La calle luce adornada con aserrín para recibir al Santísimo. Foto: María del Refugio Reynozo.
María del Refugio Reynozo Medina.
La calle Ramón Corona poniente en San Cristóbal Zapotitlán, otra vez se volvió a teñir de colores vivos, ahora para recibir el paso del Santísimo. Durante siete días, el santísimo estará visitando distintos hogares, rememorando el pasaje bíblico de Josué, cuando el pueblo de Israel al llegar a la tierra prometida en Jericó, se encuentra con una ciudad amurallada que no les permite el paso. Durante siete días marcharon alrededor de las murallas y al séptimo día, al sonido de trompetas, cayeron las murallas y conquistaron la tierra prometida.
Esta oración especial del Sitio de Jericó, dirigida por el señor cura Carlos Enrique Medina Garibaldo, contempla siete días con sus 24 horas de adoración al Santísimo, con la finalidad de destruir las murallas que dividen a las familias, los odios y rencores y la distante relación con la iglesia de algunas personas. “Por ello se lleva al santísimo a las comunidades, para que vaya nuestro señor a visitarlas y esos siete días en oración para destruir los muros que nos dividen y nos quitan la paz”.
Durante esos días, el Santísimo visitará todos los barrios del pueblo representados en cada uno de los hogares de las representantes de barrio, que se organizan para velar al santísimo durante toda la noche. El día de hoy corresponde a Flor Osorio Rito recibir a la procesión y colocar un altar digno para recibir a Dios.
Además del camino bordeado de aserrín que se colocó a lo largo de toda la cuadra, afuera de la casa está preparado un altar con un crucifijo y un cuadro de la imagen del Señor de la Misericordia. A un lado, una pequeña escultura de la Virgen de Guadalupe, con ramos de flores y veladoras. Las filas de sillas colocadas en toda la calle esperan a los fieles que asistirán a misa.
El empedrado luce recién regado y el viento sólo levanta las largas cortinas satinadas.
A muchas cuadras de ahí, en otro hogar, un grupo de personas despide al Santísimo, con oraciones y cantos. Los Adoradores Nocturnos salen llevando una bandera blanca.
“¡Bendito, bendito, bendito sea Dios!”, cantan las mujeres que van en grupo. “Con la presencia de dios, caminamos”, dice el sacerdote que lleva en las manos al Santísimo y se coloca en frente de la procesión.
Al encuentro con la casa que los recibe, los rostros de los fieles fervorosos, reciben con cánticos y se disponen a hacerse compañía, algunos para pasar la noche en vela.
Agustín Vázquez Calvario, originario de San Juan Cosalá, supo desde pequeño que su misión era continuar la tradición culinaria familiar. Foto: María del Refugio Reynozo.
Por: María del Refugio Reynozo Medina.
El día del alumbramiento, la partera dijo que el niño venía muerto; de inmediato la madre acercó su boca a la del bebé y le dio un respiro. Así fue como el pequeño Agustín Vázquez Calvario llegó al mundo.
Su madre y su tía Lupita, le transmitieron desde su infancia los aromas de una cazuela rebosante de mole, de una birria, un arroz y todos los platillos condimentados con los secretos de sus antepasados. Desde pequeño supo que podría preparar cada uno de ellos, solo que era un niño y como niño a sus 13 años, no se atrevía a decirle a su madre, que su primer trabajo en la zona restaurantera de Piedra Barrenada, era en la cocina.
En Ajijic, trabajó también en un restaurante y en San Juan Cosalá, donde además de especializar su sazón en la comida, aprendió el idioma inglés cuando tenía treinta años.
Durante su etapa de especialización en la cocina, Agustín también incursionó en bienes raíces: es contratista y conoce de proyectos arquitectónicos.
Cuando tuvo la idea de instalar su propio restaurante, su mamá le decía, -pero aquí no hay dinero-. Él confió y hace veinte años, un 15 de septiembre abrió las puertas del restaurante Viva México Tía Lupita. Todo mundo quería conocer el lugar; había cuatro sacerdotes listos para inaugurar el recinto en la calle Porfirio Díaz, número 92. Ahí entendió que una de sus misiones era continuar con la tradición culinaria de su familia.
Los empleados de Don Agustín, tienen apoyo de su parte para ir a la escuela; porque para él es vital que existan profesionistas. -Yo les digo que quiero verlos a los ojos como amigos, no como empleados-.
-Lo único de lo que adolece este país es de educación-, dice este hombre que incursiona en diversos ámbitos de la vida cultural de San Juan Cosalá.
A su restaurante han venido a comer figuras públicas y políticas como el Presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador, el Gobernador Enrique Alfaro Ramírez y otros gobernadores anteriores.
-A mí no me interesa la política, a mí me interesan los seres humanos-, dice.
“Don Agus”, como le dicen sus amigos, es un hombre conversador y muy observador de su comunidad. Fundó una orquesta infantil; ha realizado torneos de pesca y carreras de bicicletas con niños a los que les consiguió premios en efectivo, medallas y trofeos. Conoce las historias de la tradición oral acerca de las deidades de los antepasados; es un lector asiduo y eventualmente realiza charlas motivacionales a estudiantes.
Un parteaguas en la historia del restaurante fue aquel 12 de septiembre de 2007, cuando una tromba azotó la Delegación de San Juan Cosalá; ese día sin saber por qué, Agustín tomó una cámara y salió corriendo a fotografiar la tragedia; en seguida fue a buscar al sacerdote para saber si había muertos. Desde ahí coordinó todas las acciones para tomar el control de la situación. El saldo, 120 casas dañadas y cuarenta en pérdida total. De un momento a otro había ya 500 personas damnificadas que necesitaban ayuda. Los episodios se adivinan a través de sus ojos que vuelven a humedecerse.
Ahí en plena plaza, instaló quemadores y comenzó las labores de cocina. La escuela y el templo fueron ocupados por los damnificados y Agus lideró las labores de recuperación. Los primeros mil alimentos fueron preparados de manos del dueño de Viva México tía Lupita. Dicen que cuando llegó la prensa y las autoridades estatales, el presidente municipal aseguró que ya todo estaba controlado, sin mencionar que había sido gracias a la coordinación de Agus y las voluntades ciudadanas.
El escenario era tan dramático que en algún momento uno de los camarógrafos le comenzó a ayudar.
Los primeros diez días fueron intensos, cocinó al menos sesenta mil platillos ayudado por voluntarios propios y extranjeros. Este cocinero lo perdió todo: hasta los utensilios de cocina y luego de superar la prueba, el restaurante cerró.
¿Por qué hace todo esto?- le habría preguntado un funcionario de Protección Civil a don Agus, quien tuvo la capacidad de gestionar y aportar 2 mil 600 despensas al mes, mientras el Ayuntamiento entregaba 150.
Un día, su tía Lupita le dijo -ven rápido-, cuando llegó al lugar, un grupo de sus amigos extranjeros le habían lavado los pisos y habían preparado todo para volver a comenzar.
-Queremos que vuelvas a abrir- le dijeron.
Y así fue, la centenaria finca que alberga el Viva México Tía Lupita, mantiene sus puertas abiertas para los comensales desde hace doce años.
Aunque Agustín desea que se le piense como un gran cocinero y no tanto como líder social, luego de su labor comunitaria, fue nominado al premio humanitario Humanity World. Fue entrevistado por la cadena de noticias CNN, Telemundo y Univisión, y su imagen apareció en la portada de la revista USA Today, el diario Mural y otros periódicos locales. Fue a partir de entonces cuando lo buscaron para coordinar la Operación alimento, un programa de ayuda social para familias de bajos recursos. Cada jueves el Restaurante Viva México cierra sus puertas para recibir únicamente a las 156 familias que actualmente son beneficiarias y que reciben semanalmente ropa y despensas.
A veces este hombre piensa: -¿por qué me diste esta fuerza?-, y cada mañana le reza a esa divinidad que dice todos los días lo bendice; por eso le gusta ayudar.
Algunos piensan que Don Agus es un alma vieja que prevalece entre nosotros.
Ganó la batalla a la muerte desde el día que llegó al mundo, enfrentó las convulsiones que le daban cuando tenía cuatro años y ha superado los tres infartos que ha tenido.
-En la vida hay muchas personas, pero pocos seres humanos- dice. Su vida es un constante encuentro con los demás; de repente en las tardes se coloca en el escenario de su jardín y toca la guitarra para los comensales, que más que clientes son sus amigos.
-La vida da mucho, pero hay que ser justos-.
El señor cura Carlos Enrique Medina Garibaldo encabeza la Misión de la misericordia.
Texto y fotos: María del Refugio Reynozo Medina.
El rescoldo de las tardes frías de invierno, levanta eventuales polvaredas de ese polvo finísimo que se instala en el rostro, en la cabeza, en la ropa. Pero eso no importa, las veladoras siguen encendidas, al amparo de un vaso desechable que abraza los bastones de cera blanca o amarillenta. La mujer que va a mi lado lleva la mano medio cubierta de cera; canta sin cesar mientras vigila que la llamarada siga viva.
Es la procesión de La gran Misión de la Misericordia en San Cristóbal Zapotitlán que comenzó con la celebración eucarística, la mayoría de los fieles están vestidos de blanco y algunos niños, llevan globos rojos y blancos.
El grupo de la Adoración Nocturna, va al frente con sus ropas blancas y distintivos púrpuras colgados del cuello; luego la danza con sus penachos de plumas de colores; el tambor y el caracol. Y también la banda de guerra.
La réplica de menor tamaño de la imagen de San Cristóbal avanza cargada por un grupo de personas que se relevan de vez en cuando.
En medio, encabezando la ceremonia, va el señor cura Carlos Enrique Medina Garibaldo; sujeta al santísimo con ambas manos y avanza, deteniéndose de vez en cuando al encuentro con alguien que se santigua, o de algún adulto mayor que observa desde dentro de su casa.
-Padre nuestro que estás en el cielo- pronuncia fuerte el señor cura. Lo hace desde sus pasos que recorren los suelos empedrados en la oscuridad de la noche; las mismas calles que se recorren durante las peregrinaciones, esta ocasión en compañía del santísimo. -Perdona nuestros pecados- dice con voz poderosa; como si todas estas compañías aclamaran la misericordia de Dios. La gente sigue andando por las mismas calles este recorrido y todos los más que sean necesarios a la señal del señor cura Carlos.
Al llegar al templo, la enorme puerta de madera está cerrada; colocados frente a la entrada el cura y el diácono, dirigen la oración de apertura. El sacerdote toma un martillo dorado y golpea la puerta.
-Ábreme a mí las puertas de la justicia-
-Señor, abre por mí las puertas porque Dios está en nuestra casa-
El atrio está en penumbras y solo la llama de cada veladora dibuja los rostros llenos de fervor.
El coro de las catequistas de la parroquia canta precedido por el majestuoso sonido de las trompetas.
Portones, alzad los dinteles,
levantaos puertas antiguas,
va a entrar el rey de la gloria.
Alrededor todo es oscuridad hasta que las puertas se abren para recibir a los peregrinos. Los rostros de los asistentes se iluminan con las luces que son encendidas. Estallan los cohetes en el cielo y las campanas doblan esta vez por júbilo.
“Cristo, óyenos”,
Finaliza la letanía.
Eloisa Torres Rito originaria de San Cristóbal Zapotitlán guarda memorias de hace más de ochenta años. Foto: María Reynozo.
Por: María del Refugio Reynozo Medina.
Detrás de las gafas, hay una mirada vivaz. Unas ligeras líneas se dibujan en su rostro luminoso y apacible.
El año de 1932 la vio nacer con el nombre de Eloisa Torres Rito, un 21 de noviembre, en San Cristóbal Zapotitlán, en el municipio de Jocotepec. Sus días de juventud fueron consagrados a las actividades de catequesis, del coro de la iglesia y a los acontecimientos en torno al templo. Ella perteneció al coro dirigido por don Daniel Cervantes, recuerda que cantaban Los misterios; Daniel les enseñó una misa completa en latín. Los ensayos eran acompañados por la orquesta.
También ensayaban zarzuelas, aún recuerda Choza y palacio, así se llamaba una representación en la que ella interpretó a una española.
“…Tiene fama Sevilla con su giralda…”- canta un trozo de lo que recuerda.
Muchas veces presentaron las zarzuelas en el curato de Jocotepec sobre un escenario de tablas.
La vida cotidiana estaba sujeta a las actividades religiosas. Durante el mes de mayo, mes de María; cantaban los misterios a diario, mientras que las encargadas de velar pasaban todo el día haciendo oración. Por eso antiguamente era común referirse a las responsables como cabeza de Vela porque era ese su cargo, velar durante todo el día asignado.
En el mes de junio, cantaban también los misterios todos los días, dedicados al Sagrado Corazón.
En los días de cuaresma, especialmente el viernes de dolores cantaban a la dolorosa:
Oh, madre dolorosa, paloma del desierto que aun después de muerto miraste al salvador.
Vertiendo del costado, purísimos raudales para curar los males del pobre pecador.
Por tantas amarguras y por congojas tantas postrados a tus plantas venimos a ofrecer no ya las frescas flores, ni alegre y dulce canto, solo copioso llanto que arranca el padecer.
Para la celebración del Corpus Christi cantaban el himno Pange Lingua. Lo hacían en latín, mientras que el sacerdote daba la bendición con el santísimo.
En aquellos años no había una escuela primaria como la hay ahora; Eloísa recuerda que venía una maestra y en un cuarto que rentaban y que pagaban con la cooperación de los padres tenían las clases. Ahí aprendió a leer con la maestra Tomasita y la maestra Alicia Gaspar y luego Elvira Torres que venía de Tizapán el Alto. Recuerda que solo estaba designado a impartir primero y segundo de primaria.
-De favor nos dio hasta tercero-, Eloísa era alumna destacada, le ayudaba a la maestra a poner frases en el pizarrón.
-¿Cómo hace el niño asustado?- Preguntaba la maestra.
A una sola voz los niños respondían -Aaaaa-
¿El sordito? Eeee; ¿y el que anda arando? Ooooo
Una mujer que no sabía leer, le pedía que le leyera libros de oraciones.
Una de las festividades que no se podían perder era la fiesta en honor del Señor del Monte en Jocotepec cada tercer domingo de enero. Recuerda que era un verdadero desafío.
Se iban en un camioncito con el techo descubierto, desde muy temprano y regresaban de noche luego de haber participado en la procesión y ver la quema del castillo. Allí en el patio de algunas amistades les permitían hacer fogatas para cocinar.
De chica, en las navidades esperaba junto con sus hermanas la llegada del Niño Dios colocando un plato en el nacimiento. A la mañana siguiente lo encontraba rebosante de colaciones, garapiñados y a veces un globo. Recuerda en una ocasión que a una niña le trajeron un corte de tela para que le hicieran un vestido. Eran unos dos metros de una tela llamada cabeza de indio; la tela traía rastros de una pequeña quemadura.
-Yo creo que en el cielo hubo un incendio-, dijo la niña tomando entre sus manos el retazo de tela.
En la memoria de esta mujer, están presentes los pasajes que le tocó vivir; ella conoce muy bien la memoria de los pobladores y las historias como la de la pareja que está sepultada bajo la palmera doble del atrio del templo.
Allí debajo de esa planta que tiene al menos 80 años de vida, está sepultada una pareja; Julio de la Rosa y Lola Aceves.
Julio era comisario. Fue la noche del Jueves Santo cuando llamaron a su puerta, Lola iba adelante y atrás Julio que iluminaba el camino con el aparato de petróleo.
Al abrir la puerta, un disparo de arma les quitó la vida. Algunos decían que fue por intereses de política.
Cuando los sepultaron, colocaron una pequeña palmera.
No se sabe en qué momento uno de sus troncos brotó otro brazo más que creció hasta completar dos palmeras prendidas de un solo tronco que las sostiene.
Refugiana, Franciscana, religiosa; esta mujer que aprendió de las letras y la música, lleva consigo sus recuerdos a través de su transparente mirada.
Barbara Elizabeth García Cervantes, creadora del diseño y Rosalía Nolasco de la Rosa iniciadora de la confección de tapetes de aserrín en San Cristobal Zapotitlan. Foto: Heliodoro García.
Por María del Refugio Reynozo Medina.
Las mañanas comienzan a ser más frías; las calles de San Cristóbal Zapotitlán en el municipio de Jocotepec aún conservan los adornos de serpentinas plásticas ofrecidos a la Virgen de Guadalupe el pasado 30 de diciembre.
Es seis de enero y recién pasadas las celebraciones navideñas y de año nuevo; los ánimos se renuevan para recibir con fervor la visita de la imagen de la Virgen de Zapopan.
En el crucero de ingreso a la población; colocan enormes piedras para cerrar el paso a los autos, luego de que todo el camino es decorado para el paso de la imagen.
En el atrio del templo se ha confeccionado un enorme tapete. La entrada principal desde la calle luce como una colorida alfombra de estambre. Es un mosaico hecho de aserrín de brillantes colores.
Hace ya más de veinte años que Rosalía Nolasco de la Rosa ofrenda este adorno, cuyos gastos corren por su cuenta; ella es la iniciadora de estos tapetes en la población.
Ella, sus familiares y colaboradores preparan días previos el aserrín; Chali como la conocen todos, sabe muy bien de pigmentos y combinación de colores.
La noticia de la visita de la zapopana reúne muchas voluntades. El aserrín es donado por una persona y algunos vecinos invitan la comida a los ayudantes que trabajan por casi dos jornadas.
La creación del diseño de esta ocasión es de Bárbara Elizabeth García Cervantes, Barbi como la llaman cariñosamente; tiene 17 años, es estudiante del sexto semestre de preparatoria y ha ganado el primer lugar en competencias de dibujo a nivel estatal.
Barbi trabajó previamente con dibujos digitales y animación; posteriormente realizó el trazo a pulso en el piso con gises, hasta conformar la composición.
“Yo nací con un lápiz en la mano”, dice. Esta jovencita domina diversas técnicas como las acuarelas, el acrílico y el óleo.
El equipo de Chali no solo prepara el tapete de la bienvenida; también al día siguiente de la recepción, barren muy temprano para elaborar un segundo tapete, el de la despedida. Para esta edición se utilizaron diez costales de aserrín coloreado y cinco de tono natural.
Para los voluntarios es reconfortante ver llegar a la imagen sobre un suelo tapizado de polvo de colores; un tapete que está dedicado solo para la Virgen de Zapopan, y aunque es efímero, se conserva eternamente en sus corazones al unísono de los gritos de, ¡Viva la Virgen de Zapopan!
Los fieles hacen una fila para recibir el pan como símbolo de la divina Providencia. Fotos: Lorena Sánchez
Por: María del Refugio Reynozo Medina.
El señor cura Carlos Enrique Medina Garibaldo, revive cada día primero del mes la antigua costumbre de rezar a la Divina Providencia. El domingo primero de enero es además el primer día del año y la misa es solemne; con un cantor que entona las alabanzas desde el lugar del coro en el segundo piso.
A la segunda llamada, el templo de San Cristóbal Zapotitlán se encuentra completamente lleno. No hay un solo asiento libre y decenas de personas se colocan en las jardineras de afuera, desde donde escucharán la primera misa del año.
Hoy no solo se pide auxilio a la Divina Providencia para que nunca falte en casa vestido y sustento. También son bendecidos los objetos personales y el agua.
Una mujer trae consigo unas figuras de yeso de la representación de la Sagrada Familia. Otra tiene unas botellas llenas de agua.
Otra trae unas imágenes de santos en unos cuadros. Y muchas más tienen en las manos las doce veladoras de La Divina Providencia.
El padre Carlos, invita a los feligreses a sacar sus monederos, para que no falte el sustento. Recién comenzada la celebración, avanza a cada uno de los lugares para bendecir con agua los objetos que los fieles ponen en sus manos.
Al finalizar la celebración el padre manda traer los 300 panes que han donado los fieles y están listos para los feligreses que hacen una fila y avanzan lento.
El primer día del año comienza aquí en medio de las cortinas tricolores; el templo huele a incienso y aun a flores de la reciente fiesta del 30 de diciembre a la Virgen de Guadalupe.
Decenas de veladoras arden en el espacio humeante entre cantos y alabanzas. Los hombres y mujeres se despiden llevando en las manos la sema de trigo, algunos la comen cargados de fe; otros se la llevan con enorme celo. Y muchas voces de mujeres y hombres de avanzada edad pronuncian con veneración: “la Divina Providencia se extienda en cada momento para que nunca falte en casa vestido y sustento”.
Mural que decora la plaza principal de San Juan Cosalá. Foto: María del Refugio Reynozo Medina.
Por: María del Refugio Reynozo Medina.
Una de las fincas que conforman el paisaje de San Juan Cosalá en el municipio de Jocotepec, es la antigua escuela primaria e internado que alguna vez fundó el sacerdote Alberto Macías Llamas. Las viviendas y locales de negocios se extienden a lo largo de la carretera Chapala-Jocotepec, y por las calles empedradas se llega al corazón de la localidad; el jardín principal con el kiosco central de arcos pronunciados. Justo enfrente está la parroquia de San Juan Bautista.
Desde aquí se pintan azules las aguas del lago de Chapala que está a solo metros de las casas más cercanas. Uno de los muros contiguos a la Delegación pinta un paisaje acuático con un mural de personajes de piel terrosa que coinciden con garzas y cangrejos. De la boca de un rostro femenino emergen peces que salpican el mural.
Mientras tanto, en la vivienda de Doña Inés hay un delgado hilo de agua que sale por la llave y una fila de botes para almacenar lo que se pueda. Porque la mayoría de veces llega el agua por la noche y hasta la madrugada.
-A esa hora ni cómo lavar-.
“Hace muchos años, la señora Ana Lilia todavía iba a lavar con agua de la laguna”.
Ahora ni para lavar sirve. Está negra y aparecen ronchas en la piel con el contacto.
Otra señora, en una de las viviendas dice que un día hay agua, otro día no y cuando hay está amarillenta y maloliente.
Con la señora Olivia tuvo que ir un fontanero a destapar la tubería porque estaba obstruida con arena; a causa del desgaste de la bomba que “jala tierra”.
La bomba del barrio de Fátima, dicen que es la misma que puso el padre Alberto Macías, hace unos cincuenta años y desde entonces no se ha renovado.
La mujer de una de las privadas, compra una pipa de agua al menos una vez al mes. El agua llega muy poca en la noche o no llega. La pipa con 10 mil litros de agua le cuesta 700 pesos. Recuerda que una ocasión duraron en el barrio hasta un mes sin agua y en aquel entonces las autoridades respondieron ante los reclamos que se esperaran, que al cabo ya iba a llover.
Gracias a las casas bonitas de arriba sí nos llega agua, dice otra mujer.
En las redes sociales; los habitantes protestan.
“Dejen de llenar pipas del pozo de la Zaragoza para los fraccionamientos”, dice una opinión.
Son ya dos o tres años los que han pasado con este problema, según los pobladores, que han perdido ya la cuenta y esperan mejores tiempos.
Caritina García Velasco es promotora de las letras y de la música originaria de San Cristóbal Zapotitlán. Foto: Teresa Medina Cervantes.
Por María del Refugio Reynozo Medina.
Aquél pequeño salón que en esos momentos cuando era niña me parecía grande, albergaba apilados en grupos, decenas de libros infantiles ilustrados. Yo comenzaba a leer y esperaba las tardes para que las puertas de ese lugar se abrieran. Éramos muchos los que íbamos a buscar las lustrosas imágenes que ahora no recuerdo con claridad. Hojeábamos por no sé cuánto tiempo cada uno de los libros y recorríamos con la mirada cada página.
Era el máximo momento de gozo con “patas arriba y panza abajo” sintiendo el fresco contacto del mosaico del piso acompañado del inolvidable aroma del papel.
Ahora veo ese local y me parece tan pequeño, ni quien pensara que ahí nos alcanzaba el mundo cuando éramos niños.
Esa fue la primera sala de lectura que hubo en San Cristóbal Zapotitlán; en ese local propiedad de don Heliodoro García Díaz.
-“Don Liodoro”, le decían algunos mayores. Pa Loyo, le decíamos mis hermanos y yo cuando íbamos a comprar a su tienda-.
Pa Loyo no solo era un emprendedor comerciante; su casa fue cuna de músicos, y en ese ambiente, con hermanos músicos; creció Caritina García Velasco, la responsable de aquella sala de lectura.
Cari como la llamamos todos, aprendió desde pequeña a tocar la guitarra, aprendía de todos los que tenía cerca. La primera guitarra que tuvo se la compró a un conocido.
La llegada de las Religiosas del Sagrado Corazón de Jesús y el establecimiento de la Casa Magdalena Sofía en San Cristóbal, trajo para el pueblo progreso y apoyo espiritual para la comunidad. Cari se acercó a las letras por medio de las religiosas. También el avance en las habilidades para la música. Fue entonces que formó la estudiantina, cuyo uniforme formal fue obsequiado por María Yolanda Castillero, esposa del entonces Gobernador de Jalisco, Flavio Romero (1977 a 1983).
Por esos días también, la estudiantina de Cari ganó en un concurso que comenzó en Chapala y los llevó a la final al Teatro Degollado en Guadalajara. Recuerda que había estudiantes del Colegio Cervantes, Colegio México y muchos más.
Alguien les preguntó:
¿Ustedes de qué colegio vienen?
De San Cristóbal, dijeron con orgullo.
Como promotora de las letras y de la música, Cari fue testigo del apoyo hacia la comunidad de San Cristóbal, por parte del diputado en ese entonces, el licenciado Porfirio Cortés Silva, quien colaboró en muchas ocasiones con la estudiantina y los niños de la comunidad a través de los libros.
Cari tenía el impulso de estudiar la preparatoria, que ya podía realizarse en Jocotepec y lo hizo durante un semestre en el que muchas materias las pasó exenta de exámenes. Sin embargo, con la avanzada edad de sus padres, se vio obligada a abandonar su aspiración de estudiante.
-Me pesó mucho-. Dice con nostalgia. La mujer que a pesar de ello no paró en su deseo de progresar.
En algún momento hubo en San Cristóbal una banda de guerra, de la que Cari formaba parte. Con su tío Justino Larios aprendió sobre notas musicales, también aprendió corte y confección con Lupe, esposa de José Duples, que vivía en la comunidad. Recuerda que hizo muchos vestidos para los estrenos de las fiestas. También por medio de las Religiosas del Sagrado Corazón de Jesús, se acercó a la misión de catequesis, en la que continúa en medio de una convivencia con los niños.
Cari está ahí, en muchas partes siempre sonriendo. En el mostrador de la tienda que fuera de su padre, delante del altar en un abrazo de guitarra que precede al canto, o en medio de los rostros infantiles que asisten al catecismo.
-No somos eternos-. Dice cuando se alegra de compartir lo que sabe, para que perdure.
Sobre una plataforma, las estudiantes de secundaria zapatean con música de Jalisco. Foto: María Reynozo.
Por María del Refugio Reynozo Medina.
Desde las ocho de la mañana, por las calles principales de San Cristóbal Zapotitlán, en Jocotepec, se ven venir ataviados con carrilleras terciadas indistintamente niños y niñas. Están confeccionadas de papel cartoncillo negro, con rollos de papel metálico plateado simulando las balas, otras son de plástico. Algunas; las de los más pequeños llevan una fila de cacahuates de cáscara en el lugar de las balas.
Los niños llevan escopetas o rifles; uno de ellos lleva un profuso bigote de negro espesor que se toca en cada momento como para asegurarse de que sigue ahí; otro se acomoda el sombrero y sujeta con fuerza su rifle mientras va arriba de un carro alegórico.
Hay una fila de niñas pequeñas con el pelo trenzado y debajo del rebozo terciado cargan un muñeco de plástico a la usanza de las mujeres de nuestros antepasados que cargaban a los hijos en las espaldas.
Los carros alegóricos van con los estudiantes que representan a las mujeres y hombres de la Revolución. En una plataforma, las jovencitas de la secundaria con vestidos multicolores van sentadas acompañando a los guerrilleros que llevan su rifle a cuestas. En otra plataforma, una estudiante baila un zapateado vistiendo un traje de Jalisco.
El desfile conmemorativo de la Revolución Mexicana, lo encabezan las escoltas de la Escuela Primaria Niños Héroes y su Director Miguel Ángel Gabiño Castillo.
Son poco más de trescientos alumnos de seis a once años los que desfilan, además de los adolescentes de la Escuela Secundaria Foránea 66 Enrique Díaz de León, encabezados por la encargada, Maestra Leivi Diana Ramírez González.
Ellos, los estudiantes de la Secundaria, hicieron del desfile el cierre de un proyecto integrador antecedido por múltiples actividades en las aulas. Durante el recorrido del desfile y a su cierre; mezclaron periódico mural, danza, el diseño de una mojiganga de Francisco I Madero y la caracterización de los personajes de la Revolución Mexicana.
En cada esquina algunos carros alegóricos se detienen para que el público conformado por mujeres adultas en su mayoría les aplauda. Muchas madres de familia van al lado del desfile proveyendo agua a los pequeños que marchan en un recorrido que dura alrededor de dos horas en donde la música, los colores, las tradiciones mexicanas y hasta el fútbol conviven para recordar a Zapata, Villa, La Adelita, la rielera y la Valentina.
El profesor Jesús Balmori Díaz cumplió más de 40 años de servicio a la educación. Foto: María Reynozo.
Por: María del Refugio Reynozo Medina.
Cuando llegó a Chancol por primera vez clareaba el día; habían sacado a las chivas que reposaban tranquilamente bajo el techo de la casa del maestro, ubicada dentro del mismo terreno de las aulas de clase. En pleno temporal de lluvias y a punto de terminar las vacaciones largas, los padres de familia de la escuela de la comunidad perteneciente al municipio de Cuautitlán de García Barragán, en la costa de Jalisco, se habían organizado para recibir al nuevo maestro de la primaria. Realizaron una limpieza a los incipientes espacios. En el cuarto destinado al dormitorio había un petate, un catre y una cama conformada por cuatro horquillas de árbol secas, clavadas en el piso. Sobre ellas un marco tubular circulado de mecate de yute, hacía las veces de colchón.
El saloncito de clase no tenía escritorio para el maestro, ni pizarrón; en su lugar, estaba colocado un rectángulo de caucho clavado en la pared. Había solo unas tres sillas y mesas para los alumnos, algunos de ellos usaban su propia silla que llevaban y traían todos los días. Fue en el año de 1980 cuando el maestro Jesús Balmori Díaz, proveniente de San Cristóbal Zapotitlán, Jocotepec, recién egresado de la Escuela Normal de Jalisco, comenzaba su misión como docente. En la escuela, dice –nos prepararon para trabajar en zonas urbanas, no para el medio rural-. Ese día llevaba puestos zapatos de vestir y lustrosa camisa y pantalón dignos de un maestro; atuendo que hubo que guardar en aquellos despoblados suelos.
Armado con su “toma de posesión” que en ese entonces firmaba el delegado cuando había, o el presidente municipal y los padres de familia; el profe Chuy se encontró con una comunidad gustosa de recibir al nuevo maestro, en un medio rodeado por abundante vegetación que hizo de su llegada una recepción luminosa.
Por la tarde, comenzó a nublarse el cielo, los padres se habían ido y quedaba solo Chuy frente a un centro de trabajo oficialmente suyo. Los oscuros nubarrones apagaron el día y envolvieron la casa del maestro, con todo y el aula, el dormitorio y el pequeño patio. Desde su cuarto solitario, vio venir las gruesas gotas de lluvia, también le vinieron inexplicablemente unas ganas inmensas de llorar.
-¡Maestro!- lo sacudió de repente una voz que borró los oscuros nubarrones. Era una pareja de adultos mayores que estaba ahí para entregarle un aparato de petróleo y el mechero listo para iluminar su primera noche.
Esa expresión lo sostuvo desde ese momento, era la primera vez que le llamaban maestro.
Como maestro, había soñado tener un robusto escritorio y un globo terráqueo. El mismo armó su propio escritorio con unas tablas, tan alto que pudiera utilizarse de pie por falta de una silla.
En los primeros días de su estancia realizó un censo, así comenzó su acercamiento con la comunidad y a las familias. Recuerda que en esos primeros días una tarde estaba sentado y llegó un niño que merodeaba por ahí, llevaba la camisa desabrochada, con los ojales libres por ausencia de botones y cruzaba los bracitos para cubrirse.
-Maestro, de donde usted viene, ¿también hay cielo?
-Es el mismo- le contestó el maestro.
En otra conversación con un niño mayor, este le contó que había entrado a un cine por primera vez en su vida. –vi unos “monotes” y que me salgo- le contó.
Así fue tejiendo la convivencia con esa aislada comunidad que lo entrenó para ir a cualquier parte.
En 1985 llegó a la comunidad de El Sauz, en el municipio de Jocotepec; desde entonces fue el responsable en una escuela bidocente con una matrícula que ha oscilado entre los 40 y 45 alumnos. La generación del 87 solo tuvo 3 alumnos que salieron de sexto.
Para el maestro Chuy nunca fue una necesidad tener un automóvil. Desde entonces y hasta hace unos meses que ocurrió su jubilación, ha recorrido un trayecto de una hora de ida más otra de regreso para ir y venir de San Cristóbal a la localidad de El Sauz caminando.
El maestro fue acreedor a la medalla al mérito “Rafael Ramírez” cuando cumplió sus 29 años de servicio; también recibió la medalla “Ignacio Manuel Altamirano” por sus más de 40 años, que representa el máximo galardón que otorga el Gobierno de México a los docentes en servicio.
Guarda entre sus recuerdos personales las fotografías de generaciones y eventos cívicos. También un álbum con una serie de todas las generaciones que ha visto pasar en la comunidad de El Sauz. Los nombres y rostros de sus alumnos que a veces encuentra convertidos en padres o abuelos y que amorosamente le vuelven a llamar ¡Maestro!
-No creo haberles dado tanto- y suspira.
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