La calle luce adornada con aserrín para recibir al Santísimo. Foto: María del Refugio Reynozo.
María del Refugio Reynozo Medina.
La calle Ramón Corona poniente en San Cristóbal Zapotitlán, otra vez se volvió a teñir de colores vivos, ahora para recibir el paso del Santísimo. Durante siete días, el santísimo estará visitando distintos hogares, rememorando el pasaje bíblico de Josué, cuando el pueblo de Israel al llegar a la tierra prometida en Jericó, se encuentra con una ciudad amurallada que no les permite el paso. Durante siete días marcharon alrededor de las murallas y al séptimo día, al sonido de trompetas, cayeron las murallas y conquistaron la tierra prometida.
Esta oración especial del Sitio de Jericó, dirigida por el señor cura Carlos Enrique Medina Garibaldo, contempla siete días con sus 24 horas de adoración al Santísimo, con la finalidad de destruir las murallas que dividen a las familias, los odios y rencores y la distante relación con la iglesia de algunas personas. “Por ello se lleva al santísimo a las comunidades, para que vaya nuestro señor a visitarlas y esos siete días en oración para destruir los muros que nos dividen y nos quitan la paz”.
Durante esos días, el Santísimo visitará todos los barrios del pueblo representados en cada uno de los hogares de las representantes de barrio, que se organizan para velar al santísimo durante toda la noche. El día de hoy corresponde a Flor Osorio Rito recibir a la procesión y colocar un altar digno para recibir a Dios.
Además del camino bordeado de aserrín que se colocó a lo largo de toda la cuadra, afuera de la casa está preparado un altar con un crucifijo y un cuadro de la imagen del Señor de la Misericordia. A un lado, una pequeña escultura de la Virgen de Guadalupe, con ramos de flores y veladoras. Las filas de sillas colocadas en toda la calle esperan a los fieles que asistirán a misa.
El empedrado luce recién regado y el viento sólo levanta las largas cortinas satinadas.
A muchas cuadras de ahí, en otro hogar, un grupo de personas despide al Santísimo, con oraciones y cantos. Los Adoradores Nocturnos salen llevando una bandera blanca.
“¡Bendito, bendito, bendito sea Dios!”, cantan las mujeres que van en grupo. “Con la presencia de dios, caminamos”, dice el sacerdote que lleva en las manos al Santísimo y se coloca en frente de la procesión.
Al encuentro con la casa que los recibe, los rostros de los fieles fervorosos, reciben con cánticos y se disponen a hacerse compañía, algunos para pasar la noche en vela.
Agustín Vázquez Calvario, originario de San Juan Cosalá, supo desde pequeño que su misión era continuar la tradición culinaria familiar. Foto: María del Refugio Reynozo.
Por: María del Refugio Reynozo Medina.
El día del alumbramiento, la partera dijo que el niño venía muerto; de inmediato la madre acercó su boca a la del bebé y le dio un respiro. Así fue como el pequeño Agustín Vázquez Calvario llegó al mundo.
Su madre y su tía Lupita, le transmitieron desde su infancia los aromas de una cazuela rebosante de mole, de una birria, un arroz y todos los platillos condimentados con los secretos de sus antepasados. Desde pequeño supo que podría preparar cada uno de ellos, solo que era un niño y como niño a sus 13 años, no se atrevía a decirle a su madre, que su primer trabajo en la zona restaurantera de Piedra Barrenada, era en la cocina.
En Ajijic, trabajó también en un restaurante y en San Juan Cosalá, donde además de especializar su sazón en la comida, aprendió el idioma inglés cuando tenía treinta años.
Durante su etapa de especialización en la cocina, Agustín también incursionó en bienes raíces: es contratista y conoce de proyectos arquitectónicos.
Cuando tuvo la idea de instalar su propio restaurante, su mamá le decía, -pero aquí no hay dinero-. Él confió y hace veinte años, un 15 de septiembre abrió las puertas del restaurante Viva México Tía Lupita. Todo mundo quería conocer el lugar; había cuatro sacerdotes listos para inaugurar el recinto en la calle Porfirio Díaz, número 92. Ahí entendió que una de sus misiones era continuar con la tradición culinaria de su familia.
Los empleados de Don Agustín, tienen apoyo de su parte para ir a la escuela; porque para él es vital que existan profesionistas. -Yo les digo que quiero verlos a los ojos como amigos, no como empleados-.
-Lo único de lo que adolece este país es de educación-, dice este hombre que incursiona en diversos ámbitos de la vida cultural de San Juan Cosalá.
A su restaurante han venido a comer figuras públicas y políticas como el Presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador, el Gobernador Enrique Alfaro Ramírez y otros gobernadores anteriores.
-A mí no me interesa la política, a mí me interesan los seres humanos-, dice.
“Don Agus”, como le dicen sus amigos, es un hombre conversador y muy observador de su comunidad. Fundó una orquesta infantil; ha realizado torneos de pesca y carreras de bicicletas con niños a los que les consiguió premios en efectivo, medallas y trofeos. Conoce las historias de la tradición oral acerca de las deidades de los antepasados; es un lector asiduo y eventualmente realiza charlas motivacionales a estudiantes.
Un parteaguas en la historia del restaurante fue aquel 12 de septiembre de 2007, cuando una tromba azotó la Delegación de San Juan Cosalá; ese día sin saber por qué, Agustín tomó una cámara y salió corriendo a fotografiar la tragedia; en seguida fue a buscar al sacerdote para saber si había muertos. Desde ahí coordinó todas las acciones para tomar el control de la situación. El saldo, 120 casas dañadas y cuarenta en pérdida total. De un momento a otro había ya 500 personas damnificadas que necesitaban ayuda. Los episodios se adivinan a través de sus ojos que vuelven a humedecerse.
Ahí en plena plaza, instaló quemadores y comenzó las labores de cocina. La escuela y el templo fueron ocupados por los damnificados y Agus lideró las labores de recuperación. Los primeros mil alimentos fueron preparados de manos del dueño de Viva México tía Lupita. Dicen que cuando llegó la prensa y las autoridades estatales, el presidente municipal aseguró que ya todo estaba controlado, sin mencionar que había sido gracias a la coordinación de Agus y las voluntades ciudadanas.
El escenario era tan dramático que en algún momento uno de los camarógrafos le comenzó a ayudar.
Los primeros diez días fueron intensos, cocinó al menos sesenta mil platillos ayudado por voluntarios propios y extranjeros. Este cocinero lo perdió todo: hasta los utensilios de cocina y luego de superar la prueba, el restaurante cerró.
¿Por qué hace todo esto?- le habría preguntado un funcionario de Protección Civil a don Agus, quien tuvo la capacidad de gestionar y aportar 2 mil 600 despensas al mes, mientras el Ayuntamiento entregaba 150.
Un día, su tía Lupita le dijo -ven rápido-, cuando llegó al lugar, un grupo de sus amigos extranjeros le habían lavado los pisos y habían preparado todo para volver a comenzar.
-Queremos que vuelvas a abrir- le dijeron.
Y así fue, la centenaria finca que alberga el Viva México Tía Lupita, mantiene sus puertas abiertas para los comensales desde hace doce años.
Aunque Agustín desea que se le piense como un gran cocinero y no tanto como líder social, luego de su labor comunitaria, fue nominado al premio humanitario Humanity World. Fue entrevistado por la cadena de noticias CNN, Telemundo y Univisión, y su imagen apareció en la portada de la revista USA Today, el diario Mural y otros periódicos locales. Fue a partir de entonces cuando lo buscaron para coordinar la Operación alimento, un programa de ayuda social para familias de bajos recursos. Cada jueves el Restaurante Viva México cierra sus puertas para recibir únicamente a las 156 familias que actualmente son beneficiarias y que reciben semanalmente ropa y despensas.
A veces este hombre piensa: -¿por qué me diste esta fuerza?-, y cada mañana le reza a esa divinidad que dice todos los días lo bendice; por eso le gusta ayudar.
Algunos piensan que Don Agus es un alma vieja que prevalece entre nosotros.
Ganó la batalla a la muerte desde el día que llegó al mundo, enfrentó las convulsiones que le daban cuando tenía cuatro años y ha superado los tres infartos que ha tenido.
-En la vida hay muchas personas, pero pocos seres humanos- dice. Su vida es un constante encuentro con los demás; de repente en las tardes se coloca en el escenario de su jardín y toca la guitarra para los comensales, que más que clientes son sus amigos.
-La vida da mucho, pero hay que ser justos-.
Héctor Basurto Garita radica en Reus,Tarragona, España. Foto: Cortesía.
Por: María del Refugio Reynozo Medina
El mayor recuerdo de felicidad cuando niño está en San Cristóbal Zapotitlán. Este músico, asentado en Reus, provincia de Tarragona en España, desde hace más de 17 años, tiene sus orígenes en el poblado del Municipio de Jocotepec.
Su madre, Luz María Garita y sus abuelos, Aurora Rito y José Garita, originarios de ese lugar le regalaron los más entrañables recuerdos de su infancia.
Su abuelo era músico y lo recuerda especialmente en el escenario del kiosco durante los días de fiestas patronales y en las serenatas que le llevaba a su abuela Aurora.
Durante las vacaciones de verano que coincidían con las fiestas en honor al patrono San Cristóbal, Héctor Basurto Garita presenciaba las mañanitas con la banda de música, en compañía de su abuelo. Durante la Semana Santa, las salidas eran a la laguna; recuerda Las arenitas, una orilla de fina arena y playa cristalina. Por debajo de las piedras salían los cangrejos de rojo renegrido, brillantes. Aún recuerda el sabor de un caldo de carpa preparado por su abuela. A Aurora Rito la recuerda en el fogón; con amor.
-Aprende a cocinar hijo, por si te toca alguien que no sepa- le decía, mientras vigilaba las cazuelas.
Héctor no solo recibió de las manos de su abuela los alimentos para vivir. La comida de la abuela le alimentó hasta el alma.
Por eso ahora ama las navidades, porque se remite a aquellas noches de posadas en las calles empedradas del pueblo, en las que, en medio de cantos y juegos, sus abuelos entregaban juguetes a los niños del barrio y bolsitas con dulces, luego de cantar los villancicos.
De niño, Héctor estuvo en Amigos del Ejército, una asociación de disciplina militar, sólo un par de años, porque lo suyo era la música.
Tenía 13 años cuando ingresó al Instituto Cultural Cabañas para estudiar violín, armonía y guitarra. Estuvo en la Filarmónica Juvenil de Guadalajara. A sus 15 años formaba parte del mariachi de su tío Eusebio Garita en la Plaza de los Mariachis. Le pagaban lo que se podía, pero representó entonces una gran oportunidad de aprendizaje; no solo aprendió de música, sino hasta cómo defenderse en medio de un contexto adverso.
A veces los clientes ya entrados en copas, no querían pagar o en ocasiones, algunos bandidos asaltaban a los clientes y a ellos mismos y comenzaban los catorrazos. A la par seguía estudiando en la filarmónica. En alguna ocasión que abandonó la filarmónica el director, Francisco Mercado, fue a buscarlo para que volviera y participara en próximas presentaciones y encuentros internacionales. Así siguió siendo mariachero de noche y estudiando la secundaria por las mañanas.
Luego estudió un curso de pedagogía infantil en instrumentos de cuerda con arco. Estuvo también en el mariachi Jalisco de Eusebio Garita.
Tras sus vivencias en la plaza de los mariachis, se fue a Zapopan, a la calle de los mariachis, ahí se encontró con un ambiente más romántico, se escuchaban piezas más antiguas como chotis y polkas.
Llegó a tocar en el Bariachi bar, con el Nuevo Sol Tapatío, como mariachi estelar.
Ahí tuvo la oportunidad de acompañar a Valente pastor, a El Cuervo y a las Jilguerillas.
Cuando Héctor estuvo preparado, emprendió el viaje a España; el parque PortAventura fue su primer destino, con el Mariachi Los Mexicanos de José Garita.
En su estancia en España, en algún momento hubo la necesidad de buscar otros medios; un día vio un anuncio donde solicitaban empleado en una pescadería en Tarragona; las ganas de trabajar eran el requisito principal, primero fue dependiente, luego encargado, para convertirse al final en dueño.
Finalmente, la música lo llevó a otros escenarios como Singapur y Malasia.
En Singapur tocaron para el primer ministro. Actualmente incursiona en el canto y la actuación En PortAventura, participa en La muerte viva, un festival en honor a las costumbres mexicanas.
Reus y Cataluña están muy hermanados con México, como lo está él con sus recuerdos, el 16 de septiembre en San Juan de las abadesas, Cataluña se celebra la fiesta del día de México.
Cada 12 de diciembre a las 12, se celebra también para los mexicanos una misa a la Vrgen de Guadalupe en la catedral de Tarragona, a la que Héctor con su mariachi Viva Jalisco, no falta.
Su esposa y sus hijas, españolas de nacimiento, son además mexicanas de corazón. El día de muertos colocan un altar en su casa, en el que se mezclan ambas culturas. En La Castañada, fiesta tradicional de Cataluña, se celebra a todos los santos, ahí rodeados de la familia, amigos y seres queridos comparten panellets, vino y castañas.
La comida reúne, y los recuerdos de su abuela en la cocina están siempre presentes en sus añoranzas.
La música le ha dado la oportunidad de recorrer el mundo; de tocar para reyes y ministros. En Kiev, Ucrania tocó para la boda del primer ministro; en Finlandia con el Ballet Folklórico Nacional de México.
Para este músico, la felicidad de su infancia no radicaba en los dulces o sencillos juguetes que podían regalarle en el pueblo, ni en los tamales o el champurrado, cuyo sabor recuerda como si fuera hoy, sino en las vivencias con la familia, con los niños que eran sus iguales y en las fraternas palabras de sus abuelos.
El señor cura Carlos Enrique Medina Garibaldo encabeza la Misión de la misericordia.
Texto y fotos: María del Refugio Reynozo Medina.
El rescoldo de las tardes frías de invierno, levanta eventuales polvaredas de ese polvo finísimo que se instala en el rostro, en la cabeza, en la ropa. Pero eso no importa, las veladoras siguen encendidas, al amparo de un vaso desechable que abraza los bastones de cera blanca o amarillenta. La mujer que va a mi lado lleva la mano medio cubierta de cera; canta sin cesar mientras vigila que la llamarada siga viva.
Es la procesión de La gran Misión de la Misericordia en San Cristóbal Zapotitlán que comenzó con la celebración eucarística, la mayoría de los fieles están vestidos de blanco y algunos niños, llevan globos rojos y blancos.
El grupo de la Adoración Nocturna, va al frente con sus ropas blancas y distintivos púrpuras colgados del cuello; luego la danza con sus penachos de plumas de colores; el tambor y el caracol. Y también la banda de guerra.
La réplica de menor tamaño de la imagen de San Cristóbal avanza cargada por un grupo de personas que se relevan de vez en cuando.
En medio, encabezando la ceremonia, va el señor cura Carlos Enrique Medina Garibaldo; sujeta al santísimo con ambas manos y avanza, deteniéndose de vez en cuando al encuentro con alguien que se santigua, o de algún adulto mayor que observa desde dentro de su casa.
-Padre nuestro que estás en el cielo- pronuncia fuerte el señor cura. Lo hace desde sus pasos que recorren los suelos empedrados en la oscuridad de la noche; las mismas calles que se recorren durante las peregrinaciones, esta ocasión en compañía del santísimo. -Perdona nuestros pecados- dice con voz poderosa; como si todas estas compañías aclamaran la misericordia de Dios. La gente sigue andando por las mismas calles este recorrido y todos los más que sean necesarios a la señal del señor cura Carlos.
Al llegar al templo, la enorme puerta de madera está cerrada; colocados frente a la entrada el cura y el diácono, dirigen la oración de apertura. El sacerdote toma un martillo dorado y golpea la puerta.
-Ábreme a mí las puertas de la justicia-
-Señor, abre por mí las puertas porque Dios está en nuestra casa-
El atrio está en penumbras y solo la llama de cada veladora dibuja los rostros llenos de fervor.
El coro de las catequistas de la parroquia canta precedido por el majestuoso sonido de las trompetas.
Portones, alzad los dinteles,
levantaos puertas antiguas,
va a entrar el rey de la gloria.
Alrededor todo es oscuridad hasta que las puertas se abren para recibir a los peregrinos. Los rostros de los asistentes se iluminan con las luces que son encendidas. Estallan los cohetes en el cielo y las campanas doblan esta vez por júbilo.
“Cristo, óyenos”,
Finaliza la letanía.
Barbara Elizabeth García Cervantes, creadora del diseño y Rosalía Nolasco de la Rosa iniciadora de la confección de tapetes de aserrín en San Cristobal Zapotitlan. Foto: Heliodoro García.
Por María del Refugio Reynozo Medina.
Las mañanas comienzan a ser más frías; las calles de San Cristóbal Zapotitlán en el municipio de Jocotepec aún conservan los adornos de serpentinas plásticas ofrecidos a la Virgen de Guadalupe el pasado 30 de diciembre.
Es seis de enero y recién pasadas las celebraciones navideñas y de año nuevo; los ánimos se renuevan para recibir con fervor la visita de la imagen de la Virgen de Zapopan.
En el crucero de ingreso a la población; colocan enormes piedras para cerrar el paso a los autos, luego de que todo el camino es decorado para el paso de la imagen.
En el atrio del templo se ha confeccionado un enorme tapete. La entrada principal desde la calle luce como una colorida alfombra de estambre. Es un mosaico hecho de aserrín de brillantes colores.
Hace ya más de veinte años que Rosalía Nolasco de la Rosa ofrenda este adorno, cuyos gastos corren por su cuenta; ella es la iniciadora de estos tapetes en la población.
Ella, sus familiares y colaboradores preparan días previos el aserrín; Chali como la conocen todos, sabe muy bien de pigmentos y combinación de colores.
La noticia de la visita de la zapopana reúne muchas voluntades. El aserrín es donado por una persona y algunos vecinos invitan la comida a los ayudantes que trabajan por casi dos jornadas.
La creación del diseño de esta ocasión es de Bárbara Elizabeth García Cervantes, Barbi como la llaman cariñosamente; tiene 17 años, es estudiante del sexto semestre de preparatoria y ha ganado el primer lugar en competencias de dibujo a nivel estatal.
Barbi trabajó previamente con dibujos digitales y animación; posteriormente realizó el trazo a pulso en el piso con gises, hasta conformar la composición.
“Yo nací con un lápiz en la mano”, dice. Esta jovencita domina diversas técnicas como las acuarelas, el acrílico y el óleo.
El equipo de Chali no solo prepara el tapete de la bienvenida; también al día siguiente de la recepción, barren muy temprano para elaborar un segundo tapete, el de la despedida. Para esta edición se utilizaron diez costales de aserrín coloreado y cinco de tono natural.
Para los voluntarios es reconfortante ver llegar a la imagen sobre un suelo tapizado de polvo de colores; un tapete que está dedicado solo para la Virgen de Zapopan, y aunque es efímero, se conserva eternamente en sus corazones al unísono de los gritos de, ¡Viva la Virgen de Zapopan!
Mural que decora la plaza principal de San Juan Cosalá. Foto: María del Refugio Reynozo Medina.
Por: María del Refugio Reynozo Medina.
Una de las fincas que conforman el paisaje de San Juan Cosalá en el municipio de Jocotepec, es la antigua escuela primaria e internado que alguna vez fundó el sacerdote Alberto Macías Llamas. Las viviendas y locales de negocios se extienden a lo largo de la carretera Chapala-Jocotepec, y por las calles empedradas se llega al corazón de la localidad; el jardín principal con el kiosco central de arcos pronunciados. Justo enfrente está la parroquia de San Juan Bautista.
Desde aquí se pintan azules las aguas del lago de Chapala que está a solo metros de las casas más cercanas. Uno de los muros contiguos a la Delegación pinta un paisaje acuático con un mural de personajes de piel terrosa que coinciden con garzas y cangrejos. De la boca de un rostro femenino emergen peces que salpican el mural.
Mientras tanto, en la vivienda de Doña Inés hay un delgado hilo de agua que sale por la llave y una fila de botes para almacenar lo que se pueda. Porque la mayoría de veces llega el agua por la noche y hasta la madrugada.
-A esa hora ni cómo lavar-.
“Hace muchos años, la señora Ana Lilia todavía iba a lavar con agua de la laguna”.
Ahora ni para lavar sirve. Está negra y aparecen ronchas en la piel con el contacto.
Otra señora, en una de las viviendas dice que un día hay agua, otro día no y cuando hay está amarillenta y maloliente.
Con la señora Olivia tuvo que ir un fontanero a destapar la tubería porque estaba obstruida con arena; a causa del desgaste de la bomba que “jala tierra”.
La bomba del barrio de Fátima, dicen que es la misma que puso el padre Alberto Macías, hace unos cincuenta años y desde entonces no se ha renovado.
La mujer de una de las privadas, compra una pipa de agua al menos una vez al mes. El agua llega muy poca en la noche o no llega. La pipa con 10 mil litros de agua le cuesta 700 pesos. Recuerda que una ocasión duraron en el barrio hasta un mes sin agua y en aquel entonces las autoridades respondieron ante los reclamos que se esperaran, que al cabo ya iba a llover.
Gracias a las casas bonitas de arriba sí nos llega agua, dice otra mujer.
En las redes sociales; los habitantes protestan.
“Dejen de llenar pipas del pozo de la Zaragoza para los fraccionamientos”, dice una opinión.
Son ya dos o tres años los que han pasado con este problema, según los pobladores, que han perdido ya la cuenta y esperan mejores tiempos.
Caritina García Velasco es promotora de las letras y de la música originaria de San Cristóbal Zapotitlán. Foto: Teresa Medina Cervantes.
Por María del Refugio Reynozo Medina.
Aquél pequeño salón que en esos momentos cuando era niña me parecía grande, albergaba apilados en grupos, decenas de libros infantiles ilustrados. Yo comenzaba a leer y esperaba las tardes para que las puertas de ese lugar se abrieran. Éramos muchos los que íbamos a buscar las lustrosas imágenes que ahora no recuerdo con claridad. Hojeábamos por no sé cuánto tiempo cada uno de los libros y recorríamos con la mirada cada página.
Era el máximo momento de gozo con “patas arriba y panza abajo” sintiendo el fresco contacto del mosaico del piso acompañado del inolvidable aroma del papel.
Ahora veo ese local y me parece tan pequeño, ni quien pensara que ahí nos alcanzaba el mundo cuando éramos niños.
Esa fue la primera sala de lectura que hubo en San Cristóbal Zapotitlán; en ese local propiedad de don Heliodoro García Díaz.
-“Don Liodoro”, le decían algunos mayores. Pa Loyo, le decíamos mis hermanos y yo cuando íbamos a comprar a su tienda-.
Pa Loyo no solo era un emprendedor comerciante; su casa fue cuna de músicos, y en ese ambiente, con hermanos músicos; creció Caritina García Velasco, la responsable de aquella sala de lectura.
Cari como la llamamos todos, aprendió desde pequeña a tocar la guitarra, aprendía de todos los que tenía cerca. La primera guitarra que tuvo se la compró a un conocido.
La llegada de las Religiosas del Sagrado Corazón de Jesús y el establecimiento de la Casa Magdalena Sofía en San Cristóbal, trajo para el pueblo progreso y apoyo espiritual para la comunidad. Cari se acercó a las letras por medio de las religiosas. También el avance en las habilidades para la música. Fue entonces que formó la estudiantina, cuyo uniforme formal fue obsequiado por María Yolanda Castillero, esposa del entonces Gobernador de Jalisco, Flavio Romero (1977 a 1983).
Por esos días también, la estudiantina de Cari ganó en un concurso que comenzó en Chapala y los llevó a la final al Teatro Degollado en Guadalajara. Recuerda que había estudiantes del Colegio Cervantes, Colegio México y muchos más.
Alguien les preguntó:
¿Ustedes de qué colegio vienen?
De San Cristóbal, dijeron con orgullo.
Como promotora de las letras y de la música, Cari fue testigo del apoyo hacia la comunidad de San Cristóbal, por parte del diputado en ese entonces, el licenciado Porfirio Cortés Silva, quien colaboró en muchas ocasiones con la estudiantina y los niños de la comunidad a través de los libros.
Cari tenía el impulso de estudiar la preparatoria, que ya podía realizarse en Jocotepec y lo hizo durante un semestre en el que muchas materias las pasó exenta de exámenes. Sin embargo, con la avanzada edad de sus padres, se vio obligada a abandonar su aspiración de estudiante.
-Me pesó mucho-. Dice con nostalgia. La mujer que a pesar de ello no paró en su deseo de progresar.
En algún momento hubo en San Cristóbal una banda de guerra, de la que Cari formaba parte. Con su tío Justino Larios aprendió sobre notas musicales, también aprendió corte y confección con Lupe, esposa de José Duples, que vivía en la comunidad. Recuerda que hizo muchos vestidos para los estrenos de las fiestas. También por medio de las Religiosas del Sagrado Corazón de Jesús, se acercó a la misión de catequesis, en la que continúa en medio de una convivencia con los niños.
Cari está ahí, en muchas partes siempre sonriendo. En el mostrador de la tienda que fuera de su padre, delante del altar en un abrazo de guitarra que precede al canto, o en medio de los rostros infantiles que asisten al catecismo.
-No somos eternos-. Dice cuando se alegra de compartir lo que sabe, para que perdure.
Sobre una plataforma, las estudiantes de secundaria zapatean con música de Jalisco. Foto: María Reynozo.
Por María del Refugio Reynozo Medina.
Desde las ocho de la mañana, por las calles principales de San Cristóbal Zapotitlán, en Jocotepec, se ven venir ataviados con carrilleras terciadas indistintamente niños y niñas. Están confeccionadas de papel cartoncillo negro, con rollos de papel metálico plateado simulando las balas, otras son de plástico. Algunas; las de los más pequeños llevan una fila de cacahuates de cáscara en el lugar de las balas.
Los niños llevan escopetas o rifles; uno de ellos lleva un profuso bigote de negro espesor que se toca en cada momento como para asegurarse de que sigue ahí; otro se acomoda el sombrero y sujeta con fuerza su rifle mientras va arriba de un carro alegórico.
Hay una fila de niñas pequeñas con el pelo trenzado y debajo del rebozo terciado cargan un muñeco de plástico a la usanza de las mujeres de nuestros antepasados que cargaban a los hijos en las espaldas.
Los carros alegóricos van con los estudiantes que representan a las mujeres y hombres de la Revolución. En una plataforma, las jovencitas de la secundaria con vestidos multicolores van sentadas acompañando a los guerrilleros que llevan su rifle a cuestas. En otra plataforma, una estudiante baila un zapateado vistiendo un traje de Jalisco.
El desfile conmemorativo de la Revolución Mexicana, lo encabezan las escoltas de la Escuela Primaria Niños Héroes y su Director Miguel Ángel Gabiño Castillo.
Son poco más de trescientos alumnos de seis a once años los que desfilan, además de los adolescentes de la Escuela Secundaria Foránea 66 Enrique Díaz de León, encabezados por la encargada, Maestra Leivi Diana Ramírez González.
Ellos, los estudiantes de la Secundaria, hicieron del desfile el cierre de un proyecto integrador antecedido por múltiples actividades en las aulas. Durante el recorrido del desfile y a su cierre; mezclaron periódico mural, danza, el diseño de una mojiganga de Francisco I Madero y la caracterización de los personajes de la Revolución Mexicana.
En cada esquina algunos carros alegóricos se detienen para que el público conformado por mujeres adultas en su mayoría les aplauda. Muchas madres de familia van al lado del desfile proveyendo agua a los pequeños que marchan en un recorrido que dura alrededor de dos horas en donde la música, los colores, las tradiciones mexicanas y hasta el fútbol conviven para recordar a Zapata, Villa, La Adelita, la rielera y la Valentina.
Sara Ulloa Antolín es la creadora de muchos de los adornos de papel picado, que pintan las festividades tradicionales de Ajijic. Foto: María Reynozo.
Por María del Refugio Reynozo Medina.
Sara Ulloa Antolín es la creadora de muchos de los manteles de papel picado que pintan las calles de Ajijic. Los oquedades del papel, dibujan rostros de calaveras, flores, líneas y palabras. Como el mantel dorado que le hizo a su pueblo: “Ajijic, Pueblo Mágico”, dice.
Desde pequeña, encontró fascinación por crear con las manos diseños de papel; antes lo hacía únicamente con las tijeras y atando cuerdas. Desde hace al menos cinco años, Sara reemplazó las tijeras por los filosos cinceles. Hubo unas personas que vinieron a Ajijic a dar un taller en la casa de la Cultura y ahí aprendió de ellos. De un solo golpe, Sara perfora unos cien manteles, con los que forma los tendederos, que pega con una mezcla que ella misma prepara con sellador y otros ingredientes.
El papel de china se vuelve el elemento esencial de la pintoresca composición, sin embargo también trabaja con papel metálico y plástico. Incluso telas plastificadas. Sara, no solamente crea los manteles para las festividades del día de los muertos, también en las fiestas patrias y fiestas particulares. Sus diseños son personalizados; incluso con nombres de parejas que celebran un matrimonio o en bautizos, el nombre del bautizado. En las pasadas fiestas patrias de Ajijic, a Sara le tocó adornar la plaza. Cada año, la gente de “La Villa” le encarga los adornos para la Virgen de Guadalupe. También se prepara cada año con los manteles azules para la Virgen del Rosario, a quien todo el mes de octubre le reza su rosario, con sus vecinas, en un altar que instalaron en la calle afuera de su vivienda.
En la cocina de su casa; cerca de la estufa, está la mesa de trabajo. Sobre ella reposa una tabla de acrílico y más de una decena de cinceles de diversas formas y tamaños. Ahí perfora las torres de papel, mientras vigila la comida y los quehaceres de la casa. El cotidiano golpeteo del martillo es una escena cotidiana, al igual que los diminutos recortes de papel que salen volando y salpican de colores el piso y las ropas de Sara.
Además del papel picado, hace flores del tamaño de un clavel, que vende en 8 pesos. Cada uno de los manteles los vende en 2 pesos. Diez tiras de cinco metros cuestan 350 pesos. Un mantel frontal de metro y medio cuesta 30 pesos. Una tira de mantel de cinco metros vale 100 pesos.
La especie de “magia” sucede cuando se pega el papel, como los “gusanitos” que es una secuencia de trozos de distintos colores combinados, que al desplegarlos, forman una extensión multicolor que se expande hasta por más de dos metros.
En un solo día, esta mujer puede llegar a diseñar 400 manteles. “Yo soy artesana; no soy diseñadora”. Dice. Y sus diseños son infinitos.
En su tarea, en la cual a veces es apoyada por su hijo o su esposo, la alegría radica en apreciar todas las interminables composiciones que puede lograr.
Dependiendo de la temporada, en ocasiones procesa un millar de papel cada tercer día.
-Me siento y admiro el resultado. Qué bonito se ve pegado; les va a gustar.- piensa.
En la sala de su casa, tiene instalado un altar aún sin fotografías, que exhibe una pequeña muestra de sus creaciones. Al frente, unos manteles frontales con una catrina y un catrín dan la bienvenida. La escena es un golpe de color que invade la mirada. Unos ramilletes de flores naranjas, rosas y moradas aparecen en jarros de barro.
Los manteles circulares sobre la mesa, acompañan a la serie de catrinas de papel de distintos tamaños, que se colocan en el altar.
“Yo quiero que la gente valore el trabajo artesanal”.
A fuerza de golpes de martillo; Sara Ulloa convierte los mazos de papel de china, en manteles bordados de vacío, destinados muchas veces a flotar por los aires y teñir de colores el cielo azul.
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Pintura sobre la pared de la Sala de espera del Edificio que alberga al Centro de Justicia para las Mujeres. Foto: María Reynoso.
Por María del Refugio Reynozo Medina.
Llegar al Centro de Justicia para las Mujeres (CJM) en la ciudad de Guadalajara, desde algún punto de la Ribera de Chapala, lleva alrededor de un par de horas. Aquel día, llegué por inercia, en el deseo desesperado de obtener justicia. Luego de cruzar la amplia avenida Circunvalación, me encontré con la reja de ingreso. Un vigilante resguarda la puerta de ingreso con un sensor que detecta objetos peligrosos. La primera sala de espera es amplia; en la pared frontal, da la bienvenida la imagen pintada de una mujer con piel oscura y cabello abundante que abraza a tres mujeres de distintos tonos de piel.
En el primer filtro, el mar de clamores puede ser escuchado por una Trabajadora Social que escucha y escribe. Luego viene el otro filtro, otra sala de espera con sillones que nunca están desocupados. Una decena, dos o tres de mujeres con ojos llorosos. Una tiene un collarín bajo el rostro y mira de forma ausente la pared enfrente de ella. Otra tiene moretones en el rostro y oculta su mirada en el gorro de su sudadera. Algunas parece que no tuvieran nada. No hay moretones, raspones, heridas. En los ojos se asoman las heridas. Sus ojos miran distinto, como atravesando las paredes a través de la mirada cristalina de sus retinas.
Están sentadas, esperando que su nombre sea pronunciado para la primera asesoría jurídica con un abogado que las prepare para realizar una declaración formal.
Una vez que su nombre es pronunciado, sucede el encuentro con el agente del Ministerio Público; hasta ahí, las mujeres ya habrán repetido su historia unas tres veces. Algunas vuelven a enrojecer. Hasta ver convertido su nombre y su historia en un número de carpeta. Esa es la primera bandera que una mujer levanta en medio de sus reclamos, porque ahora ya podrá ingresar al lugar, al que tendrá que ir repetidas veces; hasta quien sabe cuando; llevando como carta de presentación su número de carpeta.
Primero a llevar testigos que avalen los hechos tantas veces narrados; luego, para ser sujeto de exámenes periciales y conseguir que la voz propia sea escuchada y creída.
Decenas de mujeres realizan esa ruta. Las más jóvenes tienen entre treinta y un poco más de cuarenta. Todas caminan por los pasillos y van de sala en sala. Algunas van con la familiaridad de conocer cada uno de sus rincones; otras llevan a sus hijos al área lúdica o toman un té o galletas de las mesas que están dispersas por las salas. “Este espacio es tuyo, siéntete con la confianza de tomar algo para ti y tus hijos”. Dice un cartel.
“El acto más valiente es pensar y hablar por una misma, para una misma”, reza un cartel con letras blancas sobre un fondo morado.
“Te creo”, dice otro.
Este lugar, es como la pintura de la entrada, es un espacio con muchos brazos que reciben a las mujeres que deambulan llevando carpetas con papeles que cada vez engordan más; y que abraza.
Solo es decidirse a andar, la ruta que a veces parece larga, pero que a mí me devolvió la esperanza.
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