Salud y Bienestar
Leticia Trejo es profesora de Yoga y entrenadora personal. Foto: Cortesía.
Por Leticia Trejo.- A mí me tocó vivir el nacimiento y auge de la gran tendencia mundial del fitness en los años 80’s. Mallas ajustadas de tobillo a cadera y un leotardo igual de ajustado con un corte atrevido que permitía que las piernas se vieran más largas, diadema de toalla en la frente para detener el sudor y otros accesorios que impuso la moda del vestir; pero saltaba a la vista el mensaje de que todos debíamos adelgazar y al mismo tiempo tener músculos voluminosos para “vernos bien” y “tener éxito” en la vida.
Esta tendencia nos marcó a todos, ya que en ese entonces era necesario e indispensable entrar en este modelo sin importar si el somatotipo de la persona correspondía a estas exigencias, es decir, si la genética familiar no era favorable para lograr esta imagen, como en el caso de los ectomorfos y los endomorfos había que luchar con uñas y dientes para encajar. El único somatotipo que se ajustaba al cuerpo fitness era el mesomorfo. Y claro, la industria farmacéutica y de los suplementos no tardaron en ver la grande oportunidad que tenían de hacer un negocio que en el 2023 obtuvo ingresos por 40 mil millones de dólares.
Ante la poca regulación y la urgencia del público por obtener resultados rápidos en el organismo circularon en esa época cientos de suplementos milagrosos que “quemaban la grasa”, “nos ayudaban a adelgazar”, “quitaban el hambre”, “nos llenaban de energía para entrenar como gladiadores” y una cantidad increíble de promesas que dieron como resultado enfermedades renales, enfermedades del hígado, infartos e incluso causaron la muerte de muchas personas.
Actualmente la mayoría de esas sustancias están prohibidas, como la efedrina, la androstenediona, procaína, germanio, yohimbina y otras que por muy natural que sea su origen resultan en toxicidad orgánica.
En México tenemos un dicho tradicional que dice: “tanto peca el que mata la vaca como el que le agarra la pata”, que podemos traducir como que la culpa parece tenerla la industria de la suplementación alimentaria pero por otro lado los compradores que no investigan, que no se documentan y que aún a sabiendas del daño que podrían causarse adquieren este tipo de productos.
Aún así hay una gran historia detrás de este esquema de ayuda al organismo, que data del año 1772 cuando algunos experimentos descubrieron que el nitrógeno era determinante para la salud de los humanos y los animales. Luego en 1839 el químico holandés Gerardus Mulder propuso la existencia de una molécula a la que llamó proteína que consideraba necesario para la nutrición humana. El químico polaco Casimir Funk teorizó en 1912 que algunas enfermedades se debían a la falta de otra sustancia: un compuesto nitrogenado al que llamó vitamina, combinando la palabra latina para vida (vita) con amina (nombre de un compuesto que contiene nitrógeno).
Algunos de estos suplementos o vitaminas han resultado en grandes beneficios para el organismo como el ácido fólico que evita algunos defectos congénitos en los neonatos. Como en otras ocasiones se recomienda que seamos prudentes, que nos documentemos de fuentes fidedignas y apliquemos la prevención para evitar enfermedades.
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