Rosa Ibarra Campos se dedica a la venta de tamales desde 1985.
Miguel Cerna.- Aunque para la mayoría de la gente la elaboración de tamales es un ritual que se evita o se limita a una vez al año; para Rosa Ibarra Campos, es parte de su rutina diaria desde hace 35 años.
Aunque las recetas de Rosa han cambiado con el transcurso de los años, el motivo por el que prepara los tamales es darle el sustento a su familia como desde 1985.
Sentada en la sala de su casa, ubicada en la colonia “Las Palmitas” -en el crucero de la cabecera de Jocotepec- y perfumada por el olor a picadillo y masa de maíz, Rosa Ibarra narró a Laguna cómo se fue posicionando en el gusto del público, no solo jocotepense, sino hasta llegar al punto de darse el lujo de decidir el número de pedidos.
Luego de casarse con José Valencia Ramírez, la familia Valencia Ibarra migró a Estados Unidos con la esperanza de construir un mejor futuro. Sin embargo, aunque económicamente les iba bien, la vida allá no le gustó a doña Rosa, por lo que decidieron regresar a Jocotepec.
La realidad que precedió a la familia al regresar fue dura, pues aunque su esposo José trabajaba, el dinero no rendía para alimenta a la pequeña Erica, su primera hija. Posteriormente vendría Rocío Lizbeth y José Omar.
La necesidad de abonar a la economía familiar conectó a Ibarra Campos con su infancia, cuando adquirió la noción de la preparación de los tamales de su tía María, por lo que -a los 25 años de edad- se animó comercializar su producto por las calles de la cabecera municipal en baldes de plástico.
“Yo tenía una muchachita (Érica), él (su esposo) sí trabajaba, pero el dinero no rendía, entonces una vez era una fiesta yo saqué a la niña a la puerta y estaban los juegos, entonces la niña tenía como 4 años y me dijo: ‘llévame a los juegos’, yo no tenía con qué llevarla, sentí tan feo, y entonces me decidí”, contó nostálgica.
En un inicio, doña Rosa solo preparaba tamales de elote. Luego, alguien le pidió de elote con piña (una mujer embarazada) y, naturalmente, después le solicitaron tamales de carne. Fue así como comenzó a conformar la oferta de su producto; hoy en día prepara de picadillo, pollo, rajas con queso y de dulce de piña.
Sin pensarlo, el volumen de producción, que requirió la ayuda de todos los miembros de la familia, creció de ciento a miles. Hay temporadas decembrinas que llegan a elaborar más de 3 mil tamales, lo mismo para el Día de la Candelaria. Pero por su edad y prestigio, doña Rosa ya se puede dar el lujo de limitar los pedidos.
“Nos piden de a muchos, si yo agarrara todo el cliente que llega, llegarían a hacer hasta tres mil tamales, pero no podemos, la gente no sabe ayudarnos, contratamos personas y no saben. Entonces es más entretenido estarles diciendo cómo que estar mejor haciendo; por eso nomás agarramos nosotros los que podemos sacar, para no quedar mal”, contó orgullosa.
Además de sus pedidos provenientes toda la Ribera del Lago de Chapala -y hasta para llevar a Estados Unidos-, doña Rosa vende de lunes a sábado en el crucero y los sábados y domingos frente al Oxxo de la plaza principal; donde la larga cola de clientes dan testimonio del buen sabor de sus tamales que, reitera, prepara con ingredientes de la mejor calidad.
“Lo que más me gusta (de mi trabajo) es mi gente, mis clientes que reconocen mi trabajo, que acuden a mí; tengo montones de clientes, no son 20 o 30, son muchas personas”.
Aunque son varias las satisfacciones que le ha dado la venta de los tamales, una de las más gratificantes ha sido la posibilidad de construir su casa; por lo que continuará como tamalera hasta que la vida se lo permita.
“Yo les he dicho que si algún día falto, que sigan el negocio, pero pues quien sabe; mientras podamos, lo vamos a seguir haciendo, mientras que Dios nos dé fuerzas para seguir, seguiremos”.
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