Por Santiago Baeza
Santiago Baeza es escultor y gestor cultural. Foto: Archivo Laguna.
En la novela de nombre “Regina”, escrita por Antonio Velasco Piña, los árboles del bosque de Chapultepec se sacrifican para cubrir la cuota de muertes que se requieren para entrar a una nueva era de justicia social y democracia. Corre el año de 1968 y la protagonista, un ser místico reencarnado, deberá inmolarse junto con una gran cantidad de vidas más. La matanza en el centro ceremonial de Tlatelolco más los árboles que deciden secarse por propia voluntad abrirán el portal que llevará a nuestro país a una época de luz y prosperidad.
Los muertos de este sexenio, en cambio, no tienen sentido alguno y solo nos llevan a un tiempo de desesperanza y horror. La política, si es que se le puede llamar así, de “abrazos, no balazos”, ha entregado el país entero al crimen organizado. Más de 154 mil personas asesinadas de 2018 al día de hoy, eso sin contar las más de 44 mil que hoy se encuentran desaparecidas. El criminal manejo de la pandemia causó en el país cerca de 334 mil personas fallecidas, según las increíbles cifras oficiales, pues México se negó incluso a medir con pruebas, para así evitar un número más escandaloso. Aquí fue uno de los peores lugares del mundo para sobrellevar la epidemia que causó el virus Sars Cov 2.
El sector salud nos muestra su faceta más macabra e indolente con los niños con cáncer. Cerca de 7 mil pequeños, entre los 5 y los 14 años han muerto por esta enfermedad, que hoy es la principal causa de decesos en ese margen de edades. En lugar de conseguir y distribuir los medicamentos necesarios para revertir esa tendencia, el presidente de la república acusa a los padres de estos infantes, de ser “golpistas” al servicio de la “mafia del poder”.
El más reciente suceso de ineptitud criminal lo vimos en directo hace unos días en el puerto de Acapulco y sus alrededores, tras el paso del huracán Otis. Según el gobierno, la cifra oficial es de 43 muertos, pero una vez más las imágenes, la versión de los damnificados y la opacidad de las autoridades, nos invitan a sospechar que el número real debe ser mucho mayor. Como se sabe, el daño que causó a la población se pudo haber evitado si las autoridades hubieran alertado con antelación y si se hubieran preparado para un golpe inevitable de la naturaleza. Dejaron a la población en total abandono, tanto en las cruciales horas previas, como en los días posteriores al meteoro. Prefirieron montar un teatro para mostrar al presidente enlodado, atascado en el camino, como un damnificado más.
Ya ni transitar en el metro de la ciudad de México es confiable. La línea 12 de ese sistema, una de las más modernas, pues se inauguró hace apenas 11 años, fue el escenario de una tragedia provocada por la ineptitud y la corrupción. No podemos ni debemos olvidar las 27 vidas humanas que se perdieron tras ese incidente, que hoy sigue sin ser investigado correctamente. Con estas macabras cifras, este gobierno logró lo que parecía inimaginable: que el mexicano deje de reírse de la muerte.
Los árboles de Velasco Piña murieron por un fin místico. En cambio los árboles de López Obrador, que mueren por montones, solo lo hacen para cumplir su capricho de construir un tren que atraviesa la selva maya. Así celebramos este año el mes de la muerte.
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