El muro frontal de la vivienda de los hermanos Romero Pérez está ilustrado por sayacos ataviados con sus máscaras, imágenes realizadas por Aarón, uno de los hermanos.
María del Refugio Reynozo Medina
La primera máscara de sayaco que hizo José de Jesús Romero Pérez, fue de un ermitaño hace 15 años; aún la conserva, es de un rostro afilado y está hecha de copal, madera que él mismo trae del cerro. Las oquedades de los ojos y la boca que está ligeramente entreabierta están carcomidas. De un café oscuro, el rostro inmóvil lleva cejas, barba y bigote color paja, de una fibra obtenida de los costales donde viene el café.
Hacer una máscara puede llevarle a José de Jesús unas dos semanas y media, trabajando en las tardes luego de su jornada habitual. Aunque no las realiza con la finalidad de comercializar; las máscaras que son únicas y llevan estampada su firma, pueden venderse hasta en tres mil pesos. Algunas de ellas son coloridas, son las que caracterizan a una mujer, con pestañas de relieve o pintadas y los párpados salpicados de diamantina. Luego de tallarlas con un formón, utiliza pintura vinílica para delinear las cejas, los ojos y los labios que son de un rojo profundo y en los pómulos unas chapitas encendidas.
Las de los sayacos que caracterizan a los hombres son de madera natural, a veces clara o morena con largas barbas, pobladas cejas y bigote hechos de crin de caballo.
Las máscaras creadas por este hombre se van trazando en el instante; las imágenes fluyen, mientras cincela cada rasgo. Detrás de cada trozo de madera que selecciona, hay un rostro que va a surgir inesperadamente. Romero Pérez conoce perfectamente el tipo de madera necesario para diseñar cada rostro. Además del copal, utiliza la tecomaca que es una madera blanda y ligera.
Ha vendido ocho máscaras, los compradores no se las llevan precisamente para utilizarlas en los desfiles sino también como objetos de colección por ser piezas únicas, inspiradas en los sayacos.
Abel, José de Jesús, Gaspar, José, Aarón y Modesto, son los hermanos Romero Pérez que cada año se transforman en sayacos para inaugurar el carnaval principalmente. Aunque hay otras celebraciones a lo largo del año en las que están presentes.
Afuera de su domicilio hay una pintura mural inconclusa trazada por Aarón. La imagen muestra una sayaca bailando envuelta en un vestido amarillo con bordes de listones de colores y botines color café, acompañada de dos sayacos; uno al igual que ella en una postura dancística con un saco café, pantalón de mezclilla y botines. El otro tiene una vestimenta negra con tarugos blancos como botonadura. Todos tienen caras largas, aunque su aparición en los desfiles arranca sonrisas y carcajadas.
El sayaco es un personaje muy antiguo en la vida del pueblo de Ajijic, dice Abel. Antes les llamaban sayacal. Ahora son las sayacas y los sayacos. Es ese personaje burlón que aparece en el carnaval principalmente. Avientan confeti, a veces harina, o con delicadeza la embarran en los cachetes. Una de las principales danzas de los sayacos es el baile del “papaqui” entonado por la música de viento. A veces los invitan a algunas bodas o fiestas de XV años para realizar sus bailes.
Abel recuerda que desde niño observó a los sayacos en las fiestas cotidianas, él y sus hermanos cuando chicos, los seguían y los burlaban entre risas de felicidad y carreras por las calles empedradas.
Aunque el desfile de carnaval está abierto a toda la población y aparece una diversidad de personajes caracterizados; el atuendo tradicional son las máscaras de madera principalmente, o papel maché; así como los sacos, camisas con tarugos, botines, sombreros y llamativos vestidos estampados para quienes se caracterizan de mujer.
Ser sayaco es un orgullo porque es un personaje muy antiguo, y porque aparece para hacer reír a las personas, es burlón y simpático. Los sayacos son principalmente hombres y hay quienes ya están asignados para caracterizarse de mujer, pues para una mujer de verdad es un poco complicado porque en el ambiente de la trifulca puede haber arrempujones y apretones. Así que detrás de cada máscara de recios hombres o pintorescas mujeres chapeteadas están los hermanos Romero Pérez, que aparecen en los desfiles y procesiones para que no muera la legendaria figura de los sayacos y porque dice Abel: “detrás de las máscaras de madera está el niño que llevamos dentro”.
Guadalupe Arias Ibarra es abogado y cronista. Ha escrito tres libros sobre la historia, sucesos y leyendas de Jocotepec. Foto: María del Refugio Reynozo Medina.
Por: María del Refugio Reynozo Medina.
El gusto por escuchar y rescatar las historias locales lo adquirió de su madre que le contaba muchos relatos, que a su vez recuperó de la memoria local.
Guadalupe Arias Ibarra es abogado de profesión, egresado de la Universidad de Guadalajara y contador de historias por vocación; desde joven, comenzó a atesorar en la memoria las historias y paisajes del Jocotepec antiguo, así como los personajes que lo habitaron.
Como cronista municipal (1988), uno de los datos que tiene muy presente es sobre el origen de los dos Cristos de Jocotepec, el Señor del Monte y el Señor del Huaje, cuya existencia se remonta a la mujer de Mateo Lucas, quien veía una luz en el monte, justo donde se encontraba el árbol de cuyo tronco surgieron las imágenes. Esa historia está documentada en el libro: Los dos Cristos de Jocotepec. Origen y evolución de su culto y de sus fiestas. De Francisco Javier Velázquez Fernández y Cristina Alvizo Carranza.
Otra de las circunstancias que lo impulsaron a ir por el camino de la crónica, fue un episodio que atestiguó frente a la pantalla del televisor, cuando por el año de 1974 invitaron al Canal 4 al presidente municipal para que llevara a un cronista que pudiera hablar sobre datos históricos de Jocotepec. Recuerda que la persona que invitaron se limitó a decir lastimosamente acerca de los datos de la fundación.
“Hace mucho tiempo”, el desconocimiento era más que evidente y Guadalupe Arias se propuso ser un conocedor de las memorias y la historia de su pueblo.
En sus primeras indagatorias se dio cuenta que los archivos más completos son los que se encuentran en la parroquia, al ser los menos vandalizados durante los episodios de las guerrillas y rebeliones.
Cuando piensa en los peldaños necesarios para ir por la senda de la crónica; el primero es necesariamente el interés por el rescate de la historia y el amor por el terruño, luego, una aguda observación de la realidad; tomar buenas notas de los hallazgos, para ahondar en el desarrollo del tema y volver a revisar los textos.
El licenciado Guadalupe Arias es autor de: Jocotepec, historia de un pueblo (1988); Jocotepec. Sucesos, leyendas y algo más (2019); 490 Aniversario de la fundación de Jocotepec 1529-2019 (2019); Semblanza de la Escuela Preparatoria Regional de Jocotepec (2013).
Él, fue uno de los docentes fundadores de la Escuela Preparatoria de Jocotepec; durante la administración de la alcaldesa María Guadalupe Urzúa Flores, fue invitado a formar parte del personal docente, ahí ha impartido clases de filosofía, historia y en las áreas sociales y políticas.
Lleva grabados los días de estancia en su misión de enseñar a los bachilleres:
-Llevo 29 años, tres meses, diez días-, dice esbozando una apacible sonrisa.
Otra de sus pasiones es la cacería, que le ha permitido explorar zonas como Zacatecas, Coahuila y Durango. Además el fútbol, que practica desde los diez años. Pertenece a la liga de Súper veteranos de Jocotepec.
Para el abogado Arias, es fundamental como ciudadanos conocer la cultura y las costumbres que dan identidad. “La mejor manera de rescatar la memoria y la historia oral es atrapándola entre las letras”.
Jesús Pérez Núñez es uno de los miembros de la guardia de honor del Señor del Monte y es nieto de Cándido Pérez, personaje que aparece en la pintura de El Juramento de la sacristía de la parroquia de Jocotepec.
Por: María del Refugio Reynozo Medina
-¡Lo cuidan como si fuera suyo!
Así se expresan algunos feligreses de los miembros de la guardia de honor del Señor del Monte en Jocotepec.
La guardia de honor está conformada por unos 150 varones descendientes de los personajes que firmaron el juramento al Señor del Monte en el año de 1918.
En la guardia de honor hay ocho encabezados:
Jesús Pérez, Francisco Gómez, Armando Garavito, Gilberto García, Octavio Ibarra, Marcos Cortez, Alejandro Pérez y Víctor Olmedo. Cada una de las familias tiene una misión especial.
A los Pérez, les toca cambiarle la corona; a veces pareciera que el patrono se resiste a cierta corona y están a la expectativa “a ver cuál quiere”. Cuando Jesús Pérez era niño, recuerda que la corona del Cristo, la guardaba su padre Mateo Pérez en casa. Creció mirándola, ahí resguardada en un nicho de madera con un candado especial. Su hijo, Alejandro en una ocasión cuando le cambiaba la corona, comenzó a transpirar abrumadoramente, las piernas le temblaban en medio de una sensación indescriptible.
Armando Garavito es el encargado de la custodia de los cendales, cada año le regalan al Patrono hasta tres en su fiesta.
La familia de los Gómez participa en el recorrido caminando de espaldas a la procesión y de frente a la imagen.
Originalmente, durante la ceremonia de preparación para la procesión en su día; el Señor del Monte estaba acompañado exclusivamente de varones. Fue en el tiempo de Mateo Pérez, el padre de Jesús, que comenzaron a involucrar a las mujeres en ciertas actividades, como Amanda Cuevas Pérez que se encarga de cuidar las pelucas que lleva bajo la corona. Son de pelo natural donado por jovencitas; las lleva al salón de belleza para su conservación y cuidado especial.
La tarea de los miembros de la guardia de honor no sólo es la preparación para llevarlo en la procesión, sino la vigilancia durante los tres días posteriores a su fiesta, en los que permanecen debajo del altar para que los fieles puedan acercarse.
En tiempos de pandemia no ha podido ser el ritual que consiste en hacer una fila entre cientos de fieles para lograr acercarse, una vez de frente a la imagen reciben un trozo de algodón que pasan por el cuerpo del crucificado y lo guardan celosamente como protección hasta la vuelta de año.
Jesús Pérez Núñez, uno de los guardianes
Jesús Pérez, originario de Jocotepec, es nieto de Cándido Pérez, firmante de aquel juramento histórico. Don Jesús conserva una fotografía de 1907 donde aparece el abuelo rodeado de sus hijos principalmente. Lleva un traje charro de gala con botonadura de oro; él poseía yuntas de bueyes para arar la tierra y también un chinchorro para pescar. Esa fotografía en blanco y negro es un valioso recuerdo para Jesús; así como las memorias de la infancia y juventud en Jocotepec que siempre por alguna razón están estrechamente ligadas a la imagen del Señor del Monte.
El milagro más grande que recuerda es cuando tenía unos ocho o nueve años; estaba el señor Cura Ambrosio González. Ese sacerdote abrió el curato para los niños, les puso juegos de ping pong, dominó, tableros; y promovió el fútbol para los muchachos.
El señor cura mandó a hacer un pozo artesiano en el curato pensando en la necesidad de agua que tenía la población. Mientras trabajaba la máquina, el padre veía que no aparecía el agua y el dinero para pagar se iba terminando. Estaba a punto de gastar los últimos recursos, cuando tomó un trozo de tepetate y acudió al altar dirigiéndose al Señor del Monte para pedir su intercesión. A los pocos días brotó el agua a raudales. Parecía un arroyo crecido que abrazaba las calles. Recorría primero Miguel Arana, dando vuelta por Guadalupe Victoria, hasta José Santana para desembocar en el lago. Las mujeres comenzaron a poner lavaderos y los niños iban a bañarse. El agua era tibia, también la podían beber. Esa fue el agua potable en el pueblo por muchos años, hasta que un día el Ayuntamiento la entubó; construyó un tanque en el cerro para bombearla y cobrar las tomas en cada vivienda.
Otro de los milagros ocurrió en una época de sequía extrema. Sacaron la imagen para implorar por la lluvia. Poco antes de llegar al templo, aparecieron las nubes negras en el cielo seguidas por una copiosa tormenta que apenas alcanzaron a librar a los peregrinos.
Jesús recuerda que la fecha de la fiesta al Señor del Monte se instituyó en esos días de enero, porque era cuando las familias tenían un poco más de dinerito derivado de las cosechas. Así podían ofrecerle una fiesta más digna a su amado Patrono.
-A veces nos critican por el lugar que ocupamos, pero es difícil tomar decisiones-
Este hombre junto con todos los miembros de la guardia de honor es responsable de custodiar una imagen milagrosa que ha sido por cientos de años la que vela por los jocotepenses.
Para el señor Jesús Pérez, ser miembro de la guardia de honor es una responsabilidad muy grande, más grande que el inexplicable cansancio que sienten todos cuando cargan a la preciada imagen, pero saber que el Señor del Monte custodia sus vidas es una emoción que no se puede describir.
Doña Irene preparó semanas antes los cascarones con confeti.
Por: María del Refugio Reynozo Medina.
Tiene líneas del tiempo en su rostro; las más, como indicios de la sonrisa, porque doña Irene sonríe mucho. Su charla es una melodía que contagia; recibe al visitante como si lo hubiera visto ayer y como si ya lo conociera.
-Vamos tomándonos un refresquito- dice. Y su conversación invita a quedarse a contemplar la tarde al lado de la calle empedrada.
Irene Martínez Cervantes vive en el barrio de San Sebastián en Ajijic. Desde que era niña recuerda la veneración de sus padres por el patrono San Sebastián, a quien celebran cada año el día 20 de enero. Ellos organizaban esa fiesta y esta mujer decidió continuarla, aunque en este año con restricciones debido a la pandemia por Covid-19.
Don Antonio Arceo también es de los organizadores; sus antepasados lo eran. Tiene 75 años, recuerda que antiguamente, el cargo de la fiesta se tomaba por invitación.
Desde dos o tres meses antes, quienes habían sido encargados el año anterior, pensaban en otra persona que pudiera continuar y la visitaban, llevando de obsequio una garrafa con ponche de tamarindo o de granada.
En aquel tiempo, sepultaban el ponche hasta dos meses debajo de la tierra bien cerrado. Luego lo sacaban y le agregaban trocitos de membrillo.
Ya entrados con el trago, los invitados aceptaban asumir el cargo que implicaba los gastos de la bebida, la comida, la música y el pan tachihual embetunado.
La persona debía buscar a diez o doce más para que le ayudaran. Y al año siguiente hacía la misma invitación a otro conocido.
Bastaba un apretón de manos, un trago de ponche compartido y la palabra como garantía para cerrar el compromiso. Así dice el canto que está grabado en la memoria de los fieles, a fuerza de repetirlo cada año en medio de la música y los confetis.
Este cargo se los entrego
a los que vayan quedando.
Para que nunca lo olviden
y que lo vayan pagando.
El día más esperado para los devotos de San Sebastián
Semanas antes del 20 de enero doña Irene se puso a pintar cascarones de huevo y a rellenarlos con confeti, para el papaqui (El lanzamiento de cascarones y confeti al ritmo del canto de San Sebastián y demasiadas carcajadas). Por eso una de las estrofas matizada de picardía dice:
Pobre de San Sebastián
que no conoció calzones.
Los primeros que compró
los cambió por cascarones.
Aunque ahora no es como otros años, espera con alegría la fiesta de San Sebastián, también la espera con casi 30 pollos para el mole.
A mi llegada, encuentro mujeres y niños llevando para sus casas torres de platos con mole, frijoles y arroz. Algunos hombres toman sus raciones y paquetes de tortillas para comer sentados en las aceras.
En la esquina donde convergen las calles de Emiliano Zapata y Marcos Castellanos, está instalado el altar a San Sebastián; hay dos figuras, la más pequeña que mide aproximadamente un metro y que trajeron desde el día anterior de la parroquia; y una más como de metro y medio que doña Irene mandó esculpir. Están en medio de un nutrido arco de claveles rojos y crisantemos, sobre una mesa forrada con manteles blancos.
-Ahora es poca gente- dice uno de los asistentes. En otros tiempos sin pandemia, la comida se servía en mesas instaladas a lo largo de la calle, y las cazuelas con arroz y mole acompañaban a la procesión.
Doña Irene está sentada al interior del patio con algunos de sus colaboradores y amigos cercanos; observa complacida el desfile de hombres, mujeres y niños que acuden por los platos con comida.
Están aquí algunos instrumentos de los que tocaron desde anoche a San Sebastián.
No es una sola banda, “es un rejunte”, me dice un muchacho. Miembros de distintas bandas que tuvieron voluntad de venir a tocarle al patrono. Una mujer y siete varones componen el elenco para amenizar la procesión.
Pasadas las tres de la tarde, comienzan a preparar la pequeña plataforma de madera donde va San Sebastián, la escultura más pequeña que les prestan en la parroquia y que ha protagonizado la fiesta desde que tienen memoria.
San Sebastián aparece con un brazo hacia atrás atado a un poste y el otro flexionado hacia el firmamento; le falta el dedo índice derecho que estaría apuntando al cielo. Tiene una mirada taciturna, pelo rizado al hombro, bigote, finas cejas delineadas y el pecho y brazo resquebrajado. Lleva cinco flechas incrustadas en el cuerpo, que recuerdan según la historia del santoral la lluvia de saetas que recibió en su martirio.
Doña Irene, se acerca con sus acompañantes a despedirlo, lo rodean y le platican al oído, porque las volverá a visitar sólo hasta la vuelta de año.
Poco a poco comienza a llegar la gente, son poco más de 50 los que componen la caravana. La banda comienza a tocar.
Aparece de pronto el primer sayaco con una camisa de caporal y un saco color caqui; botas, sombrero y un morral terciado. Lleva una máscara larga de madera color crudo; de sus mejillas emerge una larga barba, lleva pobladas cejas y bigote color paja.
Llegan seis más, caracterizados de exóticas mujeres; una de ellas auxiliada por un par de globos, presume unos abultados senos debajo de una blusa de flores. Otra lleva una blusa de hilos dorados y negros con una tiara de lentejuelas.
El sayaco más joven, parece un adolescente; caracterizado de muchacha, lleva una pañoleta sobre su máscara acartonada con chapitas carmesí y un vestido negro bordeado de un encaje azul. Zapatea fuerte con los botines sobre las calles desiguales.
Los sayacos encabezan la procesión bailando y ondeando las faldas circulares sin parar, seguidos por la banda. Y al final va la escultura de San Sebastián cargada por cuatro hombres. A su paso por la escuela primaria, los alumnos salen a observar a través del cancel de ingreso, los sayacos les salen al paso y acercan sus máscaras mientras los pequeños ríen a carcajadas.
San Sebastián es devuelto a la parroquia en medio de vivas y aplausos de unos diez peregrinos. Los sayacos no ingresan al templo, esperan afuera para regresar igual en procesión con la música de la banda.
Ahora los sayacos son los dueños absolutos del desfile, sacan de los morrales puños de confeti para lanzar a las mujeres. Arriba en un balcón una niña se esconde por entre las piernas de su madre y el sayaco salta para asustarla, la pequeña llora y la mujer ríe y la abraza. Un grupo de unos 30 niños burlan a los sayacos, corren y los instan a que los persigan.
A su llegada en el corazón del barrio afuera de la casa de doña Irene, la música sigue tocando y los sayacos bailan un poco, los asistentes que no llegan a 30, comienzan a romperse cascarones con confeti en la cabeza mientras la música toca. Ahí Bertha Barón entona con dos acompañantes el tradicional canto a San Sebastián.
Despídanse de la carne
y también de la longaniza.
Porque ya se está llegando
el Miércoles de Ceniza.
Y así termina esta celebración en la que colaboran muchos y en donde los adultos juegan como niños en una lluvia de confeti, con un canto entre fervoroso y pagano porque esta fiesta es así.
El diezmatorio, libro donde se asentaban las aportaciones que ofrendaban como diezmo los feligreses. Foto: María del Refugio Reynozo Medina. Cortesía Archivo histórico de la parroquia de San Cristóbal Zapotitlán.
Por: María del Refugio Reynozo Medina
“Honra a Jehová con tus bienes y con las primicias de todos tus frutos”, así dice la cita bíblica de Proverbios 3:9.
Nena tiene 85 años y su hermana Consuelo 95. Consuelo recuerda que desde que tenía unos cinco años, sus padres les enseñaron la fe católica, ellos iban a misa, el templo aún no estaba terminado en su construcción, recuerda que los niños cuando iban a la doctrina llevaban baldecitos con excremento de burro para los adobes que se hacían ahí mismo.
Pasojo, boñiga o liga; así les decían a las heces de los burros, que por esos años había en demasía. Los animales andaban sueltos, caminando, masticando el zacate de las calles, metiéndose entre los cercos.
Los pobladores no solo contribuyeron con la edificación del templo, cuya fecha exacta se desconoce, sino también al sostenimiento de la iglesia a través del diezmo.
En el Archivo histórico de la parroquia de San Cristóbal Zapotitlán se encuentran los diezmatorios, que eran los libros donde se asentaban los ingresos que la iglesia recibía por parte de los feligreses.
El diezmo se entregaba en su mayoría mediante el fruto de la cosecha, a veces la ofrenda eran gallinas, puercos y hasta huevos. En estos registros que datan de 1966 hasta 1970 aparecen los nombres y la cantidad de cargas de maíz que se entregaban a la iglesia. El párroco era el sacerdote Pedro Ramírez González. Nena lo recuerda, era un hombre güero, alto de ojos azules, muy risueño.
-Me acuerdo que mi papá llevaba una carguita de maíz de su desmonte-
Durante los meses de cosecha se podían ver las decenas de burros afuera del templo descargando los granos, esencialmente de maíz, a veces garbanzo. Atrás del templo, a espaldas del altar principal, donde ahora se hacen las reuniones de Alcohólicos Anónimos, había un troje, ahí guardaban lo que alcanzaba.
Recuerda que había quienes llevaban gallinas. Ella llegó a salir a las calles con una canasta para recolectar casa por casa huevos para las mejoras del templo, también aportación en dinero para la mesada del padre. Al pueblo, llegaban muchos polleros.
–Gallinas que vendaaan– gritaban. Se las cargaban al hombro sosteniéndolas de las patas y otras como racimos las cargaban por puños.
En el diezmatorio aparecen los nombres de los personajes que existieron, ahora todos ya fallecidos pero vivos en la memoria de esta mujer de 85 años.
Uno de los nombres es Florentino Gaspar con 2 cargas de maíz; él y Carmen Mosqueda eran los dueños de una tienda, ahí se vendía petróleo que era el combustible para los aparatos que iluminaban las noches porque no había energía eléctrica, lo tenían en unos tambos grandes y la gente se lo llevaba en botellas.
También vendían el maíz con el que las mujeres hacían el nixtamal, para luego convertirlo en tortillas que preparaban todos los días en un fogón y con el metate. La manteca de cerdo la vendían en un rectángulo de papel estraza.
Otro de los nombres que aparecen es el de Benjamín Medina con 7 cargas de maíz, (cada carga significaba un aproximado de dos costales de los que ahora conocemos).
Daniel Cervantes aparece con 11 cargas, él fue un arduo benefactor del templo; donó las imágenes del Sagrado Corazón y la Virgen María de tamaño natural que trajo de Guadalajara y aún se encuentran en la parroquia. Él y su hermana Luz Cervantes vendieron un terreno para contribuir con ello a la terminación del templo.
La lista sigue; Alfonso Morales que está registrado con una carga, fue padre de Julia Morales, la mujer menudita y morena con el rostro eternamente sonriente encargada del correo. Muchas mujeres esperaban su paso con ansias en su recorrido cargando los sobres.
Decían que una ocasión algún pretendiente le dijo a su paso si quería ser su novia y ella le respondió, –más adelantito-. Cuadras adelante se le apareció de nuevo para saber su respuesta, ella se refería a después en otro tiempo. Y seguía entregando suspiros de casa en casa.
-¿No me ha llegado nada Julia?- preguntaban algunas mujeres.
Juanita recuerda que la esperaba con ansias porque era la portavoz de noticias de su marido que estaba en los Estados Unidos trabajando y entre las letras de amor venían dobladitos algunos dólares.
Justino Larios que también aparece con una carga, era un gran músico, tocaba el clarinete; su hermana Dominga Larios tuvo la caseta con el primer teléfono del pueblo, la caseta de madera estaba pegada en la pared, tenía una manivela y teclas para marcar.
-San Cristóbal llamando a San Pedro- decía la operadora Dominga Larios.
Mandaban los recados muchas veces del padre.
En la lista también está José Rodríguez que aportó una carga, era albañil, casi el único en esos tiempos, hacía sus casas iguales, un cuartito con su ventana y un corredor.
Aparece también Esteban Chavira con la aportación de media carga, él hacía pastorelas en la calle, les leía los diálogos al diablo y a Gila que era otro personaje.
Uno de los cánticos decía:
–La Virgen lavaba y San José tendía, el niño lloraba del frío que tenía.
Los ensayos eran de noche cuando los hombres y mujeres terminaban sus jornadas al amparo de las velas o aparatos de petróleo. Cuando alguien quería que los pastores les cantaran los invitaban y les hacían comida, eso era solo en tiempos de Navidad.
Recuerda que, en una procesión a Jocotepec durante las fiestas del Señor del Monte, él hizo un carro alegórico y sacó a Víctor Amezcua de Jesucristo, la gente hasta lloró de ver tan real al personaje, dicen que esa foto se la llevó a Roma un sacerdote que vino de visita y la gente fue en peregrinación a saludarlo al crucero.
Brígida Velasco que aparece con media carga, hacía velas de cera muy adornadas, escamadas, los adornos sobresalían como un resplandor de la misma cera; la ponían a asolear; Nena recuerda esa escena con Brígida sosteniendo el pabilo y dejando escurrir la cera para formar velas de todos tamaños. El hijo de Brígida era peluquero, dicen que se echaba buches de agua para lanzarlos a la cabeza de los clientes y preparar la cabellera para el corte.
El paisaje dibujado del San Cristóbal de aquellos años se cuela por las memorias de los hombres y mujeres que lo vivieron, son solo recuerdos que se desvanecen, sin embargo, las listas de todos los nombres de quienes existieron están ahí en los documentos, en los diezmatorios que son testigos mudos del inevitable paso del tiempo.
Los voluntarios colocaron el aserrín en una jornada de cuatro a cinco hora. Foto: María del Refugio Reynozo Medina.
Por: María del Refugio Reynozo Medina
No sé exactamente desde cuando estas paredes presencian los himnos y cantos de fervor a la Virgen de Guadalupe; mis abuelos que nacieron aquí en 1917, tenían memoria de ello. Pareciera que todo el altar se estremece con las notas de la banda de mi pueblo. Algo sucede en el corazón de los nacidos aquí cada 30 de diciembre pasadas las seis de la mañana, cuando los músicos entonan los valses, pasodobles y las mañanitas en torno a la imagen morena que en el penúltimo día del año aún se sigue celebrando.
El altar está revestido de cortinas tricolores en el centro, formando una bandera sobre la que reposa un cuadro de la imagen de la Virgen de Guadalupe, con un sólido marco plateado de unos 2 x 1 m.
Hoy es la celebración solemne y comienza con las mañanitas.
La imagen peregrina que es una escultura de pasta; descansa al pie del altar sobre una pequeña mesa con un respaldo azul, rodeada de una guirnalda de rosas.
No basta con la celebración del día 12 de diciembre; hoy los pobladores se preparan para recibir el paso de la imagen por las calles principales de San Cristóbal.
El cuadro de la Virgen de Guadalupe es montado sobre un marco de flores. Desde la una de la tarde Genaro Reyes Gallardo, que ha sido por 40 años el diseñador de los ornatos, coordina la decoración del carro que llevará a la Virgen Morena.
Más de dos centenares de rosas, claveles y crisantemos enmarcan a la imagen que va sobre una pequeña plataforma.
A las cuatro de la tarde, las calles hierven de personas deambulando con aire festivo.
Afuera de una vivienda, una familia prepara un arco sostenido por barras de metal y forrado con ramilletes de flores frescas y telas entrelazadas, mientras toman de sus vasos y conversan risueños. Dos calles adelante, un hombre lanza enérgicamente baldazos de agua a la calle empedrada que ya está barrida. El aroma a tierra mojada perdura por más de una cuadra durante mi recorrido. En otra casa, una mujer coloca un ramo de flores en un pequeño altar improvisado afuera de su domicilio.
En este barrio que la gente llama barrio bajo, al lado de las calles regadas reposan bolsas negras con basura, otras bolsas y cajas con desechos están a la entrada de las casas; en algunas se percibe el aroma a descomposición. Dice una mujer que el último día que pasó el camión recolector del municipio fue hace más de siete días.
La basura rezagada también recibió el paso de la imagen durante la procesión.
Por la calle Ramón Corona Oriente, un grupo de personas esparcen aserrín teñido conformando un mosaico con la imagen de la Virgen de Guadalupe y ramos de rosas; el tapete cubre unas cuatro cuadras que han sido cerradas a la circulación por los organizadores. Los voluntarios van armados con carretillas, baldes y costales llenos de aserrín multicolor y recorren las calles bordando con el polvo de madera el suelo empedrado.
Sobre la calle Porfirio Díaz, un grupo de jóvenes y niños arman otro tapete de aserrín con la imagen de la Virgen de Guadalupe y más rosas. Una niña de unos seis años camina con un pequeño balde y espolvorea el aserrín. En la esquina, se levanta un arco más de flores frescas.
Un hombre en la misma calle clava en la pared un lienzo con la imagen de la Virgen de Guadalupe y coloca luces de colores alrededor. La delegada Rosa Villa, mandó traer una grúa para retirar los vehículos que no atienden la indicación de despejar las calles principales.
A las seis de la tarde se escucha la primera llamada, la gente comienza a pasar y se dirige al templo. Hay mujeres con blusas de toques étnicos, niñas caracterizadas de la Virgen de Guadalupe, niños con atuendos de manta y tilmas con la imagen de la Virgen del Tepeyac.
Al frente de la procesión que congrega a más de quinientos fieles va la danza, dos hombres jóvenes cargan un tambor que de vez en cuando golpean con fuerza; en seguida, el grupo de danzantes emite un agudo grito para luego ejecutar la serie de bailes del ritual. También va el grupo de adoradores con sus banderas blancas y al final de la procesión va la banda de música.
Comienza a oscurecer y los rostros de algunos peregrinos se iluminan por las velas encendidas que llevan en las manos.
Al llegar al templo, el cuadro con la imagen es bajado de la plataforma y conducido al altar en medio de los pabilos ardientes y miradas de fervor. Los músicos entran tocando el Himno Guadalupano, las brillantes plumas de los danzantes se mueven al compás del tambor y el caracol y los fieles rompen en aplausos, algunos hasta las lágrimas.
Las paredes del templo vuelven a estremecerse y la imagen reposa en su trono de flores.
Rosas, blancas, lilas; las seiscientas rosas enmarcan a la imagen.
FOTO9. Las niñas y niños se congregan cada quien con su catequista FOTO Maria del Refugio Reynozo Medina
María del Refugio Reynozo Medina
El incesante estallido de cohetes del otro lado de la laguna y detrás de los cerros, han acompañado la noche cercana al invierno.
Dice Marco Antonio Solís en el Himno a la humildad, que hoy es día de fiesta hasta en el más pequeño rincón; San Cristóbal es un lugar del municipio de Jocotepec y en este pequeño rincón, la gente se da cita en torno a la imagen de la Virgen de Guadalupe.
“La casita”, como algunos pobladores se refieren a este sitio, es una caseta hecha de ladrillo de unos 5×3 metros, ubicada en el crucero a la entrada de la población; que originalmente se construyó para que las personas se pudieran resguardar mientras esperaban el transporte. Entonces no había alumbrado público. Ahora, la gasolinera estrenada el año pasado, ilumina junto con los puestos de vendimias de artesanías, frutas y de bebidas embriagantes.
Son pasadas las cinco de la mañana, está por llegar el mariachi, mientras; los himnos y cantos a la Virgen de Guadalupe salen de unas bocinas. Unas 150 personas están congregadas frente a la “casita de la Virgen”. Acomodadas en filas de sillas, con abrigos, rebozos y mantas gruesas sobre las piernas; las personas observan la imagen, se escucha de nuevo la voz del Buki.
-“…hoy se muere el rencor y florece el perdón…eres la tierra donde la fe sembramos…”-
A la gente aquí, la hermana el frío, la canela caliente que beben de los vasos y el pan dulce. Están unidos por la fe y el fervor a la Guadalupana; por eso mandaron traer al mariachi, para entonar por tres horas los cantos de amor.
El sitio está cubierto de multicolores luces navideñas que bordan la oscuridad como de brillantes caramelos. En el techo, los adornos de guirnaldas de flores de plástico tricolores, cuelgan del centro hacia los extremos. El lugar ahora es una capilla ardiente de súplicas y veladoras.
“Las flores sobre los altares son vuestros pensamientos perfumados y coloreados”, escribió un día el señor Cura José Rubén López Barajas. Un solo hombre el día de hoy mandó traer 600 rosas de Concepción de Buenos Aires. Blancas, rosas, rojas lilas, tiñen el marco de la Virgen morena.
Afuera una vaporera grande hierve sobre la leña; en unas mesas reposan cuatro termos de los que sirven la canela con rompope. Son 400 litros de bebida y 400 panes para acompañar la jornada.
Un hombre está tumbado en una de las sillas, tal vez es de los que se trasnocharon, un grupo de los organizadores pasaron la noche en vela para recibir los primeros minutos del día y para cuidar la fogata de la canela y la olla de menudo, que hirvió lento durante toda la noche.
La llegada del mariachi revive los ánimos y los fieles entonan “La Guadalupana”.
-El aplauso es del artista- dice una mujer y bebe de su vaso.
Los que van en los vehículos que pasan por la carretera se inclinan, se persignan, disminuyen su velocidad y graban o toman fotos desde los celulares. El autobús de la línea Sur de Jalisco se detiene, bajan pasajeros y el chofer se santigua.
José Luis Villa Jiménez es el organizador; él junto con Gonzalo Garita, conversaban hace más de veinte años de cómo era posible que “la Virgen tuviera tantas luces en otro lado y en San Cristóbal, solo hubiera oscuridad”.
Ricardo Amezcua fue su primer colaborador, remozaron el sitio y lo pintaron.
Ahora, más ayudantes se han unido; como el maestro Javier Osorio Rito, que tiene a su cargo un día del novenario; Eduardo Ortega Escoto que regala las flores y la gente que aporta con dinero de acuerdo a las posibilidades. Los gastos de este día son en promedio de 30 mil pesos.
Apoyado también por su familia, José Luis Villa está al pendiente de que no se termine la canela de los termos, de que los asistentes tengan un lugar en las sillas y que haya pan para todos.
-Somos pobres, pero bendecidos por ella-
Me dice refiriéndose a la Virgen de Guadalupe.
Se siente agradecido por la vida, por tener su bendición.
-Creo que ella me sigue- Dice, esbozando una sonrisa.
Cuando José Luis trabajaba en el Aseo Público del Ayuntamiento de Jocotepec, de entre las bolsas negras con basura apareció una figura de yeso de la Virgen de Guadalupe.
-“Estaba ahí paradita, en medio de las bolsas, parecía nueva”-
La recogió y ahora está también ahí en el altar, con un rostro perfectamente coloreado y el ropaje de tonos profusos; mide unos 50 centímetros, sigue pareciendo nueva.
A las ocho de la mañana llega el señor Cura Carlos Enrique Medina Garibaldo, acompañado del sacerdote Cristóbal Díaz Villalobos para la celebración. Luego de finalizada la misa, comienzan a llegar cazuelas con comida y la gente se reúne en torno a la olla del menudo, la carne en chile y los frijoles con queso.
Del otro lado de la carretera, un hombre no pierde la oportunidad y se instala con una carga de chivas en una camioneta de redilas para vender pajaretes. Amarra a la primera cerca de la llanta del vehículo y comienza a ordeñar. A unos metros, llega una pareja y se instala con un puesto de pan tachihual.
El viento sopla frío, los adornos se mueven y sombrean los rostros de los que siguen ahí, ahora a la espera del siguiente grupo musical.
Ya vienen Los Cadetes de Linares– dice un hombre. Y llega el conjunto norteño que toca todas las de Los Cadetes de Linares.
La Guadalupana, se mezcla con Dos coronas a mi madre, y No hay novedad.
-¡El pávido navido! grita la delegada.-
-¿Que no se supieron el columpio?- dice otra mujer.
Y las canciones siguen desgranando del acordeón al filo del mediodía.
Las apariciones en el Tepeyac
Del otro extremo del pueblo, muy cerca de la orilla del lago, en el atrio, una mujer declama una poesía; es Guillermina Garita Pila una de las catequistas de la parroquia.
“Juan Dieguito, hijito mío, yo soy la siempre Virgen María, Madre del Dios verdadero y tú el hijo más querido, dichoso el indio Juan Diego como Juan el del Evangelio. Jesús lo había dicho, los limpios verán a Dios, ven a Dios Transfigurado y a María en medio del sol, rodeada de resplandores entre perfumes y colores y en este momento de gracia. !0h sí, momento de gracia!, se oye en México y en el mundo entero latir millares de corazones”.
Su voz es como una melodía y los ojos y oídos de los asistentes están puestos en ella.
Cerca de las dos de la tarde las catequistas están reunidas en el atrio de la parroquia para la representación de Las apariciones de la Virgen de Guadalupe, cada una organiza a sus pupilos; los más pequeñitos tienen cuatro y cinco años; están caracterizados de los personajes principales. Hay unas cinco niñas con mantos verdes y más de cuatro niños evocan al indígena Juan Diego. Todos están vestidos con atuendos nativos y llevan una rosa en la mano.
Los actores infantiles se llevan los aplausos y también Guille, la catequista cuando finaliza en la poesía:
“… ¿Quieres escuchar de tu México, el latir de sus corazones?
Escúchalos, aquí está nuestro sufrir, aquí está nuestro dolor, tuyos son…
Es tuyo nuestro amor, nuestra fe, nuestra esperanza, recíbelos”.
Y el atrio se inunda de fervor.
Doña María.
“Granny!” The boys on the garbage truck shout to her, waving their hands in greeting.
Doña Maria sweeps her street every day, and not only her street, but also that of her neighbors and the whole block, or as far as her strength allows her to go. Her street is Calle Javier Mina, in the neighborhood of San Sebastián de Ajijic. She and her husband arrived here many years ago. He worked in construction, after having taken care of a farm with hot springs which was on the road in Zapotitán de Hidalgo. She does not remember when they got here, nor the date of her husband’s death. She’s forgotten many things, but not the cold that seeped through the windows of the spacious bodega where they lived at first.
Now she lives in a house with a narrow hallway and uneven steps that she walks down every day without difficulty. She lives with her 64-year-old daughter who is bedridden with «sugar» complications. At 94 years old, Margarita Montes Moya takes care of her daughter, and although a granddaughter helps them, Doña Maria carries most of the responsibility on her shoulders. Even at night, she sometimes wakes up to assist her daughter.
This morning, in the company of Ajijic artist Antonio López Vega, I talked with Doña Maria. She is always looking up. Her body is tiny, short and lean, her strong legs marked by varicose veins. Her thin hands are covered with age spots, and visible veins run down her arms. Her face is furrowed with the lines of time. She doesn’t use a cane, she doesn’t wear glasses. She can eat anything without problems, although she likes frijoles best. She wears a flowered apron, a short-sleeved sweater and cloth tennis shoes.
“Let’s go for coffee,” we suggested. She agrees and we walk down the street, the one she sweeps every day, very close to La Cochera Cultural.
“When I sweep I earn my pennies,” she says, smiling. ““I went to school, but I didn’t learn.”
She likes to work, to clean the street, to clean her kitchen. She wakes up early because the bed makes her tired. She doesn’t like to sit down, either. She was the youngest of ten siblings and her mother, she says, taught her to wash and embroider.
She used to like to go to mass and to sit in the square to watch the day go by. She hasn’t done that for a long time.
Antonio López Vega is painting a portrait of Doña Mary.
“Do you know who this is?” we ask her, showing her the painting. She looks at it for a long time and smiles.
“It’s you.”
“Who is it?” we ask again.
“ Maria,“ she says, blushing.
She sips her coffee and eats three cookies from the plate.
Serenely, she observes the children painting in the workshop of La Cochera. She looks at the sky and searches her deepest memories to continue talking. Sometimes she repeats herself, but she keeps on talking.
“Blessed be God,” she says.
This woman knows no fatigue.
“Don’t you get tired?” we ask her. And she does: she gets tired of sitting, tired of the bed, tired of doing nothing. Doña Mary does not remember many things. But she has not forgotten to smile, to walk in the middle of the street that is hers because she has always swept it and because she has walked it so many times that the steps cannot be counted or forgotten.
Ajijic, Jalisco. October 30, 202.
Translated by Elisabeth Shields
La imagen antes de comenzar la procesión.
María del Refugio Reynozo Medina.- “La Virgen del Rosario quiere mucho a su pueblo”, dice con la voz cargada de confianza, una mujer que junto con su acompañante espera la salida de la imagen para la procesión.
Es 31 de octubre, el cierre de las celebraciones de la Virgen María en su advocación del Rosario en Ajijic.
El día de su fiesta es el 7 de octubre y cuando no existía la pandemia, la imagen salía de su capilla desde el día 29 de septiembre para visitar los barrios que conforman la población; el barrio de San Sebastián, barrio de Guadalupe, San Miguel, San Gaspar y Santo Santiago. Todos los días se rezaba el rosario a las 5:00 de la mañana con cohetes y música durante todo el mes, me cuenta Josefina que dice extrañar los festejos de entonces.
Un día como hoy, dice que había carros alegóricos y danzas. Ahora hay unas 30 personas apostadas en la entrada del templo, esperando que termine la misa para caminar la procesión con la imagen de la Virgen. Los muchachos de la banda afinan sus instrumentos. Mientras, un hombre vestido de negro prepara la imagen en la sacristía, con un ramo de nardos y lirios rosas a sus pies. La Virgen del Rosario esta ataviada con un vestido largo de color flor de durazno forrado con un encaje beige, lleva un chal de encaje luminoso; en una de sus manos sostiene un cetro y el rosario conformado por cuentas aperladas. Con el otro brazo carga al Niño Jesús que lleva una corona plateada en la cabeza y sostiene otra figura circular color azul como globo terráqueo, vestido con un ropón de encaje blanco.
Poco antes de las 6:00 de la tarde, las campanas anuncian la salida del recorrido. La figura de aproximadamente un metro de altura, es colocada en una plataforma de madera, cuatro hombres con playeras blancas y pantalones de mezclilla la sostienen de los extremos. La delicada figura femenina comienza a avanzar y las personas aplauden con su aparición.
La banda comienza a tocar y los asistentes se enfilan para caminar por la calle Hidalgo. El contingente rebasa las cien personas, aunque el padre pidió en misa que no acompañarán a la imagen, debido a la contingencia sanitaria por el COVID-19.
La corona y el resplandor sobre la cabeza de la imagen se iluminan con los últimos rayos dorados del sol y la piedra color verde esmeralda, incrustada en el lado frontal, resplandece. La gente va sumándose al contingente y en algunas casas, las personas salen a tomar fotografías, a dar aplausos. Una mujer mira emocionada y con las manos entrelazadas suspira sin perder de vista el rostro apacible de la Virgen del Rosario. Otra, avienta un puñado de confeti desde la caja de una camioneta que está estacionada.
Al paso de la procesión salen algunos ancianos y enfermos conducidos por sus familiares, se persignan y lanzan vivas. En las intermitencias de la caminata, se escucha a lo lejos el ladrido de los perros desde algún patio y las pisadas de los caminantes sobre las calles empedradas y a veces polvorosas.
Una patrulla del Ayuntamiento custodia la procesión con las luces azules y rojas encendidas. En las fachadas hay globos de color pastel y tiras de serpentinas de papel crepe.
A la llegada de la procesión, la banda de música entonó las mañanitas y los asistentes rompieron en aplausos. Los rostros de las mujeres están al punto del llanto.
¡Viva nuestra madre santísima! – Grita una voz femenina.
Una mujer le dice a otra emocionada;
-todo lo que le he pedido me ha concedido-
Y vuelve la mirada a la pequeña imagen.
Luego de un recorrido de poco menos de una hora termina la procesión con una ráfaga de cohetes que hacen explosión en el cielo y la banda toca “amigo” de Roberto Carlos.
La imagen avanza en medio de aplausos y es colocada en un nicho a la derecha del altar.
¡Viva San Andrés!
¡Viva Jesucristo!
¡Viva nuestra Virgen del Rosario!
Y los fieles embelesados intercambian miradas con el rostro de la Virgen iluminado por decenas de flashazos.
Ajijic, Jalisco 31 de octubre de 2021.
La singular librería en donde pueden suceder encuentros inesperados con Hemingway, Garcia Marquez y más.
Por María del Refugio Reynozo Medina.- Mientras usted está consumiendo en estos momentos un buen vino o unos champiñones enlatados y bota los envases, hay un puñado de brazos que cada sábado regalan cinco horas de su tiempo para separar los residuos inorgánicos, el cartón, vidrio, plástico y metal.
Thomas Thompson es el iniciador de la revolución silenciosa de separar los desechos de la basura en Ajijic. Es originario de Iowa, tiene 74 años y 35 de ellos los ha vivido en este país.
El proyecto comenzó en 2018, cuando en una asamblea el Gobierno Municipal de Chapala, convocó a conformar un comité para trabajar el tema de la separación de basura. Thomas levantó la mano y tomó el liderazgo del proyecto. El Ayuntamiento ofreció El bajío, un predio por la carretera Ajijic- Jocotepec para el almacenamiento y clasificación de los residuos.
En un inicio hubo participación del Ayuntamiento en la recolección, aunque Tom recuerda que en una ocasión depositaron toda la basura junta “era una tristeza”. En marzo de 2019, se vieron en la difícil necesidad de desocupar el espacio porque el ejército iba a tomar posesión por un tiempo, esto los obligó a realizar una tarea emergente de la separación para rescatar el mayor material reciclado posible, aunque finalmente consiguieron otro lugar para el ejército y El bajío pudo seguir funcionando.
Con donativos de los ciudadanos, se instalaron en la zona centro de Ajijic, contenedores azules de herrería con carteles informativos respecto a la correcta separación de los desechos.
Thomas lanzó una convocatoria para comprar una compactadora, aunque hasta hoy el equipo no ha podido instalarse; el predio no tiene acceso a la energía eléctrica, no hay agua potable y no ha podido realizarse un contrato con la Comisión Federal de Electricidad (CFE) debido a que no hay un domicilio oficial. Ahora ya no hay apoyo del Gobierno Municipal en la recolección de los residuos. El proyecto continúa, hay un grupo de extranjeros que pagan trescientos pesos al mes por recoger los desechos, Thomas utiliza su propia camioneta para algunos traslados, ha logrado convocar a bastantes voluntarios. Una persona le ofreció un donativo de cinco mil pesos, otra donó unas puertas para ser vendidas en el Bazar Barbara’s y obtener más apoyo. Para Thomas el tema del reciclaje es un tema urgente para el medio ambiente y no se puede esperar.
El COVID19, dice -es nuestra madre tierra reclamando tantos abusos.
Thomas ha logrado unir voluntades para no rendirse en estos tres años. El proyecto ha conseguido ser sustentable, con la venta de cartón, vidrio y plásticos se logra pagar a un empleado en el centro de acopio y cuando la situación lo hace posible, apoyar en proyectos de educación para los niños.
-Quiero dejar un mundo mejor para mis nietos.
Hoy Arturo Ortega y yo nos trasladamos a El Bajío, son cerca de las 11 de la mañana, en este lugar hay un solo empleado que recibe un sueldo, el resto son colaboradores. Aquí está Collen Kissinger, voluntaria. Es una enfermera retirada de Estados Unidos; aparece en medio de las montañas de cartón y camina por los pasillos formados por los estantes que ella misma ha organizado, para ordenar los libros útiles, que llegan entre los donativos de papel que se desecha. Esta “librería” no tiene un catálogo de existencias, es una ruleta de encuentros inesperados, aquí me encontré a Hemingway (Por quién doblan las campanas), un par de ejemplares de Gabriel García Márquez; hay textos en inglés y español principalmente. Revistas, cuentos infantiles, textos de consulta como diccionarios y enciclopedias completas. En este rincón se puede encontrar lo insospechado a cambio de un donativo para la causa.
Collen tiene una amplia sonrisa en el rostro y unos ojos claros que se le iluminan, cuando habla de la gran labor de rescatar y reciclar los residuos, tan sólo para que la basura no esté en las calles y sea utilizada en protección del ambiente.
-Me quiero quedar en México hasta la eternidad, México es el país de mi corazón- dice.
-Yo quiero que los corazones de las personas muevan sus acciones.
Además de Collen hay tres colaboradores más esta mañana, una de ellas está en medio de una montaña de plásticos, corta con un cutter las etiquetas y ordena los recipientes.
También viene un grupo de cuatro adolescentes del Centro Mamá Cleo. Al fondo, en un espacio al aire libre, los jovencitos organizan las botellas de vidrio en los contenedores de concreto que se pintan de verde y sepia de los cristales.
Benjamín, es el empleado que asiste todos los días al lugar y recibe los desechos que llegan.
-La mayoría de la gente que trae desechos son extranjeros. Dice.
Ha vivido muchas experiencias. En una ocasión tuvieron que rescatar latas y materiales útiles de la putrefacción y los gusanos, porque mucha gente hace mal uso de los contenedores.
A decir de los voluntarios, la ganancia de este proyecto no es monetaria, hay ocasiones que apenas alcanza para sustentarse, el traslado al centro de acopio, el envió de los materiales a las recicladoras en Guadalajara, implica gastos de gasolina, choferes, salario. La mayor ganancia es la basura que ahorran a los vertederos y el aprovechamiento de los recursos al reutilizarlos y hacer un mundo más sustentable.
-Este si es movimiento ciudadano- Dice Thomas Thompson, quien ha logrado mover muchas voluntades para este proyecto que ha resistido al amparo del amor de los voluntarios y cuya retribución es la certeza de que con ello se salva un trozo del mundo.
Ajijic, Jalisco. 23 de Septiembre de 2021.
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