Los manteles de papel picado están hechos por las mujeres del barrio. Foto: María Reynozo.
Por María del Refugio Reynozo Medina.
La luna colocada justo encima de nosotros enciende la noche del 29 de octubre junto con los 40 bailarines en escena, 8 actores, 16 músicos y la directora del colectivo Peregrina, Citlali Berenice Hinojosa Nava. Estamos en el segundo día del festival “Al fin que para morir nacimos” en la calle Morelos poniente de Jocotepec, coordinado por Carlos Alberto Cuevas Ibarra. El Dr. Carlos es Médico Cirujano y Partero y Licenciado en Artes Escénicas con especialidad en expresión dancística.
Esta es la segunda edición de un festival que nació con la fuerza de las voluntades ciudadanas. El Dr. Carlos, junto con su equipo de colaboradores, logra convocar no solamente a las voluntades de los vecinos, sino a instancias como la Universidad Autónoma de Guadalajara (UAG) y la Universidad de Guadalajara (UdeG).
Carlos Cuevas es Licenciado en Artes Escénicas, y los que algún día fueron sus compañeros de clase, ahora son sus cómplices en un proyecto cultural que reúne a más de setecientas almas. Su red de colaboradores está compuesta además por personas que administran las redes sociales, un staff y las leales señoras de su barrio.
-Somos un barrio unido- dice.
Sin embargo no ha sido sencillo, el año pasado Vialidad del municipio acudió a retirarlos de la vía pública, a pesar de haber tramitado un permiso ante dicha instancia.
-Así como lo di lo puedo quitar- dijo entonces aquel funcionario, quien al final respetó el permiso.
La coordinación entre los vecinos de los barrios conocidos como de La Campana y La Calabaza, está presente a través de los multicolores altares colocados en la vía que conduce al escenario principal por toda la calle Morelos.
El aroma del cempasúchil acompaña el recorrido; uno de los altares dice “CUEVAS” con letras de color rojo, en el centro de un arco rebosante de flores amarillas de papel.
80 pliegos de papel crepé y una estructura de herrería construida exclusivamente para ese fin, fueron necesarios para crear ese arco, además de las manos de adultos y niños al calor de tardes de conversaciones familiares.
En otro de los espacios, una banca de madera gastada, se prepara para ser el escenario en donde muchos se toman fotografías, bajo los brazos de una enorme calaca de papel. Las fotografías de los rostros de quienes han abandonado este mundo están colocadas en medio de perfumadas flores, ofrendas y objetos personales.
Los cientos de visitantes, recorren los altares bajo un techo multicolor de tiras de papel picado. No solo son manteles que vuelan al compás del viento. Estos manteles están hechos de carcajadas de mujeres y conversaciones que se tejieron en el ocaso de las tardes, con la compañía de una bebida caliente o un traguito de licor, mientras las mujeres bordaban de huecos los trozos de papel. La ruta que siguen los muertos de este pueblo en su recorrido final, hoy está teñida de luces que provienen del enorme escenario y de los amarillentos resplandores de las velas sembradas en todos los altares.
Y entonces ¡comienza la función! El escenario está listo; El muerto al pozo y del Caribe al Golfo, es un espectáculo multidisciplinario en el que se mezcla teatro y danza. Con un libreto de Ricardo Daniel Mercado Ramírez, el Colectivo Peregrina, conformado por estudiantes y egresados de la Licenciatura en Artes Escénicas de la Universidad de Guadalajara ofrecen una hora y media de risas, tensión y hasta lágrimas.
Enmarcan la escena, los intérpretes de lengua de señas que traducen cada uno de los episodios mientras las notas del ensamble de cámara de la Universidad Autónoma estremecen el tablado.
Los hombres y mujeres engalanados con plumajes, danzan al sonido del tambor. Las plumas en la cabeza adquieren los brillantes tonos de las luces provenientes del escenario y la catrina pintada en un enorme rótulo del fondo, parece que observa. En otro episodio, los bailarines de vestimenta blanca, ellas con flores bordadas en los vestidos y ramilletes en la cabeza y ellos con sombreros blancos; hacen sonar el escenario con los taconazos a un mismo son.
Las sillas colocadas para la contemplación del espectáculo son insuficientes; la calle Morelos Poniente, se encuentra con la presencia de unas 700 personas. Delante de la primera fila se comienzan a sentar a ras del piso algunos niños que sin perder de vista a los actores, a veces les lanzan gritos, aplauden y se ríen a carcajadas. Avanzan de poco a poco arrastrando el cuerpo hasta que en algún momento ya están justo frente a frente con los artistas, sosteniéndose con sus manos del tablado. Ya no es una fila, son tres o cuatro y ahora niñas y niños presencian en primera fila, el espectáculo coronado por una lluvia de fuegos pirotécnicos en la noche que huele a víspera de día de muertos.
El festival Al fin que para morir nacimos, tiene un costo de al menos cien mil pesos, que se reúnen únicamente con la suma de voluntades independientes de presupuestos gubernamentales.
El premio más gratificante para Carlos, es ver a señoras adultas riendo a carcajadas o derramando lágrimas mientras colocan las miradas en el escenario; o acuden incluso cargando su propia silla para contemplar la presentación.
-Nos sentimos arropados, por eso volvemos- dice Citlali Hinojosa, directora de la puesta en escena, que valora no solo las atenciones del equipo de organización, sino la respuesta de un público vibrante que no para de aplaudir.
Los instrumentos de telar colocados como ofrenda en el altar central del kiosco dedicado a los tejedores locales de hilos. Foto: María Reynozo.
Por María del Refugio Reynozo Medina.
El lugar conocido como Las Seis Esquinas en Ajijic, es el punto de encuentro para el desfile del Día de Muertos. La calle Obregón es testigo del arribo de hombres y mujeres que lucen coloridos trajes. La caminata arranca con La Ajijiteca, un maniquí femenino ataviado con elementos de las tradiciones de Ajijic.
Dos máscaras de sayacos cubren los senos de la figura en representación de este festivo personaje; el confeti que cubre una parte de su vestido representa los diminutos papeles de colores que lanzan los sayacos en los carnavales. También lleva una cruz de papel, alusiva a la celebración de la Santa Cruz. Calza botas de charro en alusión a la Asociación de Charros de Ajijic. Su canasta lleva panes tachihuales; se aprecian los ojitos y las cemas que son una tradición culinaria. El collar que usa, lleva la imagen de la Virgen del Rosario, como signo del gran fervor del pueblo a la Virgen. Fue pintada por el artista local Antonio López Vega, en representación de la nutrida comunidad artística que hay en la población. La diadema lleva flores de margarita que es la flor significativa de este lugar; y en la cintura lleva ceñido un cinturón elaborado en telar. El billete de dólar presente en la figura representa la hermandad con la comunidad de extranjeros que son parte de esta comunidad.
La Ajijiteca, también está engalanada con un par de aretes que llevan los escudos de los dos equipos de fútbol de Ajijic, El Laguna y El Union Ajijic.
Unas mujeres representan a los siete barrios que conforman al pueblo de Ajijic; llevan en sus manos carteles con los nombres: barrio de Guadalupe, Santo Santiago, San Sebastián, San José, barrio del Sagrado Corazón, barrio de San Miguel y San Gaspar.
Un grupo de personas con máscaras de cara completa de calaveritas bailan al son de La Incomparable de Ajijic. Las enormes cabezas blancas sobresalen entre el contingente.
-RMC Rivera Diagnóstica- dice el rótulo de un automóvil, El CETAC Ajijic también participa; La Universidad Regional de Tequila, La Secundaria Santos Degollado, el kínder Aurelia Flores, el Cendi número 5, la escaramuza Caballito de Palo y Corredores Unidos de la Ribera.
Los espectadores están apostados en la calle, sentados sobre las banquetas por donde esperan el paso de las catrinas y catrines.
Hay muchos reflectores de cámaras; los atuendos y maquillajes en los rostros arrancan las señales de admiración; los flashes rebotan por doquier y al menos un par de drones sobrevuelan a una mediana altura.
En el jardín, se extienden por el piso los tapetes de aserrín; hay uno con el rostro de Emiliano Zapata, de rasgos perfectamente trazados.
Los locales están llenos de comensales. Abundan los rostros blanquecinos de calaveras, algunos con flores en la cabeza, brillos y luces intermitentes en las diademas.
Los altares de muertos están esparcidos por toda la plaza, se encienden en medio de la noche, con su lluvia de papel picado y el aroma a cempasúchil que perfuma el aire que se respira. El altar principal se levanta en el kiosco; y está dedicado a los personajes locales que pertenecen al mundo de los telares. Unos gastados instrumentos de telar acompañan la ofrenda.
Debajo del kiosko, una calavera de unos tres metros de altura acompaña las fotos de los transeúntes.
A las ocho de la noche se enciende la primera vela de las figuras de calavera en el Muro de los Muertos, la gente se amontona luego del desfile para buscar el mejor punto desde donde observar el espectáculo.
Este festival de la muerte, reúne a todos los vivos; cada rincón es un escenario en donde simultáneamente suceden distintas cosas. Mientras en el escenario principal de la plaza, los integrantes del Mariachi Real Axixic entonan una canción, en otro espacio una mujer espera en una fila ansiosa, por su cena. En la cenaduría instalada en la calle principal, comerse una enchilada no sólo cuesta diez pesos, sino también al menos media hora de espera.
La fiesta sigue sostenida por la serie de canciones extras que amenizan los muchachos del Real Ajijic; por quienes auspician la música, y por quienes bailan a su son; en un festival dedicado a los muertos, que tiene como techo las tiras multicolores de papel picado movidas por el viento.
Sara Ulloa Antolín es la creadora de muchos de los adornos de papel picado, que pintan las festividades tradicionales de Ajijic. Foto: María Reynozo.
Por María del Refugio Reynozo Medina.
Sara Ulloa Antolín es la creadora de muchos de los manteles de papel picado que pintan las calles de Ajijic. Los oquedades del papel, dibujan rostros de calaveras, flores, líneas y palabras. Como el mantel dorado que le hizo a su pueblo: “Ajijic, Pueblo Mágico”, dice.
Desde pequeña, encontró fascinación por crear con las manos diseños de papel; antes lo hacía únicamente con las tijeras y atando cuerdas. Desde hace al menos cinco años, Sara reemplazó las tijeras por los filosos cinceles. Hubo unas personas que vinieron a Ajijic a dar un taller en la casa de la Cultura y ahí aprendió de ellos. De un solo golpe, Sara perfora unos cien manteles, con los que forma los tendederos, que pega con una mezcla que ella misma prepara con sellador y otros ingredientes.
El papel de china se vuelve el elemento esencial de la pintoresca composición, sin embargo también trabaja con papel metálico y plástico. Incluso telas plastificadas. Sara, no solamente crea los manteles para las festividades del día de los muertos, también en las fiestas patrias y fiestas particulares. Sus diseños son personalizados; incluso con nombres de parejas que celebran un matrimonio o en bautizos, el nombre del bautizado. En las pasadas fiestas patrias de Ajijic, a Sara le tocó adornar la plaza. Cada año, la gente de “La Villa” le encarga los adornos para la Virgen de Guadalupe. También se prepara cada año con los manteles azules para la Virgen del Rosario, a quien todo el mes de octubre le reza su rosario, con sus vecinas, en un altar que instalaron en la calle afuera de su vivienda.
En la cocina de su casa; cerca de la estufa, está la mesa de trabajo. Sobre ella reposa una tabla de acrílico y más de una decena de cinceles de diversas formas y tamaños. Ahí perfora las torres de papel, mientras vigila la comida y los quehaceres de la casa. El cotidiano golpeteo del martillo es una escena cotidiana, al igual que los diminutos recortes de papel que salen volando y salpican de colores el piso y las ropas de Sara.
Además del papel picado, hace flores del tamaño de un clavel, que vende en 8 pesos. Cada uno de los manteles los vende en 2 pesos. Diez tiras de cinco metros cuestan 350 pesos. Un mantel frontal de metro y medio cuesta 30 pesos. Una tira de mantel de cinco metros vale 100 pesos.
La especie de “magia” sucede cuando se pega el papel, como los “gusanitos” que es una secuencia de trozos de distintos colores combinados, que al desplegarlos, forman una extensión multicolor que se expande hasta por más de dos metros.
En un solo día, esta mujer puede llegar a diseñar 400 manteles. “Yo soy artesana; no soy diseñadora”. Dice. Y sus diseños son infinitos.
En su tarea, en la cual a veces es apoyada por su hijo o su esposo, la alegría radica en apreciar todas las interminables composiciones que puede lograr.
Dependiendo de la temporada, en ocasiones procesa un millar de papel cada tercer día.
-Me siento y admiro el resultado. Qué bonito se ve pegado; les va a gustar.- piensa.
En la sala de su casa, tiene instalado un altar aún sin fotografías, que exhibe una pequeña muestra de sus creaciones. Al frente, unos manteles frontales con una catrina y un catrín dan la bienvenida. La escena es un golpe de color que invade la mirada. Unos ramilletes de flores naranjas, rosas y moradas aparecen en jarros de barro.
Los manteles circulares sobre la mesa, acompañan a la serie de catrinas de papel de distintos tamaños, que se colocan en el altar.
“Yo quiero que la gente valore el trabajo artesanal”.
A fuerza de golpes de martillo; Sara Ulloa convierte los mazos de papel de china, en manteles bordados de vacío, destinados muchas veces a flotar por los aires y teñir de colores el cielo azul.
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Felipe Fuentes Duccer coordina el desfile del Día del Danzante. Foto: María Reynoso.
Por María del Refugio Reynozo Medina.
Son cerca de las doce del día domingo 16 de octubre, la plaza principal de Jocotepec resplandece, invadida por coloridos plumajes. Aquí se hermanan los penachos de origen azteca con las deidades católicas, la imagen de San Judas Tadeo se levanta en un estandarte, al sonido del caracol. El tambor suena y su estruendo se fusiona con los centelleantes rayos del Señor del monte; en la torre de su parroquia doblan las campanas invitando a la misa de doce; mientras que el tambor y la algarabía en el jardín, invitan al desfile.
Felipe Fuentes Duccer coordina junto con algunos auxiliares, el desfile conmemorativo del Día del Danzante, que él mismo institucionalizó cada tercer domingo de octubre. En esta, la séptima edición, coinciden danzas de los alrededores y también de puntos más lejanos como Tonalá y Guadalajara.
En total, Felipe y sus colaboradores convocan a 13 agrupaciones de danzas. Están presentes la danza Azteca Macuilxochitl y la danza apache del Señor del Dulce Nombre; ambas de Jocotepec. La danza Quetzalli del Señor de la Salud del fallecido Juan de Dios Martínez Vargas de San Luis Soyatlán, la danza de Nextipac del Señor del Huaje y la Azteca Zacualli de Zacoalco de Torres. Provenientes de Tonalá, los integrantes de la danza Edahi, San Judas Tadeo se organizan para una fotografía. La danza de sonajeros Santa Cecilia de Huescalapa, hace su presentación al pie del edificio del ayuntamiento que luce solitario.
A Felipe desde niño le interesaba el tema de la danza y los trajes. Recuerda que se ataba a la cintura una toalla y jugaba -las danzas me volvían loco- y en sus recuerdos aparece la danza de la conquista, en la que se representaba a los aztecas y españoles, quienes ataviados con sus respectivos vestuarios, protagonizaban las escenas de lucha entre los “conquistados” y los “conquistadores”.
Ya mayor, en una ocasión vio un letrero que unas personas colocaron para invitar a crear un grupo de danza. Animado por integrar a su hijo Josué Miguel Fuentes Jiménez, acudió a la convocatoria que al inicio no tuvo mucha respuesta y que luego le inspiró para iniciar junto con su esposa, Luz Elena Jiménez Elvira, el grupo de danza que ahora tiene 50 integrantes, aunque en las festividades llegan a reunirse unos 30.
Fue el 13 de marzo de 2015 que se fundó Macuilxochitl. Cuando Felipe dice que el traje cuesta, no es solo lo que cuesta escalar las jerarquías con disciplina, sino lo oneroso que pueden llegar a ser. En promedio, un traje puede costar entre 15,000 y 20,000 pesos. Lo más costoso son las plumas, que se consiguen con vendedores conocidos.
-El traje se gana- dice orgulloso.
Al principio, un danzante puede portar un calzón de manta con un ceñidor y una pluma. Con disciplina y constancia, se escalan distintos niveles; en la agrupación, el jefe de grupo es quien premia, sanciona y establece los ensayos para la formación de los integrantes.
La fiesta de los danzantes está cercana a la conmemoración del Día de la Raza; recuerda la fusión de las manifestaciones dancísticas de influencia azteca con las expresiones de veneración a las deidades católicas.
Felipe recuerda que se decía que las danzas de influencia indígena ensuciaban los templos, y también que nuestros antepasados adorarían a los dioses católicos pero seguirían danzando también para el dios Huitzilopochtli. Hoy la fiesta de los danzantes inicia con la presentación de danzas afuera del atrio del Señor del Huaje y en la plaza; justo debajo del kiosco, desde donde un grupo de personas observan y graban videos con sus celulares; los danzantes comienzan a agruparse con sus compañeros.
Ahí coinciden, se saludan, conversan y participan en la ceremonia que antecede al desfile. Felipe Fuentes dirige unas palabras al público, conformado en su mayoría por danzantes. A su lado, el regidor Horacio Trujillo Cervantes, entrega unos reconocimientos por parte del Ayuntamiento a las distintas agrupaciones de danzas que respondieron al llamado. Una mujer de la danza apache ataviada con un penacho de indio, observa a sus compañeros. Con “el puerco gordo” (la piedra en medio de la plaza principal) a sus espaldas, la mujer de avanzada edad, desde la serenidad de su rostro moreno enmarcado por plumas celestes, acompaña a Felipe en el discurso de bienvenida.
“No hay sonido, pero hay voz” dice Felipe que en un esfuerzo por ser escuchado por los demás, pronuncia desde más allá de su garganta el mensaje para sus iguales:
-Este día nos une como una misma persona-.
Pintura sobre la pared de la Sala de espera del Edificio que alberga al Centro de Justicia para las Mujeres. Foto: María Reynoso.
Por María del Refugio Reynozo Medina.
Llegar al Centro de Justicia para las Mujeres (CJM) en la ciudad de Guadalajara, desde algún punto de la Ribera de Chapala, lleva alrededor de un par de horas. Aquel día, llegué por inercia, en el deseo desesperado de obtener justicia. Luego de cruzar la amplia avenida Circunvalación, me encontré con la reja de ingreso. Un vigilante resguarda la puerta de ingreso con un sensor que detecta objetos peligrosos. La primera sala de espera es amplia; en la pared frontal, da la bienvenida la imagen pintada de una mujer con piel oscura y cabello abundante que abraza a tres mujeres de distintos tonos de piel.
En el primer filtro, el mar de clamores puede ser escuchado por una Trabajadora Social que escucha y escribe. Luego viene el otro filtro, otra sala de espera con sillones que nunca están desocupados. Una decena, dos o tres de mujeres con ojos llorosos. Una tiene un collarín bajo el rostro y mira de forma ausente la pared enfrente de ella. Otra tiene moretones en el rostro y oculta su mirada en el gorro de su sudadera. Algunas parece que no tuvieran nada. No hay moretones, raspones, heridas. En los ojos se asoman las heridas. Sus ojos miran distinto, como atravesando las paredes a través de la mirada cristalina de sus retinas.
Están sentadas, esperando que su nombre sea pronunciado para la primera asesoría jurídica con un abogado que las prepare para realizar una declaración formal.
Una vez que su nombre es pronunciado, sucede el encuentro con el agente del Ministerio Público; hasta ahí, las mujeres ya habrán repetido su historia unas tres veces. Algunas vuelven a enrojecer. Hasta ver convertido su nombre y su historia en un número de carpeta. Esa es la primera bandera que una mujer levanta en medio de sus reclamos, porque ahora ya podrá ingresar al lugar, al que tendrá que ir repetidas veces; hasta quien sabe cuando; llevando como carta de presentación su número de carpeta.
Primero a llevar testigos que avalen los hechos tantas veces narrados; luego, para ser sujeto de exámenes periciales y conseguir que la voz propia sea escuchada y creída.
Decenas de mujeres realizan esa ruta. Las más jóvenes tienen entre treinta y un poco más de cuarenta. Todas caminan por los pasillos y van de sala en sala. Algunas van con la familiaridad de conocer cada uno de sus rincones; otras llevan a sus hijos al área lúdica o toman un té o galletas de las mesas que están dispersas por las salas. “Este espacio es tuyo, siéntete con la confianza de tomar algo para ti y tus hijos”. Dice un cartel.
“El acto más valiente es pensar y hablar por una misma, para una misma”, reza un cartel con letras blancas sobre un fondo morado.
“Te creo”, dice otro.
Este lugar, es como la pintura de la entrada, es un espacio con muchos brazos que reciben a las mujeres que deambulan llevando carpetas con papeles que cada vez engordan más; y que abraza.
Solo es decidirse a andar, la ruta que a veces parece larga, pero que a mí me devolvió la esperanza.
El Señor Cura Carlos Enrique Medina Garibaldo preside la celebración. Foto: Teresa Medina Cervantes.
María del Refugio Reynozo Medina.
La calle Vicente Guerrero en San Cristóbal Zapotitlán, es una de las más desamparadas; con algunos rincones en tinieblas durante la noche; por sus calles se derrama agua cristalina, las veces que se truena una de las tuberías sepultadas que contienen el agua potable. En julio pasado, se parchaba por quinta vez un ducto que había sucumbido al paso de los años. Y el ejercicio se repite cada vez que de uno u otro punto brota el agua. Escarbar, encontrar la fuga, parchar y volver a cubrir.
El camino empedrado es irregular, abundante de baches. En algunos espacios un parche de cemento muestra un fragmento de calle con aspiraciones de progreso.
Por todo ello y por quién sabe qué razones más, algún vago bautizó a esta calle como el barrio del quinto infierno.
El señor cura Carlos Enrique Medina Garibaldo, también tiene su clasificación de las calles y barrios; de acuerdo a los grupos colectivos de oración y el de la Vicente Guerrero junto con fragmentos de otras calles como la Morelos, es el barrio de San Miguel.
El jueves 29 de septiembre, la iglesia católica celebra en su santoral, a San Miguel Arcángel; el ángel que derrotó al mismo demonio. Ese día, la calle Vicente Guerrero se regó, se barrió y Genaro Reyes, acudió a realizar un adorno floral para la imagen de San Miguel que se estrenó ese día, donada por Trino Ramírez, vecino del barrio.
Las oraciones, los cánticos y las ofrendas de flores coordinadas por la responsable Carmelita Aniceto, se hicieron presentes para honrar a su ahora patrono; San Miguel.
Una lluvia de cohetes, acompañados de la compostura de papel picado, dio el paso al santísimo para comenzar la misa presidida por el señor cura Medina Garibaldo.
Luego de la celebración, compartieron un plato con pozole y las charlas sobre cómo hacer la próxima fiesta.
-El próximo año hay que hacerlo más bonito – exclamó una mujer.
Estamos complacidos de tener a San Miguel como su patrono.
Quién como el arcángel de la milicia celestial para proteger al antes desamparado barrio.
Por Maria del Refugio Reynozo Medina
A más de dos semanas de la conmemoración de la Independencia en nuestro país, se llevan a cabo en San Cristóbal Zapotitlán las Fiestas Patrias.
Los certámenes de belleza se han realizado desde el año 1990; en ese año con el liderazgo de José Luis Gómez Ortega quien pensó que las reinas no tenían que ser definidas únicamente con la cantidad de dinero que podían reunir en una caja.
A partir de entonces, se realizó un certamen en donde las señoritas participantes habían de portar atuendos especiales y pronunciar un discurso en voz alta ante un público. El discurso y la presentación eran evaluados por un jurado especializado en moda, estilismo e incluso cualquier profesionista como maestros o médicos. Ellos determinaban quién portará la corona como representante de las Fiestas Patrias del pueblo. Son ya 32 años de distancia, y ahora los concursos de belleza se han convertido en un espacio representativo de las fiestas tradicionales de este lugar.
Esta conversación con las participantes del Certamen Señorita San Cristóbal edición 2022, es una invitación a la charla sobre lo que representa formar parte tan de cerca en estas fiestas.
Para Itzel, la invitación representa una oportunidad de convivir con sus compañeras, fue para ella un verdadero halago recibir la invitación, y considera que cuando las jóvenes tienen la oportunidad de participar en ello, lo hagan. No como un reto de triunfar, sino como una oportunidad de disfrutar desde otro espacio de las fiestas tradicionales.
Una de sus aficiones más importantes es el gusto por salir de fiesta con sus familiares y amigos; está orgullosa de su cultura y tradición, además de la gente que vive en su pueblo.
Para Alejandra, el hecho de ser una de las candidatas a Señorita San Cristóbal, es una experiencia que le brinda seguridad, y una oportunidad que le da seguridad para expresarse en voz alta ante un público.
Le gusta cocinar, salir con amigos y se siente orgullosa de trabajar en el campo, para aportar con su esfuerzo al desarrollo de la economía. Para ella lo que importa ahora es enfocarse en disfrutar el camino; ese recorrido por los eventos de las fiestas tradicionales. Al principio estaba nerviosa por la nueva experiencia y ahora se siente emocionada. Para ella, esta participación representa una de sus memorias importantes. Con gratitud hacia su familia, a los organizadores, está feliz de vivir esta experiencia. Para esta joven, que sueña con estudiar algún día gastronomía, su pueblo representa un lugar de gente bonita y trabajadora.
Para Sharit, el ser una de las candidatas significa una gran experiencia para su formación y seguridad en sí misma. Está orgullosa de las tradiciones de su pueblo y se siente emocionada por sumar a una de esas tradiciones de este pueblo que es pintoresco. Es estudiante de Terapia Física y Rehabilitación; una de las cosas que le gustan es ayudar a las personas, cultivar sus amistades y convivir con su familia. Le gusta el contacto con los animales y cuidar de ellos.
Para ella, participar en este certamen es una oportunidad para lograr más seguridad en sí misma, al expresarse. Expresa su gratitud a sus padres, a su familia, a su asesor; estas celebraciones tradicionales son cultura, que genera convivencia armónica porque participan familias completas.
El simple hecho de participar en estas celebraciones tradicionales la hace sentirse orgullosa de su pueblo.
A ella, le gustaría que como participantes de un evento especial, las candidatas pudieran colaborar en proyectos de beneficio social en favor de su comunidad.
Josefa Chora Bizarro, con casi 92 años de edad, desde niña creció viendo la imagen. Foto: María Reynozo.
Por Maria del Refugio Reynozo Medina.
Cercana a cumplir 92 años, la señora Josefa Chora Bizarro, espera apacible en una silla de madera. Vestida con un suéter blanco sobre una blusa de pálido rosa, está sentada frente al nicho que guarda la imagen de San Miguel Arcángel. Vive con su hijo y su nuera que le prodigan cuidados, luego de que pasó una juventud como muchas mujeres de su época. Lavando con agua de los pozos, torteando, cosiendo y planchando con planchas de hierro.
Josefa recuerda todo, recuerda su infancia, a su maestra de primaria Josefina Urzúa con quien aprendió a leer; y no solo eso, las asignaturas como historia y geografía. También los reglazos de madera que la maestra aplicaba a veces como método de disciplina. Tiene en su memoria los personajes del Pípila y Miguel Hidalgo. En la escuela participaba en comedias y bailables.
00En los tiempos de su infancia y juventud, el Lago de Chapala era como un espejo, incluso podían tomar de sus aguas; fue entonces cuando “Nicho, el aguador” era su padrino y recorría las calles vendiendo agua en grandes cántaros casa por casa.
Ahora todo eso pertenece al recuerdo que se ha convertido en historias que cuenta a sus nietos. Tiene veinte nietos y muchos tataranietos, ya perdió la cuenta de cuantos.
Una de las cosas que no solo vive en su recuerdo, es la imagen de San Miguel arcángel que tuvo cerca desde niña. La efigie perteneció a Silverio Chora bisabuelo de Josefa; quien se la heredó a su abuelo Emiliano bizarro, y luego este a su padre Ignacio Chora Delgado. La pequeña escultura de unos treinta centímetros, es de madera de mezquite, originalmente cubierta de una pálida pintura con pigmentos naturales opacos por el paso del tiempo. Hace seis años fue retocada y recubierta por colores rojo, verde y azul brillante.
El 29 de septiembre es la fiesta de San Miguel; Josefa recuerda el júbilo con el que le celebraban sus padres y sus abuelos; le hacían un altar con sábanas y las mujeres se reunían para preparar el atole de cascarilla que molían en el metate. Los enormes cazos, despedían el humo perfumado de cacao tostado.
Doña Josefa dice que los santos se quedan donde quieren estar. Recuerda que en una ocasión, un hermano de su padre le quitó a San Miguel, cargo con el santo en un burro y se fue para Teocuitatlán.
-Si te quieres ir, pues vete-, dijo su madre mientras veía la imagen de madera.
A los pocos días, su tío buscó a su papá y le dijo, -Tráete una canasta para que te lleves a San Miguel-.
Cada año, San Miguel es festejado. Desde la víspera del 28 de septiembre, lo van a velar. La familia ofrece pan y café para los asistentes y para honrarlo, una misa con coro, además de procesión acompañada de danza, música y banda de guerra.
Ya no hay atole de cascarilla, pero sí los fieles feligreses que se reúnen en torno a una imagen de al menos trescientos años de antigüedad resguardada por el barrio de Nextipac.
Con el símbolo de la balanza en una mano; el príncipe de la milicia celestial, cuyo nombre significa ¿Quién como dios? se erige sobre un globo terráqueo desde donde empuña su espada en medio de su apacible mirada para hacer temblar al mismísimo demonio.
Pedro Rey originario de Chapala, ha colocado la música de mariachi en un lugar de honor. Foto: María Reynozo.
Por María del Refugio Reynozo Medina.- La música lo envolvió desde su nacimiento. Originario de Chapala, Jalisco, hijo y nieto de músicos; Pedro Rey no solo tuvo una infancia rodeada de instrumentos y notas musicales, sino que llegó al mundo acompañado de una poderosa voz.
Tenía unos ocho años cuando ya formaba parte de la banda «Niños Héroes», que impulsó el señor cura Raúl Navarro, con un maestro traído de Poncitlán. Desde entonces aprendió que ser un gran músico demandaba responsabilidad y disciplina.
El grupo estaba conformado por unos cien niños; tenían ensayos todos los días, y también salidas a tocar a otros pueblos de los alrededores, en los que a veces se quedaban por varios días, cuando se celebraban las fiestas patronales.
Además recibían un sueldo por ello y el padre les compraba uniformes. A los trece años, Pedro salió de Chapala y se fue a Mexicali, dónde comenzó a tocar en un mariachi y cuando tenía quince años, se casó.
Vivió 50 años en Estados Unidos, ahí emprendió el proyecto de un restaurante llamado “El Rey” en Montebello, un lugar de buena comida y música mexicana, que tuvo su auge desde el año de 1976 hasta el 2000.
Ahí Pedro Rey con su mariachi Los galleros, llevó la música folclórica al escenario dando 4 shows al día durante seis días a la semana.
Llegaron a tener 15 trajes, todos confeccionados en Tijuana. En su estancia por ese país, Pedro Rey fue buscado por un productor y llegó a grabar seis discos y un par de películas, al lado de David Reynoso y Noé Murayama.
El nombre de Pedro Rey ocupó un lugar en la cartelera del Million Dollar Theater de Los Ángeles, uno de los primeros palacios de cine en Estados Unidos y el primer teatro de Broadway con espectáculos en español.
Este músico dominó el saxofón, la trompeta, la tarola y heredó al mundo 16 hijos, todos con talento musical. Uno de ellos, Danny Rey, director del mariachi Los galleros de Danny Rey, al igual que su padre sabe que al buen músico lo hace la disciplina. Ensaya tres días a la semana por tres horas.
Danny Rey dirige desde hace quince años el mariachi que fundó su padre desde 1968. Con talento para ejecutar principalmente el violín y una poderosa voz, Danny Rey también ha recorrido todo México y otros países del mundo como China y Estados Unidos. Recuerda que desde niño, también se vio envuelto en la música.
-Yo aún no sabía que era el amor o el desamor, pero lloraba-
Las estremecedoras notas tocaban las emociones del cantante descendiente de Pedro Rey, que sabe que con disciplina, la música lo puede dar todo.
Pedro Rey volvió a su natal Chapala, en las paredes de su casa, cuelgan las portadas de los discos que grabó, las fotos de los ayeres con Vicente Fernández, Angélica María y los personajes del mundo de la música y del espectáculo con los que coincidió.
Una fotografía en los Estudios Universales, de Los Ángeles que también cuelga de la pared anuncia: los cuatro pilares de la música: Pedro Rey, Nati Cano, José Martínez y José Hernández.
-Nadie es profeta en su tierra-, me dice mientras observa las fotografías de los recuerdos y reconocimientos que armonizan su sala de estar, la mayoría procedentes del extranjero.
En una ocasión, Pedro Rey buscó en el Ayuntamiento algún interés por la música, ofreció su tiempo para dar clases, a cambio de un espacio para brindar orientación musical a los jóvenes, pero no hubo respuesta de la autoridad.
La escuela de mariachi en Ajijic, recién fundada lleva el nombre de Pedro Rey. Y ello es de los pocos reconocimientos que hay en su lugar natal por su trayectoria. El próximo enero, tiene agendado un taller de mariachi en Perú y hace unos meses grabó “Mi tristeza”.
A sus más de ochenta años, Pedro Rey, desde la silenciosa calle de cuatro milpas, en la discreta casa de muro de piedra, sigue enseñando a quienes lo buscan; da clases de trompeta, violín y vihuela a dos agrupaciones de mariachi y a algunos alumnos particulares.
Vive de difundir la música del mariachi y colocarla en un lugar de honor.
-Hay que tenerle respeto al traje-, me dice con su porte recio de artista.
La imagen de la Rosa Mística que se celebra cada 13 de julio. Foto: María Reynozo.
Por Maria del Refugio Reynozo Medina.- Cuando Alexis Daniel Ramos estuvo frente a la imagen de la virgen, sus brazos y rostro se cubrieron de una fina escarcha. Su amigo Omar lo alertó acerca de lo que para muchos significan bendiciones recibidas, cuando se acude a la virgen María, en la advocación de Rosa Mística, con fervor.
Desde niño, recuerda los rezos del rosario con su bisabuela, que era muy religiosa y devota además de San Miguel Arcángel. Cuando en la letanía, pedían a la Rosa Mística “rogad por nosotros” en Alexis había un sentimiento especial.
En una ocasión tuvo un problema grave, y su amigo le regaló la imagen que lo había impresionado; con ella superó su problema y comenzó a quererla mucho; la tenía en su habitación y le oraba todos los días, comenzó a ver cómo algunos espacios se cubrían de ese polvo brillante finísimo. Pero sobre todo, los milagros que recibía de ella, no solo él sino los vecinos que comenzaban a conocer a la imagen.
En 2016 compró una imagen más grande y poco a poco fueron sumándose los devotos a María Rosa Mística. Hace dos años le construyó un pequeño nicho de poco menos de dos metros cuadrados, desde ahí la imagen que mide unos noventa centímetros de altura aparece vestida de un color marfil con las manos unidas sosteniendo un rosario. En el filo de su manto lleva unos detalles dorados adornados con piedras de brillo tornasol; y sobre el pecho, tres rosas, una blanca, una roja y una dorada. Lleva en la cabeza una reluciente corona con brillantes piedras rojas y blancas.
Las cortinas, los floreros y las veladoras encendidas envuelven el pequeño espacio que invita a la oración. La veneración a la Rosa Mística creció tanto que, Alexis trajo otra imagen a la que le llama peregrina, porque visita las viviendas; sesenta familias son las que conforman la lista de espera para que visite sus hogares y permanezca ahí por una semana. Así el grupo de fieles lleva a la imagen a cada lugar entre rezos y cantos, cuando los lugares son más distantes, Alexis la lleva en su moto.
El barrio que algunos conocen como “El Puente”, en Jocotepec, es testigo del fervor que muchas personas profesan por la imagen cuyo origen es Montichiari, una pequeña ciudad italiana que alberga el santuario de la imagen mística.
En la memoria de los habitantes de este barrio se guarda la historia de un hombre sentenciado a una amputación de piernas por parte de los médicos.
Cuando estaba en el hospital, una noche advirtió una delicada silueta que le tocó las piernas. No pasa nada, escucho una voz en su interior. Al día siguiente su hija le dijo –tienes una visita muy importante en casa, papá-.
Salieron de ese hospital en busca de otro diagnóstico, inexplicablemente en ese otro lugar, los médicos le dijeron que no requería esa intervención. Salió del hospital directo a comprar un ramo de rosas para el encuentro con la imagen que ya lo esperaba en casa. También le obsequió una medalla que tenía guardada para una ocasión especial.
En el barrio de El Puente se guardan muchas historias como esta, y cada 13 de julio, fecha en que se celebra a María Rosa Mística, unas doscientas personas se dan cita para cantar, rezar y llevarla en procesión por las calles principales del centro de Jocotepec.
Por cada una de sus fiestas, cuelga un rosario de la pared; hay siete que significan los siete padrinos que ha tenido y que ofrendan el rosario de cada aniversario.
A esta pequeña capilla, llegan de pronto personas desconocidas en busca de un milagro y de la veneración; algunos dicen percibir un suave aroma de rosas, aun con la ausencia de esas flores, otros la fina escarcha sobre su cuerpo, lo que para Alexis no es otra cosa que las bendiciones de esa rosa misteriosa.
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