Son la señora Pina Gutierrez y Luis Rojas quienes preparan a la Virgen del Rosario con cuidado y experta maestría
El proceso inicia bajando a la Virgen del Rosario del altar de la parroquia de San Andrés Apóstol, donde estará hasta el próximo 31 de octubre. Foto: Sofía Medeles.
Sofía Medeles.- El atardecer apenas se derramaba sobre las torres de la parroquia de San Andrés Apóstol cuando el templo comenzó a vaciarse después de la misa de las cinco. Entre murmullos, el aire parecía sostener una calma especial. Eran casi las seis de la tarde cuando, en la penumbra del altar, Luis Rojas Angulo y Josefina “Pina” Gutiérrez se dispusieron a iniciar el proceso que Ajijic guarda como un tesoro, preparar a la Virgen del Rosario para su encuentro con el pueblo.
Luis, con la experiencia de los años y una fe que se le nota en las manos, trepó por la estrecha escalera que conduce a lo alto del altar mayor. Desde allí descendió lentamente la figura de la Virgen, cuidando cada paso. La imagen, una pieza histórica de más de cuatro siglos, brillaba tenue bajo la luz de las velas. Su nuevo sitio temporal, asignado por el padre José Luis González Aguayo por el mes de su festejo, es un lugar de honor, tan alto como el cariño que Ajijic le profesa a su patrona. En brazos de Luis, la Virgen inició su descenso hacia la sacristía, donde la esperaba doña Pina.
Una pequeña mesa, sencilla, se convirtió en altar y taller a la vez. Antes de comenzar, ambos se detuvieron en silencio. Sus labios se movieron apenas, una oración, un permiso, un agradecimiento. Nada en este acto es mecánico, todo está impregnado de respeto. Primero, el Niño Jesús que la Virgen sostiene en su brazo izquierdo fue cuidadosamente despojado de su sombrerito y su ropita. “Él no estaba originalmente con la Virgen”, explicó doña Pina, “pero desde hace mucho la acompaña”.
Mientras doña Pina limpiaba al pequeño Niño, Luis retiraba el vestido de la Virgen, capa por capa, hasta dejarla en su forma más antigua. Cayeron pequeños restos de confeti de procesiones pasadas. “Es como de pajitas, el material del que está hecha”, comentó doña Pina al notar la textura frágil de la escultura. La figura, marcada por el paso de los siglos y restauraciones, dejan ver su antigüedad.
Con algodón y paciencia, Luis fue limpiando cada rincón de la imagen, desde su rostro hasta la aureola. Se retiró la peluca y se limpió su cabeza. Se les preguntó si alguna vez habían tenido dificultad para vestirla, como cuenta el mito de que la Virgen “no se deja tocar” si alguien no le cae bien. Ambos rieron. “No, nunca nos ha pasado eso”, respondió doña Pina, “pero sí hay veces que no se deja fotografiar… las fotos salen borrosas, o no salen”.
Ya limpia y serena, la Virgen fue recibiendo sus nuevas prendas. Primero el fondo, luego el vestido, ajustando las mangas y el cinto con movimientos precisos. Volvieron a colocar al Niño Jesús en su brazo izquierdo, asegurado con listones, y finalmente el ropón. Doña Pina eligió una peluca castaña, de las muchas que los fieles han donado a lo largo de los años, y sobre ella colocó el sombrerito de peregrina, reservado para cuando permanece en la parroquia. En otras ocasiones, cuando sale en procesión, suele llevar pelucas cuidadosamente peinadas y adornadas.
Como toque final, le colocaron el rosario, que cae desde la manga derecha de la Virgen hasta la del Niño Jesús. Un detalle sencillo, pero cargado de significado. Algunos aretes, medallas y rosarios son donaciones o préstamos temporales, otros, recuerdos que acompañan a la Virgen desde hace décadas. Doña Pina recordó una costumbre que se ha ido perdiendo, los “milagritos”, pequeñas figuras de metal en forma de ojos, manos o pies, que los fieles ofrecían como agradecimiento. “Antes le colgaban muchos, era una manera de decirle gracias”, mencionó. Cuenta también con coronas, aunque estás ya son pesadas para la frágil estructura.
Cuando todo estuvo en su lugar, y tras apreciarla en silencio, Luis volvió a levantar con cuidado la figura. Se devolvió a su sitio en lo alto del altar, mientras ya se escuchaba el barullo de los fieles llenado a misa de 7:00 de la tarde. “Allá afuera todos quieren tocarla, pero nosotros tenemos la bendición de estar así de cerca”, compartió Luis tras terminar con este proceso, que él y Doña Pina han realizado y perfeccionado por más de diez años, y esperan seguir haciéndolo muchos años más.
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