Memorias de ‘San Cris’; Eloísa Torres
Eloisa Torres Rito originaria de San Cristóbal Zapotitlán guarda memorias de hace más de ochenta años. Foto: María Reynozo.
Por: María del Refugio Reynozo Medina.
Detrás de las gafas, hay una mirada vivaz. Unas ligeras líneas se dibujan en su rostro luminoso y apacible.
El año de 1932 la vio nacer con el nombre de Eloisa Torres Rito, un 21 de noviembre, en San Cristóbal Zapotitlán, en el municipio de Jocotepec. Sus días de juventud fueron consagrados a las actividades de catequesis, del coro de la iglesia y a los acontecimientos en torno al templo. Ella perteneció al coro dirigido por don Daniel Cervantes, recuerda que cantaban Los misterios; Daniel les enseñó una misa completa en latín. Los ensayos eran acompañados por la orquesta.
También ensayaban zarzuelas, aún recuerda Choza y palacio, así se llamaba una representación en la que ella interpretó a una española.
“…Tiene fama Sevilla con su giralda…”- canta un trozo de lo que recuerda.
Muchas veces presentaron las zarzuelas en el curato de Jocotepec sobre un escenario de tablas.
La vida cotidiana estaba sujeta a las actividades religiosas. Durante el mes de mayo, mes de María; cantaban los misterios a diario, mientras que las encargadas de velar pasaban todo el día haciendo oración. Por eso antiguamente era común referirse a las responsables como cabeza de Vela porque era ese su cargo, velar durante todo el día asignado.
En el mes de junio, cantaban también los misterios todos los días, dedicados al Sagrado Corazón.
En los días de cuaresma, especialmente el viernes de dolores cantaban a la dolorosa:
Oh, madre dolorosa, paloma del desierto que aun después de muerto miraste al salvador.
Vertiendo del costado, purísimos raudales para curar los males del pobre pecador.
Por tantas amarguras y por congojas tantas postrados a tus plantas venimos a ofrecer no ya las frescas flores, ni alegre y dulce canto, solo copioso llanto que arranca el padecer.
Para la celebración del Corpus Christi cantaban el himno Pange Lingua. Lo hacían en latín, mientras que el sacerdote daba la bendición con el santísimo.
En aquellos años no había una escuela primaria como la hay ahora; Eloísa recuerda que venía una maestra y en un cuarto que rentaban y que pagaban con la cooperación de los padres tenían las clases. Ahí aprendió a leer con la maestra Tomasita y la maestra Alicia Gaspar y luego Elvira Torres que venía de Tizapán el Alto. Recuerda que solo estaba designado a impartir primero y segundo de primaria.
-De favor nos dio hasta tercero-, Eloísa era alumna destacada, le ayudaba a la maestra a poner frases en el pizarrón.
-¿Cómo hace el niño asustado?- Preguntaba la maestra.
A una sola voz los niños respondían -Aaaaa-
¿El sordito? Eeee; ¿y el que anda arando? Ooooo
Una mujer que no sabía leer, le pedía que le leyera libros de oraciones.
Una de las festividades que no se podían perder era la fiesta en honor del Señor del Monte en Jocotepec cada tercer domingo de enero. Recuerda que era un verdadero desafío.
Se iban en un camioncito con el techo descubierto, desde muy temprano y regresaban de noche luego de haber participado en la procesión y ver la quema del castillo. Allí en el patio de algunas amistades les permitían hacer fogatas para cocinar.
De chica, en las navidades esperaba junto con sus hermanas la llegada del Niño Dios colocando un plato en el nacimiento. A la mañana siguiente lo encontraba rebosante de colaciones, garapiñados y a veces un globo. Recuerda en una ocasión que a una niña le trajeron un corte de tela para que le hicieran un vestido. Eran unos dos metros de una tela llamada cabeza de indio; la tela traía rastros de una pequeña quemadura.
-Yo creo que en el cielo hubo un incendio-, dijo la niña tomando entre sus manos el retazo de tela.
En la memoria de esta mujer, están presentes los pasajes que le tocó vivir; ella conoce muy bien la memoria de los pobladores y las historias como la de la pareja que está sepultada bajo la palmera doble del atrio del templo.
Allí debajo de esa planta que tiene al menos 80 años de vida, está sepultada una pareja; Julio de la Rosa y Lola Aceves.
Julio era comisario. Fue la noche del Jueves Santo cuando llamaron a su puerta, Lola iba adelante y atrás Julio que iluminaba el camino con el aparato de petróleo.
Al abrir la puerta, un disparo de arma les quitó la vida. Algunos decían que fue por intereses de política.
Cuando los sepultaron, colocaron una pequeña palmera.
No se sabe en qué momento uno de sus troncos brotó otro brazo más que creció hasta completar dos palmeras prendidas de un solo tronco que las sostiene.
Refugiana, Franciscana, religiosa; esta mujer que aprendió de las letras y la música, lleva consigo sus recuerdos a través de su transparente mirada.
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