy importante. Foto: María del Refugio Reynozo.
Por: María del Refugio Reynozo Medina
El día que murió Juan de Dios, había dejado listo el penacho de colores que utilizaría para danzarle a la Virgen de los Remedios. Ese mismo día por la noche se había comprometido a bailar.
-Acuérdate que hoy vamos a danzar- le había dicho a su mujer cuando salió de mañana a trabajar en su labor de albañilería, misma que combinaba con la pasión por la danza.
Juan de Dios Martínez Vargas tenía 40 años cuando, el primero de septiembre de 2021 una descarga eléctrica ocasionada en su trabajo le arrancó la vida. Desde 2010 había iniciado su camino como danzante; primero participando en una danza que había en su pueblo, San Luis Soyatlán.
Luego se desprendió de esa agrupación para formar su propia danza con integrantes de la familia.
Buscó contactos para perfeccionarse, trajo un maestro de Guadalajara a San Luis que les enseñó técnicas de la danza azteca y asesoría con los vestuarios.
La primera vez que hicieron su presentación como danza oficial Quetzalli del Señor de la Salud, fue en San Luis Soyatlán el 5 de enero de 2013, durante una visita de la imagen de la Virgen de Zapopan. Al inicio sus trajes eran muy sencillos; su hermana Laura Martínez Vargas recuerda que le daba pena presentarse así cuando miraba otras danzas con sus trajes majestuosos.
“El traje no hace al danzante”, les decía el maestro. Juan de Dios sabía que lo principal era danzar con el alma; y con el tiempo, además de hacerlo con alma y corazón, incorporó los coloridos trajes que conseguía y compraba con sus propios recursos para todo el grupo, porque a él le gustaba lucir bien. Entre sus objetos valiosos que dejó, se encuentran al menos diez trajes y penachos que engalanaron su presencia en los escenarios que bailó.
Con el tiempo, la danza fue ocupando el principal lugar en la vida de Juan de Dios; la expresión dancística no solo le llenó de satisfacción el alma, sino que le abrió muchas puertas con la gente, hizo muchos amigos.
“A veces, faltaba más de una hora para el evento y él ya estaba sentado esperándonos con su traje bien puesto”. Su esposa Antonia Zúñiga Covarrubias, platica cómo fueron los años juntos y cómo, ahora aun con su partida, cada día lo piensa, le habla, le platica en el pensamiento. –Dicen que lo bueno no dura mucho- me dice.
En una ocasión lo soñó. – llévame una rosa amarilla- le pedía.
Luego su hija Viviana Jaqueline le sembró un jardín de rosas multicolores en su tumba que con el tiempo se secaron y sólo permanecieron las amarillas.
Juan de Dios dejó cuatro hijos que siguen con el amor por la danza, José Carlos que es tamborero y por ende “el corazón de la danza”, dice su madre; Viviana, Ashley y Snaider, Juan de Dios el más pequeño que tiene once años y además de ser un buen jugador de fútbol, aprendió los movimientos de la danza “nada más, mirando a los pies”. –Diario pienso en él – dice.
Su padre les enseñó que la danza no es un trabajo, sino una pasión y que aunque el traje no hace al danzante; se ha de luchar por perfeccionar la presencia y aparecer en el escenario con los trajes más esplendorosos, a no escatimar en el valor de la presencia.
Aprendieron a conocer también el valor de los plumajes que se llevan encima. “Un solo penacho puede valer hasta cien mil pesos”.
Las plumas para armar los atuendos tienen distinto valor, dependiendo si son de guacamaya, pato, o animales exóticos. La más barata es la de gallo que cuesta diez pesos, las de faisán cuestan cuarenta pesos cada una dependiendo la medida de largo. La última vez que compraron plumas para un penacho, en solo diez piezas fueron diez mil 900 pesos. No solamente las plumas forman parte de lo necesario para danzar, dependiendo de la danza que sea (azteca, huarachones, tlahualiles).
Este danzante que se fue hace poco menos de un año logró perpetuar su nombre, la danza que fundó es mejor conocida como La danza de Juan de Dios.
El día de su funeral vinieron al pueblo danzas de muchas partes, de San Juan Cosalá, Jocotepec, Tamazula, parecía una procesión. La misma noche que estaba tendido, sus hijos, su esposa y hermanos danzaban con más fuerza que nunca. Porque eso les enseñó él; la alta responsabilidad de cumplir con los compromisos.
Detrás de los coloridos trajes y encendidos plumajes, estaba la incredulidad y los sollozos ahogados. “No sé cómo le hicimos, nuestros cuerpos si estaban aquí y danzaban, pero nuestros corazones estaban en otra parte”.
Los comentarios están cerrados.
© 2016. Todos los derechos reservados. Semanario de la Ribera de Chapala