Bernardo Rodríguez de la Luz, músico trompetista originario de San Cristóbal Zapotitlán, Jocotepec.
Por: María del Refugio Reynozo Medina.
Bernardo Rodríguez de la Luz, es originario de San Cristóbal Zapotitlán, perteneciente al municipio de Jocotepec. La música ha acompañado su vida; desde pequeño, estuvo rodeado de sonidos de instrumentos y notas musicales. Sus primeras lecciones de violín las tomó con Daniel Cervantes Pantoja, a la edad de 14 años.
Cuando iban a ser las fiestas patronales, don Daniel traía cantores de Guadalajara y de Ajijic; de este último lugar venía un hombre llamado Venancio. También traía un predicador muy famoso al que nombraban Medrano. En ese tiempo había un púlpito; ahí se subían a predicar los sacerdotes en las vísperas.
-Eran unas misas pontificales hermosísimas- recuerda este hombre, que emergió de una comunidad con raíces musicales.
Justino Larios fue un gran músico y compositor, él fue el autor del himno “Viva San Cristóbal”. Así como Ignacio Aréchiga, originario de San Luis Soyatlán, compuso el “Himno a San Luis”. Aréchiga también es autor de los misterios a la virgen que cantaban las mujeres del coro. Blas García, violinista de San Cristóbal, llegó a ser parte del Mariachi México. Salvador Ibarra era cantor, y un sacerdote se lo llevó a San Juanito de Escobedo y allá se quedó. Pancho Macías tocaba muy bonito el trombón. Nardo convivía mucho con Pedro Medina Cervantes, quien tocaba el piano; Pedro Medina estudió en la Escuela de Música Sacra y compuso “Un himno a San Cristóbal”.
Uno de los grandes maestros que Nardo tuvo, fue su tío Francisco de la Luz, con quien estudió trompeta, trombón y cello. A él, junto a su hermano les decían “Los panchos”, porque eran dos hermanos que llevaban el mismo nombre.
Entre el repertorio que Nardo interpretaba, había valses, marchas, óperas para zarzuelas y pasodobles. Así que, sobre esos suelos polvorosos y empedrados del poblado de San Cristóbal Zapotitlán, incontables veces se pudieron escuchar la “Caballería ligera” de Franz von Suppé, “Aires andaluces” de Guillermo Gómez o “Lucia di Lammermoor”, de Gaetano Donizetti.
Las dos grandes bandas que hubo en esos tiempos; la de la familia De la Rosa y familia De la Luz, ejecutaron piezas como Carmen, de Bizet, o los pasodobles Alfonso Gaona y Cielo andaluz.
Con la banda, Nardo recorrió poblados distantes y cercanos: Zamora, Cotija, Jiquilpan, Quitupan el Estado de Veracruz y Tamaulipas, son sólo algunos de ellos. Desde que se pactaba el contrato que la mayoría de ocasiones era verbal, se acordaba la asistencia de los músicos. En una permanencia de hasta doce días, los hombres aseguraban su viaje con ropa, cobijas y su uniforme que algún día fue con boina y chaqueta tipo militar.
En Ocotlán durante dos años consecutivos se transmitieron por radio las serenatas de las fiestas ejecutadas por la banda de San Cristóbal.
Los recuerdos de este experimentado músico están vivos; la época en la que florecieron las bandas y la música en medio de una comunidad con carencias, en donde la instrucción primaria llegaba hasta segundo grado. Ahí aprendió sus primeras letras, en la escuela que en ese tiempo era en la casa de Palemón Osorio, con el maestro Rubén Osorio como maestro de los niños.
-Es muy fea la ignorancia- dice Nardo, al recordar las pocas oportunidades que había.
Lo que la mayoría de pobladores hacían era trabajar en el campo, algunos la pesca, otros hacían trenza de palma, era común ver a algunos hombres platicando en las esquinas, mientras tejían la trenza de soyate que luego llevaban a vender a Sahuayo. Había mucha pobreza en el pueblo, eran muchos los huaraches que se veían con las correas rotas.
-Me debes- se decían unos a otros y se entregaban las rosas o claveles, a veces era la misma flor que iba y venía entre las manos de los enamorados. Para las fiestas, llegaban vendedores de flores. También, había quien las cortaba de sus casas o de un jardín a la pasada. El día que terminaron esa primera fase del kiosco, el padre Pedro Rivera pidió que tocaran las dos bandas para celebrar la inauguración de la obra.
En los tiempos de Nardo, los bailes eran con orquestas, en las bodas se bailaban valses y se servía pipián con pollo y arroz. Cada uno de los pasajes del San Cristóbal de aquellos años, está guardado en la memoria de este músico trompetista que a sus 82 años, vive de escuchar valses, pasodobles y de los conciertos a los que puede ir. Tararea cada una de las piezas cuando está fuera del escenario y su corazón se enciende al sonido de Siboney, Carmen y las notas andaluces.
Jesús Pérez Núñez es uno de los miembros de la guardia de honor del Señor del Monte y es nieto de Cándido Pérez, personaje que aparece en la pintura de El Juramento de la sacristía de la parroquia de Jocotepec.
Por: María del Refugio Reynozo Medina
-¡Lo cuidan como si fuera suyo!
Así se expresan algunos feligreses de los miembros de la guardia de honor del Señor del Monte en Jocotepec.
La guardia de honor está conformada por unos 150 varones descendientes de los personajes que firmaron el juramento al Señor del Monte en el año de 1918.
En la guardia de honor hay ocho encabezados:
Jesús Pérez, Francisco Gómez, Armando Garavito, Gilberto García, Octavio Ibarra, Marcos Cortez, Alejandro Pérez y Víctor Olmedo. Cada una de las familias tiene una misión especial.
A los Pérez, les toca cambiarle la corona; a veces pareciera que el patrono se resiste a cierta corona y están a la expectativa “a ver cuál quiere”. Cuando Jesús Pérez era niño, recuerda que la corona del Cristo, la guardaba su padre Mateo Pérez en casa. Creció mirándola, ahí resguardada en un nicho de madera con un candado especial. Su hijo, Alejandro en una ocasión cuando le cambiaba la corona, comenzó a transpirar abrumadoramente, las piernas le temblaban en medio de una sensación indescriptible.
Armando Garavito es el encargado de la custodia de los cendales, cada año le regalan al Patrono hasta tres en su fiesta.
La familia de los Gómez participa en el recorrido caminando de espaldas a la procesión y de frente a la imagen.
Originalmente, durante la ceremonia de preparación para la procesión en su día; el Señor del Monte estaba acompañado exclusivamente de varones. Fue en el tiempo de Mateo Pérez, el padre de Jesús, que comenzaron a involucrar a las mujeres en ciertas actividades, como Amanda Cuevas Pérez que se encarga de cuidar las pelucas que lleva bajo la corona. Son de pelo natural donado por jovencitas; las lleva al salón de belleza para su conservación y cuidado especial.
La tarea de los miembros de la guardia de honor no sólo es la preparación para llevarlo en la procesión, sino la vigilancia durante los tres días posteriores a su fiesta, en los que permanecen debajo del altar para que los fieles puedan acercarse.
En tiempos de pandemia no ha podido ser el ritual que consiste en hacer una fila entre cientos de fieles para lograr acercarse, una vez de frente a la imagen reciben un trozo de algodón que pasan por el cuerpo del crucificado y lo guardan celosamente como protección hasta la vuelta de año.
La fotografía familiar tomada en 1907 donde aparece al centro con sus hijos Cándido Pérez, firmante del juramento al Señor del Monte en 1918.
Jesús Pérez Núñez, uno de los guardianes
Jesús Pérez, originario de Jocotepec, es nieto de Cándido Pérez, firmante de aquel juramento histórico. Don Jesús conserva una fotografía de 1907 donde aparece el abuelo rodeado de sus hijos principalmente. Lleva un traje charro de gala con botonadura de oro; él poseía yuntas de bueyes para arar la tierra y también un chinchorro para pescar. Esa fotografía en blanco y negro es un valioso recuerdo para Jesús; así como las memorias de la infancia y juventud en Jocotepec que siempre por alguna razón están estrechamente ligadas a la imagen del Señor del Monte.
El milagro más grande que recuerda es cuando tenía unos ocho o nueve años; estaba el señor Cura Ambrosio González. Ese sacerdote abrió el curato para los niños, les puso juegos de ping pong, dominó, tableros; y promovió el fútbol para los muchachos.
El señor cura mandó a hacer un pozo artesiano en el curato pensando en la necesidad de agua que tenía la población. Mientras trabajaba la máquina, el padre veía que no aparecía el agua y el dinero para pagar se iba terminando. Estaba a punto de gastar los últimos recursos, cuando tomó un trozo de tepetate y acudió al altar dirigiéndose al Señor del Monte para pedir su intercesión. A los pocos días brotó el agua a raudales. Parecía un arroyo crecido que abrazaba las calles. Recorría primero Miguel Arana, dando vuelta por Guadalupe Victoria, hasta José Santana para desembocar en el lago. Las mujeres comenzaron a poner lavaderos y los niños iban a bañarse. El agua era tibia, también la podían beber. Esa fue el agua potable en el pueblo por muchos años, hasta que un día el Ayuntamiento la entubó; construyó un tanque en el cerro para bombearla y cobrar las tomas en cada vivienda.
Otro de los milagros ocurrió en una época de sequía extrema. Sacaron la imagen para implorar por la lluvia. Poco antes de llegar al templo, aparecieron las nubes negras en el cielo seguidas por una copiosa tormenta que apenas alcanzaron a librar a los peregrinos.
Jesús recuerda que la fecha de la fiesta al Señor del Monte se instituyó en esos días de enero, porque era cuando las familias tenían un poco más de dinerito derivado de las cosechas. Así podían ofrecerle una fiesta más digna a su amado Patrono.
-A veces nos critican por el lugar que ocupamos, pero es difícil tomar decisiones-
Este hombre junto con todos los miembros de la guardia de honor es responsable de custodiar una imagen milagrosa que ha sido por cientos de años la que vela por los jocotepenses.
Para el señor Jesús Pérez, ser miembro de la guardia de honor es una responsabilidad muy grande, más grande que el inexplicable cansancio que sienten todos cuando cargan a la preciada imagen, pero saber que el Señor del Monte custodia sus vidas es una emoción que no se puede describir.
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