Portones, alzad los dinteles…
El señor cura Carlos Enrique Medina Garibaldo encabeza la Misión de la misericordia.
Texto y fotos: María del Refugio Reynozo Medina.
El rescoldo de las tardes frías de invierno, levanta eventuales polvaredas de ese polvo finísimo que se instala en el rostro, en la cabeza, en la ropa. Pero eso no importa, las veladoras siguen encendidas, al amparo de un vaso desechable que abraza los bastones de cera blanca o amarillenta. La mujer que va a mi lado lleva la mano medio cubierta de cera; canta sin cesar mientras vigila que la llamarada siga viva.

Los adultos llevan velas encendidas en pos de la misericordia.
Es la procesión de La gran Misión de la Misericordia en San Cristóbal Zapotitlán que comenzó con la celebración eucarística, la mayoría de los fieles están vestidos de blanco y algunos niños, llevan globos rojos y blancos.
El grupo de la Adoración Nocturna, va al frente con sus ropas blancas y distintivos púrpuras colgados del cuello; luego la danza con sus penachos de plumas de colores; el tambor y el caracol. Y también la banda de guerra.
La réplica de menor tamaño de la imagen de San Cristóbal avanza cargada por un grupo de personas que se relevan de vez en cuando.
En medio, encabezando la ceremonia, va el señor cura Carlos Enrique Medina Garibaldo; sujeta al santísimo con ambas manos y avanza, deteniéndose de vez en cuando al encuentro con alguien que se santigua, o de algún adulto mayor que observa desde dentro de su casa.

Niños acólitos participan en la ceremonia.
-Padre nuestro que estás en el cielo- pronuncia fuerte el señor cura. Lo hace desde sus pasos que recorren los suelos empedrados en la oscuridad de la noche; las mismas calles que se recorren durante las peregrinaciones, esta ocasión en compañía del santísimo. -Perdona nuestros pecados- dice con voz poderosa; como si todas estas compañías aclamaran la misericordia de Dios. La gente sigue andando por las mismas calles este recorrido y todos los más que sean necesarios a la señal del señor cura Carlos.
Al llegar al templo, la enorme puerta de madera está cerrada; colocados frente a la entrada el cura y el diácono, dirigen la oración de apertura. El sacerdote toma un martillo dorado y golpea la puerta.

Niñas y niños acuden llevando globos blancos y rojos.
-Ábreme a mí las puertas de la justicia-
-Señor, abre por mí las puertas porque Dios está en nuestra casa-
El atrio está en penumbras y solo la llama de cada veladora dibuja los rostros llenos de fervor.
El coro de las catequistas de la parroquia canta precedido por el majestuoso sonido de las trompetas.
Portones, alzad los dinteles,
levantaos puertas antiguas,
va a entrar el rey de la gloria.
Alrededor todo es oscuridad hasta que las puertas se abren para recibir a los peregrinos. Los rostros de los asistentes se iluminan con las luces que son encendidas. Estallan los cohetes en el cielo y las campanas doblan esta vez por júbilo.
“Cristo, óyenos”,
Finaliza la letanía.
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