Centro Cultural Ajijic (CCA).
Caminaba sobre el empedrado de una de las calles que llevan al jardín principal de Ajijic viniendo del oriente, era una tarde fresca del sábado 21 de agosto de 2021. Justo al llegar a la plaza sonaron las campanas de la Parroquia de San Andrés, patrono de Ajijic, como dándome la bienvenida. Me dirigía hacia el Centro cultural para luego escribir una crónica, como parte del taller que impartió María, en grupos acudimos a distintos sitios de Ajijic; a mi me tocó ir al Centro Cultural.
Al subir la escalinata se mezcló el sonido de las campanas con las notas del acordeón y un teclado que amenizaban el evento al interior del Centro Cultural. Apenas ingresaba al recinto me quedé atónito, cautivado por el ambiente que se vivía, había mucha gente, como si fuera una fiesta. En realidad lo era, ¡era una gran fiesta!
Poco a poco fui recobrando conciencia y comencé a observar que se trataba de una exposición pictórica, distintos autores plasmaron su talento con diferentes técnicas en las obras que ahí se exponían.
De pronto dijo María: “mire, es doña Lupe de San Cristóbal”. Los dos nos acercamos y efectivamente era el retrato de doña Lupe Ramos Escoto, que cargaba en sus hombros un gran leño, seguramente para con él, encender fuego y cocinar.
María tomaba fotos, yo también tomé algunas; luego nos dirigimos a la planta alta y desde ahí pudimos contemplar el armonioso ambiente entre las personas que se encontraban en la plaza principal.
Volvimos a la planta baja, tomamos más fotos y dimos otro breve recorrido, para entonces ya nos acompañaba Teresa, la tía de María. La gente disfrutaba, se movía lento, lo suficientemente lento como para apreciar cada obra que ahí se exhibía. Unas jovencitas con uniforme escolar ofrecían amablemente bocadillos a los visitantes. El tiempo transcurrió muy rápido, como transcurre cuando nos atrapa una grata emoción.
Ya para salir, me detuve frente a los músicos, no me quise perder, aunque fuera por un momento el deleite que brindaban dos jóvenes, que con acordeón y un teclado daban más vida a esa cultura viva que alberga el Centro Cultural de Ajijic, Jalisco.
Nota del editor:
La Crónica: EL CENTRO CULTURAL DE AJIJIC, es uno de los textos elegidos por el equipo de redacción de este medio de comunicación, como parte del taller de crónica impartido por María del Refugio Reynoso Medina, con motivo del décimo aniversario de Semanario Laguna.
Es un esfuerzo de equipo la preparación del vuelo. Foto. María del Refugio Reynozo Medina.
Maria del Refugio Reynozo Medina. Esta vez no hay toros bravíos en el ruedo ni jinetes ensombrerados en medio de aplausos y gritos de furor. El Lienzo Charro de Ajijic luce un poco solitario, son pasadas las cuatro de la tarde de sábado y hay un grupo de unas quince personas que se disponen a ocupar sus lugares en sillas desplegables, mientras preparan botanas y bebidas. Es una de las familias que conforman el equipo de Beach Boy‘s que participa en la tradicional Regata de Globos en su edición 2021, marcada ahora por el virus del COVID-19. Hoy sólo participan tres familias.
Anastasio González es uno de los organizadores; desde que era niño recuerda que se reunía con su familia alrededor de la minuciosa tarea de pegar retazos y retazos de papel para construir globos multicolores.
Es un sábado antes de la fecha del 16 de Septiembre para que no se interponga con los festejos patrios. Y también porque la dirección del viento en estos días es favorable para elevar las esferas de papel.
-Me enseñé en la calle entre los vecinos, los familiares desde niño.
La labor de crear un globo se hace en familia, con adultos y hasta menores.
Los globos más chicos miden aproximadamente un metro y medio de altura, bastan cuatro horas y unos 36 pliegos de papel de china para conseguirlo. Hay globos más grandes, miden 16 metros de alto y unos nueve metros de diámetro, para ello hay que armarse con unos 250 pliegos de papel y un tiempo de un mes y medio de elaboración.
Para la construcción de los globos se necesita pegamento líquido y papel de china, además de un poco de alambre e hilaza para la base.
El día de hoy debido a la pandemia solo participan tres equipos: Sí Lupita, La Naranja Mecánica, y Beach Boy´s de doce que son, en una tarde de contemplación que termina alrededor de las once de la noche. Hay unos 50 asistentes en lugar de los tres mil que a decir de Anastasio se reúnen normalmente en un festival sin pandemia.
La tarde de hoy se soltarán unos 25 globos al cielo y no los casi 200 que cada año se liberan.
Mientras siguen llegando el resto de las familias, los adultos contemplan el cielo y la dirección del viento.
-Hay que esperar un poco a que se calme el aire.
El primer globo de la tarde en tonos verdes, comienza a elevarse, una ráfaga de aire lo desequilibra y se prende antes de elevarse lo suficiente. Los trozos negros como espuma vuelan por los aires y los equipos preparan el próximo.
Se abre paso al siguiente ejemplar, es como un dado de colores rosa, azul turquesa, negro y plateado. Se eleva suave, directo a encontrarse con las nubes; los asistentes aplauden y gritan.
El equipo de los Beach Boy´s se prepara, el grupo de ocho personas, hombres y mujeres, sostienen de los extremos el globo rosa con amarillo; lo alinean, un hombre trae el tanque de gas de seis kilos y coloca la manguera en el extremo inferior del globo para proyectarle de manera suave y lenta el fuego para que se eleve. El equipo se coordina y equilibran el globo sosteniéndolo con los brazos extendidos como en un abrazo colectivo. Conversan y bromean entre ellos, hacen acuerdos, le sujetan una botella de plástico en la punta inferior, rellena de agua a la mitad y lo sueltan a un tiempo; mientras observan su trayectoria. Rompen los aplausos cuando comienza a elevarse
Anastasio Ezequiel González es un pequeño de ocho años, está ahí al lado de su padre, observa y ayuda a sostener uno de los extremos del lienzo de papel.
-Sigo la tradición- dice sonriente.
-Siento que mi corazón empieza a latir y se hace como para arriba.
Así para arriba como las decenas de globos multicolores se elevan, el corazón de este niño late, mientras grandes y chicos mantienen los ojos puestos en los globos de papel, que se van haciendo pequeños; hasta convertirse en diminutos puntos negros en medio de la bóveda celeste.
Hoy no es un charoláis reparando en el ruedo, hoy son ejemplares coloridos con las entrañas de fuego armados por muchas manos y empujados por otras más hacia el cielo por el puro gusto de endulzarse los ojos.
Don Pedro Mendoza Navarro es un maestro del tejido en lana.
Por Maria del Refugio Reynozo Medina.- Allá, cuadras arriba de la plaza; cerca de las faldas del Cerro de los Agraciados en Jocotepec, está el barrio de los obrajeros, las familias que han dedicado la vida a tejer hilos de lana y hacer con ellos gabanes, sarapes, morrales, cobijas y tapetes.
La finca con el número 59 de la calle de Hidalgo, alberga el telar de Don Pedro Mendoza Navarro. La entrada de la casa ha quedado convertida en una tienda donde se exponen algunos sarapes, rebozos, pulseras y piezas de otros artesanos de Tonalá. Me recibe con una sonrisa y con la noticia de que justo hoy, abrió la tienda por iniciativa de su hija, la maestra Lucia. Viste una camisa luminosa, estampada de hojas azules y café y una sobria expresión, el pelo se nota suave y plateado, tiene ligeras líneas del tiempo sobre su rostro y unos ojos que miran profundo. Lleva colgada al cuello una cruz de madera sujetada por un cordón.
En la entrada, también está el altar cuya figura principal es la escultura de una virgen de Guadalupe color crema, flanqueada por otra figura de San Judas Tadeo y San Martin Caballero.
Llegar a la casa de Don Pedro, es entrar en un museo vivo, treinta y dos metros de historia desde el ingreso con la pared de piedras lajas barnizadas. Después del primer pasillo, hay un patio con macetas floridas techado por el verde follaje de una magnolia; las escaleras llevan a una habitación, ahí guarda una de sus joyas más preciadas, un nicho de madera que encierra una pequeña escultura del Sagrado Corazón. Hay también una figura de la Virgen de Fátima, de la Sagrada Familia y un crucifijo ataviado con al menos cinco rosarios al cuello.
En los pasillos cuelgan fotografías, en uno de los muros, también un documento en un cuadro expedido por la Comisión Estatal de Agua y Saneamiento (CEAS) fechado en 2002, es su nombramiento como Técnico en Tratamiento de Aguas Residuales. Están ahí, al lado de su retrato de bodas, una fotografía de sus suegros y de Calixto un hermano de su suegro que anduvo en la guerra cristera.
Sobre una mesa descansa la figura de un niño dios con su ceja poblada y las pestañas de negro espesor; sonríe con la cara brillante sobre una canasta envuelto en una cobija de gancho. Don Pedro tiene entre sus posesiones preciadas un libro; “Tejedores de corazón, arte textil de Jocotepec en Jalisco” de Adriana Paulina Jiménez Ruiz, editado por la Universidad de Guadalajara en el 2015.
En esta casa abundan las imágenes religiosas, están sembradas en cada paso que damos, hay un cuadro del Sagrado Corazón de Jesús a quien guarda un fervor especial, aunque “el de arriba” dice, es el principal.
En su habitación hay dos camas que no usa porque le gusta dormir sobre una colchoneta en el piso llevando como manta una cobija que tejió con la imagen de la virgen de Guadalupe.
Mientras recorremos los pasillos, Don Pedro me sigue contando y aparece en su memoria su compañera de vida, Mercedes Camarena Olmedo y la cara se le ilumina.
-En veinte años, no tuvimos una pelea-
Recuerda una tarde que se fue al fútbol, su esposa tomó el telar; así sin una clase previa y se puso a tejer dos tapetes decorados con unos patos. Luego un norteamericano vino a buscar tapetes, Don Pedro le mostró sus mejores piezas y su mujer le dijo –También tenemos estos- (los tapetes con los patos). Ese fue el día que su esposa le quitó los clientes y también cuando se convirtió en su gran colaboradora.
Don Pedro no solo lleva setenta años tejiendo, ha tenido otros trabajos, dio clases de Educación Física durante 17 años en el Colegio Jocotepec sin cobrar, con la única satisfacción de trabajar con los muchachos, el Presidente Municipal José Miguel Gómez López fue su alumno.
También trabajó en la planta tratadora de aguas residuales en Jocotepec, había sido diagnosticado con cáncer, así enfermo tomó el trabajo. Una ocasión cayó de una barda de metro y medio, ahí estuvo inconsciente no supo por cuánto tiempo hasta que unos perros callejeros que tenía de compañía lo despertaron y se incorporó para seguir laborando, después se dio cuenta que se había roto tres costillas y tenía un daño severo en la columna. Ese día lloró, incluso se quiso suicidar porque los médicos le dijeron que era muy posible que se quedara en cama o en una silla de ruedas. Gracias a la rehabilitación que le dieron sus hijas y gracias a dios, dice él, salió adelante. Ahí comprendió que la clave de todo es no darse por vencido.
-Yo voy a durar 130 años- dice risueño mientras recarga su brazo en el tallo de un mandarino y seguimos platicando en el patio de la magnolia.
A sus 75 años tiene la energía para subir a la pirámide del sol, despierta temprano, ayuda en las actividades de la casa, no pasa un día sin tejer. Los domingos se va al malecón a vender en su puesto de artesanías y está comenzando el proyecto de la Escuela de Telar en apoyo a la Dirección de turismo del Ayuntamiento, en un acto de generosidad impartirá las clases gratuitas junto con el material; por el solo gusto de compartir lo que sabe.
Le ha confeccionado tres cendales al Señor del Huaje, de los que solamente cobró el material.
-Para el patrón mi trabajo no tiene precio-
Cada que va a comenzar una pieza, se encomienda a dios. Y entonces las imágenes aparecen.
-Las tengo aquí- me dice señalando con el dedo índice la sien.
Al final de la casa junto a los árboles de arrayanes y aguacates que él mismo sembró está el taller, también hay una jaula con palomas que a veces le regalan su canto. Tiene tres telares, en uno realiza una pieza para su hija, es la imagen de un indio con un penacho multicolor que sostiene una ofrenda en las manos. Esa y dos piezas más que cuelgan en la entrada del taller son las más valiosas para él y están dedicadas a sus hijas para que las conservan de recuerdo.
Sube al telar y comienza a contar hilos. Mientras conversamos toma una pausa y se recarga en la estructura de madera, respira y me mira a los ojos muy profundo.
-¿Quiere que le diga una cosa?, ya estoy cansado-
Le pide a Dios nunca llegar a quedar postrado en una cama porque su vida es trabajar, ha amado todos los trabajos que ha tenido.
Cuando se trabaja, dice. –Hay que hacerlo pensando en lo que estamos entregando, no en lo que se va a recibir-
Desde muy pequeño ayudó a su padre en el oficio de tejer. Las primeras piezas que se hicieron fueron las cobijas negras y capotes para los campesinos.
Cuando tenía ocho años, ya hacía sus propios gabanes, esa fue su escuela; recibir la lana proveniente de Tlaxcala o de Tapalpa, sentirla con las manos, cardarla; hilar y montar en los telares para contar los hilos indefinidamente.
-Estos me han acompañado siempre- y señala las Cardas, dos piezas de madera en forma de rectángulo, las toma del mango y las separa, en su interior tienen puntas de alambre para cardar la lana. Sigue platicando mientras frota un trozo como de nube hasta formar rollos uniformes que va colocando en el borde de un bote.
Luego, los acomoda en el torno que es una rueda de bicicleta, sostenida por una base rústica de madera. En una punta de metal va colocando el material mientras da vuelta a la manivela que hace girar la llanta y da la forma al hilo.
La rueda sigue girando mientras don Pedro observa el delgado hilo que se desliza por la punta plateada.
Antes, la tarea de hilar era de las, mientras él cardaba la lana. Para cardar un kilo tardaban un día completo.
Sobre una enorme bola de lana hilada, descansan un montón de lanzaderas, unas cajitas de madera como sarcófagos de forma rectangular puntiagudas en los extremos, en cuyo interior se guarda el ovillo de lana hilada. En uno de sus lados, tiene una perforación por donde sale el extremo del hilo.
-A estos les falta vida- Me dice.
Las lanzaderas están nuevas con la madera blanquísima, mientras que la que está usando es oscura, brillante por el uso, por el constante ir y venir entre sus manos.
Me sigue contando mientras ordena los hilos y la lanza de un extremo a otro. Acciona el peine y recorre los hilos apretados, muy juntitos, en un abrazo de colores.
Por ahí anda la Michi, una gata blanca esponjada que parece de lana con un lunar negro en la frente que le cubre hasta las orejas y la cola también. Trepa sobre los telares y los recorre mirando, bosteza, se estira y se vuelve escondidiza ante mis ojos. Las palomas y la gata de suave pelaje junto con un pequeño radio rojo que cuelga de un poste de madera componen la compañía para tejer las tardes.
Don Pedro además de la lana en los tonos naturales que son grises, negro, blanco y café, utiliza estambres de vivos colores que organiza en pequeñas madejas enredadas en un popote de plástico. Recuerda que antes la gente teñía la lana con tonos rojos, tintos, rosa y negro de manera natural.
Cada pieza de este generoso artista, está compuesta no solo de madejas de lana entrelazadas sino de la bendición de dios.
El hombre que le ha realizado cendales al Señor del Huaje y cuyas piezas han dado la vuelta al mundo, que ha sido entrevistado por Televisa, Tv Azteca, Canal 44, por la radio y la prensa escrita y que ha sido motivo de un libro, recibe al desconocido con la sencillez y generosidad del tamaño de su trayectoria.
-Quien viene aquí se va con algo- Me dice.
Y yo lo que me llevo es el corazón lleno de su generosidad, de la sencillez que lo caracteriza, como si no fuera el personaje que lleva setenta años convirtiendo la lana en verdaderos mosaicos coloridos que llevan hasta la bendición de dios.
Jocotepec, Jalisco 2 de agosto 2021
The altar of the Chapel of Our Lady of the Rosary is empty. The sculpture, which dates from the XVIII century, is kept in the temple of the parish of San Andrés Apóstol.
Sofía Medeles / Translated by Patrick O’Heffernan (Ajijic, Jal.)- The Chapel of Our Lady of the Rosary, is always so present but so forgotten by most Ajijitecos, even as they walk past it at least once a week. Today it is closed, opening its doors only for the meetings of «Sumando Voluntades,» volunteers who came together to raise funds to repair the structural cracks that have closed the Chapel.
A look at the empty altar brings melancholy memories of visits that were made long ago when the so-called «Queen of Ajijic», the little virgin of the Rosary, was present. But today, the walls bear witness to how the group gets excited every time they get a little closer to their fundraising goal.
After the death of Armando, the group’s founder, his companions continue with the work of his last years, especially Josué Ramos, the architect who now leads and manages the project. Ramos is excited to be moving forward, but is always mindful that repairing the Chapel is not going to be easy, and even less so with the inspection requirements of the National Institute of Anthropology and History (INAH).
As Josué walks the perimeter of the precinct, explaining step by step what is going on, he points out the damage. The foundation was laid on less than solid ground, rainwater leaked directly into the base of a construction dating from the 1700s «little more, little less» made of mud or dirt,, the inclination of the building towards the side of the street that puts a strain on it that could tear it apart.
Josué tells Laguna that, «Everyone has their ideas about what is under there, but there are definitely roots inside the foundation and perhaps even ants’ nests».
He is confident that the methodology for repairing the Chapel is known, and he explains how to excavate the foundation and inject concrete and braza stone in small sections so as not to compromise the structure. He quickly points out, however, that «…hopefully there will be no problems when it comes to repairing the right side, since there are houses over there».
Mrs. Josefina Gutiérrez «Pina» intervenes, saying she is proud of the work already done which you can’t see. The group has already spent 100 thousand pesos between emergency work with PVC pipes to change the direction of the water, payment of fees to workers, architects, and waterproofing. She proudly points out that, «This year the water did not get in».
Meanwhile, not so far from her home, the Virgin of the Rosary is sheltered in the parish of St. Andrew the Apostle, waiting to return to her place, where she witnessed so many happy and sad moments.
At least 700 thousand pesos must be raised for the required repairs that must follow the protocols of a historical monument . Donations can be made to the account number: BBVA 4152 3137 0415 7622 in the name of Honorata Gómez.
La pintura por parte de Francisco Javier Moreno Ibarra y fotografía de Felipe de Jesús Moreno Ibarra.
Maria del Refugio Reynozo Medina.- La Casa de Cultura Jocotepec se pinta de colores. A las siete de la tarde, hora de la cita, hay ya cerca de cincuenta personas reunidas en el recinto para presenciar la pintura y fotografía de los hermanos Moreno. El escenario está preparado con luces y micrófonos, para los artistas del taller de guitarra a cargo del maestro Juan Aguilar, ocho jovencitos (niñas y niños) que también esta noche participan.
Ante los poco más de cincuenta espectadores que se logran reunir quince minutos antes de las ocho de la noche, Gabriel Noé Reynoso Hermosillo; Director de Arte, Cultura y Tradición de Jocotepec, realiza la inauguración del evento y los expositores hacen el corte de listón.
La pintura por parte de Francisco Javier Moreno Ibarra y fotografía de Felipe de Jesús Moreno Ibarra.
– Espero gocen verlas lo mismo que disfruto capturarlas-. Dice Felipe, mientras que Francisco Javier se dirige al público sin micrófono con un “gracias” y cede el espacio para la contemplación de las imágenes.
El grupo de guitarristas arranca con Cielito lindo, y los corazones se alegran al recorrido visual por las imágenes que brotan de los lienzos y el papel.
“Observo la vida, observo los rostros”.
La pintura de Francisco Javier Moreno Ybarra
Los muros blancos se decoran esta tarde con el óleo que dibuja la torre del templo del Señor del Monte, un paisaje campirano, un bodegón con coloridas manzanas. Ahí están los rostros de Juan Pablo Segundo, de la Gioconda. Lo mismo aparece un gallardo torero, el cuerpo musculoso de una meretriz, o Bonaparte montado en su blanco caballo. Las imágenes religiosas están presentes en esta colección de pintura, el Señor del monte y la Virgen de Guadalupe.
Para reunir esta serie de cuarenta y cinco piezas han sido necesarios cinco años de trabajo de Paco, quien comenzó a pintar con la asesoría de un compañero de trabajo cuando laboraba en el Banco. Su papá era saxofonista de la orquesta de música de San Cristóbal y en su contexto familiar había un interés por las manifestaciones artísticas. También trabajó en una ferretería y entre cliente y cliente pintaba. Primero hizo paisajes, luego pintó el Divino Rostro y siguió con Retrato.
Hacer un retrato de 20×30 dedicando todo el tiempo completo en ello, le lleva diez días.
Cuando trabaja gusta de hacerlo con música instrumental o clásica, los tres tenores son sus favoritos. En total, tiene en su haber trescientas obras, algunas pocas las ha vendido entre sus amigos y conocidos. La pintura que más le gusta es la que realizó del Señor del Monte, también la serie que hizo de los personajes del Chavo del ocho.
-La gente no valora y es difícil que compren un cuadro-, dice
Esta ocasión es la primera oportunidad que tiene de exhibir su trabajo en un lugar dedicado para ello.
“Me gustó como se veía la realidad a través de la lente”
La fotografía de Felipe de Jesús Moreno Ibarra.
Los oscuros muros de madera se tiñen del guinda profundo de un obelisco; el impecable blanco de una campanilla, aparece sobre la negra base de la mampara.
Los amaneceres tiñen de rojo las paredes del recinto. Hay paisajes citadinos y campiranos. Retratos de mujeres y pasajes de la vida religiosa.
La foto de un niño que acaricia amorosamente a un perro oscuro.
Son 37 fotografías de 6×8, entre ellas hay en blanco y negro, pero la mayoría son a color.
Felipe lleva veinte años capturando imágenes.
-El culpable fue otro de mis hermanos que cuando íbamos al cerro me dio a cargar una cámara-
Cuando miró a través de la lente, la realidad le maravilló y ahí comenzó el gusto.
Sólo tomó un taller de fotografía que alguna vez ofrecieron en la escuela preparatoria, fue en el año ochenta y cuatro, el curso estaba avanzado y cuando se enteró comenzó a asistir.
Le gusta mucho madrugar para capturar los amaneceres que ofrecen un espectáculo de colores.
-Así vaya diario y me pare en el mismo lugar, la realidad es distinta, es impresionante-
Para conseguir las imágenes hay que perseverar media hora, dos horas. Aunque la mayoría de fotografías que hoy se exponen son a color, le gusta mucho el blanco y negro porque piensa da a la imagen más dramatismo. A veces la gente no valora lo que implica fotografiar y no hay muchos clientes para comprar retratos. El costo de una fotografía de 12×15, es de 500 pesos.
Una de sus imágenes favoritas es “Amor Puro” que muestra a un niño afuera de una vivienda de adobe sobre el piso empedrado abrazando a un perro cual preciado juguete mientras el can se deja querer.
-Hace mucho vine a una exposición y el fotógrafo mostraba el cielo con colores morados y dije, este está loco-
Y luego se convenció que la vida real se pinta de todos colores.
El ingreso tenía un costo de 100 pesos por persona.
Por: Maria del Refugio Reynozo Medina.- Cuando éramos niños, mis primos y yo desafiando las restricciones de los adultos jugábamos con lodo, hacíamos pasteles de “chocolate”. Este día, hombres y mujeres se reúnen en busca de enlodarse.
El letrero fluorescente colocado en los cruces de la calle Cristóbal Colón y Vicente Guerrero Oriente de Jocotepec, anuncia “Evento de lodo 4X4”, que desde las once de la mañana comienza a convocar a los primeros asistentes y la fila de autos, motos y remolques cargados de cuatrimotos que se encaminan hacia la orilla de la laguna sigue creciendo.
Se llega por una vereda angosta en medio de solares y sembradíos de maíz. En un tramo, alcanzan dos vehículos y más delante ya casi para llegar al sitio, sólo cabe un auto, y uno de ellos debe esperar.
El ingreso (que está delimitado sólo por el muchacho que carga el block de boletos y una mesa desarmable de metal ocupada por tres señores bajo un guamúchil), está custodiado por una patrulla municipal y una pareja de oficiales que vigilan el paso de los automotores.
Cien pesos por persona es el costo para llegar al lugar; ahí hay al menos un centenar de vehículos estacionados a unos doscientos metros del escenario que es la orilla de la laguna; mientras que en la pista de lodo hay ya una decena de autos (carros raiser, cuatrimotos, motocicletas, camionetas)
Un camión de bomberos y personal de protección civil están presentes.
Las muchas veces solitaria orilla de la laguna, está hoy a su máximo nivel, hay más de quinientas almas presenciando el espectáculo, que consiste en acelerar en exceso los motores y avanzar serpenteando sobre el piso lodoso para quedar forrados de lodo; vehículo y conductor cuál esculturas de bronce. El recorrido incluye frenadas intempestivas y zigzagueos frecuentes para esquivar a los otros choferes, como los carritos chocones de las ferias.
En la pista coinciden hasta diez que quieren demostrar sus habilidades y la potencia de su motor en un vaivén de sálvese quien pueda, pues la línea que delimita la pista es imaginaria.
Unos muchachos de un raiser pasan acelerando el motor mientras se escucha un reguetón al interior y beben cerveza.
-¡Ah puto!- Les grita un hombre a un grupo de cinco chavos que pasan a toda velocidad mientras su moto se va de lado y los tripulantes están a punto de caer al piso, pero se incorporan y continúan “rápidos y furiosos”.
Una Chevrolet blanca que ya no se muestra tan blanca, pasa a gran velocidad y entra y sale del agua mientras sus tripulantes cantan una canción de banda y tres muchachas con lentes oscuros van sentadas atrás la caja del vehículo.
-Me la pelan- , dice un letrero trazado con los dedos sobre la gruesa capa de lodo en la puerta derecha de una camioneta, mientras los tripulantes escuchan música con volumen fuerte.
Dos chicas morenas con diminutos shorts dejan volar su melena subidas en la caja de una camioneta que a su paso avienta una lluvia de lodo a los mirones. Una moto conducida por un hombre avanza y un pequeño de unos cuatro años viaja en medio del hombre y la mujer.
Hay un niño y una niña que tienen preocupada a la señora de al lado.
-Ay esos niños- dice. Los pequeños de unos ocho años, están a la orilla amasando bolas de lodo y solo se retiran y corren cuando escuchan el ruido del motor cercano.
-¿A qué hora termina esto- pregunta alguien. –Hasta que ya no se ve-.
El boleto de ingreso a la laguna exhibe un folio y una advertencia:
“Los organizadores del festival 4X4 en lodo no se hacen responsables por daños que se generen dentro del evento, ya que cada conductor es responsable de su vehículo y su integridad física. No nos hacemos responsables por lesiones causadas por algún vehículo u otra contrariedad, ya que es responsabilidad propia de los asistentes a este evento”.
Hay un bloque de cuatro baños portátiles azules. Cada vez que se necesita entrar hay que pagar diez pesos.
-Te dije que mejor hicieras en la orilla, yo te tapaba, además quien te va a volver a ver-, le dice una mujer joven a su acompañante que luego de recibir sus respectivos cuadros de papel higiénico, entra.
El terreno está cubierto de toldos y sombrillas de playa que los mismos asistentes traen cargando en sus camionetas. En el lugar también hay puestos de tostadas de ceviche, tacos de barbacoa, cantaritos y bebidas alcohólicas; una michelada cuesta noventa pesos. Un señor bebe un tequila y en su mesa plegable que trajo consigo, reposan otras botellas.
-Por dejarnos pasar el 24 de ampolletas pagamos cien pesos-, dice otro hombre, mientras da un trago a la botella.
Un grupo de personas, trajo un asador, dos hombres vigilan la carne mientras “echan” un ojo a las carreras de los motores a metros de distancia. Otra familia trajo un disco y en medio de abundante aceite se fríen unas alitas de pollo. Comienza a pintarse el suelo con el verde de las botellas vacías y de plateado con las latas de cerveza arrojadas al piso. Los platos blancos de unicel con restos de comida también comienzan a aparecer tirados.
Uno de los toldos más grandes, blanco, sin insignias alberga una torre de electrodomésticos, que “se rifan” mediante un sofisticado juego de canicas que se lanzan en un tablero de madera perforado y numerado para sumar puntos que lleguen al cien, las primeras dos “tiradas” son de cortesía y si no se llega a los puntos para conseguir un premio, las “tiradas” adicionales cuestan veinticinco pesos cada una. Hay unos muchachos que lanzan el puño de canicas y cuentan, cuando agotan las oportunidades de cortesía pagan el siguiente, pero en el juego, también la suerte lleva a retroceder, y a veces cuando se está cerca de la meta, el “tiro” cuesta el doble.
-Esto es pura robadera-, les dice un hombre, y se lleva a los muchachos a regañadientes.
Hay también un puesto de playeras, las más pequeñas para niños cuestan doscientos cincuenta pesos y las de adulto trescientos cincuenta pesos.
Un muchacho acompañado de un niño camina vendiendo donas a veinte pesos cada una. Una mujer dice –, Pues de qué están hechas-
Entre toldo y toldo, se mezcla la música salida de alguna bocina o de los estéreos de los autos y la voz de “El Gallo” Elizalde se mezcla con la del vocalista de un conjunto sierreño. La gente sigue tomando, a las cinco de la tarde, los ánimos se calientan y los motores también. El humo invade la atmósfera y el incesante ruido de los acelerones se mezcla con la conversación y las risas de los observadores que resisten la jornada bebiendo de sus vasos.
El trabajo del personal médico ha sido agotador.
Por: María del Refugio Reynozo Medina.- “La salud del pueblo es la suprema ley”, reza una pintura mural a un lado de la recepción de la clínica Municipal de Jocotepec, que ahora lleva el nombre de Clínica Municipal Dr. Rafael Gómez Rodríguez.
A las ocho de la mañana, la Clínica luce solitaria, hay una mujer demacrada en la sala de espera envuelta en un suéter. Un niño y una niña reposan sentados sobre las sillas justo debajo del colorido mural.
A la entrada del hospital hay un túnel con cortinas transparentes que arroja líquido sanitizante a las personas que ingresan al lugar.
Una joven trapea los pisos, se escuchan risas al interior. Un hombre con bata blanca y mascarilla recorre los pasillos, el área de emergencia luce con las camas limpias y vacías; hoy no hay pacientes hospitalizados.
Afuera, un paramédico lava la ambulancia y unos hombres en la calle a la entrada principal, limpian el camino empedrado por el que se ingresa a la clínica y que hoy está lleno de charcos.
Fátima Noelia es una de las enfermeras del lugar. Es sobreviviente de COVID-19, contrajo el virus en enero pasado; todo empezó como una simple gripe que se atendió de inmediato, a los pocos días; comenzó a perder el sentido del olfato y a la aplicación de la prueba resultó positiva para COVID. El avance de la enfermedad fue demasiado progresivo, a una semana tenía un 70 por ciento de daño en los pulmones, traía un 65 por ciento de saturación de oxígeno en la sangre, se recluyó aquí mismo en el Hospital Municipal un par de días. Ante la poca mejoría la trasladaron al Hospital Comunitario en El Chante, ahí sobrevivió una noche y fue trasladada debido a la gravedad, al Hospital Ángel Leaño en Guadalajara. Un poco estable regresó a casa, sin embargo su situación de salud empeoró y finalmente fue trasladada a un hospital particular en donde lentamente fue recuperándose.
Fueron quince días de peregrinar, en los hospitales, mientras sus órganos se desgastaban.
-Yo sentía que ya no iba a volver a mi casa-
Dice, mientras los ojos se le irritan y se seca una lágrima
Luego de quince días más de recuperación en casa, volvió a su lugar de trabajo llena de miedo, pero segura de que quería continuar con su misión de enfrentar a la enfermedad.
Ahora se siente más fuerte, han pasado varios meses, cuenta con sus dosis de vacunas y llega armada todos los días con un kit personal: toallas antibacteriales, gel antibacterial, spray sanitizante, mascarilla especial, jabón de manos antibacterial.
-A veces se tiene el ánimo, a veces no-. Por eso lleva la música al hospital en sus bocinas portatiles rosas. Ahí desfilan todas las voces, desde José José, La Sonora Dinamita, Los Terrícolas, hasta Los Yonic ‘s. Para esta enfermera, además de los medicamentos, uno de los insumos principales es el trato cordial hacia los pacientes. Aunque a veces, el trato de los pacientes hacia el personal no es así. Hay quienes llegan exigiendo la atención a gritos.
La jornada de Fátima comienza a las ocho de la mañana y termina a las ocho de la noche tres días a la semana. El trabajo es incierto, las vacaciones de ella como personal de salud no coinciden con las fechas oficiales, pues esos días es cuando más trabajo hay, aumentan los accidentes automovilísticos, llegan los lesionados por alguna riña o intoxicados por bebidas alcohólicas. Así como a veces tienen pocos pacientes, otras veces ha tenido que acudir incluso a auxiliar a los paramédicos en la ambulancia. Pues no solo es enfermera, también es paramédico, ha sido chofer de ambulancia, cuando aprendió a conducir lo hizo desde un camión de bomberos en su anterior trabajo en Protección Civil. Ahí atendía incendios forestales, inundaciones, caídas de árboles. Realizó también un Diplomado en criminalística, conserva los reconocimientos que ha recibido por su trabajo, entre ellos uno otorgado por La Unidad Estatal de Protección Civil.
Al igual que Fátima, distribuidos en diversos horarios de guardias, hay ocho personas más en el servicio de enfermería, nueve médicos, nueve paramédicos, cinco personas de intendencia y se cuenta con dos ambulancias.
La atención para los empleados del Ayuntamiento es gratuita mientras que para el resto de los pacientes el costo de la consulta es de ochenta pesos.
La clínica municipal no es hospital COVID, sin embargo se recibe a todas las personas sin distinción, la semana pasada se detectaron dos casos que se atendieron y una vez estables se derivaron a las instancias correspondientes.
Este recinto es un hospital de urgencias médicas, sin embargo es frecuente que lleguen pacientes en la madrugada o avanzada la noche con problemas respiratorios leves, o alguna molestia con más de cinco días de evolución y aun así se les atiende.
–Tardo menos en atenderlo que en explicarle que es un hospital para urgencias-
Mientras conversa sobre sus memorias, Fátima toma signos, peso, talla, hace registros en la computadora, aplica inyecciones y camina por los pasillos para seguir atendiendo.
A media mañana ingresa una muchacha joven con un piquete de alacrán, tiene los tenis cubiertos totalmente de lodo pastoso que trajo de los campos de berries donde trabaja, luego de la copiosa lluvia de anoche. Camina con timidez sobre el piso blanquísimo y deja la huella pegajosa tras de sí.
-No te preocupes- le dice Fátima y la conduce a la cama de observación para aplicarle una inyección. Se queda ahí reposando, bajo el techo azul cielo de la sala recién pintado.
Fátima recuerda los días que vivió con el virus y cuando ve la indiferencia de quienes no creen, quienes dicen que es un invento del gobierno se indigna.
-Me da coraje – dice -porque existe, soy testigo de ello, lo viví y lo enfrento todo el tiempo-.
Ella disfruta mucho su trabajo, la convivencia con los compañeros, la atención a los pacientes y ver cuando se van felices de recuperar su salud.
“Me gusta atender con calidez a los pacientes porque hoy ellos necesitan de mí, algún día yo puedo necesitar de ellos”.
Vendedor de Semanario Laguna.
Por: Maria del Refugio Reynozo Medina.- Josué, un joven de 22 años es el mayor de tres de los voceros, que llevan la noticia impresa del semanario Laguna a los que aún aman leer en papel.
El día comienza con rastros de lluvia, me encuentro con Domingo Márquez, Director General del medio. A las nueve de la mañana coinciden en las oficinas del semanario en el Centro de Ajijic, los jóvenes voceros para recorrer sus rutas con los ejemplares impresos.
Cuando Josué empezó con la misión de llevar los periódicos a las calles no encontró buena respuesta, la mayoría de las casas lo rechazaban, luego comenzó a anotar en un cuaderno a las personas que sí le compraban, hasta trazar la ruta que recorre cada semana.
El viernes en Chapala, desde alrededor de las nueve de la mañana hasta las cuatro de la tarde en que reparte hasta cien periódicos.
La otra ruta es en Jocotepec a donde se va también en la mañana y vuelve después del mediodía. Por ambas rutas puede ganar desde cuatrocientos hasta quinientos pesos, dependiendo de las ventas.
-Cuando vendo es lo más chido, también cuando les digo la noticia y se emocionan.
Para Josué, poder llevar la noticia es motivo de orgullo.
-Se me otorga un poder muy grande
Antes de vender el periódico, Josué lo lee para poder contar a sus clientes las noticias más relevantes, a los que aborda con una expresión de seriedad y un eslogan creado por el:
“Laguna, su periódico de confianza”
Iván es otro emisario de la noticia desde que tenía doce años. A la vez que estudiaba la secundaria era repartidor de los periódicos, y hoy sigue combinando su gusto por repartir la noticia en las calles con la escuela. Desde hace cuatro años cumple con la misión de llevar casa por casa la nota impresa; llega a vender hasta cincuenta periódicos. A veces le preguntan desde adentro de las viviendas: “¿Es El Charal?”, refiriéndose al periódico El Charal extinto hace unos diez años fundado por Héctor del Muro.
Dante es el tercero de los voceros, está por comenzar el bachillerato, quiere ser maestro y programador, para él vender el periódico más que un trabajo es una oportunidad para recorrer las calles de su pueblo y descubrir muchas veces parientes lejanos. Por cada periódico que vende gana tres pesos, con los que ha podido comprarse su consola de videojuegos, ayudar con el gasto a su familia, y comprar en ocasiones su propia comida, además de que ya aprendió a cocinar dice orgulloso.
Con su paquete de cincuenta periódicos, emprende el camino por las calles del centro. Domingo Márquez y yo vamos con él y caminamos a su paso.
-¡El periódicooo!- dice con voz fuerte y se asoma por la ventana de la primera casa, aparece una mujer adulta de pelo cano con gafas y con paso lento acude hacia la puerta, antecedida por el ladrido sordo de un perro; toma el impreso y regresa con su lento andar y el periódico en las manos.
-¿Viene bueno ahora?- pregunta un hombre desde dentro de un local.
-¿Qué trae ahora?- dice otro.
-Mis clientes muchos ya no caminan, no tienen celular ni internet para leer- me cuenta Dante.
Llegamos a un local de pollos fritos, detrás del mostrador no hay nadie. Hay un radio encendido y la voz de Joan Sebastian hace competencia al grito de ¡periódicooo! que por más que se repite nadie aparece.
Seguimos avanzando.
-¿Cuánto cuesta?- dice una mujer detrás de los barrotes de la puerta.
-Ya subió, antes costaba catorce- se responde ella misma.
-No está el que lo compra- dice una señora mayor en otra de las viviendas.
-No completo- dice la mujer de al lado de la tienda-. El sábado me lo paga.
“Hoy rico pozole” dice un anuncio escrito a mano afuera de una casa, y una olla vaporera cuelga del marco de la puerta.
Seguimos el recorrido buscando más lectores, cuatro horas a pie tocando puertas, saludando, intercambiando pláticas y dando un avance de las noticias del día.
Con la pandemia, muchos lectores dejaron de comprar el periódico, la venta de unos sesenta y cinco ejemplares llegó a reducirse hasta treinta y cinco.
Para hacer posible la noticia, trabajan reporteros, correctores de estilo y editores, colaboradores externos también. El costo semanal para producir Laguna, es de dieciséis mil pesos. El tiraje del semanario es de 1500, los ejemplares que quedan, los donan para reciclaje y uno de ellos va a la hemeroteca.
Para recuperar los costos que conlleva un medio impreso, los esfuerzos son grandes, la publicidad es muy importante. Un anuncio de media plana cuesta mil quinientos pesos, la contraportada seis mil pesos y trescientos cincuenta pesos un octavo que es la publicación más pequeña. En alguna ocasión, el Director de Laguna ha tocado puertas para vender los periódicos que se están quedando.
Para los muchachos vendedores de periódicos, los lectores tienen rostro, hay veinte suscriptores, además de los hombres y mujeres adultos mayores que son sus fieles compradores.
Los voceros, representan el último eslabón de una cadena de esfuerzos para llevar la noticia impresa a los lectores de papel, así llegan las letras, a fuerza de los pasos andados por las calles, de manos de los jovencitos que mientras llevan los periódicos no trabajan, sino que caminan la vida.
Ajijic. 10 de julio de 2021
Los tamales son toda una tradición.
Martín Reyes cavó la tierra un día previo, para lograr el hueco que albergara los tamales en la última noche del año. Desde pequeño, veía cómo los pobladores se reunían alrededor del gran horno en pleno suelo, para sepultar los tamales y dejarlos dormir toda la noche al calor de las piedras ardientes. Por eso se llaman tamales de piedra.
Estamos en el último día del año del 2020. Allá, al fondo de su terreno, trabajó ayer durante seis horas removiendo la tierra hasta lograr un hoyo de metro y medio de profundidad y lo mismo de diámetro. De una redondez perfecta, con sus lisas paredes marcadas por la barra, mientras la tierra húmeda descansa al lado en forma de montaña.
La mujer de Martín ha convertido este solar en un enorme jardín; a la entrada, hay unas macetas con flores de colores y en medio una gran enramada de jazmines con una enredadera de campanillas de un morado encendido, que invitan a colocarse debajo.
En un extremo hay una maceta rebosante de malvas de un rojo profundo como la granada, unos lirios de los que se ven en cuaresma, rayados con rojo y blanco, se asoman en el centro. La guía de un chayote se sostiene de un cerco de alambre y cuelgan de sus ramas los frutos de verde brillante. Un vástago que ya presume sus pencas colmadas de plátanos está colocado al lado del pozo recién cavado.
A las tres de la tarde se enciende el fuego, Martín coloca un montón de pasto seco en el fondo, recuerda que antes era un zacate especial, le llamaban zacate de casa, porque era el que se colocaba en los techos de las casas y lo iban a buscar a “El llano”; ahora usan el que crece ahí en el terreno y de un cerillazo comienza la llamarada que será alimentada por leña durante unas cuatro horas; para ello fueron necesarios dos viajes de leña en una camioneta, también es necesaria la solidaridad comunitaria: a veces hay muchos ayudantes, a veces pocos, a veces nadie; una mujer le ofreció llevar unos refrescos para los colaboradores, pero esta ocasión Martín cavó solo. Después vino la ayuda: Jesús Alonso trajo leña. El costo de una camionada de leña es de trescientos pesos, cuando es un pozo más grande se lleva hasta tres cargas, pero aquí es la suma de voluntades sin cobro, sin otra paga que la de compartir la conversación alrededor del fuego y el fruto de todo el trabajo; Javier, Ramón y otros hombres se unieron a la tarea.
Así, el pequeño hoyo comienza a arder devorando insaciablemente con su enorme boca los gruesos troncos que una vez fueron árboles, hasta convertirlos en brazas ardientes. Las paredes de la hoguera lucen negras, como si tuvieran años a la intemperie.
Cerca de las siete de la tarde los hombres comienzan a acercar viajes de piedras con una carretilla: las rocas han sido cuidadosamente seleccionadas, son casi del mismo tamaño y porosas, porque si son lisas se resquebrajan y revientan.
Así, en ese proceso de espera y observación comienza a llegar más gente: Juan lleva una extensión para conectar unos focos una vez que se haga de noche, mientras en los hogares de las mujeres que han sido invitadas por el encargado del horno y los ayudantes, preparan la masa de maíz colorado, a la que solo le agregan sal y frijoles oscuros, cocidos enteros, amasada con el caldo de los mismos frijoles para finalmente vestirlos con la hoja de maíz.
Cerca de las ocho llegan las primeras mujeres, algunas acompañadas por niños, traen cubetas, ollas y cazuelas llenas de las ensartas de tamales. Se instalan bajo la enramada de las flores moradas y ríen. Llegan más mujeres conversando, son unas treinta. Una pequeña, acompañada de su madre, carga un muñeco envuelto en una cobija de rayas y observa con atención.
Al final nos hemos congregado cerca de cincuenta personas, la mayoría mujeres acompañadas de sus niños.
La turba humana se aproxima al pozo, una mujer grita:
—Las calabazas van primero, pero con eso de que ya los hombres no siembran, no hay.
Pasan de las ocho de la noche, el frío aprieta y entumece las manos, las rocas porosas colocadas hace cinco horas aparecen como brasas ardientes, una encima de la otra, en medio de la oscuridad. La luna nos observa rojiza, redonda, en medio del cielo azul marino. Allá afuera se escucha el ladrido de los perros, la música de una camioneta que pasa dejando la polvareda y truenos de los fuegos artificiales que los muchachos compran en las tienditas.
Las mujeres esperan, observan. Nadie quiere colocar sus tamales primero, solo cuando aparecen unas calabazas redondas con sus cuellos alargados. Los hombres cubren con hojas de vástagos la extensión del pozo, colocan una malla de metal y sobre ella las calabazas. En seguida, las mujeres se animan y comienzan a dejar caer las ristras de tamales, una sobre otra, de manera atropellada, buscando el mejor sitio. Los niños observan cada movimiento, las sartas tienen señales: un destapador, una abollada ollita de aluminio —cualquier cosa sirve de distintivo— un jarrito de barro, una taza, un exprimidor, un alambre, algo que permita identificar al día siguiente lo que es de su propiedad.
Se ha formado una montaña de tamales que pasarán la noche uno sobre el otro sepultados sobre las piedras ardientes. Los cubren con una enorme lona y comienzan a taparlos con la tierra. Colocan chiles en el horno y una cruz con dos ramas secas de árbol. Las mujeres comienzan a retirarse, en fila, una detrás de otra, con sus baldes vacíos.
Martín es el guardián y en medio de la noche dio unas vueltas para vigilar el horno.
Faltan unos minutos para las ocho de la mañana del primer día de 2021, ya empiezan a llegar las mujeres en-rebozadas, envueltas con abrigos y con baldes en el brazo. La puerta está cerrada, comienzan a congregarse afuera y conversan, tiritan de frío, pero se escuchan sus carcajadas. Adentro Martín ya está platicando con dos hombres al pie del horno con las palas en las manos. La montaña de tierra se siente tibia y despide humo.
Minutos después abren la puerta y entran las mujeres y los niños como en procesión, con algarabía, para recoger el fruto de todo el trabajo del día anterior y toda una noche de espera. Se colocan alrededor de la montaña y los hombres comienzan a retirar la tierra. Las miradas ansiosas se encuentran, se topan con las palas hundiéndose en la tierra, buscan el mejor lugar, se apoyan en una pierna, en otra, se colocan como soldados en posición a discreción.
Finalmente aparecen los tamales sudados, los hombres comienzan a tomar las ensartas como enormes rosarios que cuelgan de sus manos y cada una reconoce su señal, pues todos son muy parecidos, bien ceñidos con una cintura marcada por el mecate y unidos de los extremos. Colocan sus tinas y dejan caer las tiras humeantes.
Algunos le comparten al casero, una mujer extiende la mano y le ofrece a otra:
—Para que pruebes los míos.
Otra desprende un tamal, le quita la hoja y da su primer bocado del año a la tibia bola de masa salpicada de los granos oscuros.
Mientras eso sucede, el pozo se queda vacío, con las piedras en las entrañas aún calientes. Se vuelve a cubrir solo con unas ramas, porque muchas veces lo vuelven a encender el seis de enero y para esos días aún conserva el calor. A veces queda medianamente cubierto y se vuelve a descubrir al año siguiente y en ocasiones se cubre por completo y se vuelve a cavar en otro sitio.
Quién sabe cuándo comenzó esta costumbre de enterrar los tamales entre las piedras, dicen que este alimento antiguamente se lo llevaban los hombres cuando iban a trabajar al cerro y podía conservarse en perfecto estado durante toda la temporada. Lo cierto es que quienes se congregan en la “horneada” se cubren del aroma de la leña quemada que se les queda en la ropa, en el cabello, en la piel y hasta en el paladar, cuando dan el primer mordisco a esa bola rosada de masa que llena la boca de humo hasta hacerla entumecer.
Rescate de la perrita negra, la cual vecinos denunciaron que siempre estaba atada, al punto de estar casi suspendida por lo rígido de la cadena.
Sofía Medeles (Ajijic, Jal.).- Todo comenzó con un reporte. El jueves anterior, un poblador se comunicó con la dirección de Ecología municipal para informar acerca de que un vecino -con problemas de adicciones- tenía en situación de maltrato y abuso a dos perritas dentro de su domicilio. Al pasar el reporte a la encargada de la Jefatura de Protección Animal, Ana Luisa Maldonado, inmediatamente puso manos a la obra con el operativo para rescatarlas.
La acción comenzaría el viernes, después del medio día. Todo parecía quedar en un intento frustrado, ya que la dirección aparentemente no existía, sin embargo, tras una búsqueda más a fondo, número por número y puerta por puerta, al fin se encontró.
Tras una espera para que elementos de seguridad llegaran a asistir a Ana y a sus acompañantes -para no ponerse en peligro a ellas, ni a los cánidos- por fin se llegó el momento. Al bajar del auto donde transportarían a los perros, fue acompañada a la puerta donde ocurriría el rescate.
Hacia el interior de la casa, por la ventanilla, se podía ver un pasillo en condiciones cuestionables, con escombros, basura y rayones en las paredes. Un desconcertado habitante de esa casa saldría a la llamada del policía, quien le ordenó vestirse debido a que salió de forma inapropiada. Pasaron al menos 15 minutos, hasta que el denunciado salió ante la insistencia del oficial.
Al salir, se procedió a entrar a su casa para ver a las dos canes que mantenía dentro. Primero salió una perra café muy nerviosa, con una notable desnutrición y plastas de mezcla en el pelaje. El acusado estaba dando largas para no entregar al otro animal, hasta que el policía lo escoltó a desamarrarla, ya que las personas que vivían alrededor destacaban que estaba casi colgada de lo rígido que la tenían anudada a un árbol.
La perra negra, salió con una rústica cadena oxidada, muy nerviosa. La cadena no podía ser retirada de su cuello, ya que estaba atada con un alambre. Ambas fueron ingresadas a las cajas transportadoras y colocadas en la parte trasera de la camioneta.
Se dialogó con el propietario de los animales, quien se veía intimidado por la presencia de policías y vecinos que se encontraban espectando el suceso –ya que atestiguan, es un hombre violento, con problemas de adicción y antecedentes de ello-. Fue cuando confesó que dos perros grandes que estaban fuera de su casa también eran de él. Ambos estaban plagados de parásitos como garrapatas, no obstante, más nutrido ya que los vecinos les proporcionaban comida.
Al estar listos los perros, los oficiales y Ana Luisa -junto a sus acompañantes-, se retiraron del sitio, con un profundo agradecimiento a los oficiales Salvador Murillo Ruiz y Ernesto Claro, quienes se dijeron contentos de participar en los rescates, ya que es un bien para la sociedad y las mascotas.
Finalmente, se llevaron a los cuatro perros a una veterinaria en Ajijic, donde les harían la esterilización, vacunación y una evaluación médica completa para determinar qué tan afectados estaban, tanto fuera como por dentro. En una rápida observación, uno de los veterinarios comentó que era muy alta la probabilidad de que las perritas hubieran sufrido violación, por como reaccionaban al contacto humano.
Ana Luisa, aseguró que se les haría un espacio en el refugio, ya que sus casos son de gravedad, asimismo, recordó algunas otras ocasiones donde se rescataron perros en situaciones igual de críticas: “Mientras a los rescatistas nos dejen hacer el trabajo y nos apoyen con él, nos quedamos satisfechos por salvar a estos pequeños de los infiernos donde los tienen”, finalizó.
© 2016. Todos los derechos reservados. Semanario de la Ribera de Chapala