Al fin que para morir nacimos, el festival de la muerte tejido por voluntades ciudadanas
Los manteles de papel picado están hechos por las mujeres del barrio. Foto: María Reynozo.
Por María del Refugio Reynozo Medina.
La luna colocada justo encima de nosotros enciende la noche del 29 de octubre junto con los 40 bailarines en escena, 8 actores, 16 músicos y la directora del colectivo Peregrina, Citlali Berenice Hinojosa Nava. Estamos en el segundo día del festival “Al fin que para morir nacimos” en la calle Morelos poniente de Jocotepec, coordinado por Carlos Alberto Cuevas Ibarra. El Dr. Carlos es Médico Cirujano y Partero y Licenciado en Artes Escénicas con especialidad en expresión dancística.
Esta es la segunda edición de un festival que nació con la fuerza de las voluntades ciudadanas. El Dr. Carlos, junto con su equipo de colaboradores, logra convocar no solamente a las voluntades de los vecinos, sino a instancias como la Universidad Autónoma de Guadalajara (UAG) y la Universidad de Guadalajara (UdeG).
Carlos Cuevas es Licenciado en Artes Escénicas, y los que algún día fueron sus compañeros de clase, ahora son sus cómplices en un proyecto cultural que reúne a más de setecientas almas. Su red de colaboradores está compuesta además por personas que administran las redes sociales, un staff y las leales señoras de su barrio.
-Somos un barrio unido- dice.
Sin embargo no ha sido sencillo, el año pasado Vialidad del municipio acudió a retirarlos de la vía pública, a pesar de haber tramitado un permiso ante dicha instancia.
-Así como lo di lo puedo quitar- dijo entonces aquel funcionario, quien al final respetó el permiso.
La coordinación entre los vecinos de los barrios conocidos como de La Campana y La Calabaza, está presente a través de los multicolores altares colocados en la vía que conduce al escenario principal por toda la calle Morelos.
El aroma del cempasúchil acompaña el recorrido; uno de los altares dice “CUEVAS” con letras de color rojo, en el centro de un arco rebosante de flores amarillas de papel.
80 pliegos de papel crepé y una estructura de herrería construida exclusivamente para ese fin, fueron necesarios para crear ese arco, además de las manos de adultos y niños al calor de tardes de conversaciones familiares.
En otro de los espacios, una banca de madera gastada, se prepara para ser el escenario en donde muchos se toman fotografías, bajo los brazos de una enorme calaca de papel. Las fotografías de los rostros de quienes han abandonado este mundo están colocadas en medio de perfumadas flores, ofrendas y objetos personales.
Los cientos de visitantes, recorren los altares bajo un techo multicolor de tiras de papel picado. No solo son manteles que vuelan al compás del viento. Estos manteles están hechos de carcajadas de mujeres y conversaciones que se tejieron en el ocaso de las tardes, con la compañía de una bebida caliente o un traguito de licor, mientras las mujeres bordaban de huecos los trozos de papel. La ruta que siguen los muertos de este pueblo en su recorrido final, hoy está teñida de luces que provienen del enorme escenario y de los amarillentos resplandores de las velas sembradas en todos los altares.
Y entonces ¡comienza la función! El escenario está listo; El muerto al pozo y del Caribe al Golfo, es un espectáculo multidisciplinario en el que se mezcla teatro y danza. Con un libreto de Ricardo Daniel Mercado Ramírez, el Colectivo Peregrina, conformado por estudiantes y egresados de la Licenciatura en Artes Escénicas de la Universidad de Guadalajara ofrecen una hora y media de risas, tensión y hasta lágrimas.
Enmarcan la escena, los intérpretes de lengua de señas que traducen cada uno de los episodios mientras las notas del ensamble de cámara de la Universidad Autónoma estremecen el tablado.
Los hombres y mujeres engalanados con plumajes, danzan al sonido del tambor. Las plumas en la cabeza adquieren los brillantes tonos de las luces provenientes del escenario y la catrina pintada en un enorme rótulo del fondo, parece que observa. En otro episodio, los bailarines de vestimenta blanca, ellas con flores bordadas en los vestidos y ramilletes en la cabeza y ellos con sombreros blancos; hacen sonar el escenario con los taconazos a un mismo son.
Las sillas colocadas para la contemplación del espectáculo son insuficientes; la calle Morelos Poniente, se encuentra con la presencia de unas 700 personas. Delante de la primera fila se comienzan a sentar a ras del piso algunos niños que sin perder de vista a los actores, a veces les lanzan gritos, aplauden y se ríen a carcajadas. Avanzan de poco a poco arrastrando el cuerpo hasta que en algún momento ya están justo frente a frente con los artistas, sosteniéndose con sus manos del tablado. Ya no es una fila, son tres o cuatro y ahora niñas y niños presencian en primera fila, el espectáculo coronado por una lluvia de fuegos pirotécnicos en la noche que huele a víspera de día de muertos.
El festival Al fin que para morir nacimos, tiene un costo de al menos cien mil pesos, que se reúnen únicamente con la suma de voluntades independientes de presupuestos gubernamentales.
El premio más gratificante para Carlos, es ver a señoras adultas riendo a carcajadas o derramando lágrimas mientras colocan las miradas en el escenario; o acuden incluso cargando su propia silla para contemplar la presentación.
-Nos sentimos arropados, por eso volvemos- dice Citlali Hinojosa, directora de la puesta en escena, que valora no solo las atenciones del equipo de organización, sino la respuesta de un público vibrante que no para de aplaudir.
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