Moldes de barro para las nuevas campanas de la parroquia del Señor del Monte. Foto: Armando Esquivel.
Armando Esquivel.- Mediante una técnica artesanal típica de Zacualtipán, estado de Hidalgo, tres campanas de la parroquia del Señor del Monte en Jocotepec se encuentran en renovación, fundiendo el metal en la zona del atrio, para que con el mismo material de las viejas, poder obtener campanas nuevas.
En total son tres campanas, una grande y dos más pequeñas de las llamadas esquivas, las que fueron bajadas desde la torre del campanario ante su deterioro. La última intervención en campanas de la parroquia se realizó hace algunos años, aunque no se cuenta con un registro de lo realizado.
“Parece ser que fue como en el 2007 que se bajaron y que se repararon algunas cuáles, no los sé, eso me lo platico un padre que es de aquí”, dijo en entrevista el Señor Cura, Jesús Quiroz Romo, quien confesó que no cuenta con datos de las campanas intervenidas, sólo que una de ellas tenía marcada una fecha de los años 70s, pero que la actual reparación quedará grabada en el libro de crónicas del religioso, para que quede un registro de la intervención.
Los trabajos fueron realizados a la vista de todos, luego de que los cuatro artesanos campaneros excavaron un pozo e instalaron un horno de ladrillos. El costo para la reparación de las tres piezas fue de 275 mil pesos, aunque al Señor Cura le ofrecían un menor precio pero a cambio el trabajo se realizaría en el estado de Hidalgo, teniendo que llevarse las campanas, algo que Quiroz dijo haber rechazado.
“El señor, el campanero, si le llamamos así, me decía que si se las llevaba me salía un poco más barata, le dije no, quiero que la parroquia vea que son sus mismas campanas porque alguien me platicaba «es que una vez se llevaron una y que ya no apareció y que no sé qué» y a lo mejor fue lo que sucedió, alguna reparación y luego como son nuevas suenan un poquito diferente, entonces dije, yo quiero que la gente vea”.
Aunque las campanas no corrían el riesgo de caerse, si podían abrirse ante las grietas encontradas en los costados.
Los trabajos iniciaron el 12 de septiembre y se espera concluyan antes de finalizar dicho mes; los cuatro trabajadores son originarios de la comunidad de Tizapán, perteneciente al municipio de Zacualtipán en el Estado de Hidalgo, cercano a la capital Pachuca, siendo la tercera generación familiar en dedicarse a este peculiar trabajo.
“Es un trabajo que pocas veces tienen la dicha de verlo porque pues unas campanas normalmente tienen una duración de unos 50 años, es algo que no se ve durante mucho tiempo en una comunidad como esta, y pues las campanas te duran dependiendo el uso, dependiendo la forma en que las toquen, estas campanas ya estaban agrietadas, ya son campanas que tienen algunos años”, dijo en entrevista el encargado de la restauración, Fernando Guzmán Grez.
Los trabajadores instalaron un pozo en el atrio, ahí realizaron los moldes hechos con barro y otros materiales orgánicos, como cebo de res, ceniza, carbón, lodo, arena y leña. “Desde hace tiempo las campanas se siguen trabajando igual, no se ha cambiado nada, no hay nada de maquinaría para hacer una campana o para pulir el metal”, dijo el artesano campanero.
Ya con los moldes hechos, las viejas campanas son calentadas para luego ser golpeadas hasta desbaratar el metal; con el horno encendido y con la ayuda de un soplete y diesel, bastan cinco horas para alcanzar la temperatura necesaria y convertir el metal de sólido a líquido, parte que Fernando considera como su favorita.
“Lo más bonito de la fundición, el trabajo que se realiza en este procedimiento es cuando el metal se derrite en el horno y se llenan los moldes, es como si fuera lava, va corriendo hasta llenarse, estos moldes son como un molde de gelatina” dijo el entrevistado.
Cuando el metal está fundido, se manda por un canal hasta el molde para su llenado, algo que tarda entre tres y cinco minutos. Este proceso tiene que realizarse con seriedad y profesionalismo, ya que la temperatura del material líquido se calienta a una temperatura 1,200 grados Celsius.
“Es peligroso, sí hay que tener mucho cuidado porque si cae el metal en un pie, una mano es como un balazo, hasta donde se enfríe hasta ahí queda el pedazo de metal, hay que tener mucho cuidado, es la parte más bonita pero la más riesgosa” dijo Fernando Guzmán Grez.
El artesano dijo quedar complacido cuando escucha el sonar de su trabajo. “La satisfacción de lo último, cuando escuchas el sonido de la campana, esa es la mayor satisfacción, el realizar una campana, al final, ver que la campana sonó muy bien y que tiene buena figura”.
Fernando confesó que en Jocotepec les sucedió un hecho extraordinario, mismo que los retrasó por un día. “Nos agarró el agua y se inundó, el molde se tapó de agua, llovió muy fuerte y pues pocas veces nos pasa eso”.
Zacualtipán, en el Estado de Hidalgo, es conocido por este tipo de trabajos, tanto que al poblado también lo reconocen por “Zacualtipán de las Campanas”. Los artesanos han restaurado campanas en diversos lugares del país, mientras que han enviado campanas a Estados Unidos, Canadá, Colombia, entre otros países.
Pedro Enrique Ezquivel Mendo, sacristán de la parte exterior de la parroquia, tiene entre sus funciones el tocar las campanas para llamar a misa, él dijo que desde hace dos años que entró en funciones, las campanas ya se encontraban en mal estado, y ahora, piden el apoyo de los fieles para costear los gastos del trabajo artesanal.
“Estamos su servidor y otro compañero que es monaguillo, salimos a las calles a botear casa por casa a pedir apoyo para las campanas ya que el recurso es de 275 mil pesos, llevamos aproximadamente 60 a 70 mil pesos,es lo recaudado por lo pronto ahorita”, dijo el sacristán de la parroquia, añadiendo que las personas que quieran colaborar para costear la renovación de las campanas, pueden pasar a la notaría de la parroquia para hacer su aportación.
En tanto, tres fieles entrevistados en la zona del atrio concordaron en la necesidad de la reparación, y aunque de ellas ninguna ha dado una aportación directa, coinciden en haber aportado mediante los boteos casa por casa.
“Por eso nos damos cuenta en su sonido cuando se trata de algún difunto, de alguna misa normal o de alguna réplica que hay para fiestas patronales y como dicen y comentan que ya estaban estrelladas y con grietas yo me imagino que es bueno que las elaboren nuevamente”, dijo la señora entrevistada.
“Es un gusto del pueblo porque la gente también está cooperando para que se restablezcan porque desde que se pusieron nunca se han cambiado y va a ser una novedad que se estén haciendo estas cosas”, declaró la entrevistada.
“Yo digo que en ese caso es algo indispensable porque sino pues cómo se da uno cuenta de algunas cosas que suceden aquí en el mismo pueblo, porque las campanas son lo que era el aviso”, fue la opinión de una de las fieles que pasaba por el lugar.
Con esto, la parroquia estará estrenando y Jocotepec tendrá un nuevo sonido con las campanas restauradas de manera artesanal.
Don Pedro Mendoza Navarro es un maestro del tejido en lana.
Por Maria del Refugio Reynozo Medina.- Allá, cuadras arriba de la plaza; cerca de las faldas del Cerro de los Agraciados en Jocotepec, está el barrio de los obrajeros, las familias que han dedicado la vida a tejer hilos de lana y hacer con ellos gabanes, sarapes, morrales, cobijas y tapetes.
La finca con el número 59 de la calle de Hidalgo, alberga el telar de Don Pedro Mendoza Navarro. La entrada de la casa ha quedado convertida en una tienda donde se exponen algunos sarapes, rebozos, pulseras y piezas de otros artesanos de Tonalá. Me recibe con una sonrisa y con la noticia de que justo hoy, abrió la tienda por iniciativa de su hija, la maestra Lucia. Viste una camisa luminosa, estampada de hojas azules y café y una sobria expresión, el pelo se nota suave y plateado, tiene ligeras líneas del tiempo sobre su rostro y unos ojos que miran profundo. Lleva colgada al cuello una cruz de madera sujetada por un cordón.
En la entrada, también está el altar cuya figura principal es la escultura de una virgen de Guadalupe color crema, flanqueada por otra figura de San Judas Tadeo y San Martin Caballero.
Llegar a la casa de Don Pedro, es entrar en un museo vivo, treinta y dos metros de historia desde el ingreso con la pared de piedras lajas barnizadas. Después del primer pasillo, hay un patio con macetas floridas techado por el verde follaje de una magnolia; las escaleras llevan a una habitación, ahí guarda una de sus joyas más preciadas, un nicho de madera que encierra una pequeña escultura del Sagrado Corazón. Hay también una figura de la Virgen de Fátima, de la Sagrada Familia y un crucifijo ataviado con al menos cinco rosarios al cuello.
En los pasillos cuelgan fotografías, en uno de los muros, también un documento en un cuadro expedido por la Comisión Estatal de Agua y Saneamiento (CEAS) fechado en 2002, es su nombramiento como Técnico en Tratamiento de Aguas Residuales. Están ahí, al lado de su retrato de bodas, una fotografía de sus suegros y de Calixto un hermano de su suegro que anduvo en la guerra cristera.
Sobre una mesa descansa la figura de un niño dios con su ceja poblada y las pestañas de negro espesor; sonríe con la cara brillante sobre una canasta envuelto en una cobija de gancho. Don Pedro tiene entre sus posesiones preciadas un libro; “Tejedores de corazón, arte textil de Jocotepec en Jalisco” de Adriana Paulina Jiménez Ruiz, editado por la Universidad de Guadalajara en el 2015.
En esta casa abundan las imágenes religiosas, están sembradas en cada paso que damos, hay un cuadro del Sagrado Corazón de Jesús a quien guarda un fervor especial, aunque “el de arriba” dice, es el principal.
En su habitación hay dos camas que no usa porque le gusta dormir sobre una colchoneta en el piso llevando como manta una cobija que tejió con la imagen de la virgen de Guadalupe.
Mientras recorremos los pasillos, Don Pedro me sigue contando y aparece en su memoria su compañera de vida, Mercedes Camarena Olmedo y la cara se le ilumina.
-En veinte años, no tuvimos una pelea-
Recuerda una tarde que se fue al fútbol, su esposa tomó el telar; así sin una clase previa y se puso a tejer dos tapetes decorados con unos patos. Luego un norteamericano vino a buscar tapetes, Don Pedro le mostró sus mejores piezas y su mujer le dijo –También tenemos estos- (los tapetes con los patos). Ese fue el día que su esposa le quitó los clientes y también cuando se convirtió en su gran colaboradora.
Don Pedro no solo lleva setenta años tejiendo, ha tenido otros trabajos, dio clases de Educación Física durante 17 años en el Colegio Jocotepec sin cobrar, con la única satisfacción de trabajar con los muchachos, el Presidente Municipal José Miguel Gómez López fue su alumno.
También trabajó en la planta tratadora de aguas residuales en Jocotepec, había sido diagnosticado con cáncer, así enfermo tomó el trabajo. Una ocasión cayó de una barda de metro y medio, ahí estuvo inconsciente no supo por cuánto tiempo hasta que unos perros callejeros que tenía de compañía lo despertaron y se incorporó para seguir laborando, después se dio cuenta que se había roto tres costillas y tenía un daño severo en la columna. Ese día lloró, incluso se quiso suicidar porque los médicos le dijeron que era muy posible que se quedara en cama o en una silla de ruedas. Gracias a la rehabilitación que le dieron sus hijas y gracias a dios, dice él, salió adelante. Ahí comprendió que la clave de todo es no darse por vencido.
-Yo voy a durar 130 años- dice risueño mientras recarga su brazo en el tallo de un mandarino y seguimos platicando en el patio de la magnolia.
A sus 75 años tiene la energía para subir a la pirámide del sol, despierta temprano, ayuda en las actividades de la casa, no pasa un día sin tejer. Los domingos se va al malecón a vender en su puesto de artesanías y está comenzando el proyecto de la Escuela de Telar en apoyo a la Dirección de turismo del Ayuntamiento, en un acto de generosidad impartirá las clases gratuitas junto con el material; por el solo gusto de compartir lo que sabe.
Le ha confeccionado tres cendales al Señor del Huaje, de los que solamente cobró el material.
-Para el patrón mi trabajo no tiene precio-
Cada que va a comenzar una pieza, se encomienda a dios. Y entonces las imágenes aparecen.
-Las tengo aquí- me dice señalando con el dedo índice la sien.
Al final de la casa junto a los árboles de arrayanes y aguacates que él mismo sembró está el taller, también hay una jaula con palomas que a veces le regalan su canto. Tiene tres telares, en uno realiza una pieza para su hija, es la imagen de un indio con un penacho multicolor que sostiene una ofrenda en las manos. Esa y dos piezas más que cuelgan en la entrada del taller son las más valiosas para él y están dedicadas a sus hijas para que las conservan de recuerdo.
Sube al telar y comienza a contar hilos. Mientras conversamos toma una pausa y se recarga en la estructura de madera, respira y me mira a los ojos muy profundo.
-¿Quiere que le diga una cosa?, ya estoy cansado-
Le pide a Dios nunca llegar a quedar postrado en una cama porque su vida es trabajar, ha amado todos los trabajos que ha tenido.
Cuando se trabaja, dice. –Hay que hacerlo pensando en lo que estamos entregando, no en lo que se va a recibir-
Desde muy pequeño ayudó a su padre en el oficio de tejer. Las primeras piezas que se hicieron fueron las cobijas negras y capotes para los campesinos.
Cuando tenía ocho años, ya hacía sus propios gabanes, esa fue su escuela; recibir la lana proveniente de Tlaxcala o de Tapalpa, sentirla con las manos, cardarla; hilar y montar en los telares para contar los hilos indefinidamente.
-Estos me han acompañado siempre- y señala las Cardas, dos piezas de madera en forma de rectángulo, las toma del mango y las separa, en su interior tienen puntas de alambre para cardar la lana. Sigue platicando mientras frota un trozo como de nube hasta formar rollos uniformes que va colocando en el borde de un bote.
Luego, los acomoda en el torno que es una rueda de bicicleta, sostenida por una base rústica de madera. En una punta de metal va colocando el material mientras da vuelta a la manivela que hace girar la llanta y da la forma al hilo.
La rueda sigue girando mientras don Pedro observa el delgado hilo que se desliza por la punta plateada.
Antes, la tarea de hilar era de las, mientras él cardaba la lana. Para cardar un kilo tardaban un día completo.
Sobre una enorme bola de lana hilada, descansan un montón de lanzaderas, unas cajitas de madera como sarcófagos de forma rectangular puntiagudas en los extremos, en cuyo interior se guarda el ovillo de lana hilada. En uno de sus lados, tiene una perforación por donde sale el extremo del hilo.
-A estos les falta vida- Me dice.
Las lanzaderas están nuevas con la madera blanquísima, mientras que la que está usando es oscura, brillante por el uso, por el constante ir y venir entre sus manos.
Me sigue contando mientras ordena los hilos y la lanza de un extremo a otro. Acciona el peine y recorre los hilos apretados, muy juntitos, en un abrazo de colores.
Por ahí anda la Michi, una gata blanca esponjada que parece de lana con un lunar negro en la frente que le cubre hasta las orejas y la cola también. Trepa sobre los telares y los recorre mirando, bosteza, se estira y se vuelve escondidiza ante mis ojos. Las palomas y la gata de suave pelaje junto con un pequeño radio rojo que cuelga de un poste de madera componen la compañía para tejer las tardes.
Don Pedro además de la lana en los tonos naturales que son grises, negro, blanco y café, utiliza estambres de vivos colores que organiza en pequeñas madejas enredadas en un popote de plástico. Recuerda que antes la gente teñía la lana con tonos rojos, tintos, rosa y negro de manera natural.
Cada pieza de este generoso artista, está compuesta no solo de madejas de lana entrelazadas sino de la bendición de dios.
El hombre que le ha realizado cendales al Señor del Huaje y cuyas piezas han dado la vuelta al mundo, que ha sido entrevistado por Televisa, Tv Azteca, Canal 44, por la radio y la prensa escrita y que ha sido motivo de un libro, recibe al desconocido con la sencillez y generosidad del tamaño de su trayectoria.
-Quien viene aquí se va con algo- Me dice.
Y yo lo que me llevo es el corazón lleno de su generosidad, de la sencillez que lo caracteriza, como si no fuera el personaje que lleva setenta años convirtiendo la lana en verdaderos mosaicos coloridos que llevan hasta la bendición de dios.
Jocotepec, Jalisco 2 de agosto 2021
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