Qué poco nos duró el gusto
El pasado 2 de julio se cumplieron veinticinco años de la transición política, de un sistema de partido único de Estado, a un sistema mucho más democratico, el del multipartidismo. Si bien, décadas atrás se habían dado pasos fundamentales, como es el movimiento ferrocarrilero de la década de los cincuentas, las manifestaciones estudiantiles de finales de los sesentas y el triunfo electoral de Cuahutemoc Cárdenas, que provocó la caída del sistema y el fraude electoral mediante el cual terminaron imponiendo a Carlos Salinas de Gortari, en el ocaso de la década de los ochentas.
Esos momentos previos sin duda abrieron boquetes irreparables en la hegemonía autoritaria y totalitaria del priísmo histórico del siglo XX. Si bien le debemos a Ernesto Zedillo el haber reconocido la derrota del PRI, Fue Vicente Fox quien tuvo la capacidad de aglutinar los votos mayoritarios de la oposición, los suficientes como para imponerse de forma notable, con un 43 por ciento, ante el candidato del partido oficial, Francisco Labastida, que obtuvo un lejano 37 por ciento. En aquella elección, la izquierda participó fragmentada, con tres candidatos distintos: Cárdenas Solórzano, Gilberto Rincón Gallardo y Porfirio Muñoz Ledo, cada uno compitiendo con siglas distintas.
El triunfo de Fox se celebró por muchos como un día de fiesta nacional inesperado. Tras el anuncio oficial, dado por Zedillo y no por la autoridad electoral, que anunciaba la histórica derrota del abanderado del Partido Revolucionario Institucional; la noche de ese domingo, la gente salió a las calles y plazas públicas, emocionada, todavía incrédula, a celebrar la caída de un régimen que había sido bautizado recientemente como la “dictadura perfecta”, en palabras del escritor peruano, Nobel de literatura, Mario Vargas Llosa.
Más allá de las pifias, desaciertos y uno que otro escándalo en que se vieron envueltos el presidente Fox y su flamante esposa, Martha Sahagún, como es el caso de unas toallas de lavamanos que escandalizaron por el alto precio en el que fueron adquiridas para los baños de Los Pinos, la realidad es que a partir de ese momento se comenzaron a dar grandes cambios en los asuntos públicos. La prensa, que en su mayoría había sido cooptada o silenciada por el poder, comenzó a vivir tiempos de apertura a la crítica. La pluralidad se hizo presente en básicamente todos los cargos de gobierno, tanto en el ámbito federal como en los locales. Se dio inicio a la creación y consolidación de organismos autónomos, garantes del contrapeso y la vigilancia de las políticas y recursos públicos.
Veinticinco años después, somos testigos de cómo nuestra democracia se fue erosionando hasta estos días en los que un nuevo partido único de Estado se ha consolidado. Tras el triunfo de MORENA en 2018 los contrapesos del poder fueron tomados por el oficialismo para beneficio del poder, como es el caso de la Comisión Nacional de Derechos Humanos, o de plano destruidos, como es el caso del Coneval. El Instituto Nacional Electoral fue secuestrado y hoy solo hay un poder del Estado, el ejecutivo, ya que los poderes legislativo y judicial quedaron subordinados a la presidencia de México.
Sin división de poderes, con un ejército cada vez más activo en la vida civil del país y con las últimas reformas otorgadas por una mayoría falsa y sumisa en el Congreso de la Unión que ahora permitirán el espionaje y la persecución de políticos opositores, periodistas críticos y ciudadanos inconformes, podemos dar por hecho que en nuestra república, la democracia y la ciudadanía han muerto. Hoy en cambio, nos dirigimos de vuelta a un sistema autoritario y unipersonal. En estos momentos críticos para el país, vale la pena recordar con respeto a quienes por generaciones lucharon por nuestra libertad y nuestra democracia. Que su ejemplo impregne a las nuevas generaciones, para que dejen a un lado su apatía y reconozcan la importancia de involucrarse por tener un mejor país y exijan el retorno de todo aquello que hizo de México una verdadera república. La libertad, el estado de derecho y la democracia no son concesiones gratuitas, sino derechos por los que debemos luchar.
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