El trabajo del personal médico ha sido agotador.
Por: María del Refugio Reynozo Medina.- “La salud del pueblo es la suprema ley”, reza una pintura mural a un lado de la recepción de la clínica Municipal de Jocotepec, que ahora lleva el nombre de Clínica Municipal Dr. Rafael Gómez Rodríguez.
A las ocho de la mañana, la Clínica luce solitaria, hay una mujer demacrada en la sala de espera envuelta en un suéter. Un niño y una niña reposan sentados sobre las sillas justo debajo del colorido mural.
A la entrada del hospital hay un túnel con cortinas transparentes que arroja líquido sanitizante a las personas que ingresan al lugar.
Entrada a la Clínica Municipal Dr. Rafael Gómez Rodríguez. Foto: María del Refugio Reynozo Medina.
Una joven trapea los pisos, se escuchan risas al interior. Un hombre con bata blanca y mascarilla recorre los pasillos, el área de emergencia luce con las camas limpias y vacías; hoy no hay pacientes hospitalizados.
Afuera, un paramédico lava la ambulancia y unos hombres en la calle a la entrada principal, limpian el camino empedrado por el que se ingresa a la clínica y que hoy está lleno de charcos.
Fátima Noelia es una de las enfermeras del lugar. Es sobreviviente de COVID-19, contrajo el virus en enero pasado; todo empezó como una simple gripe que se atendió de inmediato, a los pocos días; comenzó a perder el sentido del olfato y a la aplicación de la prueba resultó positiva para COVID. El avance de la enfermedad fue demasiado progresivo, a una semana tenía un 70 por ciento de daño en los pulmones, traía un 65 por ciento de saturación de oxígeno en la sangre, se recluyó aquí mismo en el Hospital Municipal un par de días. Ante la poca mejoría la trasladaron al Hospital Comunitario en El Chante, ahí sobrevivió una noche y fue trasladada debido a la gravedad, al Hospital Ángel Leaño en Guadalajara. Un poco estable regresó a casa, sin embargo su situación de salud empeoró y finalmente fue trasladada a un hospital particular en donde lentamente fue recuperándose.
Fueron quince días de peregrinar, en los hospitales, mientras sus órganos se desgastaban.
-Yo sentía que ya no iba a volver a mi casa-
Dice, mientras los ojos se le irritan y se seca una lágrima
Luego de quince días más de recuperación en casa, volvió a su lugar de trabajo llena de miedo, pero segura de que quería continuar con su misión de enfrentar a la enfermedad.
Ahora se siente más fuerte, han pasado varios meses, cuenta con sus dosis de vacunas y llega armada todos los días con un kit personal: toallas antibacteriales, gel antibacterial, spray sanitizante, mascarilla especial, jabón de manos antibacterial.
-A veces se tiene el ánimo, a veces no-. Por eso lleva la música al hospital en sus bocinas portatiles rosas. Ahí desfilan todas las voces, desde José José, La Sonora Dinamita, Los Terrícolas, hasta Los Yonic ‘s. Para esta enfermera, además de los medicamentos, uno de los insumos principales es el trato cordial hacia los pacientes. Aunque a veces, el trato de los pacientes hacia el personal no es así. Hay quienes llegan exigiendo la atención a gritos.
La jornada de Fátima comienza a las ocho de la mañana y termina a las ocho de la noche tres días a la semana. El trabajo es incierto, las vacaciones de ella como personal de salud no coinciden con las fechas oficiales, pues esos días es cuando más trabajo hay, aumentan los accidentes automovilísticos, llegan los lesionados por alguna riña o intoxicados por bebidas alcohólicas. Así como a veces tienen pocos pacientes, otras veces ha tenido que acudir incluso a auxiliar a los paramédicos en la ambulancia. Pues no solo es enfermera, también es paramédico, ha sido chofer de ambulancia, cuando aprendió a conducir lo hizo desde un camión de bomberos en su anterior trabajo en Protección Civil. Ahí atendía incendios forestales, inundaciones, caídas de árboles. Realizó también un Diplomado en criminalística, conserva los reconocimientos que ha recibido por su trabajo, entre ellos uno otorgado por La Unidad Estatal de Protección Civil.
La enfermera Fátima Noelia Robles. Foto: María del Refugio Reynozo Medina.
Al igual que Fátima, distribuidos en diversos horarios de guardias, hay ocho personas más en el servicio de enfermería, nueve médicos, nueve paramédicos, cinco personas de intendencia y se cuenta con dos ambulancias.
La atención para los empleados del Ayuntamiento es gratuita mientras que para el resto de los pacientes el costo de la consulta es de ochenta pesos.
La clínica municipal no es hospital COVID, sin embargo se recibe a todas las personas sin distinción, la semana pasada se detectaron dos casos que se atendieron y una vez estables se derivaron a las instancias correspondientes.
Este recinto es un hospital de urgencias médicas, sin embargo es frecuente que lleguen pacientes en la madrugada o avanzada la noche con problemas respiratorios leves, o alguna molestia con más de cinco días de evolución y aun así se les atiende.
–Tardo menos en atenderlo que en explicarle que es un hospital para urgencias-
Mientras conversa sobre sus memorias, Fátima toma signos, peso, talla, hace registros en la computadora, aplica inyecciones y camina por los pasillos para seguir atendiendo.
A media mañana ingresa una muchacha joven con un piquete de alacrán, tiene los tenis cubiertos totalmente de lodo pastoso que trajo de los campos de berries donde trabaja, luego de la copiosa lluvia de anoche. Camina con timidez sobre el piso blanquísimo y deja la huella pegajosa tras de sí.
-No te preocupes- le dice Fátima y la conduce a la cama de observación para aplicarle una inyección. Se queda ahí reposando, bajo el techo azul cielo de la sala recién pintado.
Fátima recuerda los días que vivió con el virus y cuando ve la indiferencia de quienes no creen, quienes dicen que es un invento del gobierno se indigna.
-Me da coraje – dice -porque existe, soy testigo de ello, lo viví y lo enfrento todo el tiempo-.
Ella disfruta mucho su trabajo, la convivencia con los compañeros, la atención a los pacientes y ver cuando se van felices de recuperar su salud.
“Me gusta atender con calidez a los pacientes porque hoy ellos necesitan de mí, algún día yo puedo necesitar de ellos”.
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