El diezmatorio, libro donde se asentaban las aportaciones que ofrendaban como diezmo los feligreses. Foto: María del Refugio Reynozo Medina. Cortesía Archivo histórico de la parroquia de San Cristóbal Zapotitlán.
Por: María del Refugio Reynozo Medina
“Honra a Jehová con tus bienes y con las primicias de todos tus frutos”, así dice la cita bíblica de Proverbios 3:9.
Nena tiene 85 años y su hermana Consuelo 95. Consuelo recuerda que desde que tenía unos cinco años, sus padres les enseñaron la fe católica, ellos iban a misa, el templo aún no estaba terminado en su construcción, recuerda que los niños cuando iban a la doctrina llevaban baldecitos con excremento de burro para los adobes que se hacían ahí mismo.
Pasojo, boñiga o liga; así les decían a las heces de los burros, que por esos años había en demasía. Los animales andaban sueltos, caminando, masticando el zacate de las calles, metiéndose entre los cercos.
Los pobladores no solo contribuyeron con la edificación del templo, cuya fecha exacta se desconoce, sino también al sostenimiento de la iglesia a través del diezmo.
En el Archivo histórico de la parroquia de San Cristóbal Zapotitlán se encuentran los diezmatorios, que eran los libros donde se asentaban los ingresos que la iglesia recibía por parte de los feligreses.
El diezmo se entregaba en su mayoría mediante el fruto de la cosecha, a veces la ofrenda eran gallinas, puercos y hasta huevos. En estos registros que datan de 1966 hasta 1970 aparecen los nombres y la cantidad de cargas de maíz que se entregaban a la iglesia. El párroco era el sacerdote Pedro Ramírez González. Nena lo recuerda, era un hombre güero, alto de ojos azules, muy risueño.
-Me acuerdo que mi papá llevaba una carguita de maíz de su desmonte-
Durante los meses de cosecha se podían ver las decenas de burros afuera del templo descargando los granos, esencialmente de maíz, a veces garbanzo. Atrás del templo, a espaldas del altar principal, donde ahora se hacen las reuniones de Alcohólicos Anónimos, había un troje, ahí guardaban lo que alcanzaba.
Recuerda que había quienes llevaban gallinas. Ella llegó a salir a las calles con una canasta para recolectar casa por casa huevos para las mejoras del templo, también aportación en dinero para la mesada del padre. Al pueblo, llegaban muchos polleros.
–Gallinas que vendaaan– gritaban. Se las cargaban al hombro sosteniéndolas de las patas y otras como racimos las cargaban por puños.
En el diezmatorio aparecen los nombres de los personajes que existieron, ahora todos ya fallecidos pero vivos en la memoria de esta mujer de 85 años.
Uno de los nombres es Florentino Gaspar con 2 cargas de maíz; él y Carmen Mosqueda eran los dueños de una tienda, ahí se vendía petróleo que era el combustible para los aparatos que iluminaban las noches porque no había energía eléctrica, lo tenían en unos tambos grandes y la gente se lo llevaba en botellas.
También vendían el maíz con el que las mujeres hacían el nixtamal, para luego convertirlo en tortillas que preparaban todos los días en un fogón y con el metate. La manteca de cerdo la vendían en un rectángulo de papel estraza.
Otro de los nombres que aparecen es el de Benjamín Medina con 7 cargas de maíz, (cada carga significaba un aproximado de dos costales de los que ahora conocemos).
Daniel Cervantes aparece con 11 cargas, él fue un arduo benefactor del templo; donó las imágenes del Sagrado Corazón y la Virgen María de tamaño natural que trajo de Guadalajara y aún se encuentran en la parroquia. Él y su hermana Luz Cervantes vendieron un terreno para contribuir con ello a la terminación del templo.
La lista sigue; Alfonso Morales que está registrado con una carga, fue padre de Julia Morales, la mujer menudita y morena con el rostro eternamente sonriente encargada del correo. Muchas mujeres esperaban su paso con ansias en su recorrido cargando los sobres.
Decían que una ocasión algún pretendiente le dijo a su paso si quería ser su novia y ella le respondió, –más adelantito-. Cuadras adelante se le apareció de nuevo para saber su respuesta, ella se refería a después en otro tiempo. Y seguía entregando suspiros de casa en casa.
-¿No me ha llegado nada Julia?- preguntaban algunas mujeres.
Juanita recuerda que la esperaba con ansias porque era la portavoz de noticias de su marido que estaba en los Estados Unidos trabajando y entre las letras de amor venían dobladitos algunos dólares.
Justino Larios que también aparece con una carga, era un gran músico, tocaba el clarinete; su hermana Dominga Larios tuvo la caseta con el primer teléfono del pueblo, la caseta de madera estaba pegada en la pared, tenía una manivela y teclas para marcar.
-San Cristóbal llamando a San Pedro- decía la operadora Dominga Larios.
Mandaban los recados muchas veces del padre.
En la lista también está José Rodríguez que aportó una carga, era albañil, casi el único en esos tiempos, hacía sus casas iguales, un cuartito con su ventana y un corredor.
Aparece también Esteban Chavira con la aportación de media carga, él hacía pastorelas en la calle, les leía los diálogos al diablo y a Gila que era otro personaje.
Uno de los cánticos decía:
–La Virgen lavaba y San José tendía, el niño lloraba del frío que tenía.
Los ensayos eran de noche cuando los hombres y mujeres terminaban sus jornadas al amparo de las velas o aparatos de petróleo. Cuando alguien quería que los pastores les cantaran los invitaban y les hacían comida, eso era solo en tiempos de Navidad.
Recuerda que, en una procesión a Jocotepec durante las fiestas del Señor del Monte, él hizo un carro alegórico y sacó a Víctor Amezcua de Jesucristo, la gente hasta lloró de ver tan real al personaje, dicen que esa foto se la llevó a Roma un sacerdote que vino de visita y la gente fue en peregrinación a saludarlo al crucero.
Brígida Velasco que aparece con media carga, hacía velas de cera muy adornadas, escamadas, los adornos sobresalían como un resplandor de la misma cera; la ponían a asolear; Nena recuerda esa escena con Brígida sosteniendo el pabilo y dejando escurrir la cera para formar velas de todos tamaños. El hijo de Brígida era peluquero, dicen que se echaba buches de agua para lanzarlos a la cabeza de los clientes y preparar la cabellera para el corte.
El paisaje dibujado del San Cristóbal de aquellos años se cuela por las memorias de los hombres y mujeres que lo vivieron, son solo recuerdos que se desvanecen, sin embargo, las listas de todos los nombres de quienes existieron están ahí en los documentos, en los diezmatorios que son testigos mudos del inevitable paso del tiempo.
Niños durante actividades del taller. Foto: Archivo.
Héctor Ruiz Mejía.- Tras el poco interés en la lectura que radica en la juventud de la delegación de San Cristóbal, en el Municipio de Jocotepec, María del Refugio Reynoso Medina, maestra de Educación Primaria y cronista, apostó por un futuro para la literatura en una de las comunidades más olvidadas por los programas gubernamentales de cultura.
Fue así, que nació la Biblioteca Luciérnaga, -ubicada en la Casa de la Artesanía, la cual pertenece a la Dirección de Fomento Artesanal del Estado de Jalisco-, que abrió sus puertas a todos los niños de la comunidad que oscilan entre los seis y 11 años que quieran acudir a los talleres.
María del Refugio, creadora de la Biblioteca Luciérnaga.
El 5 de septiembre se impartió el tercer taller; a decir de la entrevistada, se ha mantenido con una respuesta y aceptación favorable dentro de la comunidad. La afluencia promedio es de 30 niños, además se cuenta con otros cinco colaboradores que forman parte del proyecto de forma voluntaria sin ninguna remuneración económica, solo el compromiso de un mejor futuro.
Los talleres consisten en actividades como cuentacuentos, musicales con temáticas literarias, lecturas en grupo de historias y leyendas, son parte del itinerario que los niños viven en la Biblioteca Luciérnaga.
Además, explicó María Reynoso que, «lo importante también es involucrar instancias», quien añadió el ejemplo de dos cuentacuentos que ya impartieron lecturas para los niños gracias a que son becados por la Secretaría de Cultura.
“Si estaban ávidos por un espacio formal, donde puedan desarrollar actividades especialmente para ellos”, comentó María, quien observó el entusiasmo en los niños en volver a sentirse dentro de una institución que les brindara educación y convivir con más niños de sus edades.
Hay niños que en su primer o segundo grado -los cuales son básicos en el aprendizaje del lenguaje- se mantuvieron en este confinamiento, quienes reemplazaron la escuela por televisión, celular o actividades fuera de casa, todo menos letras, comentó la maestra que está preocupada por la situación de rezago educacional que causó el coronavirus.
“Llevar a San Cristóbal algo a lo que nunca pudieran tener acceso”, aseguró María, es la intención de esta iniciativa, haciendo alusión a las actividades que se generan en ciudades grandes, pero que se tiene en el olvido a pequeñas delegaciones como San Cristóbal.
Biblioteca Luciérnaga busca brindar un acercamiento de la literatura a los niños de una forma interactiva y cualquier niño interesado puede integrarse; el único requisito es que sea de seis a 11 años. Los interesados pueden comunicarse al 33 3584 8160 para inscribirse y el cual, es gratuito.
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