“Mi madre vivió feliz lavando todos los días la ropa y las manchas de las penas en aguas dulces de la Laguna de Chapala”
Historia por: Berónica Palacios Rojas. Foto: Pinterest.
Recuerdo que vivíamos en un cuartito cuatro por cuatro con lo indispensable para sobrevivir. Una cama matrimonial y otra pequeña para mi hermana, un calentón y al centro del cuartito una estufilla de dos quemadores y una mesa relativamente pequeña, nuestro ropero eran un par de cajas de cartón, una madre amorosa y un padre alcohólico, nada más.
Yo nací en Chapala, poblado cercano a Guadalajara donde está la Laguna más grande de la República Mexicana y que se ve en cualquier mapa. Para los abuelos era imposible mudarse a Chapala, no se querían desprender de la casona que tantos recuerdos les había heredado. Mi madre vivió feliz lavando todos los días la ropa y las manchas de las penas en aguas dulces de la Laguna de Chapala.
Y trascurrió la tierna niñez, pero cuando tuve conciencia de ser niña, ya era demasiado tarde. Mi padre era trailero y andaba de una región a otra hasta que un día, echó su tráiler a un barranco y huyó con nosotros a Ciudad Juárez, donde se empleó de carpintero; sin embargo, por su espíritu aventurero nunca duraba en los trabajos, era un hombre con mucha inteligencia, pero, sin responsabilidades.
Eso sí, era un genio y eso era garantía de sus proezas: sabía todos los oficios por haber. Mi madre decía que desarmaba y armaba el motor de un tráiler. A los hermanos de ella les enseñó a tener un oficio, uno es chofer y otro es herrero. Como un trabajo formal no cubría sus expectativas se dedicaba a lo más fácil, salir de casa con su desarmador y un par de pinzas en la bolsa trasera del pantalón, ya por la tarde regresaba con algo de comida y empezaba a tomar cervezas. De él sólo recuerdo el rico olor a gasolina, cuando me cargaba en el camión para llevarme al doctor y las patadas que nos propinaba cuando no queríamos traerle sus cervezas.
Siempre fui una niña rara. En esa época nunca vestí de encajes rosas, los zapatos eran los que me regalaban o mi madre conseguía por pocas monedas, arrullaba muñecas hechizas de piedras envueltas en trapo viejo. Me gustaba ir al basurero a buscar hilos y tejer sueños; quería ser la gran inventora reconocida por todos. Con hilos de diferentes grosores y tonalidades hacia cadenas con las que pretendía tejerle colchas y manteles a mamá.
En tiempos de frío pasábamos mucho tiempo frente al aparato caja, pues la nieve impedía que saliéramos a la escuela. Y allí, aprendí a escribir en las tablitas antes de convertirse en combustible. A los cinco años fui a la escuela, me destaqué por heredar la inteligencia de mi padre, la juventud y amor de mamá. Sin embargo, no duró mucho, al poco tiempo se embarazó y toda esa miel que derramaba sobre mí, se volatizó. Sólo quedaba Lupe, mi hermana, la que llenaba el hueco amoroso que dejara mi madre. Son escasos los buenos recuerdos de Ciudad Juárez: el parecido tan grande entre los nietos de mi padre y yo; el llanto convertido en hielo antes de aterrizar en el suelo; la bondad de las múltiples sectas o religiones que alimentaban nuestra despensa y los inolvidables muñecos de nieve. Las visitas al hospital de mamá, la rica gelatina que me llevaba y el amor que se volatizó con el nacimiento de mi hermano.
Una vez en Ciudad Juárez al ver que mi padre no acataba su responsabilidad, mi madre tuvo que buscar un modus vivendi. Entonces, dejaba a mi hermanito con Lupe -de seis años- y salíamos en busca de comida. Cargaba un bote de 20 litros y en caravana de mujeres íbamos a un mercado a pedir desperdicios o sobrantes que en realidad era fruta o verdura que los comerciantes desdeñaban y nosotras aprovechábamos de la mejor manera.
Yo usaba un fondo amarillo, ya que más de una vez, tuve la certeza de la buena suerte que nos traía al ponérmelo. Recuerdo que de puntitas apenas alcanzaba a hurgar un poco en el bote, pero yo quería complacer a mi madre y al encontrar algo bueno, ella me regalaba una sonrisa. Un día veníamos de la pepena –de pedir desperdicios- y estábamos esperando el camión; entonces en la parada encontré una bolsa de papel llena de aguacates.
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