Barbara Elizabeth García Cervantes, creadora del diseño y Rosalía Nolasco de la Rosa iniciadora de la confección de tapetes de aserrín en San Cristobal Zapotitlan. Foto: Heliodoro García.
Por María del Refugio Reynozo Medina.
Las mañanas comienzan a ser más frías; las calles de San Cristóbal Zapotitlán en el municipio de Jocotepec aún conservan los adornos de serpentinas plásticas ofrecidos a la Virgen de Guadalupe el pasado 30 de diciembre.
Es seis de enero y recién pasadas las celebraciones navideñas y de año nuevo; los ánimos se renuevan para recibir con fervor la visita de la imagen de la Virgen de Zapopan.
La representación de la Virgen de Zapopan ocupa el espacio central. Foto: Heliodoro García.
En el crucero de ingreso a la población; colocan enormes piedras para cerrar el paso a los autos, luego de que todo el camino es decorado para el paso de la imagen.
En el atrio del templo se ha confeccionado un enorme tapete. La entrada principal desde la calle luce como una colorida alfombra de estambre. Es un mosaico hecho de aserrín de brillantes colores.
Hace ya más de veinte años que Rosalía Nolasco de la Rosa ofrenda este adorno, cuyos gastos corren por su cuenta; ella es la iniciadora de estos tapetes en la población.
Ella, sus familiares y colaboradores preparan días previos el aserrín; Chali como la conocen todos, sabe muy bien de pigmentos y combinación de colores.
La noticia de la visita de la zapopana reúne muchas voluntades. El aserrín es donado por una persona y algunos vecinos invitan la comida a los ayudantes que trabajan por casi dos jornadas.
La creación del diseño de esta ocasión es de Bárbara Elizabeth García Cervantes, Barbi como la llaman cariñosamente; tiene 17 años, es estudiante del sexto semestre de preparatoria y ha ganado el primer lugar en competencias de dibujo a nivel estatal.
El equipo voluntario que trabajó en la creación del tapete de aserrín. Foto: Heliodoro García
Barbi trabajó previamente con dibujos digitales y animación; posteriormente realizó el trazo a pulso en el piso con gises, hasta conformar la composición.
“Yo nací con un lápiz en la mano”, dice. Esta jovencita domina diversas técnicas como las acuarelas, el acrílico y el óleo.
El equipo de Chali no solo prepara el tapete de la bienvenida; también al día siguiente de la recepción, barren muy temprano para elaborar un segundo tapete, el de la despedida. Para esta edición se utilizaron diez costales de aserrín coloreado y cinco de tono natural.
Para los voluntarios es reconfortante ver llegar a la imagen sobre un suelo tapizado de polvo de colores; un tapete que está dedicado solo para la Virgen de Zapopan, y aunque es efímero, se conserva eternamente en sus corazones al unísono de los gritos de, ¡Viva la Virgen de Zapopan!
Mural que decora la plaza principal de San Juan Cosalá. Foto: María del Refugio Reynozo Medina.
Por: María del Refugio Reynozo Medina.
Una de las fincas que conforman el paisaje de San Juan Cosalá en el municipio de Jocotepec, es la antigua escuela primaria e internado que alguna vez fundó el sacerdote Alberto Macías Llamas. Las viviendas y locales de negocios se extienden a lo largo de la carretera Chapala-Jocotepec, y por las calles empedradas se llega al corazón de la localidad; el jardín principal con el kiosco central de arcos pronunciados. Justo enfrente está la parroquia de San Juan Bautista.
Desde aquí se pintan azules las aguas del lago de Chapala que está a solo metros de las casas más cercanas. Uno de los muros contiguos a la Delegación pinta un paisaje acuático con un mural de personajes de piel terrosa que coinciden con garzas y cangrejos. De la boca de un rostro femenino emergen peces que salpican el mural.
Mientras tanto, en la vivienda de Doña Inés hay un delgado hilo de agua que sale por la llave y una fila de botes para almacenar lo que se pueda. Porque la mayoría de veces llega el agua por la noche y hasta la madrugada.
-A esa hora ni cómo lavar-.
“Hace muchos años, la señora Ana Lilia todavía iba a lavar con agua de la laguna”.
Ahora ni para lavar sirve. Está negra y aparecen ronchas en la piel con el contacto.
Otra señora, en una de las viviendas dice que un día hay agua, otro día no y cuando hay está amarillenta y maloliente.
Con la señora Olivia tuvo que ir un fontanero a destapar la tubería porque estaba obstruida con arena; a causa del desgaste de la bomba que “jala tierra”.
La bomba del barrio de Fátima, dicen que es la misma que puso el padre Alberto Macías, hace unos cincuenta años y desde entonces no se ha renovado.
La mujer de una de las privadas, compra una pipa de agua al menos una vez al mes. El agua llega muy poca en la noche o no llega. La pipa con 10 mil litros de agua le cuesta 700 pesos. Recuerda que una ocasión duraron en el barrio hasta un mes sin agua y en aquel entonces las autoridades respondieron ante los reclamos que se esperaran, que al cabo ya iba a llover.
Gracias a las casas bonitas de arriba sí nos llega agua, dice otra mujer.
En las redes sociales; los habitantes protestan.
“Dejen de llenar pipas del pozo de la Zaragoza para los fraccionamientos”, dice una opinión.
Son ya dos o tres años los que han pasado con este problema, según los pobladores, que han perdido ya la cuenta y esperan mejores tiempos.
Caritina García Velasco es promotora de las letras y de la música originaria de San Cristóbal Zapotitlán. Foto: Teresa Medina Cervantes.
Por María del Refugio Reynozo Medina.
Aquél pequeño salón que en esos momentos cuando era niña me parecía grande, albergaba apilados en grupos, decenas de libros infantiles ilustrados. Yo comenzaba a leer y esperaba las tardes para que las puertas de ese lugar se abrieran. Éramos muchos los que íbamos a buscar las lustrosas imágenes que ahora no recuerdo con claridad. Hojeábamos por no sé cuánto tiempo cada uno de los libros y recorríamos con la mirada cada página.
Era el máximo momento de gozo con “patas arriba y panza abajo” sintiendo el fresco contacto del mosaico del piso acompañado del inolvidable aroma del papel.
Ahora veo ese local y me parece tan pequeño, ni quien pensara que ahí nos alcanzaba el mundo cuando éramos niños.
Esa fue la primera sala de lectura que hubo en San Cristóbal Zapotitlán; en ese local propiedad de don Heliodoro García Díaz.
-“Don Liodoro”, le decían algunos mayores. Pa Loyo, le decíamos mis hermanos y yo cuando íbamos a comprar a su tienda-.
Pa Loyo no solo era un emprendedor comerciante; su casa fue cuna de músicos, y en ese ambiente, con hermanos músicos; creció Caritina García Velasco, la responsable de aquella sala de lectura.
Cari como la llamamos todos, aprendió desde pequeña a tocar la guitarra, aprendía de todos los que tenía cerca. La primera guitarra que tuvo se la compró a un conocido.
La llegada de las Religiosas del Sagrado Corazón de Jesús y el establecimiento de la Casa Magdalena Sofía en San Cristóbal, trajo para el pueblo progreso y apoyo espiritual para la comunidad. Cari se acercó a las letras por medio de las religiosas. También el avance en las habilidades para la música. Fue entonces que formó la estudiantina, cuyo uniforme formal fue obsequiado por María Yolanda Castillero, esposa del entonces Gobernador de Jalisco, Flavio Romero (1977 a 1983).
Por esos días también, la estudiantina de Cari ganó en un concurso que comenzó en Chapala y los llevó a la final al Teatro Degollado en Guadalajara. Recuerda que había estudiantes del Colegio Cervantes, Colegio México y muchos más.
Alguien les preguntó:
¿Ustedes de qué colegio vienen?
De San Cristóbal, dijeron con orgullo.
Como promotora de las letras y de la música, Cari fue testigo del apoyo hacia la comunidad de San Cristóbal, por parte del diputado en ese entonces, el licenciado Porfirio Cortés Silva, quien colaboró en muchas ocasiones con la estudiantina y los niños de la comunidad a través de los libros.
Cari tenía el impulso de estudiar la preparatoria, que ya podía realizarse en Jocotepec y lo hizo durante un semestre en el que muchas materias las pasó exenta de exámenes. Sin embargo, con la avanzada edad de sus padres, se vio obligada a abandonar su aspiración de estudiante.
-Me pesó mucho-. Dice con nostalgia. La mujer que a pesar de ello no paró en su deseo de progresar.
En algún momento hubo en San Cristóbal una banda de guerra, de la que Cari formaba parte. Con su tío Justino Larios aprendió sobre notas musicales, también aprendió corte y confección con Lupe, esposa de José Duples, que vivía en la comunidad. Recuerda que hizo muchos vestidos para los estrenos de las fiestas. También por medio de las Religiosas del Sagrado Corazón de Jesús, se acercó a la misión de catequesis, en la que continúa en medio de una convivencia con los niños.
Cari está ahí, en muchas partes siempre sonriendo. En el mostrador de la tienda que fuera de su padre, delante del altar en un abrazo de guitarra que precede al canto, o en medio de los rostros infantiles que asisten al catecismo.
-No somos eternos-. Dice cuando se alegra de compartir lo que sabe, para que perdure.
Sobre una plataforma, las estudiantes de secundaria zapatean con música de Jalisco. Foto: María Reynozo.
Por María del Refugio Reynozo Medina.
Desde las ocho de la mañana, por las calles principales de San Cristóbal Zapotitlán, en Jocotepec, se ven venir ataviados con carrilleras terciadas indistintamente niños y niñas. Están confeccionadas de papel cartoncillo negro, con rollos de papel metálico plateado simulando las balas, otras son de plástico. Algunas; las de los más pequeños llevan una fila de cacahuates de cáscara en el lugar de las balas.
Los niños llevan escopetas o rifles; uno de ellos lleva un profuso bigote de negro espesor que se toca en cada momento como para asegurarse de que sigue ahí; otro se acomoda el sombrero y sujeta con fuerza su rifle mientras va arriba de un carro alegórico.
Las cartas de la lotería en manos de los alumnos de primaria pintaron de colores el paisaje. Foto: María Reynozo.
Hay una fila de niñas pequeñas con el pelo trenzado y debajo del rebozo terciado cargan un muñeco de plástico a la usanza de las mujeres de nuestros antepasados que cargaban a los hijos en las espaldas.
Los carros alegóricos van con los estudiantes que representan a las mujeres y hombres de la Revolución. En una plataforma, las jovencitas de la secundaria con vestidos multicolores van sentadas acompañando a los guerrilleros que llevan su rifle a cuestas. En otra plataforma, una estudiante baila un zapateado vistiendo un traje de Jalisco.
El desfile conmemorativo de la Revolución Mexicana, lo encabezan las escoltas de la Escuela Primaria Niños Héroes y su Director Miguel Ángel Gabiño Castillo.
Son poco más de trescientos alumnos de seis a once años los que desfilan, además de los adolescentes de la Escuela Secundaria Foránea 66 Enrique Díaz de León, encabezados por la encargada, Maestra Leivi Diana Ramírez González.
Durante el desfile participaron más de trescientos alumnos tan solo de la escuela primaria. Foto: María Reynozo.
Ellos, los estudiantes de la Secundaria, hicieron del desfile el cierre de un proyecto integrador antecedido por múltiples actividades en las aulas. Durante el recorrido del desfile y a su cierre; mezclaron periódico mural, danza, el diseño de una mojiganga de Francisco I Madero y la caracterización de los personajes de la Revolución Mexicana.
En cada esquina algunos carros alegóricos se detienen para que el público conformado por mujeres adultas en su mayoría les aplauda. Muchas madres de familia van al lado del desfile proveyendo agua a los pequeños que marchan en un recorrido que dura alrededor de dos horas en donde la música, los colores, las tradiciones mexicanas y hasta el fútbol conviven para recordar a Zapata, Villa, La Adelita, la rielera y la Valentina.
Sara Ulloa Antolín es la creadora de muchos de los adornos de papel picado, que pintan las festividades tradicionales de Ajijic. Foto: María Reynozo.
Por María del Refugio Reynozo Medina.
Sara Ulloa Antolín es la creadora de muchos de los manteles de papel picado que pintan las calles de Ajijic. Los oquedades del papel, dibujan rostros de calaveras, flores, líneas y palabras. Como el mantel dorado que le hizo a su pueblo: “Ajijic, Pueblo Mágico”, dice.
Los diseños que Sara puede crear son incontables, a fuerza del golpeteo del martillo y el cincel. Foto: María Reynozo.
Desde pequeña, encontró fascinación por crear con las manos diseños de papel; antes lo hacía únicamente con las tijeras y atando cuerdas. Desde hace al menos cinco años, Sara reemplazó las tijeras por los filosos cinceles. Hubo unas personas que vinieron a Ajijic a dar un taller en la casa de la Cultura y ahí aprendió de ellos. De un solo golpe, Sara perfora unos cien manteles, con los que forma los tendederos, que pega con una mezcla que ella misma prepara con sellador y otros ingredientes.
El papel de china se vuelve el elemento esencial de la pintoresca composición, sin embargo también trabaja con papel metálico y plástico. Incluso telas plastificadas. Sara, no solamente crea los manteles para las festividades del día de los muertos, también en las fiestas patrias y fiestas particulares. Sus diseños son personalizados; incluso con nombres de parejas que celebran un matrimonio o en bautizos, el nombre del bautizado. En las pasadas fiestas patrias de Ajijic, a Sara le tocó adornar la plaza. Cada año, la gente de “La Villa” le encarga los adornos para la Virgen de Guadalupe. También se prepara cada año con los manteles azules para la Virgen del Rosario, a quien todo el mes de octubre le reza su rosario, con sus vecinas, en un altar que instalaron en la calle afuera de su vivienda.
En la cocina de su casa; cerca de la estufa, está la mesa de trabajo. Sobre ella reposa una tabla de acrílico y más de una decena de cinceles de diversas formas y tamaños. Ahí perfora las torres de papel, mientras vigila la comida y los quehaceres de la casa. El cotidiano golpeteo del martillo es una escena cotidiana, al igual que los diminutos recortes de papel que salen volando y salpican de colores el piso y las ropas de Sara.
Sara, elaborando el papel picado. Foto: María Reynozo.
Además del papel picado, hace flores del tamaño de un clavel, que vende en 8 pesos. Cada uno de los manteles los vende en 2 pesos. Diez tiras de cinco metros cuestan 350 pesos. Un mantel frontal de metro y medio cuesta 30 pesos. Una tira de mantel de cinco metros vale 100 pesos.
La especie de “magia” sucede cuando se pega el papel, como los “gusanitos” que es una secuencia de trozos de distintos colores combinados, que al desplegarlos, forman una extensión multicolor que se expande hasta por más de dos metros.
En un solo día, esta mujer puede llegar a diseñar 400 manteles. “Yo soy artesana; no soy diseñadora”. Dice. Y sus diseños son infinitos.
En su tarea, en la cual a veces es apoyada por su hijo o su esposo, la alegría radica en apreciar todas las interminables composiciones que puede lograr.
Dependiendo de la temporada, en ocasiones procesa un millar de papel cada tercer día.
-Me siento y admiro el resultado. Qué bonito se ve pegado; les va a gustar.- piensa.
Detalles de uno de los diseños de papel picado de Sara. Foto: María Reynozo.
En la sala de su casa, tiene instalado un altar aún sin fotografías, que exhibe una pequeña muestra de sus creaciones. Al frente, unos manteles frontales con una catrina y un catrín dan la bienvenida. La escena es un golpe de color que invade la mirada. Unos ramilletes de flores naranjas, rosas y moradas aparecen en jarros de barro.
Los manteles circulares sobre la mesa, acompañan a la serie de catrinas de papel de distintos tamaños, que se colocan en el altar.
“Yo quiero que la gente valore el trabajo artesanal”.
A fuerza de golpes de martillo; Sara Ulloa convierte los mazos de papel de china, en manteles bordados de vacío, destinados muchas veces a flotar por los aires y teñir de colores el cielo azul.
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Pintura sobre la pared de la Sala de espera del Edificio que alberga al Centro de Justicia para las Mujeres. Foto: María Reynoso.
Por María del Refugio Reynozo Medina.
Llegar al Centro de Justicia para las Mujeres (CJM) en la ciudad de Guadalajara, desde algún punto de la Ribera de Chapala, lleva alrededor de un par de horas. Aquel día, llegué por inercia, en el deseo desesperado de obtener justicia. Luego de cruzar la amplia avenida Circunvalación, me encontré con la reja de ingreso. Un vigilante resguarda la puerta de ingreso con un sensor que detecta objetos peligrosos. La primera sala de espera es amplia; en la pared frontal, da la bienvenida la imagen pintada de una mujer con piel oscura y cabello abundante que abraza a tres mujeres de distintos tonos de piel.
En el primer filtro, el mar de clamores puede ser escuchado por una Trabajadora Social que escucha y escribe. Luego viene el otro filtro, otra sala de espera con sillones que nunca están desocupados. Una decena, dos o tres de mujeres con ojos llorosos. Una tiene un collarín bajo el rostro y mira de forma ausente la pared enfrente de ella. Otra tiene moretones en el rostro y oculta su mirada en el gorro de su sudadera. Algunas parece que no tuvieran nada. No hay moretones, raspones, heridas. En los ojos se asoman las heridas. Sus ojos miran distinto, como atravesando las paredes a través de la mirada cristalina de sus retinas.
Están sentadas, esperando que su nombre sea pronunciado para la primera asesoría jurídica con un abogado que las prepare para realizar una declaración formal.
Una vez que su nombre es pronunciado, sucede el encuentro con el agente del Ministerio Público; hasta ahí, las mujeres ya habrán repetido su historia unas tres veces. Algunas vuelven a enrojecer. Hasta ver convertido su nombre y su historia en un número de carpeta. Esa es la primera bandera que una mujer levanta en medio de sus reclamos, porque ahora ya podrá ingresar al lugar, al que tendrá que ir repetidas veces; hasta quien sabe cuando; llevando como carta de presentación su número de carpeta.
Primero a llevar testigos que avalen los hechos tantas veces narrados; luego, para ser sujeto de exámenes periciales y conseguir que la voz propia sea escuchada y creída.
Decenas de mujeres realizan esa ruta. Las más jóvenes tienen entre treinta y un poco más de cuarenta. Todas caminan por los pasillos y van de sala en sala. Algunas van con la familiaridad de conocer cada uno de sus rincones; otras llevan a sus hijos al área lúdica o toman un té o galletas de las mesas que están dispersas por las salas. “Este espacio es tuyo, siéntete con la confianza de tomar algo para ti y tus hijos”. Dice un cartel.
“El acto más valiente es pensar y hablar por una misma, para una misma”, reza un cartel con letras blancas sobre un fondo morado.
“Te creo”, dice otro.
Este lugar, es como la pintura de la entrada, es un espacio con muchos brazos que reciben a las mujeres que deambulan llevando carpetas con papeles que cada vez engordan más; y que abraza.
Solo es decidirse a andar, la ruta que a veces parece larga, pero que a mí me devolvió la esperanza.
Por Maria del Refugio Reynozo Medina
A más de dos semanas de la conmemoración de la Independencia en nuestro país, se llevan a cabo en San Cristóbal Zapotitlán las Fiestas Patrias.
Los certámenes de belleza se han realizado desde el año 1990; en ese año con el liderazgo de José Luis Gómez Ortega quien pensó que las reinas no tenían que ser definidas únicamente con la cantidad de dinero que podían reunir en una caja.
A partir de entonces, se realizó un certamen en donde las señoritas participantes habían de portar atuendos especiales y pronunciar un discurso en voz alta ante un público. El discurso y la presentación eran evaluados por un jurado especializado en moda, estilismo e incluso cualquier profesionista como maestros o médicos. Ellos determinaban quién portará la corona como representante de las Fiestas Patrias del pueblo. Son ya 32 años de distancia, y ahora los concursos de belleza se han convertido en un espacio representativo de las fiestas tradicionales de este lugar.
Esta conversación con las participantes del Certamen Señorita San Cristóbal edición 2022, es una invitación a la charla sobre lo que representa formar parte tan de cerca en estas fiestas.
Itzel Castellón Mena, 18 años
Para Itzel, la invitación representa una oportunidad de convivir con sus compañeras, fue para ella un verdadero halago recibir la invitación, y considera que cuando las jóvenes tienen la oportunidad de participar en ello, lo hagan. No como un reto de triunfar, sino como una oportunidad de disfrutar desde otro espacio de las fiestas tradicionales.
Una de sus aficiones más importantes es el gusto por salir de fiesta con sus familiares y amigos; está orgullosa de su cultura y tradición, además de la gente que vive en su pueblo.
Alejandra Chavira Sánchez, 20 años
Para Alejandra, el hecho de ser una de las candidatas a Señorita San Cristóbal, es una experiencia que le brinda seguridad, y una oportunidad que le da seguridad para expresarse en voz alta ante un público.
Le gusta cocinar, salir con amigos y se siente orgullosa de trabajar en el campo, para aportar con su esfuerzo al desarrollo de la economía. Para ella lo que importa ahora es enfocarse en disfrutar el camino; ese recorrido por los eventos de las fiestas tradicionales. Al principio estaba nerviosa por la nueva experiencia y ahora se siente emocionada. Para ella, esta participación representa una de sus memorias importantes. Con gratitud hacia su familia, a los organizadores, está feliz de vivir esta experiencia. Para esta joven, que sueña con estudiar algún día gastronomía, su pueblo representa un lugar de gente bonita y trabajadora.
Sharit Balmori Rodríguez, 20 años
Para Sharit, el ser una de las candidatas significa una gran experiencia para su formación y seguridad en sí misma. Está orgullosa de las tradiciones de su pueblo y se siente emocionada por sumar a una de esas tradiciones de este pueblo que es pintoresco. Es estudiante de Terapia Física y Rehabilitación; una de las cosas que le gustan es ayudar a las personas, cultivar sus amistades y convivir con su familia. Le gusta el contacto con los animales y cuidar de ellos.
Para ella, participar en este certamen es una oportunidad para lograr más seguridad en sí misma, al expresarse. Expresa su gratitud a sus padres, a su familia, a su asesor; estas celebraciones tradicionales son cultura, que genera convivencia armónica porque participan familias completas.
El simple hecho de participar en estas celebraciones tradicionales la hace sentirse orgullosa de su pueblo.
A ella, le gustaría que como participantes de un evento especial, las candidatas pudieran colaborar en proyectos de beneficio social en favor de su comunidad.
Josefa Chora Bizarro, con casi 92 años de edad, desde niña creció viendo la imagen. Foto: María Reynozo.
Por Maria del Refugio Reynozo Medina.
Cercana a cumplir 92 años, la señora Josefa Chora Bizarro, espera apacible en una silla de madera. Vestida con un suéter blanco sobre una blusa de pálido rosa, está sentada frente al nicho que guarda la imagen de San Miguel Arcángel. Vive con su hijo y su nuera que le prodigan cuidados, luego de que pasó una juventud como muchas mujeres de su época. Lavando con agua de los pozos, torteando, cosiendo y planchando con planchas de hierro.
Josefa recuerda todo, recuerda su infancia, a su maestra de primaria Josefina Urzúa con quien aprendió a leer; y no solo eso, las asignaturas como historia y geografía. También los reglazos de madera que la maestra aplicaba a veces como método de disciplina. Tiene en su memoria los personajes del Pípila y Miguel Hidalgo. En la escuela participaba en comedias y bailables.
La imagen de San Miguel Arcángel está hecha de madera y se desconoce su antigüedad exacta. Foto: María Reynozo.
00En los tiempos de su infancia y juventud, el Lago de Chapala era como un espejo, incluso podían tomar de sus aguas; fue entonces cuando “Nicho, el aguador” era su padrino y recorría las calles vendiendo agua en grandes cántaros casa por casa.
Ahora todo eso pertenece al recuerdo que se ha convertido en historias que cuenta a sus nietos. Tiene veinte nietos y muchos tataranietos, ya perdió la cuenta de cuantos.
Una de las cosas que no solo vive en su recuerdo, es la imagen de San Miguel arcángel que tuvo cerca desde niña. La efigie perteneció a Silverio Chora bisabuelo de Josefa; quien se la heredó a su abuelo Emiliano bizarro, y luego este a su padre Ignacio Chora Delgado. La pequeña escultura de unos treinta centímetros, es de madera de mezquite, originalmente cubierta de una pálida pintura con pigmentos naturales opacos por el paso del tiempo. Hace seis años fue retocada y recubierta por colores rojo, verde y azul brillante.
El 29 de septiembre es la fiesta de San Miguel; Josefa recuerda el júbilo con el que le celebraban sus padres y sus abuelos; le hacían un altar con sábanas y las mujeres se reunían para preparar el atole de cascarilla que molían en el metate. Los enormes cazos, despedían el humo perfumado de cacao tostado.
Doña Josefa dice que los santos se quedan donde quieren estar. Recuerda que en una ocasión, un hermano de su padre le quitó a San Miguel, cargo con el santo en un burro y se fue para Teocuitatlán.
-Si te quieres ir, pues vete-, dijo su madre mientras veía la imagen de madera.
A los pocos días, su tío buscó a su papá y le dijo, -Tráete una canasta para que te lleves a San Miguel-.
Cada año, San Miguel es festejado. Desde la víspera del 28 de septiembre, lo van a velar. La familia ofrece pan y café para los asistentes y para honrarlo, una misa con coro, además de procesión acompañada de danza, música y banda de guerra.
Ya no hay atole de cascarilla, pero sí los fieles feligreses que se reúnen en torno a una imagen de al menos trescientos años de antigüedad resguardada por el barrio de Nextipac.
Con el símbolo de la balanza en una mano; el príncipe de la milicia celestial, cuyo nombre significa ¿Quién como dios? se erige sobre un globo terráqueo desde donde empuña su espada en medio de su apacible mirada para hacer temblar al mismísimo demonio.
Pedro Rey originario de Chapala, ha colocado la música de mariachi en un lugar de honor. Foto: María Reynozo.
Por María del Refugio Reynozo Medina.- La música lo envolvió desde su nacimiento. Originario de Chapala, Jalisco, hijo y nieto de músicos; Pedro Rey no solo tuvo una infancia rodeada de instrumentos y notas musicales, sino que llegó al mundo acompañado de una poderosa voz.
Tenía unos ocho años cuando ya formaba parte de la banda «Niños Héroes», que impulsó el señor cura Raúl Navarro, con un maestro traído de Poncitlán. Desde entonces aprendió que ser un gran músico demandaba responsabilidad y disciplina.
La banda de música “Niños Héroes” que fundó el señor cura Raúl Navarro. Abajo sosteniendo el tambor Pedro Rey, al lado de su hermano. Foto: Cortesía de Pedro Rey.
El grupo estaba conformado por unos cien niños; tenían ensayos todos los días, y también salidas a tocar a otros pueblos de los alrededores, en los que a veces se quedaban por varios días, cuando se celebraban las fiestas patronales.
Además recibían un sueldo por ello y el padre les compraba uniformes. A los trece años, Pedro salió de Chapala y se fue a Mexicali, dónde comenzó a tocar en un mariachi y cuando tenía quince años, se casó.
Vivió 50 años en Estados Unidos, ahí emprendió el proyecto de un restaurante llamado “El Rey” en Montebello, un lugar de buena comida y música mexicana, que tuvo su auge desde el año de 1976 hasta el 2000.
Ahí Pedro Rey con su mariachi Los galleros, llevó la música folclórica al escenario dando 4 shows al día durante seis días a la semana.
Llegaron a tener 15 trajes, todos confeccionados en Tijuana. En su estancia por ese país, Pedro Rey fue buscado por un productor y llegó a grabar seis discos y un par de películas, al lado de David Reynoso y Noé Murayama.
Danny Rey, hijo de Pedro Rey, director del mariachi Los galleros de Danny Rey. Foto: María Reynozo.
El nombre de Pedro Rey ocupó un lugar en la cartelera del Million Dollar Theater de Los Ángeles, uno de los primeros palacios de cine en Estados Unidos y el primer teatro de Broadway con espectáculos en español.
Este músico dominó el saxofón, la trompeta, la tarola y heredó al mundo 16 hijos, todos con talento musical. Uno de ellos, Danny Rey, director del mariachi Los galleros de Danny Rey, al igual que su padre sabe que al buen músico lo hace la disciplina. Ensaya tres días a la semana por tres horas.
Danny Rey dirige desde hace quince años el mariachi que fundó su padre desde 1968. Con talento para ejecutar principalmente el violín y una poderosa voz, Danny Rey también ha recorrido todo México y otros países del mundo como China y Estados Unidos. Recuerda que desde niño, también se vio envuelto en la música.
-Yo aún no sabía que era el amor o el desamor, pero lloraba-
Las estremecedoras notas tocaban las emociones del cantante descendiente de Pedro Rey, que sabe que con disciplina, la música lo puede dar todo.
Danny Rey dirige los ensayos de tres horas que realizan tres veces por semana. Foto: María Reynozo.
Pedro Rey volvió a su natal Chapala, en las paredes de su casa, cuelgan las portadas de los discos que grabó, las fotos de los ayeres con Vicente Fernández, Angélica María y los personajes del mundo de la música y del espectáculo con los que coincidió.
Una fotografía en los Estudios Universales, de Los Ángeles que también cuelga de la pared anuncia: los cuatro pilares de la música: Pedro Rey, Nati Cano, José Martínez y José Hernández.
-Nadie es profeta en su tierra-, me dice mientras observa las fotografías de los recuerdos y reconocimientos que armonizan su sala de estar, la mayoría procedentes del extranjero.
En una ocasión, Pedro Rey buscó en el Ayuntamiento algún interés por la música, ofreció su tiempo para dar clases, a cambio de un espacio para brindar orientación musical a los jóvenes, pero no hubo respuesta de la autoridad.
La escuela de mariachi en Ajijic, recién fundada lleva el nombre de Pedro Rey. Y ello es de los pocos reconocimientos que hay en su lugar natal por su trayectoria. El próximo enero, tiene agendado un taller de mariachi en Perú y hace unos meses grabó “Mi tristeza”.
A sus más de ochenta años, Pedro Rey, desde la silenciosa calle de cuatro milpas, en la discreta casa de muro de piedra, sigue enseñando a quienes lo buscan; da clases de trompeta, violín y vihuela a dos agrupaciones de mariachi y a algunos alumnos particulares.
Vive de difundir la música del mariachi y colocarla en un lugar de honor.
-Hay que tenerle respeto al traje-, me dice con su porte recio de artista.
El Salvador, traído por Policarpo Herrera a principios del siglo pasado. Foto: María del Refugio Reynozo.
Por Maria del Refugio Reynozo Medina
La primera vez que entró a ese lugar, hace 14 años, sus pasos la llevaron con curiosidad al pequeño rincón donde aguardaba una escultura del crucificado.
Ahí estaba manirroto, con las entrañas huecas y el cuerpo totalmente cubierto por el polvo.
La corona ocre desgastada con cuarteaduras y el rostro totalmente en ruinas, a causa de unos veinte años a la intemperie. Una pátina verdosa recubría las piernas y llevaba prendidas en el cendal las figuras de milagros.
Hasta antes de encontrarse con ese Cristo, Alma Delia Flores estaba renuente a vivir en esa casa.
-Sí, me quedo- pensó.
Luego de quedar maravillada ante el crucificado; y a cambio de la petición a su esposo de restaurar el Cristo, Alma se quedó a vivir en ese lugar.
El Salvador es uno de los siete cristos más antiguos, que según historiadores y restauradores prevalecen en Jocotepec. Fue Policarpo Herrera Armenta, quien lo trajo consigo cuando llegó a Jocotepec por el año de 1922, procedente de Jalostotitlán con su pequeña hija Juanita Banda Morin, que en ese entonces tenía 4 años.
El Salvador se fue heredando de generación a generación. Juanita Banda lo tenía resguardado en una habitación, así decían antes los niños de la familia, “la pieza donde está el Cristo”. Nadie jugaba ahí porque era el lugar donde estaba celosamente guardado.
Juanita dejó como herencia al Salvador a Mercedes Beatriz González Banda actual dueña de la venerada imagen; su esposo Graciano Villaseñor, le construyó la actual capilla dentro de la casa.
En un pequeño espacio que da a la calle Nicolás Bravo, resguardado por una puerta de barrotes y un cristal especial que lo protege de los rayos del sol; el Cristo ahora restaurado, se muestra a los transeúntes que a su apurado paso se persignan o a los fieles que con veneración lo saludan cada mañana al salir a trabajar o de noche al regresar a casa. A veces le llevan veladoras en medio de la oscuridad de la noche cuando aparece detrás del cristal iluminado por una lámpara, porque dicen, es muy milagroso.
Mientras lo observo, me dice Alma:
-Ya expiró- con los ojos extasiados de amor.
Cuando el hijo de Alma iba a nacer, ella se encontraba en peligro de aborto, fueron días muy difíciles. Le imploraba a El Salvador. Finalmente pudo recibir a su hijo, a quien llamó Salvador en honor al Cristo de la familia, que había regalado tantos milagros.
Cuando tenía casi tres años, el pequeño salvador tuvo que ser intervenido con una cirugía por una severa enfermedad que ponía en riesgo su vida. Luego de la cirugía, hubo complicaciones que lo hacían exclamar de dolor.
-¡No los voy a invitar a mi cumpleaños!-
Les decía inconsolable a los médicos cuando intervenían sus heridas causándole dolor.
La feria de enero en Jocotepec le trae remembranzas a Alma que en medio del júbilo de la fiesta mayor, cuidaba al pequeño convaleciente. El Salvador, que desde el barrio de los Herrera custodia a sus fieles sigue ahí, ahora renovado con su reluciente corona y derrama bendiciones no solo a la familia descendiente de Policarpo Herrera si no a los fieles que recuerdan que por el oriente de la calle Nicolás Bravo en el número 259 del barrio de los Herrera, en el municipio de Jocotepec aguarda El Salvador.
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