Soy Chivo desde niño, mi nombre es Isidro Camarena Xilonzochitl, a los Isidros les dicen Chilo, Chivo me decían, me daba vergüenza, pero fui creciendo y comenzó a gustarme
El artista Isidro XIlonzochitl Camarena.
Por María del Refugio Reynozo Medina.
El último recuerdo de mi padre es de hace 51 años, yo estaba en la orilla de la laguna y una voz me dijo: “Ya encontraron a tu papá”. Me quedé inmóvil ahí, donde llega el vaivén de las olas que dejan burbujas en el suelo arenoso, mirando hacia lo profundo. Allí lo fueron a sembrar, en las aguas tal vez aún tibias de sol, aquella noche luego de que se lo llevaron de la casa.
Después supe que aquella vez caminaron junto con él por la calle de La Paz y luego de pasar por la propiedad que cuidaba, se trasladaron a unas cuatro casas para torturarlo. Dicen que mi padre pedía agua, la hija del casero entró sin querer al cuarto y quedó trastornada luego de ver la escena. Dicen también que habían obligado al hombre de la casa para cumplir su cometido en ese lugar, y que estaban en estado de embriaguez.
El hallazgo lo hicieron unos pescadores con el chinchorro, le habían amarrado unas piedras en las manos y pies para que no flotara, tenía un golpe en la cabeza que aún sangraba.
Lo vi pálido, con las pestañas quemadas y un par de hoyos en el cuello.
-Ese no es mi papá-, afirmé desde mi interior.
– Mi papá tiene otro color, mi padre sonríe, platica, camina-.
Y me volví a convencer, -ese no es mi papá-.
Recuerdo venir a mi madre con la cara desencajada, se desmayaba a cada rato. Mis hermanos y yo despedimos a mi padre con un beso en los pies, porque así era la costumbre, para que no nos asustara. Tenía yo seis años.
Desde pequeño tenía muchos miedos, me refugiaba mucho en mi madre, mis hermanos hasta los más pequeños actualmente me llaman mijo, me protegen mucho, me pagaron la carrera de Artes Plásticas y aún se preocupan siempre de mí.
Soy Chivo desde niño, mi nombre es Isidro Camarena Xilonzochitl, a los Isidros les dicen Chilo, Chivo me decían, me daba vergüenza, pero fui creciendo y comenzó a gustarme. Para mis nietos soy Chivo o Chivito.
Luego de la muerte de mi padre, hubo un espacio de ausencia de mi madre, yo seguí viviendo mi infancia, me llegaban los regalos de navidad ahí en casa de mis abuelos, participaba en la siembra, iba al cerro a la leña.
Una mañana mi hermano me levantó temprano, subimos a un camión azul para ir a Guadalajara, luego subimos a otro y caminamos hasta llegar a una casa donde comenzó a timbrar. Salió mi madre, era la casa donde trabajaba y al vernos comenzó a llorar. A la siguiente semana, mi hermano llevó al otro hermano, y luego al otro. Después mi madre ya venía y nos llevaba de uno en uno. Pero finalmente regresó y volvimos a tener mamá. Tenía yo doce años.
Cuando ella falleció fue en mis brazos, se fue rodeada de sus hijos, recuerdo que mi reacción fue como ver una escena ajena, sentí de pronto un gran vacío en mi pecho y tuve la necesidad de salir del lugar, alguien dijo que debía llorar, yo sentía que me ahogaba y no alcanzaba la respiración.
-¿Ya se nos fue verdad?- me dijo mi hermano al verlo y entonces comencé a llorar.
Ese bloqueo lo volví a sufrir con la muerte de mi hijo, el Rojo le apodábamos, habíamos ido al balneario y esperábamos afuera un transporte, cuando vino desde la ruta del Raquet Club una camioneta a toda velocidad y aunque traté de cubrir a mis hijos, el Rojo fue alcanzado por el desenfrenado conductor. Me volví loco, el sonido de la troca estuvo en mi cabeza por mucho tiempo, así como su grito: ¡Pa¡ Tuvo muerte cerebral.
Una noche en vela en el hospital, me estaba quedando dormido y entre sueños vi que mi hijo se levantó y me tocó, ese día murió. Hace 28 años de ello y ese ruido a veces vuelve, entonces destruyo cosas.
Esta vida me ha dejado muchas marcas.
¿La pintura? ¿Cómo llegó a mi?
Ah ese es un tema “bien bonito”
Mi hermano mayor era el artista, iba en sexto grado en la escuela del Padre Adalberto, él y su maestra hacían las decoraciones de la escuela, una vez la maestra me puso a copiar una greca y me gustó. Un amigo mío pintaba las canastillas de juegos mecánicos de las ferias y me gustaba verlo pintar. Recuerdo que al pueblo venían acuarelistas a dibujar la torre del templo, en una ocasión uno de ellos me dijo “¿quieres pintar?” Yo no conocía los pinceles, quedé fascinado y entonces comencé a hacer con ixtle (fibra vegetal) mis primeros pinceles.
Empecé a pintar las paredes de la casa, la mesa, mis camisas. Entonces mi mamá trabajaba en el balneario y usaba unas batas, yo se las tomaba y me las ponía, me sentía todo un pintor.
Una vez mi hermano hizo un títere con trapos y palos y lo comenzó a mover, yo quedé impresionado, comenzamos a hacer cuentos, mi hermana grababa y pusimos un telón, hicimos ahí nuestra compañía de teatro y cobrábamos a los vecinos.
Yo ya no quería ir al campo, ahora ya solo quería pintar.
-No se te vaya a hacer joto este muchacho, suéltamelo para llevármelo al cerro-
Le decía mi abuelo a mi madre. Más ella fue la que me consiguió a mi primer maestra: Rosana Sapien.
¿Cuánto me va a cobrar? Preguntó mi madre.
“Si le interesa, no le voy a cobrar, pero si no, no solo le cobro sino se lo mando a la chingada”, fue su respuesta. Su casa era un estudio muy bonito con gallinas, recuerdo a su esposo Agustín trabajando con sus esculturas de barro y mi maestra pintando. A veces me dejaba instrucciones y se iba. Un día me estaba esperando con un porta clip y unas hojas -Esto lo vas a cargar siempre- y me llevó a donde estaban las gallinas para que las dibujara, en movimiento, buscando algo en la tierra, cuando están poniendo un huevo, cuando el gallo las está pisando, en todas las acciones posibles para congelar el movimiento. En otra ocasión, me dijo -ve a ver a las gallinas- yo ya estaba hasta la madre de gallinas, me estaba esperando con un cuaderno y un plumón, ya se iban a una fiesta.
-Tengo que llevar dibujos de gallinas y no me acordaba- Me dijo. ¿Me los podrías hacer?
Y comenzó a dictar a tal velocidad.
Una gallina que se está bañando, una que está comiendo, una que está escarbando, para que al final me dijera no me pidieron nada, no necesito los dibujos. Pero esto lo debes aprender con perros, gatos, hombres, mujeres, algún día vas a necesitar dibujar un caballo y no va a estar ahí. Con ella conocí la pintura de Frida Kahlo, Remedios Varo y Leonora Carrington.
Una de las obras del artista Isidro XIlonzochitl. Foto: María del Refugio Reynozo Medina.
Mis primeros ejercicios se los llevaba mi madre al balneario y se los vendía a los extranjeros, entonces un licenciado de ahí organizó una exhibición que fue todo un éxito, todas las piezas vendidas, Galería Xilotl, le nombraron al espacio. Mi madre estaba muy orgullosa y organizaron una segunda exposición. Que a los pocos días permaneció cerrada y cuando fui a preguntar, al abrir la puerta estaba vacía, el licenciado desapareció con todas mis piezas. Ese día llegué a mi cuartito que tenía como estudio y rompí todo, me propuse ya no ser pintor y mejor dedicarme a pintar casas, pero la decoración de los marcos de las puertas y la recreación de peribanas con frutas, me volvieron a hacer caer.
Un día la maestra Rosana me dijo, -Vete a la chingada-
Cuando me volví para marcharme sin comprender aquello, me encontré con Agustín, su esposo, con los documentos de ingreso a la Escuela de Artes Plásticas de la Universidad de Guadalajara. Recuerdo mis días de estudiante tomando leche con pan en un cuartito y colgando la botella en la regadera para conservarla en buen estado. Y también recuerdo cómo me comencé a convertir en los artistas que me impresionaban, fui Seurat que me cautivaba, Paul Gauguin. Cuando estuve frente a una obra de Alejandro Colunga, su textura y color me transformó, me hizo sufrir, me marcó mucho y me entregué a la apasionante tarea de exprimir oleos.
Pilar Coffen me prestó el libro El anhelo de vivir y me sumergí en el mundo de Vincent Van Gogh
Las imágenes de Lucia Maya, Martha Pacheco, Javier Campos Cabello, Francisco Toledo, comenzaron a habitar mis pensamientos. Una etapa de mi trabajo está marcada por Oaxaca, el artista que no voltea a Oaxaca, no sé qué chingados está haciendo. También tengo influencia de Maurizio Cattelan.
Roba como un artista fue un libro que me ayudó mucho.
En la Escuela de Artes Plásticas yo ya llevaba técnicas de dibujo, texturas visuales, táctiles. Ahí también incursioné en la escultura, uno de mis maestros Chava Chávez me llevaba a su taller, retocaba ceras y vaciaba moldes. Hacia moldes y contramoldes de diversos materiales, con silicones, fibras de vidrio y aprendí a poner candados y quitar, enarbolar piezas y procesos de fundición.
Mi obra está marcada por los sucesos de mi vida, con la muerte de mi hijo me hundí en el alcohol, me involucré en la vida bohemia de los pintores y terminaba alcoholizado, hasta que terminé por entender que no nací con el vaso en la mano y que si quería ser reconocido no era siendo un alcohólico, sino siendo un gran artista.
Ahora soy cofundador desde hace seis años del colectivo “Colores que dan vida” a través de ello trabajamos con una población de cuarenta niños para promover el ciclismo y el arte así como labor social con sus familias.
En mi casa estudio, ofrecemos talleres de literatura, de dibujo, acuarela, óleo y de anatomía humana, ahí se exhiben también mis piezas que están certificadas.
Mis trabajos han viajado a Canadá, Cuba, Italia y dentro del país, aunque yo no. Porque no tengo pasaporte, soy muy desidioso. Será que mi razón es quedarme aquí. Dicen que los que tenemos enterrado el ombligo en San Juan Cosalá no nos vamos de aquí.
Es que además en San Juan hay mucha necesidad y aunque a veces ayudar a los niños nos convierte en enemigos de sus padres, tengo claro que todo lo que nos propongamos en la vida es posible lograrlo.
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