¡Maestro!
El profesor Jesús Balmori Díaz cumplió más de 40 años de servicio a la educación. Foto: María Reynozo.
Por: María del Refugio Reynozo Medina.
Cuando llegó a Chancol por primera vez clareaba el día; habían sacado a las chivas que reposaban tranquilamente bajo el techo de la casa del maestro, ubicada dentro del mismo terreno de las aulas de clase. En pleno temporal de lluvias y a punto de terminar las vacaciones largas, los padres de familia de la escuela de la comunidad perteneciente al municipio de Cuautitlán de García Barragán, en la costa de Jalisco, se habían organizado para recibir al nuevo maestro de la primaria. Realizaron una limpieza a los incipientes espacios. En el cuarto destinado al dormitorio había un petate, un catre y una cama conformada por cuatro horquillas de árbol secas, clavadas en el piso. Sobre ellas un marco tubular circulado de mecate de yute, hacía las veces de colchón.
El saloncito de clase no tenía escritorio para el maestro, ni pizarrón; en su lugar, estaba colocado un rectángulo de caucho clavado en la pared. Había solo unas tres sillas y mesas para los alumnos, algunos de ellos usaban su propia silla que llevaban y traían todos los días. Fue en el año de 1980 cuando el maestro Jesús Balmori Díaz, proveniente de San Cristóbal Zapotitlán, Jocotepec, recién egresado de la Escuela Normal de Jalisco, comenzaba su misión como docente. En la escuela, dice –nos prepararon para trabajar en zonas urbanas, no para el medio rural-. Ese día llevaba puestos zapatos de vestir y lustrosa camisa y pantalón dignos de un maestro; atuendo que hubo que guardar en aquellos despoblados suelos.
Armado con su “toma de posesión” que en ese entonces firmaba el delegado cuando había, o el presidente municipal y los padres de familia; el profe Chuy se encontró con una comunidad gustosa de recibir al nuevo maestro, en un medio rodeado por abundante vegetación que hizo de su llegada una recepción luminosa.
Por la tarde, comenzó a nublarse el cielo, los padres se habían ido y quedaba solo Chuy frente a un centro de trabajo oficialmente suyo. Los oscuros nubarrones apagaron el día y envolvieron la casa del maestro, con todo y el aula, el dormitorio y el pequeño patio. Desde su cuarto solitario, vio venir las gruesas gotas de lluvia, también le vinieron inexplicablemente unas ganas inmensas de llorar.
-¡Maestro!- lo sacudió de repente una voz que borró los oscuros nubarrones. Era una pareja de adultos mayores que estaba ahí para entregarle un aparato de petróleo y el mechero listo para iluminar su primera noche.
Esa expresión lo sostuvo desde ese momento, era la primera vez que le llamaban maestro.
Como maestro, había soñado tener un robusto escritorio y un globo terráqueo. El mismo armó su propio escritorio con unas tablas, tan alto que pudiera utilizarse de pie por falta de una silla.
En los primeros días de su estancia realizó un censo, así comenzó su acercamiento con la comunidad y a las familias. Recuerda que en esos primeros días una tarde estaba sentado y llegó un niño que merodeaba por ahí, llevaba la camisa desabrochada, con los ojales libres por ausencia de botones y cruzaba los bracitos para cubrirse.
-Maestro, de donde usted viene, ¿también hay cielo?
-Es el mismo- le contestó el maestro.
En otra conversación con un niño mayor, este le contó que había entrado a un cine por primera vez en su vida. –vi unos “monotes” y que me salgo- le contó.
Así fue tejiendo la convivencia con esa aislada comunidad que lo entrenó para ir a cualquier parte.
En 1985 llegó a la comunidad de El Sauz, en el municipio de Jocotepec; desde entonces fue el responsable en una escuela bidocente con una matrícula que ha oscilado entre los 40 y 45 alumnos. La generación del 87 solo tuvo 3 alumnos que salieron de sexto.
Para el maestro Chuy nunca fue una necesidad tener un automóvil. Desde entonces y hasta hace unos meses que ocurrió su jubilación, ha recorrido un trayecto de una hora de ida más otra de regreso para ir y venir de San Cristóbal a la localidad de El Sauz caminando.
El maestro fue acreedor a la medalla al mérito “Rafael Ramírez” cuando cumplió sus 29 años de servicio; también recibió la medalla “Ignacio Manuel Altamirano” por sus más de 40 años, que representa el máximo galardón que otorga el Gobierno de México a los docentes en servicio.
Guarda entre sus recuerdos personales las fotografías de generaciones y eventos cívicos. También un álbum con una serie de todas las generaciones que ha visto pasar en la comunidad de El Sauz. Los nombres y rostros de sus alumnos que a veces encuentra convertidos en padres o abuelos y que amorosamente le vuelven a llamar ¡Maestro!
-No creo haberles dado tanto- y suspira.
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