Capítulo V
Una historia de Fernando Davalos
Era ya entrada la tarde cuando después de un largo y refrescante descanso y una substanciosa comida, reiniciamos la caminata por sobre la ribera de la Laguna Sagrada. A sugerencia de Natalia habíamos convenido en caminar hasta la puesta del sol para avanzar lo más posible en esta jornada.
Caminamos por espacio de varias horas con gran ligereza y sin eventualidad alguna, disfrutando de una temperatura un poco más templada hacia el atardecer. Sin embargo, la vegetación estaba cambiando drásticamente y constantemente encontrábamos en nuestro camino altos matorrales que nos impedían en ocasiones el paso y la vista al frente, siendo necesario bordearlos constantemente.
A pesar de la prolongada sequía que se había abatido en la región, las condiciones del suelo por el que ahora pasábamos era en esa zona bastante húmedo, inestable y chicloso y en el cual nos sumíamos constantemente. Los pequeños integrantes de nuestro grupo estaban pasando su mejor momento del día ya que el perder constantemente el equilibrio y llenarse completamente de lodo les divertía sobremanera.
El koan infantil
El atardecer estaba terminando rápidamente y los constantes desvíos que la densa vegetación nos había obligado a tomar nos habían adentrado demasiado en el interior de la Laguna Sagrada en donde era posible encontrar con frecuencia rudimentarias bardas de alambre de púas que había que cruzar constantemente.
Dichas bardas que habían aparecido a todo lo largo y ancho de la enorme ribera de la Laguna Sagrada eran producto de la voracidad de algunas personas que pensaban aprovechar la nueva zona descubierta por la sequía para sembrar diversos productos y apoderarse de pasada de esa nueva extensión de terreno, para uso futuro, simplemente impidiendo el paso del agua si el nivel volvía a subir anteponiendo a la misma represas de material.
Después de un impresionante y bellísimo espectáculo de puesta del sol que Nuevo Camino percibió como el regalo del día por nuestros esfuerzos, descendió sobre el grupo en unos cuantos minutos una oscuridad absoluta, debido a la ausencia de luna que a esas horas y por esos días no se encontraba aún sobre el horizonte.
-Oigan, estamos a obscuras y aún no llegamos al pueblo de San Juan Cosalá, ¿Que no debería estar ya por aquí? – preguntó Krista un poco preocupada.
-Pues sí, ya debimos de haber llegado hace rato, creo que nos alejamos mucho de la ribera, por andar bordeando tanto matorral – respondió Félix
-A ver junta de grupo, vengan todos y no se alejen los niños por favor, porque no se puede ver nada, y está muy pantanoso por todos lados – ¿Alguien trajo lámpara de casualidad? – pregunté
El silencio resultante nos indicó que no habíamos considerado la posibilidad de caminar hasta avanzada la tarde y menos de ser sorprendidos por la oscuridad de una noche sin luna. Félix, el previsor del grupo, traía consigo un eficiente encendedor de gas que todos saludamos con alegría, para a continuación realizar una rápida excursión a los matorrales en busca de arbustos secos con que preparar una pequeña fogata.
La tensión crecía a cada instante y podía percibirse en todo el grupo debido al cansancio y la oscuridad prevaleciente. Una vez lista la pequeña e improvisada fogata y ya más organizados y calmados ante la sorpresiva eventualidad pregunte:
-¿Que les parece si voy en rápida excursión a buscar un camino de regreso a tierra firme por una ruta no pantanosa? –
-Quiero papitas – se escuchó como respuesta
-¿Quién quiere papitas en un momento como este? – pregunté sorprendido
-Quiero papitas – insistió el pequeño Vicente
-No, yo no quiero papitas, yo quiero churritos – intervino Juanito
-Síí, churritos – aprobó el pequeño Ignacio.
La inocente despreocupación de los pequeños y su espontánea insistencia por mostrarnos lo que realmente les era importante en esos momentos, provoco sonoras carcajadas en todos nosotros y contribuyó en gran medida a disipar la creciente tensión que nuestra preocupación nos había producido.
Con cierta reticencia, Nuevo Camino estuvo de acuerdo en que yo realizara una rápida excursión en búsqueda de una ruta segura hacia la zona de tierra firme que nos conduciría al pueblo que sabíamos debería estar ya no muy lejos.
Las Cuatro Guerreras
Félix se quedaría acompañando al resto del grupo, mientras que Rosana y yo armados con el eficiente encendedor de gas, daríamos una rápida y corta caminata para tantear las condiciones imperantes en el terreno pantanoso en el que nos encontrábamos.
Apenas si habíamos caminado cosa de 50 metros en línea recta hacia donde estimábamos habría tierra más firme cuando el piso fangoso cedió materialmente bajo mis pies, hundiéndome de inmediato hasta más arriba de las rodillas.
-Rosana, detente, aquí está muy inestable el suelo, y parece que me estoy hundiendo aún más – comenté visiblemente preocupado
-Agustín, no te muevas mucho o te vas a hundir más rápido – contestó Rosana al tiempo que con rapidez se quitaba la larga cinta roja que le adornaba su cabeza y me arrojaba uno de sus extremos
-Ahora, poco a poco, con mucha lentitud empieza a apoyarte en la cinta y saca primero un pie y luego el otro del lodo – indicó
-Agustín, ¿Qué estás haciendo? – me increpó molesta, tratando de ocultar su evidente preocupación por lo que me acontecía
-Si crees que vas a poder salir de ese pozo de lodo caminando, estas muy equivocado, te estás hundiendo más de esa manera – agregó
-La única manera de salir es arrastrándote en el suelo primero y sacando poco a poco un pie a la vez, ¿O qué? ¿Tienes miedo de enlodarte tu carita? –
Cuando escuché esta última instrucción, me hallaba a punto de perder la batalla ante el miedo que sentía por mi progresivo hundimiento en un pozo de lodo que me succionaba por momentos. Sin embargo, no sé porque en esos momentos su comentario me pareció singularmente cómico y empecé a reír con sonoras carcajadas al tiempo que seguía sus instrucciones arrastrándome materialmente en la alberca de lodo que me rodeaba.
Atraídas y extrañadas en parte por mis risotadas y siguiendo en la oscuridad el sonoro rastro que estas producían, Alicia, Krista y Natalia llegaron providencialmente hasta donde nos encontrábamos apenas a tiempo para ayudar a Rosana en la tarea de sacarme de mi embarazosa situación.
Aún cuando con la ayuda de Rosana y gracias a un titánico esfuerzo de mi parte, había logrado ya sacar mi pierna derecha completamente de la trampa de lodo en la que me había metido, la incorporación de Krista, Alicia y Natalia, dio el resultado esperado y en unos cuantos minutos estuve fuera de peligro.
Apenas me incorporé tambaleante debido a una mezcla de cansancio, desgaste emocional, y la pérdida de un zapato, empecé a recibir una arenga de reclamaciones provenientes de las cuatro guerreras a quienes debía en esos momentos mi libertad.
Te lo dijimos Agustín, pero no nos escuchas, siempre quieres hacer tu santa voluntad – dijo Alicia entre risas al verme completamente cubierto de lodo.
-Espero ahora nos haga mas caso, aunque no lo creo porque es muy voluntarioso – afirmo Krista moviendo su cabeza de lado a lado y mostrando una amplia sonrisa.
-Ay Agustín, que bárbaro, mira cómo has quedado – comentó Natalia examinándome con el encendedor.
Rosana guardaba silencio, conteniendo la risa a duras penas.
Comprendí al instante que me hallaba ante cuatro guerreras implacables, a quienes ciertamente debía mi libertad, y lo único que se me ocurrió en esos momentos fue abrazarles con respeto, una a una para agradecerles el gesto que habían tenido con mi persona, olvidando que estaba cubierto de pies a cabeza de agua y lodo.
Félix se quedaría acompañando al resto del grupo, mientras que Rosana y yo armados con el eficiente encendedor de gas, daríamos una rápida y corta caminata para tantear las condiciones imperantes en el terreno pantanoso en el que nos encontrábamos.
Apenas si habíamos caminado cosa de 50 metros en línea recta hacia donde estimábamos habría tierra más firme cuando el piso fangoso cedió materialmente bajo mis pies, hundiéndome de inmediato hasta más arriba de las rodillas.
-Rosana, detente, aquí está muy inestable el suelo, y parece que me estoy hundiendo aún más – comenté visiblemente preocupado
-Agustín, no te muevas mucho o te vas a hundir más rápido – contestó Rosana al tiempo que con rapidez se quitaba la larga cinta roja que le adornaba su cabeza y me arrojaba uno de sus extremos
-Ahora, poco a poco, con mucha lentitud empieza a apoyarte en la cinta y saca primero un pie y luego el otro del lodo – indicó
-Agustín, ¿Qué estás haciendo? – me increpó molesta, tratando de ocultar su evidente preocupación por lo que me acontecía
-Si crees que vas a poder salir de ese pozo de lodo caminando, estas muy equivocado, te estás hundiendo más de esa manera – agregó
-La única manera de salir es arrastrándote en el suelo primero y sacando poco a poco un pie a la vez, ¿O qué? ¿Tienes miedo de enlodarte tu carita? –
Cuando escuché esta última instrucción, me hallaba a punto de perder la batalla ante el miedo que sentía por mi progresivo hundimiento en un pozo de lodo que me succionaba por momentos. Sin embargo, no sé porque en esos momentos su comentario me pareció singularmente cómico y empecé a reír con sonoras carcajadas al tiempo que seguía sus instrucciones arrastrándome materialmente en la alberca de lodo que me rodeaba.
Atraídas y extrañadas en parte por mis risotadas y siguiendo en la oscuridad el sonoro rastro que estas producían, Alicia, Krista y Natalia llegaron providencialmente hasta donde nos encontrábamos apenas a tiempo para ayudar a Rosana en la tarea de sacarme de mi embarazosa situación.
Aún cuando con la ayuda de Rosana y gracias a un titánico esfuerzo de mi parte, había logrado ya sacar mi pierna derecha completamente de la trampa de lodo en la que me había metido, la incorporación de Krista, Alicia y Natalia, dio el resultado esperado y en unos cuantos minutos estuve fuera de peligro.
Apenas me incorporé tambaleante debido a una mezcla de cansancio, desgaste emocional, y la pérdida de un zapato, empecé a recibir una arenga de reclamaciones provenientes de las cuatro guerreras a quienes debía en esos momentos mi libertad.
-Te lo dijimos Agustín, pero no nos escuchas, siempre quieres hacer tu santa voluntad – dijo Alicia entre risas al verme completamente cubierto de lodo.
-Espero ahora nos haga mas caso, aunque no lo creo porque es muy voluntarioso – afirmo Krista moviendo su cabeza de lado a lado y mostrando una amplia sonrisa.
-Ay Agustín, que bárbaro, mira cómo has quedado – comentó Natalia examinándome con el encendedor.
Rosana guardaba silencio, conteniendo la risa a duras penas.
Comprendí al instante que me hallaba ante cuatro guerreras implacables, a quienes ciertamente debía mi libertad, y lo único que se me ocurrió en esos momentos fue abrazarles con respeto, una a una para agradecerles el gesto que habían tenido con mi persona, olvidando que estaba cubierto de pies a cabeza de agua y lodo.
Foto: Domingo Márquez
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